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Ilustración: Ramiro Alonso

¿Sobrevivirá el patrimonio cultural? Cambio climático y pandemia

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Hace tres años, en 2018, lluvias torrenciales desbordaron el río Guadalevín, en Málaga, y tiraron abajo un muro de los baños árabes de Ronda. Ese día se recogieron 220 litros de agua por metro cuadrado y resultó arrasada parte de los jardines y mobiliario del interior de las termas construidas hace siete siglos. En las mismas fechas, el caudal del río Jalón cubrió de barro el monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Un año después, una gran inundación anegó Venecia, cuando el nivel del agua subió 187 centímetros. Especialistas del Laboratorio de Estudios en Geofísica y Oceanografía Espaciales en Toulouse aseguran que el cambio climático está acelerando la aparición de fenómenos meteorológicos extremos y que las inundaciones que en el pasado se consideraban excepcionales en el futuro serán la normalidad.

Ni el patrimonio italiano ni el español están libres de las lluvias torrenciales, las sequías, la desertificación, los huracanes, las heladas, la crecida de los mares o los desplazamientos humanos. Tampoco lo están la Estatua de la Libertad, en Nueva York, el Teatro de la Ópera, en Sidney, o la plaza de San Marcos, en Venecia, que integran la lista de 40 sitios considerados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) que desaparecerían por el cambio climático. Eso es lo que determinó un famoso estudio alemán que dio a conocer la publicación Environmental Research Letters. Brujas, Nápoles, Estambul y San Petersburgo también estarían entre los espacios amenazados. “El calentamiento global es un hecho, no cabe duda, y estamos experimentando algunas de sus consecuencias. Necesitamos anticipar los efectos adversos del cambio climático e identificar las medidas apropiadas para prevenir o minimizar el daño causado”, explica Erminia Sciacchitano, portavoz de la Comisión Europea de Cultura.

El futuro del pasado, como el de la sociedad, se expone a un riesgo inédito y no hay planes para afrontarlo. La pandemia de covid-19 y sus consecuencias económicas sobre un sector tan vulnerable como es el de la conservación-restauración han tenido un protagonismo inesperado en la concepción de estos planes, que ya estaba en marcha cuando llegó el coronavirus. El Parlamento Europeo tampoco ha desarrollado protocolos de prevención y protección especiales, aunque por primera vez se ha reconocido el problema.

Sciacchitano indica que las soluciones basadas en el patrimonio cultural juegan un papel importante en la mitigación y adaptación a los cambios meteorológicos: “Los edificios históricos representan una fuente importante de carbono, energía y recursos naturales incorporados. Su reutilización puede contribuir a reducir las emisiones asociadas con la construcción de edificios”. La renovación de edificios también es importante para la recuperación económica tras la covid-19. Según el informe publicado en marzo de 2021 por Europa Nostra, titulado European Cultural Heritage Green Paper, la reparación y regeneración del parque de edificios históricos implica el uso de técnicas tradicionales de construcción, artesanía y conocimiento local en combinación con innovaciones sostenibles. “Esto, a su vez, requiere de expertos en patrimonio, artistas y una variedad de artesanos y oficios”, sostiene la investigación. Indican que la próxima generación de la Unión Europea promoverá la acción climática, la transición justa y la cohesión social.

Este libro verde que piensa en cómo rebajar el calentamiento global del futuro de los europeos explica que la conservación del patrimonio cultural es la antítesis del espíritu de la sociedad de consumo, cuya única aspiración es no reciclar nada para consumir todo. El patrimonio cultural se presenta como un acto de desobediencia a esta maquinaria capitalista porque lucha por la reparación, el uso y la reutilización de edificios históricos, es decir, un patrón de los modelos de una economía circular. “El patrimonio cultural ofrece un potencial inmenso y prácticamente sin explotar para respaldar la transición justa hacia los futuros, con bajas emisiones de carbono y resilientes al clima, previstos por el Pacto Verde Europeo”, concluye el citado informe visionario.

Un buen ejemplo de nuevas soluciones para mejorar la resiliencia de los asentamientos históricos y fomentar su reconstrucción sostenible en caso de desastres es el proyecto Heritage Resilience Against Climate Events on Site (heracles) [Resiliencia patrimonial contra eventos climáticos in situ], uno de los planes de investigación financiados por la Comisión Europea con un presupuesto total de 18 millones de euros. Giuseppina Padeletti, del Consejo Nacional de Investigación de Italia, ha sido la coordinadora del proyecto y cuenta que han trabajado en Heraclion, en la isla griega de Creta, donde el aumento del nivel del mar y los intensos oleajes amenazan la fortaleza marina de Koules, mientras que los fuertes vientos y el aire salino están corroyendo el Palacio de Cnosos, de 4.000 años de antigüedad y hogar del mítico Minotauro. El equipo confirmó que el cambio climático representa una auténtica amenaza para el sitio cultural. Heracles incorpora sensores in situ, datos aéreos y datos de satélites para proporcionar soluciones concretas y rápidas para la salvaguarda del patrimonio cultural. Es un sistema de alerta temprana que será esencial, sobre todo en caso de eventos extremos cuya intensidad y frecuencia aumentaron y seguirán haciéndolo.

El patrimonio cultural no se salvará de los nuevos peligros que lo amenazan con los exiguos presupuestos que se le dedican, sino con la conciencia de la comunidad.

Estos cambios adversos son, además, nocivos para el turismo cultural y la fuente de ingresos que reporta en la zona y repercute en la conservación de los propios sitios históricos. Los destinos del patrimonio cultural pueden volverse menos atractivos como resultado de los impactos inducidos por el clima en el entorno natural y construido. Así lo alertan los investigadores del departamento de Ciencia Política de la Universidad de Grecia George Alexandrakis, Constantine Manasakis y Nikolaos A Kampanis, quienes han publicado un informe sobre el impacto económico del cambio climático en el patrimonio cultural, donde muestran cómo afecta a la duración y la calidad de las temporadas turísticas dependientes del clima. Cuentan que uno de los efectos directos de la disminución del crecimiento económico y de la riqueza discrecional es una mayor inestabilidad política y crecimiento de la inseguridad. Y concluyen que lo único que puede detener a la economía turística es el impacto del cambio climático sobre el legado artístico.

En Creta, indican estos investigadores griegos, la economía comenzó a cambiar de manera radical en la década de 1970, cuando la población abandonó la agricultura –sobre todo el cultivo de la vid– por el turismo y se desplazó a los núcleos urbanos, como Heraclion. Gracias a su conversión en uno de los destinos vacacionales más populares de Grecia, Creta produce en estos momentos 5,7% del PIB total del país. Más de cuatro millones de turistas visitan la más grande y poblada de las islas griegas (y la quinta más grande del mar Mediterráneo). Por Cnosos pasan cerca de 670.000 visitantes al año y 40.000 por la fortaleza marina de Koules, pero las previsiones advierten que el turismo en Creta no dejará de crecer en la próxima década. En 2030 está previsto que pasen 4,3 millones de personas. En estos momentos Creta recibe un millón menos. Para entonces Cnosos recibirá casi un millón de visitantes y reportará unos beneficios por venta de entrada de 17 millones de euros (casi tres millones de euros más que los logrados en 2021). Son estimaciones que permiten entender la importancia de la promoción y conservación del valor comercial del patrimonio, además del cultural. Los investigadores del informe concluyen que, para preservarlo, las administraciones deben asumir medidas de protección que garanticen la integridad del patrimonio ante el impacto del cambio climático.

El turismo y el patrimonio protagonizan la típica relación de pareja eternamente al borde del divorcio. Según la Agenda Urbana publicada por la Comisión Europea, hay que olvidarse de las masas de personas con ganas de hacerse una selfie en los monumentos y aspirar a un turismo sostenible. Es aquel que aporta beneficios a las comunidades y ciudades respetando las necesidades de la población local y garantizando la integridad del legado histórico. Para conseguirlo, la Comisión Europea ha reclamado métodos y herramientas que consigan el equilibrio de los flujos turísticos entre los principales centros y los sitios y ciudades menos visitados. Con la pandemia de covid-19 esta regulación de los flujos turísticos ha adquirido, además, una dimensión de seguridad.

La masificación y el cambio climático son los mayores riesgos que amenazan al patrimonio. Venecia es la mejor prueba de esta afirmación. De ese paraíso de calma y sosiego, de silencio y paz que venden en las postales más bucólicas, no ha quedado ni rastro. La ciudad de los canales y los puentes depende en vena de la industria del turismo y del abordaje de los megacruceros, embarcaciones de cientos de metros de largo y tan altas como edificios de apartamentos. Ahora formulemos a la inversa: la salvación de la ciudad de los canales y los puentes depende de la prohibición de los megacruceros en el corazón de Venecia. Ninguna de las dos ecuaciones es mentira y, sin embargo, son irreconciliables.

La Unesco reclamó hace seis años la prohibición de los cruceros que pasan por la puerta de San Marcos junto con otras tantas medidas que están pendientes de cumplir, como la “reducción drástica” del número de turistas. La pandemia ha servido para hacer reaccionar a la ciudadanía, que tras una consulta pública sobre la construcción de una nueva terminal fuera del centro decidió que las embarcaciones de más de 40.000 toneladas tendrían que atracar lejos de la laguna. Cuando el flujo turístico vuelva a estar a pleno rendimiento ya no habrá fotos de esos monstruos cruzando la ciudad. Cinco años después de haberlo avisado, la Unesco publicó en marzo de 2020 un extenso informe titulado “Proyecto de gobernanza territorial del turismo en Venecia”, en el que señalaba que seguían sin resolverse “problemas cruciales”, que representaban “una amenaza significativa” para su patrimonio excepcional. El primero de todos es la expulsión de los residentes que ha provocado la masificación turística. Más de 25 millones de personas visitan la ciudad al año y los vecinos son poco más de 50.000.

“La exuberancia del turismo de masas, que es un problema de hace muchas décadas, tiene un impacto negativo muy importante en el patrimonio, y sus efectos están generando problemas complejos en muchos campos. Este problema ya resultó una pérdida significativa de autenticidad histórica, así como la pérdida de significado cultural debido al cambio básico de uso de las casas públicas y privadas en las áreas urbanas”, explicaban los especialistas en el informe de la Unesco. Venecia no es un parque temático, aunque la alcaldía insista en lo contrario, y para demostrarlo piden al gobierno italiano que apoye a los residentes mediante “la provisión de viviendas asequibles, la promoción del empleo y la seguridad de la infraestructura para garantizar que aumente nuevamente su número”. La tarifa de acceso que se impondrá a partir del próximo verano tampoco servirá para reducir el número de turistas, cuyo impacto en los tejidos urbanos históricos, en el medioambiente de la laguna y en las identidades sociales de sus habitantes “es destructivo”.

En tan sólo unos años, el marco político europeo sobre el patrimonio cultural se ha revisado por completo, avanzando hacia un enfoque que parte de las personas y elimina las divisiones entre tangible, intangible y digital. Ahora se lo considera como un recurso compartido, destacando que los interesados comparten la responsabilidad de su transmisión a las generaciones futuras. Es decir, los especialistas en la conservación y restauración son esenciales en la vida del legado histórico, pero la ciudadanía no puede quedar al margen, porque será la responsable de activar los recursos políticos. Además, el nuevo marco ha sido acelerado por las consecuencias de la covid-19. Durante el confinamiento se han potenciado las posibilidades de las nuevas tecnologías para preservarlo y mejorar la experiencia del visitante y la participación del público en los sitios y los museos. El patrimonio cultural no se salvará de los nuevos peligros que lo amenazan con los exiguos presupuestos que se le dedican, sino con la conciencia de la comunidad que asume que debe proteger estos hitos que forman parte de su historia y su identidad.

Peio H Riaño es historiador del arte, escritor y periodista. Este artículo fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.

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