La inteligencia artificial (IA) es la estrella del momento para las grandes empresas. Las compañías se desesperan por mostrar cómo van a utilizar los nuevos modelos de IA generativa, y los medios están plagados de historias sobre el potencial transformador de la tecnología. No se puede negar que podría aumentar significativamente la productividad, pero ¿quién saldrá beneficiado? La huelga1 en curso del Sindicato de Escritores de Estados Unidos (WGA) puede ofrecer una respuesta.
Los guionistas de Hollywood enfrentan un futuro que pronto enfrentarán todos los trabajadores del conocimiento –y sin el beneficio de una representación gremial–. Lo que está en discusión es cómo se utilizará la IA y quién lo hará. ¿Los productores de televisión y de cine considerarán la IA como una manera de reemplazar a los escritores y reducir costos, o la utilizarán para crear contenido de mejor calidad, empoderando a los trabajadores creativos para que sean más productivos y obtengan mayores ingresos?
Ya hemos recorrido un camino similar antes. A comienzos del siglo XX, las rápidas mejoras en las tecnologías de fabricación, como las líneas de ensamblaje móviles y la maquinaria eléctrica, generaron un marcado incremento de la productividad.2 Henry Ford, un pionero a la hora de aplicar estas tecnologías, estimaba que la maquinaria a motor “por sí sola probablemente haya duplicado la eficiencia de la industria”, a la vez que permitió la construcción de fábricas mucho más grandes.3 Sin embargo, los trabajadores no compartían automáticamente estas ganancias. Por el contrario, eso recién sucedió cuando se crearon nuevas tareas y cuando los trabajadores adquirieron el suficiente poder de negociación como para exigir mejores salarios. Estos son los dos pilares de la prosperidad compartida.
Mientras que Ford y sus contemporáneos efectivamente automatizaron algunos procesos, sus fábricas mejoradas también introdujeron muchas actividades nuevas que exigían mano de obra humana –desde la preparación de materiales y el mantenimiento de maquinarias hasta las operaciones de coordinación–. Estas tareas ampliaron el aporte de los trabajadores a la producción y se tradujeron en un gran incremento de la demanda de mano de obra. En 1899, la industria automotriz de Estados Unidos empleaba a unos pocos miles de trabajadores, que producían alrededor de 2.500 vehículos por año. En 1929, Ford y GM fabricaban, individualmente, 1,5 millones de autos anualmente (siendo que la producción total de autos en Estados Unidos era de alrededor de 4,5 millones), y la industria empleaba a más de 400.000 personas.
El segundo pilar es el poder de negociación. La famosa huelga de brazos caídos en GM en 1936-1937 fue un paso clave para alcanzar un reconocimiento sindical, mejores condiciones de trabajo y una mayor compensación para los trabajadores. A lo largo de varias décadas, el nuevo equilibrio que se desarrolló entre el sector gerencial y los trabajadores en la industria automotriz contribuyó a un crecimiento salarial acelerado. Parte de lo que hizo esto posible fue el énfasis en una formación y capacitación continua de los trabajadores para realizar nuevas tareas. Tanto empleadores como empleados se beneficiaron con las alzas de productividad.
En los años 60, la producción automotriz de Estados Unidos se había duplicado respecto de los años 20,4 y los cuatro principales fabricantes empleaban a 1,3 millones de trabajadores –más de tres veces por encima del empleo del sector cuatro décadas antes–. Asimismo, las ganancias ajustadas por inflación de las firmas dominantes, GM y Ford, eran aproximadamente cinco veces más altas que en décadas anteriores.
El ascenso de la mano de obra organizada en la industria automotriz también estableció un modelo de negociaciones entre el capital y los trabajadores que implementaron otras industrias. Imaginemos qué habría pasado si las empresas manufactureras hubieran intentado adoptar “fábricas sin trabajadores” en los años 50, como algunos habían comenzado a proponer. El crecimiento de la productividad (para no mencionar la prosperidad compartida) se habría visto marcadamente perjudicado en tanto se socavaban o se perdían los aportes humanos al trabajo técnico, al diseño, al mantenimiento, a la inspección y a la resolución creativa de los problemas.
Hoy enfrentamos cambios igual de revolucionarios, ahora que los ejecutivos están considerando la manera de aplicar la IA generativa a todos los componentes de la producción y distribución de conocimiento. Las empresas tecnológicas líderes enfrentan muchas de las mismas elecciones que los fabricantes de autos tuvieron que hacer a comienzos del siglo XX. ¿Se deberían utilizar las nuevas tecnologías poderosas para automatizar el trabajo del conocimiento y a los trabajadores complementarios? ¿O la IA podría convertirse en una herramienta para impulsar la productividad y la creatividad de los trabajadores? Mucho dependerá de si los trabajadores tienen voz y de cómo esas elecciones afecten la productividad y la calidad del producto.
Existen motivos para pensar que la huelga del WGA podría ser más importante aún que las luchas por el reconocimiento sindical en las fábricas de Ford y GM hace 100 años. Para empezar, los trabajadores creativos de Hollywood están muy bien organizados y tienen una fuerza única en comparación con los trabajadores en otros sectores. Si no tienen éxito, otros trabajadores del conocimiento tendrán aún menos oportunidades de forjar el futuro del trabajo y la tecnología.
Las elecciones que tenemos por delante son históricas, porque los productores cinematográficos pueden sentir la tentación obvia de elegir el camino fácil de “automaticemos todo lo que podamos”. Esta estrategia puede ser rentable en el corto plazo si permite que se produzcan más espectáculos a bajo costo, con menos guionistas, actores y otro personal. Pero las ganancias y la producción de alta calidad de los estudios no son lo mismo. Todavía no hay nada que sustituya el ingenio y la creatividad humanos. Si miramos más allá de la alharaca actual, debería resultarnos evidente que es poco probable que predecir la próxima palabra en una oración y agregar la “sabiduría” disponible en internet vaya a generar una producción artística superior –aun si los grandes modelos de lenguaje produjeran sitcoms mediocres–.
El camino fácil es especialmente costoso por lo que deja de lado. La IA generativa podría convertirse en una herramienta inmensamente beneficiosa en manos de artistas creativos, ayudando con la investigación y el desarrollo de nuevas ideas. Si podemos encontrar la manera de avanzar por el buen camino, la IA podría impulsar aún más el progreso tecnológico y fomentar los retornos generados por el ingenio humano.
Mucho está en juego en la huelga de los escritores. Obviamente, sería un desastre para los trabajadores si son marginados por los estudios cinematográficos. Los trabajadores del conocimiento –y, de hecho, todos los trabajadores– deberían esperar que el WGA y sus miembros logren demostrar no sólo de qué manera los sindicatos pueden hacer subir los salarios en el corto plazo, sino también cómo se puede utilizar la tecnología para respaldar la creatividad, en lugar de simplemente desplazarla.
Daron Acemoglu, profesor de Economía en el MIT, es coautor (junto con Simon Johnson) de Power and Progress: Our Thousand-Year Struggle Over Technology and Prosperity (PublicAffairs, 2023). Simon Johnson, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional, es profesor en la Escuela de Gestión Sloan del MIT y coautor (junto con Daron Acemoglu) de Power and Progress: Our Thousand-Year Struggle Over Technology and Prosperity (PublicAffairs, 2023). Austin Lentsch es investigador en Blueprint Labs del MIT. Copyright: Project Syndicate, 2023.