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Sebastien Haller, de Costa de Marfil, este domingo, en el estadio Olímpico Alassane Ouattara en Ebimpe, Abidjan.

Foto: Daniel Beloumou Olomo, AFP

Qatar y Costa de Marfil, campeones en Asia y África

3 minutos de lectura
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Akram Afif y Sebastian Haller fueron las figuras de sus respectivas selecciones.

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“Los jugadores que vienen de fuera suelen irse a vivir a los barrios de moda, pero él se instaló en el barrio más trabajador y minero de Gijón”, dice Ignacio Cases, exfutbolista y ahora entrenador, cuando el diario AS le pregunta por Akram Afif (Doha, 1996), el mejor jugador de la Copa Asia, que Qatar acaba de ganar como anfitrión. Afif hizo tres goles en la final contra Jordania (3-1), todos de penal. Fue el goleador del torneo: firmó siete tantos en los siete partidos del certamen.

Distinguido por su notable condición técnica, Afif se formó en la academia Aspire, centro de desarrollo deportivo elemental para explicar el crecimiento sostenido del deporte qatarí, ahora bicampeón de Asia al revalidar el título de 2019. Tiene gambeta, asistencia y gol. Ha sido determinante por completo para la consecución de un éxito que lava la cara de una selección (un país, en los términos propagandísticos en que el propio Estado ha impulsado su era cumbre en el fútbol) que atravesó el pánico escénico en su Mundial, abstraído de sus ciertas potencialidades que ahora verifican.

Afif, de 27 años, hijo de yemeníes de origen tanzano, sigue jugando en el Al-Sadd de Qatar. Hay pocos clubes capaces de ofrecerle un sueldo de mayor dimensión en Europa. En todo caso, su explosión continental da sitio a chances de otra proporción en su carrera internacional. Lo mediático ya lo ha visto trascender: las redes sociales estallaron por su festejo en el primero de los tres goles en la final, cuando miró a la cámara e hizo un truco de magia con cartas.

Jordania infla el pecho: llegó a la final de una copa cuyos cuartos de final no había superado nunca antes. La clasificación en semifinales ante Corea del Sur (2-0) sentó un hito que en las orillas del río Jordán está palmo a palmo con la disputa del repechaje rumbo al Mundial contra Uruguay, en 2013. Mousa Al-Tamari (Amán, 1997), ofensivo del Montpellier de Francia, es el único futbolista del equipo que brega en alguna liga europea. “No me gusta ese apodo”, dijo cuando en Chipre le pusieron “el Messi jordano”. Su madre quería que se dedicara a estudiar porque en Jordania no se trasciende en el fútbol, pero a Corea la bailó en el partido más épico de la historia de su pueblo, vividor de una fiesta nacional por el inusitado éxito en Qatar.

Todo mientras Ayman Safadi, ministro de Relaciones Exteriores de Jordania, dice que el desplazamiento forzado que Israel anunció sobre Rafah, enclave palestino de la Franja de Gaza donde viven un millón y medio de personas, podría provocar “una masacre de personas inocentes” que ya viven “en condiciones infrahumanas”.

Palestina ganó por primera vez en todos los tiempos un partido de la Copa Asia, contra Hong-Kong (3-0). Antes había empatado 1-1 frente a Emiratos Árabes Unidos, y entonces superó la fase de grupos. Nunca antes lo había hecho. “La mayor parte del tiempo nuestra cabeza está en otra parte. Tenemos miedo de volver al vestuario a revisar el teléfono porque podemos recibir mensajes que no queremos leer”, le había dicho el volante Mohammed Rashid a La Gazzeta Dello Sport.

Renacer

La final de la Copa Africana fue la parte occidental del continente hecha partido. Costa de Marfil y Nigeria se han disputado el liderazgo regional económico por décadas. La proliferación de diversos conflictos armados en Costa de Marfil, con centro en las guerras civiles de 2002 y 2011 -basadas en bregas por el poder a través de pugnas por la identidad nacional entre el norte esencialmente musulmán y el sur católico, con etnias supranacionales en escena-, facilitaron la avanzada de Nigeria como principal referencia en la zona.

Desplazada esa instancia, el mayor productor mundial de cacao (propone el 40% de la oferta mundial) se erige como una nación en plena remontada macroeconómica que pone un ápice de trascendencia a su proceso nacional a través de la organización de la Copa Africana. Costa de Marfil invirtió más de 4.000 millones de euros en armar el torneo. 3.200 de ellos son derivados de un préstamo del Fondo Monetario Internacional, buen aliado del octogenario presidente Ouattara, vinculado también a Francia en aspectos esencialmente militares. El certamen continental de fútbol es ambición de puesta en escena de cara a inversores internacionales con énfasis en una amplia renovación de infraestructura en carreteras, alojamiento y estadios. En ocasión del evento, dos millones de personas visitaron el país cuya tasa de crecimiento económico oscila en 7%, aunque la pobreza se sitúa en 39%, con una inflación en ascenso.

La torta tuvo su frutilla. Como las grandes historias, Costa de Marfil naufragó al inicio y se rehízo. Echaron al entrenador, el francés Gasset, al cierre de la primera fase, antes de que una serie de resultados hiciera carambola para que los anfitriones fueran el peor de los cuatro mejores terceros. Habían perdido 0-4 con Guinea Ecuatorial. Asumió Emerse Fae, de 39 años, con experiencia sólo en fútbol juvenil.

El equipo levantó hasta el cielo. Sebastian Haller marcó el gol del título para remontarle a Nigeria (2-1). Es ídolo africano: “Por supuesto que voy a ir a la Copa Africana. Preguntarme si voy a ir muestra la falta de respeto hacia África. ¿Se le habría preguntado esto alguna vez a un jugador europeo de cara a una Eurocopa?”, le dijo a un periodista en 2021 mientras los grandes clubes europeos presionaban para no ceder a sus jugadores al torneo.

Eligió al país de su madre por sobre Francia, donde nació. Superó un cáncer testicular en 2022. Hizo llorar a Didier Drogba, referente y exgoleador marfileño, en un palco de Abiyán, que al rato estalló con cuatro millones de personas poniendo, en espíritu y por un rato, el sello de integración a un país.

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