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Ilustración: Luciana Peinado

Reivindicar el derecho de las mujeres al placer: una de las estrategias feministas frente al discurso del “terror sexual”

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Especialistas proponen el empoderamiento sexual ante un relato que impone el miedo como herramienta de control de los cuerpos feminizados.

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Leído por Abril Mederos.
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En los últimos años, movimientos impulsados por mujeres y grupos feministas de distintas partes del mundo rompieron el silencio en torno a la violencia sexual. Lo hicieron en las calles, en las redes sociales, en algunos medios, en talleres, en reuniones entre amigas y en cada lugar en el que se habilitó el espacio. Contra sentencias judiciales sin perspectiva de género, contra coberturas mediáticas revictimizantes, contra un sistema que no les cree a las mujeres. Sin embargo, este tipo de violencia no amaina, la naturalización de estas conductas persiste y las víctimas de delitos sexuales todavía son estigmatizadas, culpabilizadas y sus relatos cuestionados cada vez que se animan a denunciar.

El activismo feminista contra la violencia sexual en Uruguay tomó un nuevo impulso este año, en el que se mediatizaron tres casos de violación grupal en apenas tres meses. El primero fue el de Cordón, que activó la organización de las movilizaciones contra la cultura de la violación que se desplegaron el 28 de enero en todo el país. A fines de febrero se supo que tres policías de la Guardia Republicana fueron imputados por violar a dos mujeres en un patrullero. En tanto, a principios de este mes, una adolescente denunció haber sido violada por varios hombres durante una fiesta organizada por el Partido Nacional para celebrar la victoria del No en el referéndum de la ley de urgente consideración. Estos son sólo los casos que llegaron a los medios.

Las manifestaciones de enero fueron emblemáticas porque, por primera vez en Uruguay, mujeres de todo el país se organizaron para repudiar en las calles la cultura que naturaliza las distintas formas que adopta la violencia sexual y dejar claro que el silencio en torno a estas situaciones no va más. Fue una versión local de otros movimientos que en los últimos cinco años encendieron las alarmas contra la violencia sexual alrededor del mundo, desde el #MeToo en Estados Unidos, el “Hermana, yo sí te creo” en España o el “Mirá cómo nos ponemos” en Argentina, y que posiblemente tuvo un primer antecedente con la irrupción de las denuncias de #VaronesCarnaval en 2020.

Romper el silencio, manifestarse públicamente y reivindicar el derecho de las mujeres a vivir libres de toda forma de violencia basada en género es indispensable. Pero también lo es buscar alternativas para escapar al discurso del “terror sexual” –ese que desde niñas busca transmitirnos el miedo a ser violadas– y reivindicar el derecho al disfrute, al deseo, al placer y a una sexualidad que no esté vinculada al castigo, al temor y que ubique siempre a las mujeres en el lugar de víctimas.

Durante la movilización de enero en Montevideo, una mujer sostenía un cartel que decía: “Deseo sexual sin miedo”. Las cuatro palabras sintetizan bien lo que reivindican algunas autoras y especialistas feministas cuando ponen arriba de la mesa el derecho al goce sexual contra el mandato que se nos impone de no salir a la calle solas, no vestirnos de tal o cual manera, no consumir alcohol o no tener relaciones sexuales con desconocidos, entre otras estrategias para evitar un abuso.

“Los últimos años han sido los de la ruptura del silencio: en todo el mundo miles de mujeres han compartido sus experiencias de violencia y acoso sexual. Pero ese discurso, necesario, debe ir acompañado de otro: el del placer de las mujeres. Frente al terror sexual, el feminismo pone sobre la mesa el deseo, la autonomía, el derecho de las mujeres a ser sujetos del sexo y del placer y no sólo objetos”, asegura la periodista feminista española Ana Requena Aguilar en su libro Feminismo vibrante (2020). “El camino no es fácil: la sexualidad ha sido una de las armas del patriarcado para disciplinar a las mujeres. Por eso, ahora más que nunca, necesitamos afianzar un relato feminista que nos permita combatir los estereotipos que aún nos lastran, reconstruir el deseo y la forma en que nos relacionamos, y conquistar el derecho al placer”, plantea.

En el mismo sentido se pronuncia la periodista feminista argentina Luciana Peker cuando asegura que “la revolución es una revolución del deseo”. “Se opone al abuso, al acoso y a la violencia. Y está a favor de un deseo en donde las mujeres, las jóvenes, las lesbianas, trans, travas y otras identidades sexuales tengan voz, palabra, poder y piel”, afirma Peker en Putita golosa. Por un feminismo del goce (2018). Aclara que “el freno a la violencia no es puritanismo, sino, por el contrario, una pelea por el placer”. Pero, ¿por dónde empezar?

Terror sexual, disciplinamiento y reacción

Para cambiar la estrategia hay que entender dónde estamos paradas. Tal como dice Requena Aguilar, el sexo ha sido históricamente un mecanismo de control del patriarcado. En esa lógica, el discurso del terror sexual es sólo una de las múltiples ramas desplegadas. “El terror sexual aparece, por ejemplo, cuando agarramos una situación de violencia sexual y la usamos mediáticamente para instaurar miedo en otras mujeres”, explicó a la diaria Victoria Marichal, psicóloga feminista especializada en sexualidad y violencia sexual. “Eso después lleva a discursos no solamente desde los medios de comunicación, sino también desde los otros agentes socializadores, como pueden ser las instituciones educativas y la familia, cuando nos dicen ‘cuidate’ o ‘mirá lo que pasó, te puede pasar a vos también’”, señaló.

Para la psicóloga, esto no sólo genera que las mujeres crezcan “con el miedo de saber que eso nos puede pasar”, sino que además “se restringe la libertad, porque si nos pasa es porque fue culpa nuestra, que no nos cuidamos lo suficiente”. La restricción de la libertad, la culpa y el silencio “operan de una manera en la cual lo que terminamos haciendo es recluirnos al espacio privado. Es una forma que tiene el sistema de volvernos a llevar a lo privado”, aseguró Marichal.

El recrudecimiento de todas las violencias machistas, incluida la sexual, parece ser un nuevo intento de confinar a las mujeres a la casa y a los roles tradicionales estereotipados. “Estas violaciones masivas que surgieron son distintas formas de querer volver a poner a la mujer en su casa, recatada, sin derechos. Por distintas vías, se está tratando de cortar los derechos que fuimos ganando en estos últimos tiempos”, analizó la antropóloga feminista Susana Rostagnol en diálogo con la diaria.

Peker asegura que la reacción conservadora que ha surgido en los últimos años para oponerse, rechazar o intentar revertir los avances logrados por los feminismos tiene un capítulo específico contra las “mujeres deseantes”. Lo pone en términos de “represalia” y de “venganza”. Y afirma: “Lo que jode es el deseo”.

“Cuando las mujeres ponemos arriba de la mesa nuestro deseo, del otro lado hay una reacción porque implica un movimiento del rol histórico de pasividad que tiene que ver con aceptar y complacer”, opinó Marichal. “Hay una gran parte de la población masculina que tiene muchas resistencias y muy poca flexibilidad a la hora de aceptar cambios que, en realidad, son para beneficio de todas, todos y todes, como pensar que la sexualidad y la vida pasen a ser feministas”, agregó.

Por su parte, Sabrina Martínez, licenciada en Comunicación, educadora sexual y responsable del taller de sexualidad y erotismo feminista Affidamento, dijo a la diaria que hay problemas “jodidos de verdad”, como la pedofilia o la explotación sexual infantil, que no generan “tantos movimientos en el debate público” como cuando una mujer “se hace cargo de su deseo”, y eso “tiene que ver con que nuestros cuerpos y nuestro deseo son parte de lo público”.

Al igual que las demás expertas consultadas, Martínez consideró que “estas reacciones, que no son nuevas pero que estamos viendo cada vez más, como las violaciones grupales, son acciones fuertemente deliberadas de las masculinidades hegemónicas para generar un reordenamiento de la sexualidad”.

Pero, como dice Requena Aguilar en su manifiesto por un “feminismo vibrante”, “necesitamos que el discurso feminista y la conversación pública no gire sólo alrededor de la violencia sexual y el miedo”, sino que “vire y ponga su mirada y su palabra, su atención, en nuestra sexualidad, en nuestro placer, en nuestro deseo, en lo que queremos y deseamos, y no sólo en lo que no queremos, en lo que tememos, en lo que rechazamos”.

Por el derecho al goce

¿Cómo hacer para que el sexo y el deseo no sigan siendo una forma de control y de disciplinamiento? ¿Qué implica pensar la sexualidad, el placer, el goce y el deseo desde una perspectiva feminista? ¿Cómo lo ponemos en práctica? Según Marichal, implica primero “poder hablar de la sexualidad libre, sin prejuicios y donde nuestro placer esté en el centro, porque históricamente nuestra sexualidad ha estado puesta al servicio del deseo masculino”.

La profesional dijo que es importante “empezar a hablar de nuestros cuerpos, de que tenemos derecho a disfrutar y que la sexualidad no es solamente privilegio masculino”, y aseguró que la educación sexual integral juega un papel fundamental al poder brindar “herramientas de autoconocimiento” que, entre otras cosas, permiten “hacer algo en el momento en que nos violentan, pedir ayuda y saber que lo que nos pasó no fue por nuestra culpa”.

El primer paso para sacar la culpa de arriba de la mesa es, justamente, “cortar con el discurso del miedo”, apuntó Marichal. Un punto que para la psicóloga es crucial en este proceso es romper con el estigma que gira en torno a las sobrevivientes de violencia sexual y visibilizar que “pueden tener una vida llena de bienestar, placer, goce, deseo, y recuperarse de lo que vivieron, y que para eso se necesita un montón de apoyo, por lo que hay que seguir exigiendo [respuestas] al Estado y a las instituciones”. A su entender, es necesario incluir esta “otra cara” en el discurso porque “siempre se intenta transmitirnos que, si te pasa esto, tu vida va a estar arruinada, entonces no solamente tenemos miedo a lo que nos puede pasar, sino también a todas las consecuencias horribles que eso va a tener y de las que además aparentemente no nos vamos a recuperar”.

Otra estrategia es abrir el diálogo, antes que nada con nosotras mismas: “Poder preguntarme qué me gusta, qué disfruto, cuándo sí, cuándo no, de qué manera”. También es importante “erotizar la palabra” de forma que el “no” y el “sí” sean parte de los encuentros sexuales. “Erotizar la palabra en los encuentros sexuales tiene mucho que ver con vivir una sexualidad de manera feminista porque nos acercamos más a poder guiar la sexualidad por fuera de los patrones patriarcales establecidos, generar nuevos guiones que son individuales, subjetivos y que van a ir variando de pareja a pareja y de persona a persona”, explicó Marichal. Igual de importante es poder entender que “la sexualidad no es una sola” y que “el deseo es variable”.

Para Martínez, “cuesta mucho todavía pensar en dónde está el erotismo por fuera de los términos en los cuales el patriarcado lo ha construido”, e incluso “muchas veces hay discursos actuales en torno a la idea de la emancipación sexual, de la liberación o del contacto con el propio cuerpo que no dejan de ser más que reescrituras o reelaboraciones patriarcales neoliberales, fuertemente ancladas en esta idea del deseo como algo individual”.

“Para mí, el goce de mujer es que no me hagan lo que me hicieron históricamente. Después, cómo nos gozamos y qué es lo que queremos no lo sabemos todavía, y eso es parte de lo que estamos intentando poner en conversación ahora”. Sabrina Martínez

La educadora sexual consideró que “no se trata sólo de reivindicar el derecho al placer sexual”, sino también de preguntarnos si existe un goce específico de las feminidades. “El goce más genérico es aquel que nos cuida de prácticas opresivas”, puntualizó. “Para mí, el goce de mujer es que no me hagan lo que me hicieron históricamente. Después, cómo nos gozamos y qué es lo que queremos no lo sabemos todavía, y eso es parte de lo que estamos intentando poner en conversación ahora”.

¿Y los varones?

Peker define la “revolución del deseo” como “un sismo que genera fricciones, desencuentros, destemporalidades y dolores, pero también habilita nuevas formas de encuentro”. Para la autora, el desafío principal es que los varones “estén dispuestos a escuchar y ser parte del cambio”. “El feminismo del goce también es una revolución (que exige, a veces, dar un paso al costado y renunciar a algunos privilegios) y que da más libertad, placer y posibilidad de exploración a los muchachos”, asegura en Putita golosa.

Marichal, Martínez y Rostagnol coinciden en que, para que las mujeres puedan vivir una sexualidad gozosa y libre de violencia, los varones tienen que estar dispuestos a revisar sus prácticas, actitudes y maneras de vincularse. Una vez más, la educación sexual integral aparece como una herramienta fundamental.

“Necesitamos menos aliados y más desertores del patriarcado que digan ‘esta no es la forma en la que quiero vincularme, y el deseo de la otra persona es igual de válido que el mío’”. Victoria Marichal

“Necesitamos programas de educación sexual que incluyan a los varones en la comunicación, en la empatía, en leer el deseo de las otras personas”, señaló Marichal. La psicóloga feminista hizo un llamado a “repensar” las masculinidades, en principio abandonando la expresión “masculinidades tóxicas” cuando “lo que hay, en realidad, es una masculinidad patriarcal y violenta que es la predominante”. “Necesitamos menos aliados y más desertores del patriarcado y de la masculinidad hegemónica, que digan ‘esta no es la forma en la que quiero vincularme, y el deseo de la otra persona es igual de válido que el mío y tiene el mismo lugar en esto’”, señaló.

“Sólo vamos a poder tener relaciones más equitativas cuando todos los intervinientes estén de acuerdo”. Susana Rostagnol

Al mismo tiempo, insistió en el papel principal que tienen los varones para ponerle un freno a la violencia sexual, ya que son quienes la ejercen. En ese sentido, dijo que no se trata sólo de dejar de ejercer violencia, sino también de que “dejen de ser cómplices de sus amigos” cuando tienen conductas violentas. “El cambio va a empezar cuando ellos puedan tomar ese rol activo de hacer algo con quienes ejercen violencia, desde hablar, comunicar, repensar e intentar generar medidas reparatorias para quienes han sufrido estas violencias”, aseguró.

Por su parte, Rostagnol afirmó que “sólo vamos a poder tener relaciones más equitativas cuando todos los intervinientes estén de acuerdo”. Para eso, “es importante que poco a poco los hombres empiecen a entender que ellos no son los dueños de la sexualidad, del tener sexo, del deseo, o que su deseo se debe privilegiar”, y que las mujeres también “tenemos cuerpos deseantes”.

Para Martínez, pensar la socialización de la masculinidad implica que los varones “se atrevan a transitar procesos de revisión de su crianza, de sus procesos de socialización, de los modos en los que se vinculan, para poder pensar cómo esas dinámicas se relacionan cuando salen a la vida a estar con otras y con otros”. En esa línea, dijo que es necesario “generar espacios entre varones”, pero también “tienen que salir a conversar con las mujeres, hacer preguntas y hacerse cargo”.

“También me pregunto por qué yo, como mujer, tendría que tener la respuesta a qué tienen que hacer los varones. Yo no sé mucho y, además, ya de demasiadas cosas nos estamos ocupando nosotras”, cuestionó. “Me interesaría mucho más escuchar a los varones, y parte de esto tiene que ver con entender que sea posible que otros varones puedan expresarse en torno a eso”.

La educadora sexual apuntó además a la responsabilidad institucional, que tiene que ver con la “gran ausencia de educación sexual integral” y el “poco acceso que tienen los varones a un sistema de salud que les permita poder pensar estos procesos de socialización”. En ese sentido, consideró que las instituciones son “masculinizantes y restrictivas”, entonces “cuando un varón quiere pedir ayuda, los dispositivos que se activan son para que se quede en el molde de esa masculinidad rígida y no lo cuestione, porque un varón cuestionándose también cuestiona al patriarcado y lo desestabiliza”. Llamó a darles espacio a “aquellas masculinidades que ya se vienen pensando, que están intentando romper con el binomio de la hegemonía, que se construyen desde espacios de la disidencia, de la fisura, en tanto han transitado experiencias propias de violencia, para que puedan revalorizarse y tomar otros lugares en torno al debate”.

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