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La literatura de fútbol no existe

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A propósito de Caballo, primera novela de Agustín Lucas.

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Lo que sí existe es la literatura. Por suerte, y por su gesto omnipotente, su contundencia y su brillo no dependen del tema que aborde una trama. El fútbol es, le pese a quien le pese, el movimiento cultural más popular y trascendental del mundo. Una belleza sin precedentes. Entonces, si es el tema preponderante de una novela, me parece lógico; no hay diferencia alguna con otra sobre política, religión, historia del arte, vínculos sexoafectivos de cuarentones europeos, calentamiento global o asesinatos en serie. De todos modos, lo que denomina el valor de una obra es su construcción sólida y el latido del texto. Punto. Precisamente, eso es lo que tiene Caballo (Club, 2023), la primera novela de Agustín Lucas, escritor uruguayo, de Montevideo, del barrio La Unión, donde vive y hace asados bajo la consigna: “La llorería”. Asados que suceden y exceden el tiempo bajo una parra; planta ilustre, de herencia familiar; a la que también se le otorgó un nombre propio: “Parra charrúa”.

Ustedes se preguntarán por qué me tomo el atrevimiento de traer estos detalles maravillosos, por qué tengo en cuenta lo que no está en las páginas de la novela, por qué hurgo en la vida del autor para reseñar este libro. Me parecen preguntas válidas, yo también me las hice, pero esto no es una reseña, esto es una excusa, un homenaje, una celebración, un manifiesto sin asamblea, un ensayo sobre el amor, una posición concreta: la literatura de fútbol no existe. Lo que sí existe es la literatura. Es imprescindible esclarecer ciertas cuestiones que siempre quedan determinadas por una élite que, de acuerdo a sus intereses intelectuales y sociales, incluso de estatus o de influencias, se jacta de otorgar identidades.

Bueno, hay que salir de ahí. La identidad se construye por sí sola, sobre todo cuando la emoción es tan certera y no resiste matices. Digo emoción y digo técnica, digo trabajo y digo convicción, digo horas y horas de culo en la silla. Seamos honestos desde nuestro lugar de lectores, que nadie nos adjetive lo que nos conmueve, que nadie nos condicione la lectura: la intimidad por excelencia de cualquier ser humano.

Todo esto viene a cuento, entre otros menesteres administrativos de los sentimientos, porque Agustín Lucas va muchísimo más allá de sus páginas, pero a su vez, no se aleja nunca, las hojas color hueso son una parte inseparable de su totalidad. Agustín Lucas es una persona que escribe como vive. ¿Eso es un valor literario en sí? Por supuesto que no. Pero a mí me fascina, entonces lo dejo en palabras. Basta de pedir permiso. Leer a Caballo es leer a Agustín Lucas, y no me refiero a la autoficción ni a la verosimilitud, que en este caso es de una sutileza descomunal, me refiero a la sensación tan impresionante de dar cuenta de la vida, de su continuidad insoportable que nos desintegra y, cuando se le canta, nos da ratitos fugaces de alegría. Por ejemplo: las brasas naranja flúo en el barrio La Unión.

En Caballo, la voz del narrador en tercera construye de forma quirúrgica al Jugador, un personaje entrañable que habita un fútbol disidente. Aunque no sólo lo habita: lo trasciende, lo sufre y lo ama. Las peripecias que atraviesa el Jugador te dejan cansado. Literal. Transpirás junto al personaje y no porque se la pase en el entrenamiento o a los codazos con un delantero grandote y mañoso, no, no sólo por eso, te hace transpirar porque el Jugador vive lo que tiene que vivir, actitud que significa romper los propios límites de lo establecido, correrse de la imagen que la sociedad le exige como deportista profesional. El Jugador es un personaje contradictorio y leal, es abrazable y solitario, parece salido de Plano aberrante (Club, 2023), el primer poemario de Vivianne, poeta uruguaya infalible y fanática de River Plate argentino, poeta que te pica la sangre poema tras poema, verso tras verso, y te fulmina con su sentencia épica: “A lo Éric Cantona / o nada”.

Caballo hace el camino del héroe de los perdedores, su periplo abarca ligas y países que están por fuera de los flashes, muy lejos de la pelota blanca con estrellas. Es una novela que siempre se está yendo hacia otro lugar, el camino es la anécdota que te da miedo, que te hace reír, que te prende fuego, que te da tristeza, que te da vida, de la más pura y consecuente. En Literatura infantil (Anagrama, 2023), la última novela del gran Alejandro Zambra, un epígrafe de Hebe Uhart te recibe como un refusilo de verano: “No se nace escritor, se nace bebé”. Al estar en el estuario entre una trama y la otra, lo primero que pensé fue en el Jugador, ¿o en Agustín Lucas? También lo que pensé mientras caminaba por la feria de Tristán es que lo único que importa son las palabras, las que están bien acomodaditas una atrás de la otra, esa forma de hacer pie ante la velocidad que nos lastima.

Insisto: la literatura de fútbol no existe. Lo que sí existe es la literatura. Caballo es una novela tremenda, y Agustín Lucas escribe con tanta identidad, tan lejos de las apariencias, que a los lectores no nos queda otra que agradecer. Y celebrar, claro, eso que tanto le costó al Jugador.

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