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Ilustración: Ramiro Alonso

Un mensuario no alineado

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Hace poco más de un año, el 19 de octubre de 2022, la presidenta de la Comisión Europea ofrecía un solemne discurso en el Parlamento de Bruselas: “Los ataques que apuntan a infraestructuras civiles, con el evidente propósito de privar a hombres, mujeres y niños de agua, electricidad y calefacción con el invierno avecinándose, son actos de puro terror y debemos calificarlos como tales”, explicaba Ursula von der Leyen [respecto de lo ocurrido en Ucrania]. Pero esta regla deja de aplicarse cuando un aliado del bloque occidental comete “ataques dirigidos”. Tras la masacre de cientos de civiles durante la operación militar conducida por Hamas el 7 de octubre (1.400 muertos, 300 de ellos militares), el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, anunciaba el sitio total de Gaza en estos términos: “No habrá electricidad, ni alimentos ni gas [...]. Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia” (9 de octubre). Dos días más tarde, ya se habían sacado 1.200 cadáveres de los escombros de viviendas, escuelas, hospitales, sedes de medios de comunicación bombardeados de manera indiscriminada con el motivo –a menudo utilizado por el Ejército ruso, pero en otro conflicto– de que alojarían combatientes. Impávida, Von der Leyen reafirmaba: “Europa apoya a Israel”. En Francia, la presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, declaraba “en nombre de la representación nacional” un “apoyo incondicional” a Tel Aviv.

En los medios de comunicación franceses, el foco sobre los crímenes de guerra cometidos por los combatientes de Hamas reformula el conjunto del conflicto palestino-israelí en términos de terrorismo islamista. Tan pronto efectuado este replanteo en un país devastado por múltiples atentados de ese tipo, para los medios de comunicación ya no se trata de informar sino de transmitir las firmes consignas del poder y de perseguir a aquellos que las cuestionan.

Durante la semana que siguió al ataque de Hamas, el gobierno francés asestó nuevos golpes a las libertades fundamentales ya recortadas por el confinamiento sanitario sin que los autoproclamados guardianes de la democracia levantaran ninguna objeción: prohibición de manifestar su apoyo a Palestina, circular liberticida enviada el 10 de octubre por el ministro de Justicia a los procuradores, que prohíbe “la difusión pública de mensajes que inciten a emitir un juicio favorable a Hamas o a la Yihad Islámica”, incluso si estas declaraciones “se pronuncian en el marco de un debate de interés general y se proclaman como parte de un discurso de naturaleza política”. Tras leer esto, la flor y nata del contrapoder lanzó inmediatamente un “debate”. No sobre la libertad de expresión de la que se pretende garante, sino sobre la necesidad de llevar a juicio o disolver formaciones políticas que justifican o buscan explicar una resistencia palestina calificada desde su nacimiento de terrorista; un enfoque sin embargo defendido en su tiempo por [los entonces mandatarios franceses] Charles de Gaulle y Jacques Chirac...

La parcialidad de las direcciones editoriales es resultado de una sincera ceguera más que de una intención maliciosa. Reprocharles una “doble vara” equivaldría a deplorar el apartamiento a una norma, la de la igualdad de trato o de la igual dignidad de los seres humanos, que abandonaron hace mucho tiempo. Expresentador estrella de la televisión pública, David Pujadas resumió el estado de ánimo de muchos dignatarios de su profesión en LCI (11 de octubre): ¿Debemos considerar a los gazatíes como cómplices de Hamas al igual que los rusos lo serían del Kremlin o bien, en un esfuerzo de empatía literalmente sobrehumano, “debemos decir: ‘un civil en Gaza es lo mismo que un civil en Israel’”? Sin duda, nada le habrá resultado más extraño que la respuesta del jefe del Servicio Internacional de la BBC, cuestionado por no haber calificado a Hamas de “terrorista”: “Nuestro trabajo consiste en presentar los hechos a nuestro público y dejar que forme su propia opinión”1.

Radicalizados por los atentados de 2015 y 2016, los estados mayores periodísticos franceses asimilan, de forma espontánea, todo punto de vista crítico a las políticas de Washington, Bruselas o París a una provocación, incluso a un ilegalismo. Para ellos informar significa pasar los hechos por el tamiz de los valores atlantistas. Su “comunidad internacional” es una hermandad occidental.

Apartheid editorial

El asesinato de una reportera en Moscú les inspira un cuestionamiento –justificado– de los regímenes autoritarios; el de diez colegas palestinos, un triste encogimiento de hombros. Hasta el 14 de octubre, cerca de un tercio de los periodistas asesinados en el mundo en 2023 lo fueron por Israel2. Mil artículos detallan la desinformación rusa y la de Hamas, pero las fake news ucranianas o israelíes pasan el filtro sin problemas. La cobertura del conflicto palestino-israelí presenta otra constante: la ocultación de la historia. El tema sólo vuelve a la agenda de los noticieros en caso de un ataque palestino. No obstante, callar lo que antecede –colonización, expulsiones, asesinatos, destrucción de pozos de agua y de cosechas, humillaciones, etcétera– equivale a presentar de forma sistemática a Israel como una víctima que se defiende. “Israel responde, el gobierno israelí responde que es una respuesta”, sermonea el periodista Benjamin Duhamel respecto de los bombardeos sobre Gaza (BFMTV, 13 de octubre).

Le Monde diplomatique se fundó contra esta clase de apartheid editorial. Desde su creación en 1954 hasta los años 1980, acompañó al movimiento de descolonización y luego al de los No Alineados, ese grupo de países que se rehusaba a elegir entre los dos bloques y defendía su independencia nacional gracias a un desarrollo autónomo, a menudo bajo el estandarte del socialismo. En aquella época, el mensuario no estaba solo. Nos estremecemos retrospectivamente ante la idea de que L’Express, Le Nouvel Observateur o Le Monde hayan podido manifestar comprensión hacia los “terroristas” del Frente de Liberación Nacional argelino, autor también este de masacres de civiles, y transmitir las campañas de quienes abogaban en su favor3. Desde entonces, estas tres publicaciones dieron un giro hacia “el oeste”. Y el Sur global, que hoy en día afirma su existencia frente al bloque occidental, tiene poco que ver con ese nuevo mundo que sacudía el yugo colonial medio siglo atrás: convertido al libre mercado, fragmentado, desprovisto de utopía emancipadora, llama a un reequilibrio de las fuerzas internacionales, pero para competir de modo más eficaz con el Norte en su propia cancha.

Rehusarse a flotar en la burbuja occidentalista representa hoy más que nunca un reto: fuera de los períodos de crisis agudas, el espacio lector apasionado por las cuestiones internacionales se reduce. Y el oxígeno progresista se torna escaso a medida que el mundo político se alinea tras la posición estadounidense. La oleada de las nuevas tecnologías de la información no invierte esta tendencia general.

El dictado de la imagen

Escrolear: hacer desfilar secuencias cortas de videos en su smartphone, primero aquellas relacionadas con la información buscada y luego otras relacionadas a ella elegidas por un algoritmo, y otras más sin relación con el tema inicial. El pulgar roza la pantalla de manera automática, sin cesar. Con el paso de las imágenes, la conciencia, que al inicio buscaba una respuesta, se desvanece de forma imperceptible a favor del letargo. El impulso escópico, ese deseo incontrolable de ver, pega la mirada a la pantalla y apaga al cerebro. Las industrias digitales quisieran transformar a los usuarios de la información en un ejército de sonámbulos titubeando entre las fotos de gatos y las imágenes de masacres. De forma subrepticia, impusieron una profunda transformación en el equilibrio de las formas de acceso al conocimiento: disminución del área de lectura; ampliación del de la imagen.

Leer: Devorar una novela, un ensayo, hojear un diario, impreso o en la pantalla: a los ojos de los inversores de Silicon Valley, este ejercicio no es únicamente obsoleto sino peligroso. Consumidor de tiempo, de atención y de concentración, expresa una soberanía personal tanto sobre la elección de los títulos de prensa como sobre la gestión del tiempo personal, así como sobre la capacidad de estar ensimismado, abierto a la imaginación, al ensueño, al escape. “¿Leer?”, replican los nuevos comerciantes del tiempo de cerebro disponible; “mejor miren las imágenes”.

Desde que Google compró Youtube en 2006 y del ascenso de las redes sociales, el fragmento de videos en bruto (y a menudo brutales) se instala como la forma dominante de la información. Filmadas por un protagonista o un testigo con la ayuda de celulares, drones o cámaras de vigilancia, estas secuencias aisladas de todo contexto estimulan la emoción –la empatía o el odio–, el deseo compulsivo de reaccionar antes de pensar, la viralidad proveedora de ganancias. Los atentados y las masacres de 2015-2016 sabiamente puestos en escena por la organización de Estado Islámico las banalizaron: la oferta visual de terror oscurantista encontró como vertedero las pantallas de los canales de información y los cables instalados por ingenieros de la costa oeste estadounidense. “Reels”, “stories”, “shorts”, “snaps”, estos miniformatos que encadenan tortas de cumpleaños, pasos de baile, gol de Mbappé y escenas de asesinatos hoy por hoy son lo más consumido de Instagram, Tiktok, pero también en las plataformas inicialmente construidas en torno a la escritura como X (ex Twitter).

Bajo su presión, sumada a la de los canales de noticias en continuado, la mayor parte de los grandes títulos de prensa introdujeron estos formatos en sus páginas de inicio para atraer a una audiencia mucho más joven que sus lectores a menudo jubilados. Desde el usuario anónimo de X hasta los dirigentes políticos, todos reaccionan a las imágenes como si fueran el acontecimiento mismo: “¿Cuál fue tu reacción cuando viste las primeras imágenes? –le pregunta Libération (13 de octubre) a la secretaria nacional de los Verdes–. Las imágenes que todos pudimos ver muestran el absoluto horror del ataque terrorista llevado a cabo por Hamas”.

No reaccionar de inmediato, bajo el shock que producen, constituye hoy por hoy una incongruencia. Peor: sería dar pruebas de inhumanidad. Thomas Legrand, periodista de France Inter y Libération, teorizó acerca de las virtudes de la política-pulsión para reprocharle a La Francia Insumisa (LFI) no haber cedido con suficiente rapidez a la emoción: “La verdadera naturaleza de un movimiento político puede evaluarse con la primera reacción ante un acontecimiento dramático, cuando aún es cuestión de principios fundamentales y no hubo tiempo de poner en la balanza todos los elementos del tema” (Libération, 10 de octubre). Es un giro vertiginoso: durante mucho tiempo representantes electos y dirigentes se sintieron orgullosos de su capacidad para tomar distancia del acontecimiento para así pesar sus causas y consecuencias en la balanza de la razón.

Singular modelo económico

¿Puede un periódico resistir la influencia de lo instantáneo y rechazar el vibrato emocional que le impone a la información? Si a esta ecuación sumamos a las jóvenes generaciones que tienen fama –a veces erróneamente– de informarse sólo a través de las redes sociales o por medio de influencers, pareciera que se acabó el juego para Le Monde diplomatique. Sin embargo, cerca de que [la edición central] cumpla 70 años (en mayo), nuestra publicación mensual continúa exigiendo a sus lectores el tiempo, la reflexión, la atención necesaria para la actualidad internacional y la batalla de ideas. Al frenesí reinante opone la puesta en perspectiva histórica, el reportaje encargado a periodistas especializados, el informe comprometido pero documentado. Al tiempo que no oculta sus opiniones bajo la hipócrita máscara de la objetividad, nuestro mensual se enorgullece de contar entre sus lectores a contradictores que, incluso cuando objetan nuestras posiciones acerca de algunos temas, aprecian no encontrar sermones en nuestras columnas sino hechos datados con sus fuentes, que buscarían en vano en otras partes. Esta sobriedad reivindicada, que confinaría a la austeridad sin las voluptuosidades de la iconografía, no es, admitámoslo, para nada seductora: no hay debates en video, no hay entrevistas en sillones, no hay retratos de celebridades, no hay sección de noticias, ni sección de consumo con foco en “las mejores almohadillas para viaje”. El sitio web, puesto en línea en febrero de 1995, antes que todos sus pares, no tiene vocación ni por vender publicidad ni por revender los datos de sus visitantes, sino por proponer nuestros artículos para la lectura y la escucha. Y sin embargo Le Monde diplomatique existe: mientras que la crisis de la prensa arrasaba con los diarios, mantuvo, hasta una fecha reciente, su distribución y amplió su influencia.

Le debemos la libertad de elegir nuestro camino a la singularidad del modelo económico que constituye la base de Le Monde diplomatique (París). Desde 1996 esta organización garantiza autonomía e independencia: ese año los lectores del periódico reunidos en la Association des Amis du Monde diplomatique compraron el 25 por ciento del capital; por su parte, el staff, reunido en el seno de la Association Gunter Holzmann (del nombre de un generoso donante) posee el 24 por ciento de las acciones. Juntos, estos dos accionistas disponen de un derecho de veto sobre las decisiones cruciales para la vida de la empresa. Y, sobre todas las cosas: el director es elegido cada seis años por el conjunto del pequeño equipo –no sólo por los periodistas–.

Al organizar la filialización de Le Monde diplomatique, hasta entonces un simple servicio en el seno de la Société Éditrice du Monde, Ignacio Ramonet y Bernard Cassen, quienes dirigían entonces el mensuario, tuvieron la audacia de plantear el tema de la propiedad en un momento en que bastaba con aludir a este tema para desencadenar el enojo apoplético de los editorialistas. “La tesis según la cual desde que se es dominado por intereses económicos no se es libre no se sostiene”, lanzaba Laurent Joffrin en Canal Plus (11 de junio de 1999). “Terrorismo intelectual” (Patrick Poivre d’Arvor), “populismo criptolepenista” (Franz-Olivier Giesbert):4 definitivamente el campo estaba minado.

Pasados 25 años, que “el 90 por ciento de los medios de comunicación pertenezca a nueve multimillonarios” suena casi como una evidencia que lamentamos poniendo los ojos en blanco. No somos del todo ajenos a ello. Hace varios años que el mapa “Medios de comunicación franceses, quién posee qué” figura entre los artículos más consultados de Le Monde diplomatique. Su primera versión, publicada en 2007 en la revista bimestral de crítica mediática e investigaciones sociales Le Plan B, circulaba bajo la mesa como un objeto embarazoso. Los dirigentes de la prensa apostaban en ese entonces a los estatutos deontológicos, a los acuerdos de accionistas y otras barreras de papeles que se suponía separarían la propiedad del control.

Mapa de la propiedad

La brutal puesta en vereda de I-télé en 2016 por Vincent Bolloré y la transformación de este canal de noticias de moda en un bastión de extrema derecha bajo el nombre de CNews, mismo destino del que fue objeto Le Journal du Dimanche, la compra y la conversión ideológica de Twitter por parte de Elon Musk probaron a los ingenuos que la tesis que Laurent Joffrin aborrecía... al final sí tenía asidero. Desde entonces, liceos e instituciones pedagógicas solicitan de forma regular la autorización de Le Monde diplomatique (que siempre es acordada) para reproducir este mapa que ilustra numerosas salas de profesores. En el número de diciembre se publicará una nueva edición actualizada de este mapa que se volvió indispensable.

No obstante, su éxito esconde un malentendido. Al plantear bajo esta manera el tema de la propiedad de los grandes medios de comunicación, Le Monde diplomatique proponía un enfoque estructural: la información, servicio colectivo esencial, sin embargo, es producida como una mercancía de bajo costo. Por ende, conviene apartarla de las censuras del mercado como también de la del Estado socializándola bajo el modelo de la seguridad social5. Varios detractores del Monopoly mediático no pretenden cambiar el juego sino sólo acreditar la identidad de los jugadores. Poco les importa que se puedan vender diarios como atados de puerros6, con la expresa condición de que los nuevos accionistas sepan comportarse. Bernard Arnault (Le Parisien, Les Échos, Radio Classique): sí. Bolloré (C8, CNews, Europe1, Le Journal du Dimanche): no. Así, la crítica de la información-mercancía a menudo se traduce en los círculos cultos en una lucha política contra los medios de comunicación de extrema derecha que, aun cuando triunfara, dejaría en pie al mecanismo.

Convertido en un cliché, el espantajo de “los nueve multimillonarios” permite ignorar aberraciones mediáticas de graves consecuencias que, sin embargo, no se explican en lo más mínimo por el poder del accionista: la homogeneidad del trato de ciertos temas como el confinamiento sanitario de 2020 o la guerra de Ucrania, observada tanto en el sector público (France Télévision, France Inter) como en el privado (TF1, RTL), en publicaciones independientes (Médiapart) o en las que están vinculadas a un grupo industrial (Libération o Le Figaro).

El gran océano electrónico

Radicalización prooccidental de las redacciones, sumisión de la información por las imágenes y la emoción, auge de un periodismo barato impulsado por la automatización, disminución de la red de distribución... estos factores decididamente no favorecen a Le Monde diplomatique. La ola de suscripciones que provocó el confinamiento retrocedió dos años después del inicio de la epidemia; desde inicios de este año, nuestras ventas por ejemplar disminuyen. En 2023 se estima que la difusión total pagada disminuirá en alrededor del ocho por ciento respecto del año anterior, para establecerse en un poco más de 160.000 ejemplares mensuales. Cartas recibidas en la redacción o en el servicio de suscriptores resaltan dos motivos recurrentes: el tiempo y el dinero. Si el diario permanece semanas sobre la mesa ratona sin que hayamos encontrado un momento para sumergirnos en él, ¿para qué comprarlo? Y cuando la inflación reduce el poder adquisitivo, ¿realmente hace falta incluir un periódico mensual de orientación internacional en la categoría de las necesidades básicas?

Estas dificultades golpean asimismo a muchos otros periódicos. En agosto de 2023 las ventas por ejemplar de los diarios nacionales en Francia cayeron 8,6 por ciento respecto del año anterior, mientras que las revistas semanales sufrieron una disminución del 10,4 por ciento y las revistas mensuales se hundían en 12,1 por ciento. La prensa regional también sufre y multiplica los despidos desde enero: 19 puestos eliminados en Sud-Ouest, 45 en Midi Libre, 55 en La Voix du Nord... Esta hemorragia debilita aún más la red de distribuidores de prensa, cuyo número pasó de 28.579 en 2011 a 20.232 en 2022. En el transcurso de los últimos 18 meses, los centros de las ciudades de Voult-sur-Rhône, Sarrebourg, Lisieux, Teyran y Pont-Sainte-Maxence perdieron a sus kiosqueros: liquidaciones judiciales, jubilaciones sin reemplazo –¿quién quiere trabajar 60 horas semanales sin poder garantizarse un salario?–. Estos cierres en cascada alimentan un círculo vicioso en el que la disminución de los compradores resulta en la desaparición de los puntos de venta, lo cual a su vez enrarece las posibilidades de encontrarse ante una publicación, observar su tapa, su sumario, comprarla y apegarse a ella. Por lo tanto, los editores apuestan por lo digital y multiplican las ofertas de suscripciones a precios regalados (Libération: 36 euros por año para recibir el diario todos los días, oferta subvencionada por Google). Estas tarifas de liquidación permiten que los suscriptores abran enlaces obtenidos en las redes sociales y que las grandes plataformas recolecten sus datos: ya no se trata de construir a lo largo de las páginas un propósito organizado en torno a una columna vertebral –una intención editorial– sino de salpicar con artículos de noticias un gran océano electrónico.

Esta estrategia, adornada con todas las virtudes, corre el riesgo de decepcionar a sus partidarios: hartos de pagar derechos de autor a la prensa y de recibir el reproche de que exacerban los clivajes políticos (como después de la invasión del Capitolio en enero de 2021), varias plataformas modificaron sus algoritmos en detrimento de los artículos periodísticos. X (ex Twitter) privilegia los influencers polémicos; Facebook favorece las publicaciones personales y la vida privada. Los test mostraron que la empresa de Mark Zuckerberg podía reducir de un 40 por ciento a un 60 por ciento el tráfico que aporta a los sitios de The New York Times o The Wall Street Journal. Así, las visitas a la página de Facebook de Mother Jones, una revista mensual estadounidense de izquierda que en lo esencial trata de temas políticos y sociales, sufrieron una caída del 75 por ciento en 20227. Le Monde diplomatique no escapa a estas manipulaciones. Si bien depende poco de las redes sociales, estas conducen a muchos lectores nuevos hacia su sitio. Ciertamente, la dramática actualidad internacional sigue atrayéndolos hacia nuestras columnas. Pero, hoy, este tema suele resultar más abrumador que estimulante.

¿Vinilo en papel?

La difusión de Le Monde diplomatique sigue siendo muy insuficiente para popularizar la visión “no alineada” del mundo que sostenemos a contracorriente de la prensa francesa. A nuestra voluntad de tomar distancia y de poner la actualidad en perspectiva corresponde la de presentar nuestros argumentos dentro de las reglas del arte: un periódico “hecho a mano”, tanto en el papel como en línea. Cada columna, cada título, cada imagen, resulta del trabajo invisible realizado por maquetistas, correctores, fotograbadores, iconógrafos, diseñadores gráficos. Oficios tradicionales que nuestros “colegas” automatizan. Precursor en el tema, el grupo alemán Axel Springer, propietario de los diarios de gran tirada Bild y Die Welt, anunciaba en febrero pasado la supresión de cientos de puestos considerados obsoletos en tiempos de la inteligencia artificial: “Nos separamos de los productos, de los proyectos y de las formas de producir que nunca más serán rentables”, explicó la dirección (Challenges, 19 de junio). Un programa puede corregir la ortografía, pero no detecta ni un número equivocado, ni el lenguaje ambiguo, ni un razonamiento incoherente. Para ello son necesarios ojos.

En Le Monde diplomatique, cada artículo pasa por los de dos correctores. Una práctica extendida en el pasado, pero en el presente excepcional.

Con el correr de los años, elegimos mejorar la calidad del papel cuando nuestros colegas apostaban a la desaparición de este cómodo soporte que se volvió demasiado caro. Se dice que Le Monde diplomatique sería para la prensa lo que el vinilo es para la industria discográfica: un islote en el que la vanguardia busca calidad, en un mundo saturado de ruidos de fondo y de señales degradadas. Puede ser, pero no queremos dejarnos encerrar en este marco. Nuestra nueva aplicación, publicada el 27 de octubre al mismo tiempo que esta edición mensual, propone una lectura simple, elegante y cómoda en pantallas en las que cada uno podrá también encontrar los artículos leídos por actores, así como Manière de Voir.

En tiempos en que los discursos se ajustan de buen grado a las modas, a los rumores y a las polémicas, Le Monde diplomatique cultiva cierta constancia. Así, no modificamos nuestra línea ni abandonamos ciertas causas con el argumento de que fuerzas contra las cuales luchamos se apropiarían de ellas y las distorsionarían. Marine Le Pen y Éric Zemmour critican de buen grado la Unión Europea, la moneda única, al mismo tiempo que defienden el valor del proteccionismo; Donald Trump y Viktor Orbán denuncian algunas intervenciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); la “derecha alternativa” estadounidense pretende defender la libertad de expresión contra la censura de los gigantes de internet... En vez de abandonar la lucha de las ideas con el pretexto de que es un lugar de dudosa fama, Le Monde diplomatique sigue adelante y desmonta la hipocresía de los nuevos conversos: la “derecha alternativa” defiende la libre expresión en internet (para propagar allí discursos racistas), pero prohíbe algunos manuales escolares u obras progresistas y excluye de la Comisión de Asuntos Exteriores a una diputada demócrata, Ilhan Omar, quien se atrevió a defender a los palestinos.

En tiempos de tormenta, mantener el rumbo no evita las sacudidas. “Comunofascistas”, “conspiracionistas”, “diario de pacotilla prorruso”, “enemigos de Occidente”, “amigos del grupo terrorista Hamas”, “mensuario que defiende el crimen desde siempre”: abunda la amabilidad en las redes sociales, no siempre alimentada por nuestros adversarios declarados. Analizar las divisiones entre aquellos que una causa común podría reunir, intentar comprender derrotas políticas en vez de intentar lograr a cualquier precio una victoria futura puede provocar un sentimiento de hartazgo, de desaliento en aquellos para quienes la voluntad de creer muy a menudo supera las razones para dudar. Es el precio de la lucidez, esa forma de resistencia sin la cual una lucha está condenada de antemano. Por lo demás, ¿qué utilidad tendría un periódico concebido para adular las certezas de sus lectores? A veces es necesario, escribía Jean-Paul Sartre, “medir la evidencia de una idea según el disgusto que nos provoca”.

Sana fatiga

Facebook, X e Instagram ¿reprograman a sus robots en detrimento de la prensa? Poco nos importa, ya que nuestras lectoras y nuestros lectores forman la más poderosa de las redes sociales. Tal vez sabrán describir esta singular publicación mejor que nosotros. Al hacerlo, oirán a menudo esta objeción: “ya no tengo tiempo”. Pero incluso este escaso recurso, a veces en vano perdido en la información continua y en las plataformas (una hora por día en promedio entre los trabajadores franceses), puede ser reconquistado. “Informarse fatiga”, observaba Ignacio Ramonet (Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 1999). De acuerdo, pero es la condición para tener un juicio personal ilustrado y la base de la emancipación colectiva.

Benoît Bréville y Pierre Rimbert, respectivamente, director y redactor de Le Monde diplomatique. Traducción: Micaela Houston.


  1. John Simpson, “Why the BBC doesn’t call Hamas ‘terrorists’”, www.bbc.com, 11-10-2023. 

  2. Fuente: Reporters sans frontières y Committee to Protect Journalists. 

  3. Gisèle Halimi, “Avec les accusés d’El Halia”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2020. 

  4. Existe una divertida compilación de las tiernas palabras provocadas por la publicación en 1997 del libro de Serge Halimi Les nouveaux chiens de garde, que pone énfasis principalmente en el poder de los accionistas, en la nueva edición ampliada publicada en 2022 en Raisons d’Agir. 

  5. Benoît Bréville, “Projet pour une presse libre”, Le Monde diplomatique, diciembre de 2014. 

  6. Benoît Bréville, “El puerro del domingo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2023. 

  7. The Wall Street Journal, Nueva York, 5-1-2023. 

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