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Captura de video de la empresa Boston Dynamics.

Contrarrestar las alteraciones estructurales

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Michael Spence, premio Nobel de Economía, evalúa las opciones de los formuladores de políticas para mitigar las consecuencias distributivas adversas del comercio y la tecnología.

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Desde la globalización hasta la inteligencia artificial, poderosas fuerzas están impulsando el cambio estructural en las economías desarrolladas y en desarrollo por igual.

Las políticas comerciales y de desarrollo tecnológico casi siempre tienen consecuencias distributivas. Puede haber algunas excepciones en donde la implementación de una política genera ganancias o ninguna pérdida prácticamente para nadie -lo que los economistas llamarían “eficiencia de Pareto”-. Pero estas instancias son relativamente ocasionales. Se podría decir que, para los países en desarrollo en etapa temprana, el modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones que atrae mano de obra excedente a la fabricación en proceso de modernización, y a los sectores urbanos, se acerca bastante a este estándar. Pero, aún en esos casos, las ganancias no se distribuyen de manera equitativa, y la desigualdad de ingresos normalmente aumenta.

El impacto distributivo es la norma, al interior de los países y entre las fronteras nacionales. Los países en desarrollo exitosos experimentan un cambio estructural como parte del proceso de crecimiento. Los beneficios de largo plazo de la exposición a los mercados y a la inversión globales son muy grandes, e impulsan tanto el crecimiento como ajustes estructurales significativos en términos de empleos, capacidades y capital humano. Pero algunos sectores resultan, inevitablemente, perjudicados.

Para garantizar que las nuevas oportunidades económicas y las presiones no sobrecarguen la capacidad de adaptación de los países en desarrollo -particularmente de la fuerza laboral-, los responsables de las políticas deberían gestionar el ritmo y la secuenciación del proceso de apertura en comercio, inversión y la cuenta de capital. Por ejemplo, si la creación de empleo neto -empleos creados menos empleos perdidos- resulta negativa, la apertura puede estar sucediendo demasiado rápido.

Los esfuerzos por calibrar el ritmo de apertura deberían complementarse con cierta redistribución hacia la gente o los sectores perjudicados, pero no a expensas de la inversión. Más importante, para respaldar la creación de un patrón inclusivo de ajuste estructural, el gobierno debe invertir profusamente en educación de alta calidad y asequible (ya sea de bajo costo o gratuita) para la gente joven, y en capacitación para los trabajadores de más edad.

Todo esto es vital para garantizar que las políticas que sustentan el modelo de crecimiento cuenten con el apoyo de la población; de lo contrario, la oposición política probablemente altere, o incluso interrumpa, la estrategia de crecimiento.

Estos desafíos no se limitan a las economías en desarrollo. El comercio, la inversión y la tecnología tienen efectos significativos en la estructura económica, en los precios relativos y en la distribución de los ingresos y de la riqueza en casi todas partes. Un documento reciente sostiene que el comercio con China no sólo tiene efectos negativos directos en el empleo y los salarios en el sector manufacturero de Estados Unidos, sino que también genera efectos adversos en los proveedores de productos intermedios.

Sin duda, los autores del documento concluyen que, para Estados Unidos, el comercio con China arroja beneficios netos, porque el efecto distributivo positivo -un amplio rango de industrias gana acceso a productos intermedios más baratos- es mayor que la combinación de los efectos negativos directos y distributivos. De todos modos, el comercio entre Estados Unidos y China todavía tiene importantes implicancias distributivas porque los efectos negativos están más concentrados por sector y geografía, mientras que los efectos positivos se propagan ampliamente. Esto, probablemente, haya tenido un impacto significativo en la actitud de los norteamericanos frente al comercio con China -y, por ende, en la política comercial de Estados Unidos en general-.

Por supuesto, el debate sobre el comercio con China es particularmente acalorado en Estados Unidos, debido principalmente a las acusaciones de que China ha violado las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Pero se trata de una conclusión falsa. Sin duda, hay muchos casos de países en desarrollo que no cumplen estrictamente con las reglas de la OMC. Pero los efectos estructurales y distributivos del comercio no dependen de que un país cumpla con las reglas de la OMC, sino más bien de su estado de desarrollo, la escala del comercio y sus ventajas comparativas.

La gravedad del llamado “shock de China” en Estados Unidos reflejó su velocidad y magnitud. El error de los responsables de las políticas fue prestar relativamente poca atención a modular la velocidad de la transición o respaldar a quienes resultaron afectados por el ajuste estructural.

Pero desacelerar el ritmo del cambio estructural es más fácil de decir que de hacer, particularmente cuando se trata de la transición verde -otro motor clave del cambio estructural hoy-. Décadas de inacción se traducen en que las reducciones rápidas de las emisiones de gases de efecto invernadero ahora son extremadamente necesarias. Pero esto ya está creando alteraciones importantes con serias implicancias distributivas. En tanto estos efectos crezcan, también lo hará la resistencia a las iniciativas necesarias.

Un tercer motor de transformación estructural hoy es la tecnología. Como han documentado David Autor y otros, incluso antes de los últimos avances en inteligencia artificial (IA), la tecnología digital ya venía eliminando empleos de rutina (codificables), principalmente de ingresos medios, en la economía, lo que condujo a una polarización de los empleos y de los ingresos. Este fenómeno se puede observar en todas las economías avanzadas.

Para agudizar el desafío en Estados Unidos, el crecimiento de la productividad ha adoptado una estrategia dual. Como he observado recientemente junto con Belinda Azenui, los avances en el aprendizaje automático han permitido que la productividad creciera rápidamente en lo que los tecnólogos llaman la “capa de bits” de la economía -donde se accede a la información, se la procesa, se la almacena y se la utiliza, donde ocurren las transacciones y donde se toman las decisiones-.

Pero en la “capa de átomos”, donde tiene lugar la actividad económica física, el crecimiento de la productividad es mixto -más alto en entornos estructurados como la manufactura y la logística, y más bajo en otras partes, entre ellas sectores de alto empleo como la hospitalidad-. Si estas tendencias -y la inacción de los responsables de las políticas- persisten, la brecha en la productividad e ingresos seguirá ampliándose.

En un artículo de 2022 titulado “La trampa de Turing”, Erik Brynjolfsson sugería que la agenda de investigación de IA está excesivamente concentrada en la inteligencia artificial similar a la humana, en base al famoso test de Turing: ¿una persona que interactúa con una máquina puede determinar si es una máquina? Claramente, ese parámetro ha producido avances asombrosos. Pero Brynjolfsson sostiene que debe complementarse con una agenda de aumentación automática más agresiva y bien financiada. El objetivo de desarrollar vehículos semiautónomos debe estar acompañado de un empuje para impulsar la productividad de un amplio rango de empleos en el sector de servicios.

Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor emérito de Economía y exdecano de la Escuela de Posgrado de Negocios de la Universidad de Stanford. Copyright: Project Syndicate, 2023. www.project-syndicate.org.

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