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Ilustración: Polyester

¡Confesión!

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Tanto en sus libros Aparato reproductor (Yaugurú, 2010) y Pólvora (Pez en el Hielo, 2010) como en sus intervenciones urbanas bajo el nombre Casa de Balneario (Premio Nacional de Artes Visuales en 2018), Germán Di Pierro expone las miserias del mundo laboral.

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¡¡¡Tengo DOS TRABAJOS y NO ME ALCANZA!!! Pedí prestado, pero el mes pasado las deudas me ahogaron y llegué a hacer lo que juré que nunca haría. Pero no me arrepiento… Al principio la idea pasó por mi cabeza como un chiste idiota, hasta creo que me reí de solo pensarlo: ¡JAJA! ¡ROBAR! ¡YO ROBAR! Pero a los pocos días volví a la misma idea: “Nadie sospecharía de mí, nadie lo imaginaría”, me repetía en soledad. La remota ocurrencia se volvió un desafío idiota, un juego arriesgado que me retribuiría nada más y nada menos que aquello que más necesitaba: PLATA. Aunque también me invadía el horror de ser descubierto, de ser acusado de ladrón, y este terror era lo que me acobardaba. Pero sólo por unos días… Al jueves tres de agosto, tenía que pagar el alquiler; me di cuenta de que sin querer había empezado a buscar las oportunidades. Sólo hablaba e intervenía en las conversaciones para disimular mis verdaderas intenciones, pero mis ojos daban vuelta revisando las carteras. Ningún lugar fue impedimento. Al mismo tiempo ME PREOCUPABA HACER EVIDENTE MI CONSTERNACIÓN, por lo que fingía distensión festejando las anécdotas y haciendo reír a la concurrencia con chistes verdes.

“Nadie desconfiará de mí”, me repetía en soledad. “Una persona como yo, profesional y trabajador”. NO COMPARTÍ MIS INTENCIONES CON NADIE. Por otra parte, no tenía mucho que perder; era mayor el martirio en el que me hundía mes a mes al contar lo que cobraba que el bochorno de ser acusado de ladrón.

Entonces, una noche, sí, el diez de agosto, ESTABA DESESPERADO. El horror me volvió ciego y, espantado por esos fantasmas que me habían mortificado durante tanto tiempo, me dejé dominar por la desesperación y me acerqué al ingeniero Rottmare; cuando estaba un poco alejado de la concurrencia —no me escondí, eso hubiera sido evidente y sospechoso, SÓLO ME APARTÉ—, me acerqué a él y cuando se paró a hablar con Enrique, me di vuelta, pero al mismo tiempo estiré mi mano derecha por atrás y revisé su cartera. Sólo doblé mi cuerpo, no mi mano ni mi cabeza. ¡Ni me miró! ¡Ja, ja! Sin pensarlo, agarré su billetera, la abrí, agarré tres billetes de quinientos y se la devolví, pero no me alejé. ¡Nadie me vio! ¡Ja, ja! Me quedé al lado de él como si nada hubiera pasado. Después de todo, ¡somos compañeros de trabajo hace quince años! Recién en el muelle pude contarlos: ¡ochocientos cincuenta pesos!

¿Qué podía hacer? No me sentí culpable: ¡no lo soy! ¿Acaso usted no lo haría? Cumplí con mis obligaciones, que siempre fueron desmedidas, enfermizas; trabajé duro día y noche para cumplir con mis compromisos. Trabajé, pedí prestado, devolví, hasta presté cuando tuve qué prestar. Derroché, malgasté, volví a ahorrar y volví a derrochar. Pagué el alquiler sin retrasos, pagué los impuestos en regla y sin quejas, trabajé duro y sin embargo NO PUEDO SALIR DE ESTE INFIERNO que me obliga a esconderme como el peor de los reos; pero Rottmare no tiene que soportar al director. ¡Su tío es el director! ¡¿Y adivinen quién lo nombró encargado?! PERO NO TODOS CORREMOS CON LA MISMA SUERTE. ¿Qué nos espera a los que no tenemos un tío director? El reproche, el asedio y la persecución. ¡Al diablo con todo! Me di cuenta de que una parte oscura de mí me llenaba de seguridad y confianza, como una especie de instinto ladrón, o incluso hallaba cierto placer en el peligro de ser descubierto o en el vértigo que experimentaba al hacerlo, como una prueba que me imponía a mí mismo y que me aportaba nada más y nada menos que plata. Una voz me decía antes de atreverme: ¡podés!, y después de cada robo me decía: ¡pude! Entonces me dejé tentar por las oportunidades y me volví hozado y veloz.

Volví a robar hace exactamente un mes. Revisé la cartera de Federico K. Agarré dos billetes de mil y me alejé; grité y moví mis manos con gestos exagerados, me puse de pie y caminé en la sala dando gritos y levantando la voz. Julio Clío y René Fonseca me miraron, pero eso NO ME ACOBARDÓ. Sólo quería llamar la atención para alejar sospechas, pero aprendí en esa oportunidad que llamar la atención era peor. “Nadie sospecha de mí porque soy arquitecto”, me dije. Me di cuenta en ese instante de que sin querer había estado evitando llegar a ese extremo —posibilidad remota, último recurso, el as debajo de la manga, un manotazo de ahogado— y esa vez sentí lástima de mí mismo. ¡¡¡Lo recuerdo muy bien!!! ¡Pero no fue la última!

Esa noche no cerré los ojos, pero SI ALGUIEN ME HUBIERA PEDIDO EXPLICACIONES YO SE LAS HUBIERA DADO. Sí. Por supuesto que sí. Le hubiera explicado con tranquilidad cómo o por qué recurrí a esta solución horrible. ¡¡¡Sí, horrible!!! FUE INEVITABLE. ¿Qué hacer si no en mi situación? ¿Qué hacer cuando la única forma de alquilar es soportar durante días y noches los gritos del director en el trabajo de la mañana y las quejas de la secretaria en el trabajo de la noche? ¡DUERMO TRES HORAS POR DÍA! ¿Qué hacer cuando se necesita dinero y no hay otra forma de obtenerlo que robarlo, tomarlo sin permiso, a escondidas, como el peor de los ladrones?

Pero se volvió para mí UN DESAFÍO INEVITABLE y sabía que si no conseguía algo “prestado”, no podía pagar el alquiler, entonces una noche, lo recuerdo muy bien, en la casa de mi primo Eugenio… Aquella cita se había vuelto tediosa y me di cuenta de que necesitaba hacer algo para sorprenderme a mí mismo. Entonces me alejé y cuando él fue a limpiar los pinceles, sin dejar de hablarle para distraerlo —el vino me había vuelto desvergonzado y valiente—, revisé su cartera. No se dio cuenta de nada y, tal como lo esperaba, NUNCA SOSPECHÓ DE MÍ. A los pocos días me dijo: “Me robaron plata; debió haber sido mi hermana”. ¡Ja, ja!

Pero la confianza en mí mismo y la capacidad de hallar las oportunidades me llevaron a descubrir las oportunidades; no las esperaba, sólo las “descubría” y me decía a mí mismo “sin miedo”. Esa confianza me llevó a animarme a robar en la calle y a plena luz del día. Me dejó de importar que fuera de día o dejé de estar atento a las personas que estaban a mi alrededor y empecé a concentrarme en mis movimientos. Así comencé a “visualizar” la oportunidad, y no me frenaba ni el día ni la noche, ni la lluvia ni el sol, ni la Policía ni los vigilantes. ¡Ja, ja! ¡Policías! ¡Qué ingenuos! El martes doce de octubre —creo— le revisé por atrás los bolsillos a mi hermano Valerio, pero cuando estaba hundiendo la mano en él se acercó un policía. Cuando lo vi caminar hacia nosotros me asusté. ¡Creí que me había visto! Yo tenía una coartada cuando dijo: “TENGAN CUIDADO CON LOS CARTERISTAS EN ESTA PARTE DEL PARQUE”. Y para disimular, exclamé: ¡Ladrones! ¡Nunca faltan! ¡Ja, ja!

Rottmare no sospechó y volví a acercarme a él. En la despedida de Salvador, le saqué mil doscientos pesos y cuando se dio cuenta me dijo: “Perdí plata”. ¡Qué idiota!

¿Cómo es posible que, trabajando NUEVE O DIEZ HORAS TODOS DÍAS, incluso los sábados, no pueda alquilar un apartamento con un dormitorio en la aduana? ¡Estoy harto de alquilar! ¡Hartoooooo! Vivo escondiéndome del dueño como si fuera un criminal. El año pasado trabajé todos los feriados no laborables, hice horas extras y ¿creen que pude ahorrar algo? ¡Ja, ja!

¿Es que no puedo trabajar y cobrar mi sueldo sin tener que pasar por este tipo de situaciones? Trabajo todo el día y, aun así, no me alcanza. ¿Es que no puedo alquilar sin tener que pasar por este tipo de riesgos? No soy una mala persona. No soy un desalmado. Sólo llegué a esto por desesperación y necesidad, y una persona necesitada como yo es capaz de cualquier cosa. ¿Nunca se sintieron así? Enredados, perdidos, en el medio de un laberinto en el que corrés para escapar, pero NO SABÉS YA SI ESTÁS ADENTRO O AFUERA, no sabés si querés salir o quedarte. ¡Hasta dudás de si el laberinto tendrá salida! ¿Por qué a Rottmare le sobra lo que a mí me falta? Estoy seguro de que si realmente no lo precisara, NO LO HARÍA. ¡Trabajo para alquilar! Muchos vivimos así, no vemos la luz del sol y, sin embargo, pagamos mes a mes el alquiler.

¡También me roba el dueño cuando me cobra lo que me cobra por quedarme a dormir en la pocilga que alquilo! Sin embargo, no tengo miedo de arrepentirme; en mi situación, estoy seguro de que Rottmare y CUALQUIERA HARÍA LO MISMO. Rottmare es también un sinvergüenza como yo y se compra un sombrero nuevo cada mes. Una noche me dijo: “No soy idiota”. ¿Fue una advertencia?

¿Por qué no encontré un trabajo que me satisfaga? ¿O un trabajo que me permita vivir sin inconvenientes? ¡Al diablo con el ingeniero Rottmare! ¡No me quita el sueño su advertencia! Trabajé duro para no tener que atravesar esta pesadilla y, sin embargo, LAS DEUDAS ME AHOGARON. ¿Por qué me compré la moto? ¡¡¡A pesar de mis esfuerzos desmedidos, de mi sacrificio, a pesar de vivir como un esclavo!!! ¿Se creen que me gusta andar revisando carteras como una polilla? El empleo mal pagado, los compromisos adquiridos, los préstamos y los retrasos me arrastraron irremediablemente a esta pesadilla. ¿Usted sabe cuánto cuesta el alquiler de un apartamento en Villa Española? ¡Quince mil doscientos pesos! ¡Y te piden seis meses por adelantado como garantía! ¿Cómo quieren que no robe? Un apartamento con un cuarto en Husares y Fernández Crespo: doce mil quinientos pesos. ¡Más de la mitad de mi sueldo! Lo fui a ver ayer. ¡Los techos se caían abajo! ¡Las ratas eran las verdaderas habitantes de la casa! ¡El olor a humedad se clavó en mis tripas y sentí náuseas! ¡Mejor olvidarlo! ¿Y Rottmare se compra un sombrero por semana? ¡Ja, ja! ¡¡¡Me alegra haberle robado!!! Entonces, YO CONFIESO:

A mi tía Federica: 4.900 pesos
A mi MADRE: 2.450 pesos
A mi hermano: 2.390 pesos
Al ingeniero ROTTMARE: 5.700 pesos
A la ARQUITECTA: 4.200 pesos y 300 pesos
A mi tía Rosario: 5.000 pesos
A MI HERMANA JULIETA: 500 pesos
A Candela Belcí, la ESCRIBANA de mi padre: 2.000 pesos
A Lucas: 400 pesos
A Darndanelli: 300 pesos
A Álvaro CHILDE: 400 pesos
A Lucía D: 400 pesos
A ZZZZZZ: 730 pesos
A YARA: 390 pesos
A Julio Rodríguez: 2.000 pesos
A mi PADRE: 3.000 pesos
AL COBRADOR DE LA REVISTA: 700 pesos
A Vladimir Lescano: 600 pesos
A MI PRIMO RODRIGO: 700 pesos
Al pianista: 500 pesos
A Sharon: 790 pesos
A la señora que me vende la miel: 400 pesos
A la ARQUITECTA: 900 pesos
A la abuela de Valeria: 540 pesos
A Pablo Quelleu: 470 pesos
A Aziz, el suegro de Pablo: ¡¡¡3.000 pesos!!!
A Mario Caballero: 780 pesos
A la tarotista: 450 pesos
A Leandro Dama: 440 pesos
Al contador: 3.000 pesos
Al chino que se me sentó al lado en el TEATRO: 500 pesos
Al paracaidista: 400 pesos
A Luciana Martínez: 780 pesos
A Boggi-Boggi: 100 pesos
AL DIRECTOR Elías Ripol: 2.000 pesos
A Alberto Núñez: 490 pesos
A Fabricio Dianesi: 890 pesos
A Miguel Vicente Cuesta: 540 pesos
A Jake Lubo: 900 pesos
A Jeneth Alzcorbe: 430 pesos
A Horacio Russi: 670 pesos
A Irene Novales: 900 pesos
A Jorge Bruno Carby: 3.000 pesos
A Gonzalo Ramírez: 590 pesos
A LA TEJEDORA DE MI HERMANA: 600 pesos
A Virgnia Fossatti: 690 pesos
A Pablo Funerile: 2.090 pesos
A Katy Land: 200 pesos
A Jake, el gordo: 1.200 pesos
A Renato Catón: 700 pesos
A Juan Bone: 430 pesos
AL VAMPIRO: 800 pesos
A Ellington Lagos: 1.200 pesos
A Bequio Tanachian: 400 pesos
A Kboom: 670 pesos
A BARROS FLANAGAN: 900 pesos
A GREZZI: 2.000 pesos
A Ramiro Ginn: 890 pesos
A Wilson Angou: 600 pesos
A Mariquita: 400 pesos
A ARTURO EL GOLOSO: 600 pesos
Al que me vende el palo santo: 890 pesos
A Federico Balia: 300 pesos
A Aquiles Built: 4.000 pesos (!!!!!!!!)
A Pedro Vendette: 700 pesos
A María Kores: 1.200 pesos.

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