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La anticipación transformadora: covid-19 y futuro

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La anticipación transformadora ex ante es contrafactual, ya que el “hecho” que transforma aún no es. Lo que se quiere poner en relevancia es la naturaleza anticipatoria de la creación, cuya dinámica transforma antes otra realidad posible.

Pongamos un ejemplo dentro del contexto actual de pandemia de coronavirus. Una serie de decisiones y acciones a nivel de actores del gobierno, seguidas por la sociedad en su conjunto, hicieron que Uruguay –hasta el momento– ni siquiera entrara en una curva exponencial en la evolución de la covid-19. Esas decisiones y acciones, por una parte, se definieron a partir de hechos acontecidos (cuatro primeros casos positivos importados, y una situación regional y global de pandemia), ciertos objetivos-propósitos a alcanzar (aplanar la curva en el caso nacional, minimizar impactos), y una rápida orientación en un contexto de “novedad”.

Aunque con un comienzo reactivo (se reaccionó a hechos ya consumados, a pesar de las “señales” e información profusa desde hacía mucho tiempo atrás), luego se desplegó rápidamente una sinergia virtuosa de acciones transformativas ex ante que crearon una realidad con todas las particularidades y especificidades del “caso Uruguay”, muy positiva dentro de lo grave de la problemática en comparación con otros casos-país.

Estas decisiones y acciones articularon reacción y anticipación, integrándose diversas formas de “usar el futuro”: (i) preventivas, de preparación –entrenamiento, condiciones sanitarias, stock de materiales, protocolos, etcétera–; (ii) planificación-organización de acciones hacia objetivos múltiples y en diversos ámbitos, como salud, educación, economía y trabajo, sociales, etcétera–; (iii) creación de sentido orientador frente a una realidad emergente, sorpresiva, no conocida, ambigua, incierta, que fue directriz de las definiciones y acciones en las otras dos (i y ii).

Esta “organización de sentido” no es ni más ni menos que el “encuadre” –marco epistémico– para el “planteo del problema”, que fue, de forma evidente, lo suficientemente amplio, flexible, creativo, exploratorio, espontáneo y pertinente para abordar en la toma de decisión una problemática sorpresiva y no conocida. Esto facilitó una disposición de búsqueda abierta, ágil, de experimentación y con bucles de retroalimentación permanentes en el aprendizaje, entrelazada e impregnada en la acción.

A los efectos de lo que se plantea en estas líneas de reflexión, resulta muy interesante observar las capacidades anticipatorias que se desplegaron y que marcaron la diferencia. Parece importante visibilizarlo, sistematizarlo y ponerlo en valor. Lo desplegado, puesto en práctica y aprendido, bien caracteriza a un ecosistema innovador. Le damos un sentido positivo y de bienvenida a la intuición, espontaneidad, imaginación e improvisación rigurosas –incomprendidas o malentendidas en lógicas cartesianas–, y a la apertura a la creatividad, múltiples lógicas, actores y conocimientos.

La experiencia de aprendizaje dentro del contexto de la covid-19 está mostrando que necesitamos un cambio paradigmático, que se internalice y generalice, que amplíe los marcos de referencia para orientarnos en la configuración de “realidad”, y que habilite un reenmarque en la definición y planteo de problemas que generalmente se utilizan, para mejor informar la toma de decisión (pública y privada, colectiva y personal). Si partimos por ampliar el círculo que confina los problemas conocidos y urgentes dentro de los parámetros que los crearon y pasamos a otros diferentes y lo dejamos abierto, estaríamos ampliando los espacios de posibilidad y la capacidad para transformarlos.

Para ello, sería clave pasar de las lógicas reduccionistas, reactivas, deterministas y lineales, a las que estamos acostumbrados, a lógicas de complejidad anticipatorias, sistémicas, abiertas, relacionales e integrales. La sorpresa, incertidumbre, ignorancia y ambigüedad se “normalizarían”. La creatividad, innovación y resiliencia se potenciarían.

Aunque antropóloga y futurista, no me atrevo a decir que “mañana” todo va a ser diferente, que el mundo conocido no vuelve más, o que viene una “nueva normalidad”, o que cambiaron hábitos y costumbres para “siempre”, que es el final de algún “ismo” ni que estamos en un cruce de caminos donde uno es el acertado y otro nos lleva al abismo.

No puedo –ni quiero– hacerlo, y está en correspondencia con mi adhesión filosófica y científica a los principios de libertad y de indeterminación. Desde mi perspectiva no existe uno sin el otro. La creación permanente de novedad –la indeterminación– es parte fundamental de la naturaleza del mundo en que vivimos, como la ciencia de la complejidad ha demostrado, y, por otra parte, es la posibilidad de libertad y espacio para la agencia y la creatividad.

Esta “gran pausa”, junto con todo el sufrimiento y pérdidas que está implicando –y las que aún no conocemos–, también nos está dando la oportunidad para parar, de suspender, de detenernos a mirar y reflexionar. Nos ha mostrado que no todo es continuidad, ni tiene por qué ser más de lo mismo, igual a lo conocido. Que cuando cambian las reglas del juego (algunos de los parámetros sistémicos que generalmente damos por inamovibles) somos capaces de improvisar, de crear cosas diferentes.

Para ello necesitamos otros encuadres de sentido, más amplio, marcos mentales/paradigmas propicios, que nos permitan imaginar modos alternativos, diferentes de hacer, de organizar, de ser, tener. Esto nos llevaría a promover la experimentación –ya lo hemos estado probando, aunque forzados por una situación impuesta (no buscada, exógena)–, la reflexividad y el aprendizaje intensivo social.

¿Qué pasaría si cada uno empezara a detenerse en distinguir, reconocer, valorar lo bueno que hay en el descubrir lo nuevo, diferente, como oportunidad para ampliar las alternativas en lo que hacemos, para qué y cómo lo hacemos, y que a su vez puedan estar abiertas para mayor novedad y diferencia? ¿Qué pasaría si estas estuvieran cargadas de reflexión y responsabilidad, para orientarlas hacia algo que nos haga bien, y al mismo tiempo, contribuya con el bien común, conscientes de lo entrelazados que estamos social y ecológicamente?

Hay algunas condiciones para el cambio que serían deseables. Por ejemplo, orientar los esfuerzos en garantizar las capacidades de libertad (Sen, 1993 y Nussbaum, 2011), para ampliar las opciones de elección, con accesibilidad incluyente y de manera sostenible.

Aprovechar mejor las oportunidades que la libertad de la no determinación habilita requiere un mayor entrenamiento en las capacidades de aprendizaje profundo (reflexión y pensamiento crítico, imaginación, creatividad, empatía, responsabilidad social, resiliencia). Necesitamos también propiciar capacidades de cocreación de conocimientos a partir de inteligencia colectiva, y espacios y dinámicas de creación de sentido compartido espontáneas, autoorganizadas y a tiempo real.

Relacionado con lo anterior, y transversal a ello, también necesitamos fortalecer las capacidades y competencias anticipatorias para un uso del futuro en el presente alfabetizado, para dar sentido, orientación frente a lo emergente, y para inventar lo aún no conocido (anticipación para la novedad emergente). Estas capacidades y competencias son una vía para la creatividad, potencian el aprendizaje, la innovación, y les dan a la adaptación y resiliencia un sentido proactivo, creativo y no meramente reactivo. Además, resignifican y mejoran los otros dos usos del futuro, la anticipación preventiva y la planificación (anticipación para el futuro).

Estos tres aspectos son pilares para una sociedad intensiva en aprendizaje (Miller, 2018), que no sólo pueda acompañar el cambio en los términos del cambio, sino también generar nuevas condiciones para el cambio.

Tal vez el “contexto coronavirus” puede ser entendido como un “llamado a la realidad”, un laboratorio para experimentar y una excelente oportunidad de aprendizajes para transformar otros futuros potenciales. Cabe preguntarnos, por ejemplo, ¿cómo queremos seguir viviendo los impactos del cambio climático? Tenemos la amenaza “avisada” de un potencial de futuro de exterminio. ¿Queremos transformarlo antes? Necesitamos capacidades y competencias anticipatorias socialmente extendidas. Así de simple... así de complejo.

Lydia Garrido Luzardo integra la Cátedra UNESCO en Anticipación Sociocultural y Resiliencia, SARAS.

Referencias
Bergson, Henri (1930). Le possible et le réel. Ensayo publicado en Nordisk Tidskrift.

Miller, Riel (2018). Transforming the Future: Anticipation in the 21st Century. París-Londres: UNESCO, Routledge.

Nussbaum, Martha (2011). Creating Capabilities. Cambridge: Harvard University Press.

Sen, Amartya (1993). “Capability and Well-Being”. En: Nussbaum, Martha, The Quality of Life. Oxford: Clarendon Press.

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