El mes pasado se completó el reintegro a las clases presenciales en la educación inicial, primaria y secundaria. Transcurriendo el segundo año de la pandemia, con idas y venidas según la evolución de los indicadores, se cumple un hito tan discutido como esperado. En este período ha sucedido de todo, desde la etapa del shock inicial, en la que especulábamos con que esto terminara pronto, a la inevitable consolidación de la educación a distancia, y ahora este anhelado “retorno a la presencialidad”. Sin embargo, ¿son las mismas personas aquellas que dejaron su rutina áulica hace casi dos años y las que retornan hoy?
Más allá de las respuestas individuales, que cada cual hará según sus experiencias, sus posibilidades y condicionantes, es posible pensar en algunos fenómenos colectivos que se están observando en las investigaciones a nivel internacional. Algunas de ellas nos permiten reflexionar sobre qué está ocurriendo, en este momento tan complejo, con la experiencia escolar para los principales actores de la comunidad: estudiantes, docentes, y familias.
Estudiantes en pandemia
Tras la irrupción de la pandemia de la covid-19, prácticamente todos los países de América Latina optaron por un cierre inmediato de las aulas y un aprendizaje “a distancia”. Dada la celeridad del fenómeno, la primera preocupación fue cómo hacer factible este nuevo formato. En el caso uruguayo, la presencia ya extendida de Plan Ceibal implicó la posibilidad de implementar velozmente una modalidad de enseñanza virtual. Sin embargo, al volverse la tecnología tan central en el vínculo pedagógico, los primeros estudios pusieron de relieve la importancia de analizar las brechas digitales, y problematizar su relevancia para comprender nuevas desigualdades educativas, tal como indicó prontamente la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.1
En este nuevo contexto, no preocupan sólo las diferencias en el acceso y la apropiación digital de las y los estudiantes y sus familias, sino cómo la imposibilidad de la presencialidad en el aula modifica el vínculo con profesores, con la institución, y con lo que el francés Bernard Charlot llamaba “la relación con el saber”.2 En este sentido, es importante pensar cómo el aprendizaje debió distanciarse también de toda una cantidad de elementos que son relevantes en la experiencia escolar: el juego e intercambio con amistades y docentes, el cambio de espacios, y la actividad física. La pandemia nos deja en claro que los cuerpos no son accesorios y que, en definitiva, buena parte del aprendizaje es sensorial y social: el tiempo y el espacio importan.
En este sentido, algunos sentimientos expresados por las y los estudiantes en pandemia incluyen la sensación de pérdida de calidad en lo aprendido, y la tristeza ante el confinamiento y el aprendizaje a distancia.3
Sin embargo, no todas las experiencias fueron negativas. Este ha sido también un momento de generar otros aprendizajes, pasar más tiempo en familia y repensar el espacio doméstico junto con el educativo. Como indica la Encuesta de Juventudes y Pandemia en Brasil,4 en este período niños, niñas y adolescentes desarrollaron una mayor valoración de la ciencia y la tecnología, aprendieron la importancia de la crítica a las fuentes de información disponibles, así como el combate a las fake news, al tiempo que participaron en procesos de aprendizaje en conjunto con amigos y familiares.
Las docencias
La docencia se encuentra dentro de los trabajos en los que mayor impacto tuvo la pandemia: 74% de la actividad se realizó de forma remota,5 y otro tanto se suspendió. Dicho en otros términos, las aulas se vaciaron, y las y los docentes se llevaron (ahora todo) el trabajo a casa.
Quien haya dado clase en este particular período seguramente habrá pasado, en diferente medida, por procesos de encantamiento y desesperación. Y es que, como indican múltiples trabajos a nivel internacional, la ambivalencia parece haber dominado este proceso de intensas transformaciones para el trabajo docente.
Por una parte, este proceso implicó una gran desregulación del trabajo, pérdida de derechos, exceso de actividad, incompatibilidades entre la vida laboral y personal, y sentimientos de ansiedad, angustia, estrés y depresión.6 A ello se suma, en muchos casos, la sensación de soledad del trabajo y de desprotección por parte de las autoridades y las instituciones, así como una ausencia de definiciones claras que definan y regulen el teletrabajo7 (proceso en el que Uruguay se encuentra ahora embarcado). En este sentido, los grandes esfuerzos de muchos docentes no necesariamente se vieron reconocidos públicamente, simbólica o materialmente, a pesar de la gran presión sufrida en este período.
Por otro lado, y pese a estas dificultades, muchos docentes hallaron desafíos interesantes en su trabajo y encontraron espacios para la creatividad y la innovación. Como señala la Encuesta de Juventud y Pandemia antes citada, la mayoría de los docentes desarrollaron nuevas facetas en relación con su trabajo, revalorizaron el uso de las tecnologías, la innovación pedagógica y el vínculo con las familias, en esta etapa de transformación radical de las prácticas docentes y la organización escolar.
Las familias
No cabe duda de que las familias se han visto enormemente afectadas por las diferentes medidas adoptadas en torno a las intermitencias entre la presencialidad y la educación a distancia. Las ecuaciones familiares realizadas para sostener las trayectorias educativas de sus niños/as, adolescentes y jóvenes se enmarcan en múltiples desigualdades que las intersectan: las posibilidades económicas y de uso del tiempo, el acceso a los dispositivos necesarios, la conexión estable a internet, la posibilidad de teletrabajar, la cantidad de personas a cuidar, los apoyos familiares, entre otros diversos factores. Algunos de estos elementos se volvieron notorios en las fuertes demandas de las familias por el pronto retorno a las aulas.8
Las transformaciones en las formas de articulación entre escuela y familia son tan grandes que algunos autores hablan de la necesidad de nuevos pactos de corresponsabilidad educativa.
A pesar de esto, este proceso también trajo aparejados algunos elementos positivos a nivel familiar. Durante la pandemia, la educación a distancia supuso una implicación aún mayor de las familias en los procesos educativos, y un mayor tiempo de acompañamiento y de diálogo con docentes, lo que permitió, a su vez, una revalorización de su trabajo.9
Incluyendo estas cuestiones positivas y negativas, las transformaciones en las formas de articulación entre escuela y familia son tan grandes que algunos autores hablan de la necesidad de nuevos pactos de corresponsabilidad educativa, plasmados en renovados acuerdos entre los actores de cada comunidad, que puedan perdurar en la pospandemia.10 Es decir que, incluso tras la vuelta a clases, seguramente algunas de estas dinámicas de diálogo entre familias y docentes continúen, y modifiquen las formas previas de vinculación.
Volver a las aulas
¿Quiénes vuelven a las aulas, entonces? Sin duda, no las mismas personas que, hace casi dos años, salieron de ellas. En algunos casos, para las primeras cohortes de estudiantes de cada nivel, esta puede ser de sus primeras experiencias presenciales en su centro educativo. El primer momento de compartir banco con otra/o compañera/o, de organizar el tiempo según los recreos, por no hablar del tapabocas que seguirá acompañándolos durante horas. Probablemente, para los docentes, la alegría de la presencialidad se conjugue con cierta añoranza de la practicidad de muchos elementos dados por el trabajo remoto: tener todo a mano en la computadora, evitar el cansancio de los traslados, comer mejor. De igual modo, las familias deberán volver a reorganizar sus esquemas domésticos y laborales, aún en cambio, y con incertidumbre sobre la evolución de la situación.
En relación al trabajo docente en este esquema, es importante remarcar algunas de las facetas más complejas de este proceso, vinculadas a la desregulación del trabajo y la desconexión digital. De modo más amplio, en el mundo del trabajo asistimos a formas de gestión que se concentran en la responsabilidad y autonomía de las y los trabajadores con primacía sobre los derechos y las pautas de regulación del trabajo. Ello parece particularmente preocupante para pensar el trabajo docente pospandemia, una actividad cargada por una cantidad de tareas no siempre reconocidas, tales como la corrección, preparación, coordinación, así como el monitoreo general del aprendizaje y el bienestar de los y las estudiantes de forma personalizada, una cuestión medular. Parece al menos atendible el peligro de que la pandemia consolide los procesos de sobrecarga y soledad en el trabajo docente, particularmente en un contexto de reducción presupuestal, y de desaliento y control de la participación.
A pesar de estos procesos, también es posible que florezcan nuevas formas de construcción pedagógica entre los actores de la comunidad educativa. La pandemia, en diversos aspectos, ha propiciado nuevas formas de solidaridad entre estudiantes, familias, docentes y miembros de la comunidad, ha integrado el ambiente doméstico a la escuela, valorizando más que nunca sus saberes, historias, experiencias y hasta imágenes. Paradójicamente, hoy conocemos aspectos de las y los estudiantes que antes no conocíamos (y a la inversa).
En síntesis, en este contexto tan adverso, han surgido fenómenos importantes que apreciar y defender. Eso implica reivindicar los espacios de encuentro y afecto, apoyarnos en nuestras pérdidas, ejercer la solidaridad frente a las dificultades y desigualdades que esta pandemia consolidó, y construir colectivamente un proyecto común en el cual reconocernos y con el cual apasionarnos. Si logramos jerarquizar eso, es posible, que lo que experimentemos no sea una “vuelta atrás”, sino un “paso adelante”. Hoy más que nunca, parece ser necesario construir, desde el pie, la contrahegemonía: un proyecto que nos motive, que nos movilice en el deseo de aprender, de enseñar, de luchar, en definitiva, de vivir.
Leonel Rivero es docente e investigador del Departamento de Sociología.
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Por ejemplo, mientras que en 82% de los hogares del cuartil más alto hay computadoras portátiles, sólo lo hay en 42% de los hogares del cuartil más bajo. Cepal-Unesco (2020) La educación en tiempos de la pandemia de covid-19. [en línea] https://repositorio.cepal.org/handle/11362/45904]. ↩
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Charlot, B (2006). La relación con el saber. Montevideo: Trilce. ↩
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Por ejemplo, lo que encontraron Rivero, L y D Viera (2021). “Diversificación de la estructura de la escuela secundaria y segmentación educativa en América Latina: la experiencia de adolescentes y jóvenes en el Uruguay”, Documentos de Proyectos (LC/TS.2021/46), Santiago, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), 2021. ↩
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Conjuve (2021). Pesquisa Juventudes e Pandemia do coronavírus. Conjuve e parceiros. ↩
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Equipos Consultores. (2021) La organización del trabajo y los cuidados sanitarios en contexto covid-19 en Uruguay. Montevideo. ↩
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Al respecto, resulta interesante el artículo de Orós, L et al. (2020). “Estresores docentes en tiempos de pandemia: un instrumento para su exploración”. Revista Interamericana de Psicología/Interamerican Journal of Psychology 2020, Vol., 54, No. 3, e1421. ↩
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Arántzazu, M (2020). “Percepción de familias y docentes sobre la modalidad de educación a distancia implantada en la Comunidad de Madrid durante la crisis por covid-19”. Enseñanza & Teaching, 38, 2-2020, pp. 25-45. ↩
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https://ladiaria.com.uy/educacion/articulo/2021/6/sr-presidente-la-infancia-pide-relevo-la-carta-de-las-familias-de-la-escuela-publica-a-lacalle-pou/ ↩
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https://fundacaolemann.org.br/releases/pesquisa-datafolha-aponta-legados-da-pandemia-para-educacao ↩
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Crescenza, G, Fiorucci, M, Rossiello, MC y Stillo, L (2021). Education and the Pandemic: Distance Learning and the School-Family Relationship. Research in Education and Learning Innovation Archives, 26,73-85. 10.7203/realia.26.18078. ↩