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Foto: Pablo Nogueira

La tierra mansa

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En el punto más oriental de Uruguay y en el extremo norte de la Laguna Merín el balneario Lago Merín ofrece una rara mezcla de tranquilidad campera e intensidad estival. Este año cumplió ocho décadas.

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En Lago Merín el infinito está ahí nomás: al terminar la calle principal, en el suave vaivén de toda esa agua dulce junta, en el horizonte sombreado por los árboles de Brasil. La tranquilidad se ve y se siente con los pies: uno empieza a caminar por la arena, fina y suave, y no hay pozo ni piedra que interrumpa la llanura del lago. Y si mira alrededor, ve niños que acaban de ser bebés sentados en la orilla, chapoteando en el agua, un poco más adentro a otros bastante más grandes que hacen picardías, y con el agua en la cintura juegan al volleyball. Más allá, al experimentado nadador que bracea y a adultos que hacen la plancha. Eso, los días en que el viento no genera pequeñas ondas. Los días en que sopla fuerte, aunque no llegue a provocar olas con la fuerza de las del mar, el lago se llena de gente que practica kitesurf y windsurf.

Lago Merín está donde los laguneros dicen que verdaderamente nace el sol de la patria, en el extremo más noreste del país, a 110 kilómetros de Melo, Cerro Largo, y en la orilla de la Laguna Merín. Parte del municipio de Río Branco, tiene unos 600 habitantes y unas 1.200 casas, y aunque no se sabe con exactitud, se calcula que la mitad son de uruguayos y la otra de brasileños que viven allí o cruzan el puente Mauá dos por tres. De todos ellos, sólo hay 50 niños y casi 40 adolescentes: el Lago se caracteriza por ser tierra de jubilados.

Foto: Pablo Nogueira

Foto: Pablo Nogueira

Foto: Pablo Nogueira

Todo es manso hasta que en verano se llenan las casas y el camping y el hotel y el hostal, y el remanso se convierte en balneario ajetreado. Allí van a veranear unas 10.000 personas cada temporada. La primera quincena de enero jóvenes que durante el día disfrutan de la playa y en la noche del bochinche; después llegan las familias, y ya a fines de febrero se llena de adultos tranquilos y jubilados.

Desde 2005 el comienzo de la temporada lo marca la Fiesta del Luau, que se hace con la última luna llena del año (así que tal vez su nombre derive de “luna”, aunque “luau” es también un banquete hawaiano). Se dice que comenzó cuando se fue sumando gente a la fogata en la playa que encendía la familia brasileña Lima para recibir el verano. Es “la apertura de la locura”, según Antonio Machado, de 88 años, profesor de historia y séptimo hombre en construir en el Lago. El punto “alto” de la temporada lo marca la elección de la Reina del Lago, en la segunda quincena de enero.

Cómo llegar

Lago Merín está a 20 kilómetros de Río Branco por la ruta 26. Por allí pasan los ómnibus que llegan desde Melo y siguen hacia el balneario. La ruta 18 conecta a Laguna Merín con Treinta y Tres. Desde Brasil, se llega a Río Branco por la BR 116, la principal ruta del país.

Antes de las celebraciones, cuando el silencio todavía es silencio y no bullicio, los laguneros tienen todo lo que un pueblo tiene: policlínica, escuela, comisaría, un centro cultural, una iglesia con una cruz bien grande, y como es balneario, también tienen un cartel de madera colgado a la entrada que da la bienvenida a todo visitante, y a la Prefectura Nacional Naval cuidando la costa. Cuando empieza a ser lugar turístico es cuando tienen más: más almacenes, más restaurantes y más tiendas de ropa. También tienen más internet: todos los veranos Antel lleva una mega antena para que la conexión no se sature.

Antes de ser lugar visitado por veraneantes, Lago Merín era campo, agua y arena, más nada. José Gervasio Cholo Silva Barreto vive ahí desde antes de que hubiera calle, luz eléctrica y turistas. Y como en Lago Merín no hay quien hable del Lago sin hablar de sí mismo, el Cholo dice arena, dice bloque, dice poste, dice barcaza, y ahí están las casas y las calles, su infancia y su adultez reconstruidas a medida de quien cuenta: un lagunero de 70 años que no conoce más tierra que esa. Saturnino Barreto, su abuelo, fue el tercero en llegar al pueblo, con el Cholo de la mano. Cuando el Tatita tenía tambo o arrendaba las chalanas para transportar el arroz por la laguna, él tenía sólo una decena de años. Había paraísos enormes, el camino era un hilito de tierra y no había camión que entrara los materiales de construcción, sino que eran los bueyes cinchando y él en carretilla “con rueda de palo”. “¿Dígame, Tatita, cuándo, cuándo va a terminar esta burricia, este sacrificio de puro brazo y pulmón?”, le preguntaba, y el abuelo, sabio, le decía: “Mijo, esto va a ser una ciudad”.

José Gervasio Cholo Silva. Foto: Pablo Nogueira

Fotos del día que se inauguró el club de pesca de Lago Merín en los primeros años de la década del 60. Foto: Pablo Nogueira

Foto: Pablo Nogueira

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