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Fotos: Fernando Morán

Paz entre gigantes de granito

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A 13 kilómetros al norte de la ciudad de Minas, pasando casi inadvertido entre sus populares vecinos, el Arequita y el Camping Santa Lucía, están el Cerro y la Laguna de los Cuervos.

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Las bellezas naturales de los alrededores de la ciudad de Minas son visitadas por uruguayos y extranjeros atraídos por los agrestes paisajes y las ondulaciones de las sierras. No hablamos de grandes montañas, pero tienen un encanto particular. Es así en el Cerro y la Laguna de los Cuervos: la majestuosidad de la pared de granito y el tupido monte autóctono atrapan en todo momento la mirada.

Hay cierta similitud entre el perfil del Cerro de los Cuervos y el Arequita. Los une un pasado volcánico y hoy los divide el zigzagueo del Río Santa Lucía, en uno de los tramos más puros de este importante cauce que abastece de agua potable gran parte de Montevideo y el sur del país. Después de todo, el Santa Lucía nace a poco menos de 20 kilómetros, entre las sierras de la Cuchilla Grande.


El entorno de la Laguna de los Cuervos alberga desde 1995 un complejo turístico donde encontramos lo básico y esencial para pasar unos días disfrutando y respirando tranquilidad. Desde Minas se accede por Avenida Valeriano Magri. Hay que ingresar en la entrada al Arequita y recorrer unos tres kilómetros por un camino de tierra en buenas condiciones. Hasta ese punto es posible llegar en un ómnibus local que funciona de diciembre hasta Semana de Turismo. El cartel de la portera marca casi la única consigna: se ingresa a un ambiente familiar. El predio comprende un área parquizada bien cuidada con cancha de fútbol, algunas mesas y bancos, parrilleros, juegos para niños y un parador que ofrece comida casera y elementos básicos de almacén sólo en temporada alta.

Hay varias cabañas con capacidades para entre dos y siete personas, además de la zona de camping bajo el cobijo de los árboles. Talas, coronillas, anacahuitas, sauces, ombúes, son algunas de las variadas especies que se observan en el predio. No existen delimitaciones de parcelas, cada uno debe buscar el mejor lugar de acuerdo a preferencias como contar o no con luz eléctrica, o la cercanía a la batería de baños.

Los senderos del monte invitan a recorrerlos bordeando la costa, escuchando el canto de las aves, viendo encender un fuego, disfrutar de la lectura o la siesta en una hamaca. A unos 400 metros ubicamos la bajada más accesible denominada “la playita”. Es la postal típica de este punto turístico con el río, el cerro y la gran piedra que desafía a los valientes que osan treparla para zambullirse desde las alturas.

El agua es uno de los atractivos fuertes. Se puede nadar, pescar y además navegar varias cuadras sin inconvenientes. Y quienes se animen a ir un poco más allá podrán encontrar zonas donde claramente se aprecia que hace millones de años corrió lava, formando un piso de piedra con escalones ondulados semejantes a los rastros de una vela derretida.

Los fines de semana generalmente funciona una balsa que permite por 30 pesos cruzar seco al otro lado de la costa para subir el cerro. Recomiendan hacer ese recorrido temprano, dado que el tupido monte bloquea los rayos del sol y es riesgoso perderse en la oscuridad. Insume un esfuerzo físico moderado y la vista no tiene desperdicios. Ascendiendo por allí se llega, además, a La Muralla, un emprendimiento para la práctica de escalada deportiva que ofrece en la cara sureste del cerro 38 rutas de variadas dificultades.

Contemplar un amanecer, una salida de luna o las siluetas oscuras que dibujan las sierras contrastando con los atardeceres anaranjados son otro deleite. Y las noches… las noches son para alejarse un poco, recostarse en el pasto y cansarse de contar estrellas escuchando el cantar de los grillos y las ranas. Prácticamente no hay contaminación lumínica ni sonora.

La mejor época para visitar la laguna es hasta mediados de otoño. El resto del año el frío se torna intenso y aumenta la posibilidad de una creciente del río. Además, sumar a ese paraíso la cuota de soledad es un condimento por el que bien vale la pena correr el riesgo y cargar un par de frazadas extra. Siempre conviene llamar previamente para verificar la disponibilidad. En general quienes llegan desde fuera del departamento se quedan tres o cuatro días; en cambio los locatarios eligen llevar mate y reposera y pasar la tarde.

En noviembre y diciembre el predio es invadido por decenas de chicos en sus viajes de fin de año. Soraya Alzugaray, la actual propietaria, cuenta que trabajan hace tiempo con distintos colegios privados montevideanos. Comenzaron viniendo niños con docentes y recreadores y al tiempo se sumaron los padres queriendo conocer ese lugar mágico del que sus hijos tanto les hablaban. Ahora cada año vuelven en familia.

La Laguna de los Cuervos ha sido protagonista en varias publicidades de bebidas, yerba, automóviles, y fue tapa de uno de los discos de Santiago Chalar, músico minuano que visitaba recurrentemente el establecimiento. Esa imagen está plasmada en un cuadro desgastado que cuelga en la recepción y que Fermín, papá de Soraya y fundador del camping, muestra orgulloso. Ha vivido toda su vida ahí y con sus 80 años planea continuar recolectando anécdotas y llenando sus pupilas de naturaleza.

Saliendo del camping, una portera con una casilla marca la entrada a otros paseos que se promueven: el Monte de Guayabos, la Cueva del Indio, el Gran Balcón y el Pico del Águila, ubicados en la parte trasera del Arequita. Es que ese gigante también tiene atracciones escondidas más allá de su escalada, la gruta repleta de murciélagos y vampiros y el monte de ombúes. Desde el año pasado es sede del primer festival de Highline de Uruguay, organizado por jóvenes brasileños amantes de un deporte extremo que conjuga disciplina, equilibrio y mucha concentración. Recientemente, a mitad de febrero, se realizó el segundo encuentro.

Si continuamos 200 metros a la izquierda, el camino vecinal termina en La Última Portera, un nuevo emprendimiento gastronómico en esta zona en crecimiento que por boca a boca lentamente se está haciendo conocer.

Abriendo —literalmente— la última portera ingresamos a otro sitio con encanto. Hace un año el destino llevó a Laura y Marcelo a instalarse en el campo familiar iniciando la aventura de brindar a sus clientes un producto único. El ambiente del salón comedor es muy cálido. Fue montado con materiales reciclados usando hierros, maderas, yugos, bollones, entre otros implementos, y cuentan con un karaoke.

Afuera es la continuación de la costa del río y vibra paz. Uno puede sentarse en los bancos a observar por horas el correr del agua, las formas de las rocas o cómo vuelan los buitres, mal llamados cuervos, que dan nombre al lugar.

Hay juegos para niños, un muelle, está permitido bañase, pescar y aburrirse de sacar fotos. También por 200 pesos se tiene la posibilidad de pasear por 20 minutos en uno de los cuatro botes a pedal originales, que durante años estuvieron en el lago del Parque Rodó en Montevideo. Los sonidos se agudizan y se escucha el eco de las voces en la profundidad del monte. La noche aquí también vale la pena.

Los propietarios están embarcados en el proyecto de una quinta propia que les garantice contar con productos bien frescos. Hasta entonces, deben viajar hasta Minas a abastecerse, con la complicación de perder algunas horas, y en invierno, la incertidumbre de no poder salir o volver por una crecida del arroyo Campanero en la avenida Valeriano Magri. La mejora del puente es un eterno reclamo de todos los vecinos que no ha obtenido respuestas favorables.

La Última Portera abre todos los días, especialmente los fines de semana, con eventos y público en general, de 11.00 a 22.00, en caso de no haber visitantes. La carta contiene cordero, pastas, minutas, sándwiches calientes, menú vegetariano, verduras al wok y la especialidad de la casa: la parrilla. Pero sin dudas, con todo lo que hay alrededor, la comida es una anécdota.

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