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Ilustración: Ramiro Alonso

Cambio climático: cómo andamos por casa

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Sería un gran alivio que el problema del calentamiento global no existiera, pero existe, aunque todavía hay gente, de la común y también muy poderosa, que insiste en negarlo. Si aceptamos la evidencia, igual podemos creer que resolver el problema depende de decisiones ajenas y seguir con nuestras vidas, más o menos preocupados.

Podemos expresar indignación y hacer reclamos con mayor o menor frecuencia, albergando la esperanza de que otras personas asumirán sus responsabilidades, de que los daños no serán tan terribles o de que la humanidad descubrirá una forma de frenarlos a tiempo. “Inventen, pues, ellos, y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones”, escribió Miguel de Unamuno. Hay muchas formas de no asumir la parte, individual y colectiva, que nos toca en Uruguay como integrantes de la humanidad.

En la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, Uruguay firmó, junto con decenas de países, un acuerdo –uno más, después de muchos otros incumplidos– para que las emisiones de metano se reduzcan 30% en los próximos nueve años. No las emisiones en territorio uruguayo, sino las que se realizan en el planeta.

Así y todo, la delegación del gobierno nacional que participa en el encuentro no estaba muy dispuesta; adoptó la decisión porque Argentina y Brasil resolvieron firmar a último momento. Se consideró que sería perjudicial para nuestra imagen, y quizá también para nuestros intereses comerciales, quedar fuera del compromiso.

Por si acaso, las autoridades enfatizaron que Uruguay no queda obligado a reducir sus propias emisiones, provenientes en su mayor parte de animales criados para la explotación ganadera, y que si ese fuera el caso no habría firmado el documento, porque “estaríamos pegándonos un tiro el pie”. Se hará lo que se pueda sin comprometer actividades lucrativas, con procedimientos como los de captura de carbono que ya se aplican. Pero Uruguay está de acuerdo con que otros disminuyan su lucro para que no se produzca una catástrofe en escala planetaria.

En los últimos días se ha explicado por qué el Poder Ejecutivo está en condiciones de no aumentar los precios de los combustibles (por lo menos hasta que se realice el referéndum sobre 135 artículos de la LUC), pese a que sube el del petróleo. Las grandes sequías en territorio brasileño disminuyen la capacidad de generación hidroeléctrica y el país vecino nos compra energía. UTE genera para Brasil con sus centrales térmicas, que requieren combustible; Ancap se lo vende a UTE y mejora sus cuentas.

El uso de las centrales térmicas contamina y contribuye al cambio climático, que a su vez incide para que se produzcan las grandes sequías. En el corto plazo, hacemos negocio; en el mediano y el largo, nos pegamos un tiro en cada pie. Esa es la cuestión en todo el mundo. Nuestra culpa es sin duda menor que la de las grandes potencias, pero existe.

Las palabras “ecología” y “economía” comparten la misma raíz griega, que significa “casa”. A menudo comparten poco más, pero nuestra casa es el planeta y la responsabilidad de cuidarlo no nos es ajena.

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