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Playa de la Calavera, primeras luces del día, últimos aprontes para salir embarcados en La Nena en busca de angelito. Febrero de 2011, Cabo Polonio.

Herencia del mar

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Los pescadores de Cabo Polonio, en Rocha, salen todos los días a trabajar en pequeñas embarcaciones, a buscar una pesca que cada vez es más escasa, y enfrentan a mediano plazo el desalojo de unos terrenos en los que hace décadas se estimuló a sus familias a asentarse. Contra viento y marea.

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Javier durante el regreso a la costa, embarcados en La Nena. Al mando de la embarcación está Héctor, su padre. Febrero de 2011.

Los seres humanos pescamos desde la prehistoria. La pesca fue la base y el sustento del surgimiento de muchos pueblos. Aún hoy se investigan los pasos de aquellos primeros pescadores que habitaron nuestro planeta. En 2011, la arqueóloga Susan O’Connor y su equipo encontraron un anzuelo hecho a partir de una concha de molusco. El descubrimiento, que data de unos 23.000 años, fue realizado en Timor Oriental, una pequeña isla ubicada al norte de Australia. Para estos científicos, es la evidencia definitiva más antigua de la pesca con caña.

Héctor y Javier durante el desmalle, la tarea de sacar el pescado de la red. Héctor saca un tiburón sarda, una especie que se pesca a pocas millas de Cabo Polonio. Noviembre de 2017.

En sus comienzos la pesca se limitó a la recolección. Luego comenzaron a emplearse los mismos instrumentos destinados a la caza (arco, flecha, lanza), y las técnicas y las artes de la pesca continuaron perfeccionándose por siglos. Posteriormente, con el incremento de las capturas, nació el comercio y con él, los métodos de conservación. Entre estos, se destaca el secado al sol como una de las prácticas más antiguas conocidas por la humanidad. Paso a paso se fueron aprendiendo las propiedades que aportaba la sal, y así se extendió la venta del pescado a zonas más lejanas de la costa.

Carlos, el mayor de los hermanos, sala una lonja de bacalao. Milton, al fondo, hace el proceso de lavado y cepillado. Febrero de 2019.

Las prácticas y las técnicas de conservación de una pequeña familia de la costa de Rocha tienen varios puntos en común con las de antepasados prehistóricos. También ellos preparan y comercializan el “bacalao”, es decir, pescado que salan y luego secan al sol. Los rochenses utilizan el angelito, que es una especie de tiburón que capturan a unas cuantas millas de la costa. Su principal arte de pesca es la red: un instrumento que comenzó a utilizarse hace 29.000 años. Ellos mismos construyen sus embarcaciones y artes de pesca.

La venta de pescado también se realiza en la casa. Héctor muestra una corvina blanca a una pareja de turistas argentinos. Febrero de 2015.

El grupo social denominado “pescadores artesanales” es una minoría en la sociedad uruguaya, muchas veces olvidada y poco valorada. La pesca se realiza en embarcaciones pequeñas, con escasa autonomía y con una capacidad de carga limitada. Asimismo, se define por el manejo de artes simples y la escasa incorporación de grandes avances tecnológicos. Se valen del conocimiento adquirido por sus años de experiencia y muchas veces, simplemente de la intuición.

La Juanita llega a la costa luego de estar varias horas en el mar. Noviembre de 2017.

Héctor Calimares se instaló definitivamente en Cabo Polonio cuando tenía 20 años, pero ya desde muy chico conocía el lugar, pues solía ir con su familia, que estaba asentada en Rincón de Valizas. Por aquel entonces los lugareños eran principalmente loberos y pescadores. Hoy la pesca artesanal es lo que le da identidad y sustento a su familia.

Los hermanos Héctor y Fredy junto a la casa de uno de ellos. Febrero de 2015.

Ser pescador artesanal es una herencia que ha pasado de generación en generación. Desde niño su padre le narraba historias y leyendas de sus antepasados, que desafiaban el mar en pequeñas barcas a remo sin llevar consigo nada que los orientara, salvo las referencias geográficas del lugar, las islas y la luz del faro.

Doña Rosa siempre espera y acompaña a sus hijos y nieto cuando regresan de pescar. Utilizan este galpón cuando vuelven. Allí limpian el pescado, venden y a veces guardan material. Abril de 2015.

Una de esas historias quedó haciendo eco en su cabeza. Es la que cuenta cómo llegó el primer Calimares a estas costas. Fue en un barco proveniente de Italia, que fue interceptado por piratas en lo que hoy se conoce como Punta del Diablo, frente al cerro de la Buena Vista, en Valizas. Allí, luego de abordar la nave y hacerse del botín, lo obligaron a subirse a un pequeño bote de madera y remar hacia la costa, donde luego de llegar iba a ser asesinado. Pero “el viejo era mañoso” y sabía nadar muy bien. Entonces, aprovechando las aguas agitadas del lugar, puso el bote de costado y se tumbó. Fue así que se libró de su sombrío destino y llegó nadando a la orilla.

Carlos y Fredy a la llegada a la costa de las dos embarcaciones. Doña Rosa, al fondo, siempre baja a la playa para recibirlos. A la derecha, un turista. Febrero de 2011.

Héctor es el tercero de seis hermanos. Los otros son Carlos, Nelly, Milton, Ana y Fredy. Los varones comparten el charqueadero, el puerto, la preparación del bacalao, los materiales, lo que el mar les ofrece y la pasión por su duro y sacrificado oficio, mientras que Nelly y Ana se dedican a la cocina y la venta de artesanías. Embarcado en La Nena, un pequeño bote a motor, Héctor sale a desafiar estas peligrosas aguas junto a su hijo Javier.

Embarcado en La Juanita, Milton se comunica por radio con otros pescadores. Los colegas de Cabo Polonio y Valizas comparten información de las zonas donde hay pesca. Febrero de 2019.

La Juanita es la otra barca de pesca artesanal que hay en Cabo Polonio. En ella van Carlos, Milton y Fredy, quien suele alternar entre las dos embarcaciones. A veces las jornadas comienzan en la noche y terminan en la madrugada, lo que requiere buena fortaleza física y mental, y habilidades propias de un marinero. Eso deja siempre en vilo a doña Rosa, su madre, quien espera paciente la llegada a puerto de sus hijos y su nieto.

Héctor, Fredy y Javier durante la pesca de angelito, a unas cuantas millas de la costa. Javier recoge la red con la ayuda del virador, que funciona con un motor. Febrero de 2015.

Una de las mayores preocupaciones para estas familias es la disminución de la pesca que se ha visto en los últimos años. Las causas son variadas: sobreexplotación de la pesca industrial, degradación de los ecosistemas costeros, el cambio climático y la incidencia que podría tener el calentamiento global sobre los hábitos de los peces.

Javier lleva el rumbo de la embarcación La Nena. Guiado por el GPS, encuentra el punto exacto donde quedaron caladas las redes de pesca. Julio de 2015.

Y hay otra causa, evidente y tangible para esta familia: estar a unas pocas millas de la mayor colonia reproductiva de leones marinos del país. Estos mamíferos se encuentran en las Islas de Torres (Rasa, Encantada y El Islote) y en Isla de Marco, y comparten las mismas zonas de captura de peces que los pescadores artesanales.

Los viajes embarcados a los sitios de pesca suelen llevar algo de tiempo. Héctor duerme y su hijo Javier se hace cargo del timón. Febrero de 2015.

La disminución de la pesca provoca que se embarquen cada vez más lejos de la costa, en busca de mejores zonas de captura. Esto implica más horas de trabajo, mayores costos y mayores riesgos.

Las camionetas de Carlos y Héctor indican que las barcas de los hermanos están de pesca en algún lugar del océano Atlántico. Julio de 2015.

Si a ello le sumamos que el Plan de Manejo para el Parque Nacional Cabo Polonio —aprobado por las autoridades medioambientales uruguayas en 2019— prevé que los pobladores permanentes sean desalojados de sus hogares, el futuro de estas familias y de la pesca artesanal en esta zona de Rocha parece incierto.

Marta, la esposa de Héctor, y Belén, la hija de ambos, trabajan en artesanías que hacen con materiales que les proveen la pesca y el entorno. Febrero de 2015.

El bacalao se procesa y guarda en el saladero, en pequeños galpones. Se cuelga al sol en varales desde la mañana hasta la tarde. El proceso se repite por varios días. Febrero de 2011.

Javier ata un cabo a una de las camionetas para sacar las barcas del agua. En invierno salen antes del amanecer y regresan a la media noche en búsqueda de gatuzo. Luego de llegar a la costa deben transportar el pescado hasta la ruta, donde los espera un camión refrigerado. Julio de 2015.

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