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Actividad de Traza en el Jardín Botánico.

Foto: Pablo Vignali

Niños conocen el patrimonio natural con una propuesta artística de exploración

3 minutos de lectura
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Desde el Jardín Botánico pueden redescubrir la naturaleza por medio del juego.

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Como si fuera la primera vez que descubren que se puede jugar con la naturaleza, los niños pasan por la experiencia de Traza y quedan deslumbrados. La iniciativa es impulsada por Cecilia Canale y Cecilia Vilarrubí, especialistas en educación por el arte que han trabajado con niños en museos pero sentían que faltaba un proyecto concentrado en el patrimonio natural. Este año unieron esfuerzos con el Jardín Botánico de Montevideo y crearon lo que ellas denominan “un acercamiento sensible para generar una experiencia memorable”. La jornada varía según las edades de los niños, pero, a grandes rasgos, consiste en “actividades con un dispositivo lúdico que les permita acercarse al patrimonio a través del juego y la exploración”, detalló Canale a la diaria.

Para la especialista, “hay pocas propuestas de calidad para la primera infancia referentes a experiencias estéticas, que tengan que ver con revalorizar el patrimonio desde una vivencia y no desde algo técnico, meramente informativo”. En esto concuerda Álvaro Carámbula, referente del Jardín Botánico, quien destacó la importancia de una propuesta que trabaje el lado artístico, que aún no estaba siendo explotado por la institución: “Nos faltaba visualizar el patrimonio en el arte; sí vemos lo natural, tenemos un sistema de educación ambiental con visitas para escuelas y liceos, para la tercera edad y para el turismo. Pero la recorrida que damos los técnicos gira entorno a las plantas y sus propiedades. En realidad somos un museo y nos faltaba esa parte de arte”.

Desde Traza afirman que se diferencian de otras propuestas por su diseño. Por un lado, piensan en una vivencia lúdica “en la que el niño pasa por distintas situaciones y, sin perder lo sencillo, se busca que tengan una experiencia estética que integre distintos lenguajes: la música, la imagen, el cuerpo en movimiento”, detalló Canale. Por otra parte, diseñan un “dispositivo lúdico, un objeto que actúa como mediador entre la obra y la experiencia”, agregó Vilarrubí.

Tocar para creer

la diaria estuvo con los niños de los niveles cuatro y cinco años del colegio Sayago cuando visitaron el Jardín Botánico y participaron en la experiencia. Allí los recibieron las referentes de la propuesta y comenzó una actividad de casi una hora que terminó con niños fascinados por hojas y semillas que prometían volver con sus padres. “Ese es el valor diferencial de Traza: el diseño de una experiencia que deje una huella sensible en sus memorias; es una valoración disfrutable del museo, por eso quieren volver. Nosotras queremos que sean promotores de cultura”, comentó Canale.

La primera parte de la visita transcurre en el patio, donde comienzan trabajando la idea de que el Botánico no es un parque sino un museo: “Es importante que entiendan que es un lugar donde se investiga, que no es, por ejemplo, un vivero”, subrayó Vilarrubí, aunque también señaló que “no es un museo como los demás y por eso pueden ver gente corriendo y las cosas se pueden tocar”. Después de presentarles el lugar comienza el primer acercamiento con la naturaleza: le dan a cada niño una semilla mientras tienen los ojos cerrados. Hay muchas variedades con diferentes colores, olores y texturas, y rápidamente comienzan a intentar adivinar qué tienen entre manos. Luego, a medida que sonaba un palo de agua, los niños debían estirarse y crecer como si fueran árboles frutos de esas semillas. Cuando terminaron, pudieron elegir el árbol que querían ser y, en vez de señalarlo –entre las decenas que tenían alrededor para elegir–, un par de niños decidieron ir a tocarlo. Gracias a ese impulso terminaron abrazados a los troncos y comentaron las diferentes texturas, las partes que podían salirse y los insectos que había ocultos en las ramas. Las especialistas en arte comentaron que estos impulsos que se salen del guion son muy frecuentes porque los niños se sienten libres al estar rodeados por la naturaleza y muchas veces protagonizan escenas inesperadas.

Dentro del salón trabajan en pequeños grupos. Hay unos carros llenos de semillas y hojas, se da a los niños una cartulina blanca y ellos, con los distintos elementos con que cuentan, componen, buscan las diferencias y, en equipo, crean algo. El grupo que hizo un nido llevó a la cartulina tantos elementos que tuvieron que pasar a trabajar en la alfombra; otro grupo empezó creando la figura de un indio que evolucionó en un castillo mágico; otros representaron a un gato con la cola hecha de pinchos.

Después, mediante un proyector, cada grupo pudo crear una escenografía natural en la que, entre luces y sombras, aparecían los dibujos de animales uruguayos que hizo años atrás Dámaso Antonio Larrañaga. Esa referencia directa a un arte más tradicional se sumaba a algunos fragmentos de dibujos de árboles del artista contemporáneo Pedro Cracco.

La imaginación se iba en cualquier dirección, las creaciones se hacían y deshacían, buscaban elementos y los abandonaban, se distraían cada vez que una semilla hacía ruido o desprendía olores extraños; los pequeños hacían chocar las hojas con las ramas, las movían o las pisaban mientras se reían y corrían a mostrarles a sus maestras los nuevos descubrimientos. Estaban explorando una naturaleza que les es cotidiana pero en la que no habían reparado hasta entonces.

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