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Migrantes venezolanos en la frontera

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Tras permanecer cerrada durante meses por culpa de la covid-19, en junio del año pasado Brasil emitió una ordenanza mediante la cual reabrió parcialmente su frontera con Venezuela. A partir de ese momento, según la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), se permitió “la entrada excepcional de venezolanos y residentes habituales de Venezuela afectados por la crisis en Venezuela en territorio brasileño por razones humanitarias” y también “se permite la regularización migratoria de los venezolanos y residentes habituales de Venezuela que entraron en Brasil de forma irregular durante la pandemia, o sea a partir del 18 de marzo de 2020”.

Sobre el papel las cosas podrían parecer muy sencillas, pero la realidad que nosotros vimos cada día sobre el terreno resulta bien preocupante: hasta fines del año pasado, miles de venezolanos vivían en las calles en el brasileño estado de Roraima, con grandes dificultades para acceder a los servicios de salud y a otros servicios básicos.

Aunque a principios de 2022 la mayoría había podido encontrar algún tipo de acomodación, sea en ocupaciones informales o en albergues oficiales que incrementaron su capacidad, la situación sigue siendo precaria. Lo que podría parecer un escenario mejor es reflejo del temor que tienen los migrantes de enfrentar algún tipo de violencia en la calle. Por eso, la mayoría opta por no salir de los albergues, lo que ha resultado incluso en una menor demanda por servicios de salud en las unidades públicas durante el último mes del año.

Pacaraima, una población de 20.000 habitantes en el norte de Roraima, es el punto de entrada a Brasil para los migrantes venezolanos que cruzan la frontera cada día. Llegan con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida y de poder dar cierta seguridad a sus familias. En el momento más intenso, entre octubre y noviembre del año pasado, cada día unas 500 personas hacían el viaje a través de caminos improvisados llamados “las trochas”, mientras que la oficina de migración de esta pequeña ciudad fronteriza sólo procesaba 65 solicitudes de regularización migratoria cada jornada.

Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), a finales de 2021, más de 3.000 personas se encontraban viviendo en las calles de Pacaraima, nada menos que 15% de su población, lo que demuestra la dimensión del problema.

A partir de diciembre, las calles prácticamente se vaciaron, con los migrantes buscando albergues ante el temor de violencia. Además, con la aproximación de las fiestas de fin de año, el movimiento en la frontera ha sido reducido, lo que suele ocurrir en esta época. Pero en los próximos meses tendremos un panorama más claro y nos estamos preparando para un incremento en la demanda por nuestros servicios.

Hemos visto que las personas vienen con muchas esperanzas, pero cuando llegan aquí, la mayoría se tiene que enfrentar a una difícil realidad. Suelen quedarse en Pacaraima hasta que su solicitud de regularización es procesada, algo que puede llevar muchas semanas e incluso meses. El sistema de salud es muy precario y no cuenta con los recursos necesarios para prestarles una atención médica adecuada.

De acuerdo a las leyes brasileñas, toda persona tiene derecho al acceso a los servicios de salud pública, no importa el estado en el que su proceso migratorio se encuentre, pero la realidad es que, incluso con este derecho, los servicios de salud de Roraima se encuentran saturados y no dan abasto para atender todas las necesidades médicas.

Para tratar de aliviar al menos en parte esta situación, nuestros equipos están ofreciendo servicios de atención primaria, de salud sexual y reproductiva y de salud mental en las ciudades de Pacaraima y Boa Vista. De enero a octubre del año pasado, atendimos a un total de 37.517 pacientes en nuestras clínicas móviles.

Nuestros pacientes nos cuentan que migrar no era parte de su plan de vida, que lo consideraban un último recurso para escapar de la inseguridad social, financiera y alimentaria de su país de origen.

Casi la mitad de todas las consultas que llevamos a cabo en los nueve primeros meses del año se hicieron en los tres últimos meses, coincidiendo con la reapertura parcial de la frontera. La mayoría de los casos que atendemos fueron por infecciones respiratorias y urgencias ginecológicas, pero donde estamos viendo cifras realmente preocupantes es en lo que se refiere a la salud mental de las personas que acuden a nuestras clínicas: nuestros equipos han identificado síntomas de depresión, ansiedad y estrés agudo en 69% de los pacientes. Las principales causas de estos síntomas son el desplazamiento, la separación familiar, el haber tenido que caminar largas distancias en situación muy precaria y el haber tenido que enfrentarse a múltiples situaciones de violencia.

Cuando las personas llegan y nos ven, lo primero que nos preguntan es sobre los servicios de salud que podemos ofrecerles y cómo pueden acceder a ellos. Se encuentran en un país con una cultura y un idioma diferentes y tienen que enfrentarse a múltiples barreras para lograr entender cómo funcionan los servicios de salud y cómo acceder a ellos.

Nuestros equipos también llevan a cabo actividades de promoción de salud, enfocándonos sobre todo en lo que se refiere a la salud sexual y reproductiva. Les explicamos además cómo acceder a los servicios públicos de salud en Brasil que, aunque sobrecargados, deberían estar disponibles para ellos.

“Cuando llegué a Brasil, hace dos años, no había tanta gente como ahora”, contaba Alejandra, una de nuestras pacientes. “Cuando recién llegamos, era relativamente sencillo pedir una cita con el médico, pero ahora ya no es así. El único servicio de salud al que puedo acudir es esta clínica de Médicos sin Fronteras”.

“Pude traer a mi hija de Venezuela hace un par de meses, pero su proceso de migración aún no está completo y siempre que vamos a ver cómo van, la oficina está llena y no logramos que nos atiendan”, explicaba. Y es que, a pesar de la precariedad tan grande con la que tienen que vivir en Pacaraima, migrantes y solicitantes de asilo dicen, casi de manera unánime, que prefieren estar viviendo en la calle en Brasil que quedarse en Venezuela. “Al llegar aquí, dormía en el piso sobre una caja, y eso era mejor que estar en Venezuela”, decía Alejandra.

Nuestros pacientes nos cuentan que migrar no era parte de su plan de vida, que lo consideraban un último recurso para escapar de la inseguridad social, financiera y alimentaria de su país de origen. Y todos, absolutamente todos, te cuentan que durante el trayecto que los ha traído hasta aquí han pasado hambre y se han tenido que enfrentar a diversos peligros. Hace algunas semanas, un niño que participó en una sesión de salud mental hizo el dibujo de una calle. Le preguntamos el motivo y él contestó simplemente que llevaba muchas semanas viajando, caminando o haciendo dedo, pero siempre en la calle. Es cierto que eso lo ha impactado de manera profunda.

Sus historias de vida, a pesar de que en muchos casos tienen un trasfondo de esperanza, relatan la dureza de las situaciones que han tenido que vivir hasta llegar aquí. Y sus vidas ahora, viviendo de manera precaria y a la espera de que se resuelvan sus solicitudes, tampoco resultan sencillas.

Elena Graglia es coordinadora médica de Médicos sin Fronteras en Roraima.

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