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Tren de evacuación en la estación central de Odessa, Ucrania, el 7 de marzo.

Foto: Bulent Kilic, AFP

Lectura periférica

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Cuando Occidente dice principios, Medio Oriente lee intereses.

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El alineamiento de la mayor parte de los países latinoamericanos con el discurso occidental sobre Ucrania, monolítico y sin matices, dificulta percibir que el “resto del mundo” observa la crisis con otros ojos. Este artículo muestra cómo Medio Oriente, África y parte de Asia desconfían de Estados Unidos y se niegan a limitar sus lazos con Rusia.

Ucrania, ¿un enfrentamiento planetario entre “democracia y autocracia”, como proclama el presidente estadounidense, Joe Biden, repetido en cadena por los comentaristas y los políticos occidentales? No, contesta la voz solitaria del periodista estadounidense Robert Kaplan, “aun cuando pueda parecer contraintuitivo”. Al fin y al cabo, “la propia Ucrania fue desde hace muchos años una democracia débil, corrupta e institucionalmente subdesarrollada”. En la clasificación mundial de la libertad de prensa, el informe de Reporteros Sin Fronteras de 2021 la sitúa en el lugar 97. “El combate –agrega Kaplan– involucra algo más amplio y más fundamental: el derecho de los pueblos a decidir su futuro y a liberarse de toda agresión”.1 Y señala, lo que es una evidencia, que muchas “dictaduras” son aliadas de Estados Unidos, lo que por otra parte no condena.

Mientras en el norte las voces discordantes sobre la guerra en Ucrania siguen siendo escasas y poco audibles, a tal punto se impuso de nuevo un pensamiento único en tiempos de guerra,2 esto es diferente en el sur, en ese “resto del mundo” que compone la mayoría de la humanidad y que observa este conflicto con otros ojos. Esta otra visión fue sintetizada por el presidente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, que lamenta que el mundo no otorgue igual importancia a la vida de los negros y de los blancos; a las de los ucranianos que a las de los yemeníes o los tigranios; que no “trate a la raza humana de la misma manera, siendo algunos más iguales que otros”.3 Ya se ha constatado tristemente a lo largo de toda la crisis de la covid-19.

Es una de las razones por las cuales un número significativo de países, particularmente africanos, se abstuvieron en las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) respecto de Ucrania; dictaduras ciertamente, pero también Sudáfrica, India, Armenia, México, Senegal y Brasil.4 Y ningún país no occidental, con excepción de Singapur, parece dispuesto a imponer sanciones a Rusia.

Como destaca Trita Parsi,5 vicepresidente del think-tank Institute Quincy for Responsible Statecraft (Washington), de regreso del Foro de Doha (28 y 29 de marzo de 2022) donde se congregaron más de 2.000 dirigentes políticos, periodistas e intelectuales provenientes de los cuatros rincones del planeta, los países del sur “compadecen el sufrimiento del pueblo ucraniano y consideran a Rusia como el agresor. Pero las exigencias de Occidente, que les pide hacer costosos sacrificios al cortar lazos económicos con Rusia, bajo el pretexto de preservar un ‘orden basado en el derecho’, provocaron una reacción alérgica, porque el orden invocado le permitió hasta ahora a Estados Unidos violar el derecho internacional con toda impunidad”.

La posición del régimen saudita, que se niega a alinearse en la campaña antirrusa y llama a negociaciones entre las dos partes en torno a la crisis ucraniana, es emblemática. Una serie de factores favorecieron esta “neutralidad” de uno de los principales aliados de Estados Unidos en Medio Oriente. En primer lugar, la creación en 2020 de la OPEP+ (versión ampliada de la Organización de Países Exportadores de Petróleo), que sumó a Moscú a las negociaciones sobre el nivel de producción de petróleo, se tradujo en una coordinación fructífera entre Rusia y Arabia Saudita, la cual incluso considera esta relación como “estratégica”6 –sin duda, un diagnóstico muy optimista–. Los analistas observaron la participación en agosto de 2021 del viceministro de Defensa saudita, el príncipe Khaled Ben Salman, en la Feria de Armamento de Moscú, y la firma de un acuerdo de cooperación militar entre ambos países que apuntala una antigua colaboración para el desarrollo nuclear civil. Más ampliamente, Rusia se convirtió en un interlocutor ineludible en todas las crisis regionales, al ser la única potencia que mantiene relaciones permanentes con todos los actores, aun cuando las relaciones entre unos y otros estén tensas, o incluso cuando estén en guerra: Israel e Irán, los hutíes y Emiratos Árabes Unidos, Turquía y los grupos kurdos.

¿Tampoco Arabia Saudita?

Al mismo tiempo, las relaciones entre Riad y Washington están bloqueadas. En el Golfo predomina la idea de que Estados Unidos ya no es un aliado confiable. Se recuerda el abandono del presidente egipcio, Hosni Mubarak, en 2011, y su lamentable retirada de Afganistán, su voluntad de negociar con Irán sobre la cuestión nuclear sin tener en cuenta las reservas de sus aliados regionales, su pasividad frente a los ataques de drones hutíes sobre sus instalaciones petroleras, incluso cuando su “amigo” Donald Trump era aún presidente. La elección de Biden contaminó el ambiente. Había prometido tratar a Arabia Saudita como un “paria” tras el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en octubre de 2018, cuya responsabilidad es atribuida por los servicios de inteligencia estadounidenses a Mohammed Ben Salman (“MBS”), el todopoderoso príncipe heredero saudita; y Washington también había denunciado la guerra en Yemen.

Estos compromisos no derivaron en ninguna inflexión de la política de la administración demócrata, salvo por el rechazo de Biden a todo tipo de contacto directo con MBS, pero no fueron bien recibidos en Riad. Cuando Biden finalmente se resignó a llamarlo, principalmente para pedir un aumento de la producción petrolera del reino, buscando paliar el embargo contra Rusia, MBS no quiso responderle el llamado, como lo reveló The Wall Street Journal.7 “¿Por qué Estados Unidos nos consulta tan tarde, luego de todos sus aliados occidentales? Nuestro apoyo no debe ser considerado como ganado de antemano”, se escucha decir en Riad.

Y la prensa saudita no contiene sus golpes contra Estados Unidos. Como escribió el influyente diario Al-Riyadh: “El antiguo orden mundial que emergió después de la Segunda Guerra Mundial era bipolar, luego se volvió unipolar tras el derrumbe de la Unión Soviética. Asistimos hoy al inicio de una mutación hacia un sistema multipolar”. Y, apuntando a los occidentales, agrega: “La posición de algunos países sobre esta guerra no busca defender principios de libertad y de democracia sino sus intereses ligados al mantenimiento del orden mundial existente”.8

Una línea ampliamente repetida en Medio Oriente y que se despliega en torno a dos series de argumentos. En primer lugar, que Rusia no es la única responsable de la guerra, que esta es ante todo un enfrentamiento entre grandes potencias por la hegemonía mundial, en el que no está en juego el respeto al derecho internacional y, por lo tanto, no concierne al mundo árabe. Al escribir en un diario oficioso del gobierno egipcio, también aliado de Estados Unidos, Al-Ahram,9 un editorialista evoca “una confrontación entre Estados Unidos y los países occidentales por una parte, y los países que rechazan su hegemonía por otra. Estados Unidos busca redefinir el orden mundial tras haberse dado cuenta de que, en su forma actual, no sirve a sus intereses, sino que refuerza más bien a China a sus expensas. Están aterrados por el final inminente de su dominio sobre el mundo, y son conscientes de que el actual conflicto en Ucrania es su última chance de preservar esta posición”.

Palestina y otros contrapesos

La otra línea de argumentación de los medios árabes denuncia el doble discurso de los occidentales. ¿Democracia? ¿Libertades? ¿Crímenes de guerra? ¿Derecho de los pueblos a disponer de sí mismos? ¿Acaso Estados Unidos, que bombardeó Serbia y Libia, invadió Afganistán e Irak, es el más calificado para reivindicar el derecho internacional? ¿Acaso no utilizó también bombas de racimo, fósforo blanco,10 proyectiles con uranio empobrecido? Los crímenes del ejército estadounidense en Afganistán e Irak fueron ampliamente documentados sin haber nunca derivado en acusaciones, y no implica injuriar a los ucranianos reconocer que, hasta ahora, las destrucciones infligidas a esos dos países superan por lejos las que sufren trágicamente.

¿El presidente ruso, Vladimir Putin, debería ser llevado ante la Corte Penal Internacional? ¡Pero si Washington todavía no ratificó el estatuto de esta corte! Irónico, un editorialista señala11 que, en 2003, luego de la invasión de Irak, The Economist había publicado en tapa una foto a color de George W. Bush, con el título “Ahora, a lanzar la paz”; en cambio, el semanario de los círculos de negocios pone hoy en tapa una foto de Putin en negro, con un tanque en lugar del cerebro, con el título “¿Hasta dónde llegará?”.

Palestina, totalmente ocupada desde hace décadas, mientras que Ucrania sólo lo es parcialmente desde hace algunas semanas, sigue siendo una herida abierta en Medio Oriente, pero no suscita ninguna solidaridad de parte de los gobiernos occidentales, que siguen otorgando carta blanca a Israel. “No es inútil recordar –señala un periodista– los cánticos de las manifestaciones, las declaraciones llenas de ira que, a lo largo de los años y las décadas, imploraron sin resultado que se ayude al pueblo palestino bombardeado en Gaza o que vive bajo la amenaza de incursiones, muertes, asesinatos, ocupaciones de tierras y demoliciones de hogares en Cisjordania, una zona que todas las resoluciones internacionales consideran como territorios ocupados”.12 La presentación del presidente Volodímir Zelensky ante la Knesset [parlamento israelí], haciendo un paralelismo entre la situación de su país y la de Israel “amenazado de destrucción” indignó a más de uno, sin por otra parte lograr el apoyo esperado de Tel Aviv, apegado a sus estrechas relaciones con Moscú.13 Finalmente, el tratamiento diferenciado otorgado a los refugiados ucranianos, blancos y europeos, respecto de aquellos del “resto del mundo”, morochos, negros y mestizos, provocó una amarga ironía en Medio Oriente, como en todo el sur.

Se dirá que no hay nada nuevo, que las opiniones públicas (y los medios de comunicación) árabes siempre fueron antioccidentales, que “la calle árabe”, como se la denomina a veces de forma despectiva en las cancillerías europeas y norteamericanas, no tiene ningún peso. Al fin y al cabo, durante la primera Guerra del Golfo (1990-1991), Arabia Saudita, Egipto y Siria se dejaron llevar a la guerra junto con Estados Unidos a contramano de sus poblaciones. En el caso de Ucrania, en cambio, estos países, incluso cuando son antiguos aliados de Washington, tomaron distancia con el Tío Sam, y no sólo Arabia Saudita. El 23 de febrero, el ministro de Relaciones Exteriores emiratí, Sheikh Abdallah Ben Zayed Al Nahayan, se encontró con su par ruso, Serguéi Lavrov, en Moscú y saludó las estrechas relaciones entre los dos países. Y Egipto no respondió al mandato muy poco diplomático de los embajadores del G7 a El Cairo de condenar la invasión rusa. Incluso Marruecos, fiel aliado de Washington, se encontró oportunamente entre los “ausentes” durante el voto sobre Ucrania de la Asamblea General de la ONU, el 2 de marzo.

Al mismo tiempo, con sus decenas de miles de soldados posicionados en el Golfo, sus bases en Baréin, en Catar y en Emiratos Árabes Unidos, la presencia de la V Flota, Estados Unidos sigue siendo un actor central en una región que puede resultar riesgoso descuidar, o incluso contrariar. Más aún cuando este posicionamiento de diversos países árabes, como más ampliamente el del sur, no se hace en nombre de una nueva organización del mundo o de una oposición estratégica al norte –como la que practicaba el Movimiento de Países No Alineados en los años 1960 y 1970, “aliado al campo socialista”–, sino en nombre de aquello que perciben como sus propios intereses. Podríamos, parafraseando al británico William Gladstone, afirmar que en la era pos Guerra Fría, los Estados ya no tienen amigos ni padrinos permanentes, tienen aliados fluctuantes, vacilantes, por algún tiempo determinado. ¿Acaso los reveses de Rusia y las sanciones que le impusieron llevaron a algunos de ellos a modificar su complacencia hacia Moscú?

Mientras se desdibujan las líneas de reparto ideológicas de antaño, mientras que las promesas de un “nuevo orden internacional” hechas por Washington tras la primera Guerra del Golfo (1990-1991) se hundieron en los desiertos iraquíes, un mundo multipolar emerge en el caos. Otorga un margen de maniobra ampliado al “resto del mapa”. Pero el estandarte de la revuelta contra Occidente y su desorden no constituye (aún) una hoja de ruta para un mundo que estaría dirigido por el derecho internacional más que por el derecho del más fuerte.

Punto Uy

El 25 de febrero, el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó –sin el apoyo de Uruguay– una declaración que condenaba la “invasión ilegal” de Ucrania por parte de Rusia. De este modo el país rioplatense quedó alineado con la postura de Argentina, Brasil, Bolivia, Nicaragua y El Salvador, que tampoco pusieron su firma. La postura de Uruguay promovida por su canciller, Francisco Bustillo, se vio matizada cuando al día siguiente se emitió desde su cartera un comunicado explicando sus razones. Se sostenía que Uruguay ya había hecho “manifestaciones públicas contundentes respecto a la invasión al territorio ucraniano y condenado tales acciones”, además de haber difundido una declaración propia de repudio “a la intervención rusa”. Dos días después, el 27 de febrero, el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, encomendó revertir la postura inicial en la OEA y hacer las gestiones para que Uruguay firmara la declaración. Lacalle calificó el episodio como un “error” del canciller a quien, de cualquier manera, respaldó en su gestión.

Con esos antecedentes no quedaban dudas de qué haría Uruguay el 2 de marzo ante la condena al accionar de Rusia que se votó en la Asamblea General extraordinaria de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Uruguay, ya sin ambigüedades, copatrocinó y votó la condena. Brasil y Argentina también lo hicieron.

A comienzos de abril, la Asamblea General de la ONU suspendió a Rusia del Consejo de Derechos Humanos del organismo con el respaldo de Uruguay, Argentina y Chile. En esa ocasión Brasil y México resolvieron abstenerse. En cuanto a la OEA, el 21 de abril se aprobó, también con el voto de Uruguay, la suspensión de Rusia como observador permanente hasta que “el gobierno ruso cese sus hostilidades, retire todas sus fuerzas y equipos militares de Ucrania, dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas y vuelva a la senda del diálogo y la diplomacia”. En esa instancia se abstuvieron Argentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Honduras, México, San Cristóbal y Nieves, y San Vicente y las Granadinas.

Sofía Kortysz

Alain Gresh, director de los periódicos en línea OrientXXI.info y AfriqueXXI.info. Traducción: Micaela Houston.


  1. “To Save Democracy, We Need a Few Good Dictators”, Bloomberg, 1-4-22. 

  2. Véase Pierre Rimbert, “Événement total, crash éditorial”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2022. 

  3. Citado en “Ukraine attention shows bias against black lives, WHO chief says”, BBC, 14-4-22. www.bbc.com 

  4. Países donde se llevan a cabo elecciones periódicas y competitivas, sin entrar en el debate de qué constituye una democracia. 

  5. “Why non-Western countries tend to see Russia’s war very, very differently”, MSNBC, 12-4-22. 

  6. Konstantin Truevtsev, “Russia’s New Middle East Strategy: Countries and Focal Points”, Valdai Discussion Club Report, febrero de 2022. Valdai es un think-tank ruso de política internacional. 

  7. “Guerre d’Ukraine. Le jeu d’équilibre risqué de l’Arabie saoudite et des Émirats arabes unis”, Orient XXI, 22-3-22. 

  8. Citado por BBC Monitoring, Saudi Arabia, Londres, 8-3-22. 

  9. Citado por Mideast Mirror, Londres, 7-4-22. 

  10. Véase, por ejemplo, Maria Wimmer, “Du phosphore blanc sur Fallouja”, Le Monde diplomatique, París, 2006. 

  11. Al-Quds al-Arabi, Londres, citado por Mideast Mirror, Londres, 3-3-22. 

  12. Ibídem

  13. Véase Sylvain Cypel, “Les raisons de la complaisance israélienne envers la Russie”, Orient XXI, 24-3-22. 

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