Pese su falta de antecedentes, Qatar no improvisa en términos deportivos. Su primer Mundial es la referencia concreta de una onerosa estrategia de desarrollo extendida por casi 20 años. El horizonte ha sido llegar al domingo, en Doha, al partido con Ecuador.

En 2004, al son de un potente impulso al fútbol local, la realeza qatarí fundó la Academia Aspire. Fue el paso adelante hacia la institucionalización de los procesos deportivos nacionales, caracterizados hasta entonces por la sistemática introducción de fichas extranjeras en la liga y selección. Todo desde la base: en un país de tres millones de habitantes, 90% es inmigrante. A ese drama estructural, Qatar lo matizó con inversión, ciencia y audaz sujeción a las reglas de la FIFA para la nacionalización de futbolistas. Con su copa a la vista, el éxito es evidente. Del ostracismo continental trascendió a la competencia y de allí al laurel, cimentando en la visión de futuro a la mejor versión de su historia. Justo a tiempo.

A cuatro años de su segunda medalla olímpica (la de bronce en halterofilia de Angel Popov, búlgaro nacionalizado que cambió su nombre a Said Saif Assad al ser reclutado por Qatar), el emirato concentró su ambición de progreso deportivo en la creación de la academia, un recinto de 250 hectáreas con espacios para la educación curricular y el entrenamiento físico especializado. Aulas, salas de conferencia, pista de atletismo, piscina olímpica, canchas de fútbol, handball, básquetbol, vóleibol, tenis. Un verdadero palacio para rumbear al país hacia el alto rendimiento deportivo.

Sobre el fútbol, siempre prioridad, se enfatizó la inversión en 2010, al ser designado Qatar como sede del Mundial 2022. Atrás quedaría la oleada de nacionalizaciones exprés, con creciente regulación de la FIFA. A nivel de estructura (y también de infraestructura), el modelo de desarrollo se basó en Clairefontaine, centro referencia en el rubro, valor central en la producción de talento francés y motivo de los éxitos galos que sucedieron a su concepción, en 1988. Óscar Tabárez lo visitó en ocasión del Mundial 98 y tomó nota para la posterior diagramación del proceso que encabezó en Uruguay. “Muchas cosas de nuestros conceptos de trabajo son un reflejo de Francia”, contó sobre la que considera “la mejor organización de selecciones del mundo”.

Como allí, en la Aspire qatarí se forma integralmente a jóvenes de entre seis y 18 años de lunes a viernes para competir los sábados y domingos (en el caso de Francia, los liberan a sus clubes). La base de la pirámide se hace ancha desde un entramado de captación que trasciende fronteras: África se ha tornado objetivo en la detección de jóvenes prospectos para trasladarlos a la academia. En Sudán, como ejemplo, fue seleccionado de niño Almoez Ali, ahora delantero insignia de Qatar. La extensión también implicó las adquisiciones de la Cultural Leonesa española y el Eupen belga, dos pequeños clubes en los que se foguean los mejores juveniles para elevar su nivel a partir de un roce competitivo que en Qatar no se halla.

La preparación va en todas direcciones. En el complejo hay un centro de medicina deportiva de avanzada, referencia mundial, con alta capacidad tecnológica en permanente progreso. Ejerce como sostén del entrenamiento y se complementa con un departamento de ciencia deportiva orientado a ocho rubros: bioquímica del deporte, fisiología del deporte, psicología del deporte, biomecánica del deporte, nutrición del deporte, investigación y aseguramiento de la calidad, detección de talento, fuerza y acondicionamiento. Todo se orienta al desarrollo específico de los jóvenes valores al compás de un crecimiento estructural sin parangón. Allí, además, se han tratado decenas de deportistas de élite en pos de recuperaciones.

El origen de Aspire coincidió con la explosión de talento del FC Barcelona, basado en el modelo craneado en La Masía, centro de formación infanto-juvenil catalán. Para emularlo, la academia recurrió a los servicios de Josep Colomer, director del fútbol base del Barcelona entre 2003 y 2005. Al compás de acuerdos con Sandro Rossell, expresidente blaugrana con el que se asoció para la gestión de Aspire (lo que le valió una comparecencia ante la Justicia española en 2017), Colomer sentó las bases del plan de desarrollo deportivo qatarí. Con él arribó Félix Sánchez Bas, barcelonés, exentrenador de La Masía, en breves mundialista.

Sánchez, hoy orientador del combinado mayor de Qatar, se enroló en la academia en 2006 para dirigir al equipo sub 16. Articuló los procesos de varias categorías hasta 2014, cuando pasó a la selección sub 19 con una generación que acompañó durante años hasta el fin de su etapa académica, a los 18 años. Hecha la transición, ganó la Copa Asiática juvenil y clasificó al Mundial sub 20 de Nueva Zelanda, en 2015.

El éxito catapultó al catalán a la selección mayor. Sustituyó al uruguayo Jorge Fossati en 2017 y consolidó a un equipo cimentado desde los campeones continentales juveniles del 2014. Una serie de buenos resultados -incluida una victoria amistosa ante Ecuador- precedieron al cenit del fútbol qatarí: el título absoluto de Copa Asiática en 2019. La final ante Japón plantó un hito insospechado en todos sus tiempos, pese a la exponencial evolución de algo más de una década.

Camino a su Mundial y en el afán de acercarse al nivel competitivo ofrecido en el más alto nivel, Qatar dispuso recursos e influencias para participar en la Copa Oro de Concacaf (cuya semifinal jugó), la Copa América e, inmutable, las eliminatorias de UEFA para la última Eurocopa. Juego y resultados son indicadores de progreso. Carente de fichas en las grandes ligas, sin referentes de relieve ni hábito de grandes disputas, se apresta a competir desde el rigor táctico demandado por rivales de jerarquía mayor que pueden impedir el desarrollo de su modelo de juego, propositivo y osado desde un dinamismo que generalmente se diluye en el último tercio. Lo que rasque, si rasca, será producto evidente de casi 20 años. Dos décadas para tres partidos.

Qatar versus Ecuador

El domingo a las 13.00 Qatar y Ecuador abren el Mundial. Hay ciertas conexiones entre los procesos de ambas selecciones.

El entrenador español Miguel Ángel Ramírez trabajó en Aspire y selecciones juveniles qataríes. Tras estar inmerso en la estructura de la academia y profundizar su formación en el juego de posición como modelo, pasó al Independiente del Valle ecuatoriano como director de fútbol base. El modelo deportivo institucional del club fue concebido, años atrás, a imagen y semejanza de la academia de Qatar.

Allí Ramírez lideró la imposición del estilo en todas las categorías formativas hasta hacerse cargo del primer equipo como entrenador principal. La transición resultó: fue campeón de la Copa Sudamericana en 2019 y el club se afianzó como referencia continental en formación de futbolistas, con un método concreto que ha dotado a Ecuador de una serie de jóvenes talentos que hoy fortalecen a la selección nacional.