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Una camiseta de Peñarol en la casa de Dios

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A la casa donde vivió Diego Armando Maradona con su familia por última vez, previo a su vida de adulto, le dicen la casa de Dios. El club Argentinos Juniors, donde debutó en primera a los 15, se la regaló para acercarlo de Fiorito. Sobre la cama, había una camiseta de Peñarol extendida.

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No soy de Peñarol pero soy de las causas populares. Por eso toco las cortinas de cemento del estadio Diego Armando Maradona, donde los actos teatrales iniciáticos y eternos del 10 corren en los pensamientos. En la esquina de San Blas y Boyacá, en pleno barrio La Paternal en Buenos Aires, se erige el recinto de Argentinos Juniors, donde Diego dio sus primeros pasos. Quizás el primer mural de todos los que pintan el barrio del bicho esté en esa esquina, no con la fineza de los muralistas más nítidos de la actualidad, pero con la admiración y el amor de una casita a metros del córner. Después de hacerse santo, el barrio se llenó de muros, o los muros descubrieron la belleza de las épocas que nos regaló.

Sobre Juan Agustín García, la gente que va a trabajar espera el 109 con la custodia de Maradona en todas sus facetas, la de técnico, la de jugador, la de estampita, la de defensor de los jubilados, que serán aquellos que se suben al bus contando los años.

Las calles Linneo, Álvarez Jonte y Gavilán forman una estrella de cinco esquinas donde está La Cafetería de Dios, un mundo kitsch maradoniano donde bolas de espejos esperan el brillo de la noche y los CD colgados reflejan la luz del día que queda. No hay una pared sin un semblante, en la tele un reguetón te hace mover el culo. Una especie de noche eterna donde Diego podría bailar siempre, con un café una mañana antes de ir a entrenar o con un champán a la noche para celebrar. En esas cinco esquinas también emerge uno de los murales más viejos y más hermosos del barrio.

No soy de Peñarol pero soy de mis amigos y mis amigas manyas. Y soy de ese pueblo que abre caminos cada vez, campo traviesa, para llegar a la hoguera del Campeón del Siglo.

Sobre la calle Boyacá está el Santuario de Maradona, un lugar para rezar. Mi amiga bostera me dijo “rezá por mí” cuando me despidió, a lo que le respondí “siempre”. Mi amigo el bostero me regaló el libro de Walter Lezcano sobre Rosario Bléfari y su eterna banda Suárez, la belleza del ruido. Peñarol, de las bellezas del ruido, de las causas populares. En el santuario de Diego te recibe Diego. Te extiende la mano, te invita a pasar cuando llegás dudando, te muestra lo último que colgaron, la última camiseta que llegó de tal país para ser bendecida. Diego es ahijado de Diego Armando Maradona, le pusieron Diego por Diego, y él te lo recuerda con humildad. En el santuario de Diego que cuida Diego, la belleza del silencio, otra de las bellezas del ruido.

Diego era de las causas populares y era de Peñarol. Y lo de Peñarol con Flamengo es una causa popular uruguaya. Ya sé que mis amigos bolsos me van a descansar, pero la vida es descanso. Lo mismo sería al revés. El país de Peñarol juega este jueves y en todos los santuarios del mundo del fútbol una camiseta aurinegra.

En el mismo barrio en La Paternal está la primera casa que tuvo el Diego. Maradona tenía 18 años cuando la Asociación Atlética Argentinos Juniors le entregó la propiedad de la calle Lascano entre Bernardo de León y Gavilán, donde vivió por última vez con sus padres y sus hermanos y hermanas. La casa que le compró el club para que esté cerca de la cancha, y la primera después de la eterna casa, la de los orígenes, la de Fiorito. La casa es un museo o el alma.

Los muebles de la casa donde vivió el astro del fútbol mundial junto a su familia entre 1978 y finales de 1980 te permiten entrar en la película. Como el terciopelo de un sillón de un cuento de Cortázar, las poltronas donde Diego hablaba por teléfono con la Claudia, que vivía unas casas más allá en la misma calle de La Paternal, tienen el roce. Si parece que se los ve apretar apurados contra el empapelado. El patio donde corrían Lalo, Hugo, el que dijo que su hermano era un marciano, Ana María, Lili, Kity, María Rosa y Cali da a una escalera que sube al cielo.

En el cielo hay un parrillero y el cuarto de Diego; los discos que escuchaba, la cama destendida y la ventana por donde salía más rápido al baño en la terraza. Cada detalle de la casa se conserva con amor de abuela. Todo se tiñe de un color pastel entrañable. Se te caen las velas que quedan prendidas. Es como una iglesia. Y en la cama destendida donde Diego dormía, alguien extendió una camiseta de Peñarol. Saltó las vallas del museo, o pidió permiso, como dijeron después, y la extendió sobre la cama que tiene un pegotín que dice Soccer con un corazón estampado en la pared.

En la casa de Dios, una camiseta de Peñarol. Fue un uruguayo, aseguraron: se fue recién, nos pidió que la dejáramos hasta el viernes.

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