El Frente Amplio (FA) votó la declaración del Foro de San Pablo (FSP) en su último encuentro en Cuba, en la que se justifica y apoya al gobierno nicaragüense de Daniel Ortega Saavedra y de su esposa, Rosario Murillo.
Ya di a conocer mi posición sobre el gobierno sandinista. Hace dos años la establecí en la diaria, y hoy la realidad confirmó este análisis, así como ratificó lo errado de las posiciones ortodoxas defendiendo a la robocracia familiar de los Ortega. Unos meses antes había aclarado mi posición sobre el FSP, por lo que sería ocioso reiterar lo que, también, la historia confirmó.
Hoy la realidad enseña demasiadas cosas como para vanagloriarnos de análisis pasados.
El FA cometió un grave, gravísimo error al ratificar la declaración final del FSP, que apoyó al gobierno de Ortega-Murillo. El párrafo en cuestión reitera la aburrida retahíla responsabilizando al imperialismo yanqui de todo. No significa esto que el imperialismo no exista y no opere. Es obvio que en la reconstrucción del poder imperial norteamericano no van a dejar pasar ninguna oportunidad para reinstalar su hegemonía. Pero es algo muy distinto regalarle las oportunidades al injerencismo por las ineptitudes y la corrupción.
El gobierno de Nicaragua no es de izquierda. El sandinismo se transformó en un grupo mafioso, aliado a lo peor de la región y del mundo, sintonizando con sectores y gobiernos muy afines a la Casa Blanca. No es posible que a Donald Trump le inquiete la dupla Ortega-Murillo. Tal vez podría llamar su atención la construcción del canal interoceánico a cargo de China, pero esa fue otra de las tantas estafas del clan Ortega.
La ortodoxia de izquierda, tan marxista de vez en cuando, no repara en la aguda crisis económica de Nicaragua, en el trabajo en negro como norma, en los costos de la educación, en la exclusión de casi dos tercios de los trabajadores de la seguridad social. Es asombroso que sedicentes marxistas no pongan el foco en la concentración de la tierra a favor de la élite tradicional y sandinista, en el dominio mediático, en los acuerdos con sus enemigos históricos a cambio de prebendas de todo tipo. La ortodoxia –formada en Uruguay por Compromiso Frenteamplista, el Partido Comunista y un sector del MPP– insiste en ver la política en blanco y negro, sin matices de ningún tipo, donde los “compañeros” son buenos y el resto es malo. De seguir así, aquellos que desde el FA cuestionen a los “compañeros” sandinistas serán considerados enemigos.
En realidad el gran enemigo del gobierno de Ortega son sus errores políticos, sus disparates ideológicos y su permanente corrupción. Defenderlo es defender un proyecto que no puede ser no ya de izquierda, sino de gente decente.
No ver el límite al que llegó el sandinismo no sólo es miopía: representa una manera de ver la realidad que se agotó hace mucho. En la ortodoxia, la ficción juega un papel central. La instalación de una realidad dicotómica, en la que la lucha de clases se confunde con las clases en lucha, lleva a la ortodoxia a creer –como una fantasía religiosa– que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Así defienden a Ortega como a Putin, a los Kirchner, a Maduro y a tantos otros impresentables “progres” y de derecha, seducidos por sus discursos antiimperialistas y antidemocráticos. Esa forma nació en los 60, luego de la Revolución cubana, y distorsionó a la izquierda latinoamericana, haciendo del apoyo a los “compañeros” un acto de fe más que una conclusión racional basada en el análisis y en la ética. Así, se barre bajo la alfombra todo lo turbio, todo lo sucio. No aprendieron que la realidad real es más fuerte que la fantasía, y hoy todo se sabe, a la larga o a la corta.
El FSP forma parte de esa ficción. Y de esa manera gente espuria utiliza el prestigio del FA para justificar aberraciones. Tal como sucedió en La Habana, cuando se apoyó una declaración en la que se apaña a una dictadura represiva y criminal como la de Nicaragua.
El FA no puede estar un minuto más en el FSP. No puede, con su presencia, su prestigio y su historia, avalar barbaridades, violaciones a los derechos humanos, como tampoco puede suscribir documentos teóricos e ideológicos con visiones caducas que, además, nada tienen que ver con el proyecto de la izquierda uruguaya.
El FSP supo ser, en sus inicios, un lugar plural, en el que el debate era rico y abierto. Un espacio amigable en el que, a pesar de las diferencias, todos podían buscar alternativas sociales realistas en un marco de democracia, tolerancia y pluralismo. Hace tiempo que ese foro terminó.
El FA debe irse del FSP. El procedimiento es simple. Basta con que un grupo con representación en sus organismos rompa el consenso general para que automáticamente el FA se aleje de él. Es sencillo. Sólo falta quien lo haga. Y pronto.