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La utopía de unas Naciones Unidas democráticas

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Frente al veto ruso en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hemos podido leer y escuchar numerosos reclamos por el supuesto carácter antidemocrático de dicho poder de veto. Debemos reconocer que es una crítica absolutamente cierta y válida. Al igual que el antidemocrático poder de veto de Francia, Reino Unido o del propio Estados Unidos, que también lo ha ejercido en numerosas oportunidades.

La arquitectura de la ONU no es una construcción democrática, sino que es el resultado del poder militar de las potencias vencedoras al final de la Segunda Guerra Mundial. Con la curiosa excepción de China, que no era una de las potencias vencedoras, pero que es el único miembro que –si el organismo fuera relativamente democrático– podría tener cierto derecho al poder de veto.

Hagamos un pequeño ejercicio para imaginarnos una ONU realmente democrática en el mundo actual, con unos 8.000 millones de habitantes.

Un Consejo de Seguridad de 15 miembros daría una representación de un miembro cada 533 millones de habitantes.

Si consideramos que en el mundo actual Asia tiene unos 4.700 millones de habitantes, África tiene 1.300 millones, todas las Américas tienen 1.100 millones, Europa tiene unos 800 millones (incluyendo Rusia) y Oceanía unos 40 millones, queda claro que un Consejo de Seguridad medianamente democrático se integraría con nueve asiáticos, dos africanos, dos americanos (no necesariamente estadounidenses) y dos europeos (no necesariamente rusos, británicos o franceses). Incluso, si aplicáramos el democrático método de representación proporcional integral que usamos en Uruguay, Europa quedaría con un solo miembro y Asia con diez.

De la misma forma, si imaginamos una Asamblea General de 800 miembros, o sea un miembro cada diez millones de habitantes, queda claro que Uruguay por sí mismo ni siquiera integraría la Asamblea, mientras que la integrarían 20 brasileños y cuatro argentinos. Si nos asociáramos con Paraguay, por ejemplo, podríamos ocupar un asiento en la Asamblea un año de cada tres. O también se podría (como se hace en muchos países federados) garantizar la presencia con un voto de aquellos países que no lleguen a la cuota por proporcionalidad, por ejemplo, a partir de un mínimo de un millón de habitantes, (unos 60 países) y algún mecanismo de participación con voz para los que no llegan al millón (unos 50 países).

¿Un gobierno democrático a nivel mundial es una utopía? Sin duda que hoy lo es, como lo era hace 100 años una democracia con voto universal incluyendo el voto femenino.

Y si se optara por mantener la existencia del poder de veto y se asignaran los cinco votos actuales mediante una distribución democrática, Asia quedaría con tres poderes de veto, África con uno y las Américas con el restante (siempre que no adoptáramos el método de representación proporcional integral, en cuyo caso lo perdería en favor de Asia). Europa pasaría de sus actuales tres votos con poder de veto a cero.

Por cierto, tanto China como India tendrían tres representantes cada uno en ese Consejo de Seguridad democrático y ambos países también serían los únicos que tendrían asegurado el poder de veto. Y cada uno tendría 140 representantes en la Asamblea General.

Los actuales cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia) no tendrían asegurado su asiento (sólo podrían acceder a él si ocasionalmente fueran elegidos representantes de sus continentes).

Por lo tanto, la próxima vez que le hablen de democracia mundial, tenga presente estos números.

¿Un gobierno democrático a nivel mundial es una utopía? Sin duda que hoy lo es, como lo era hace 100 años una democracia con voto universal incluyendo el voto femenino. Pero las utopías sirven para eso, son una guía en la construcción de un mundo soñado. Una democracia planetaria hoy es un mundo soñado, pero también es un mundo posible de construir en un mediano plazo.

Incluso se podría imaginar que ese Consejo de Seguridad de la ONU tuviera el monopolio del poder militar y las armas de gran porte como las atómicas, que con el tiempo se harían innecesarias y se podrían eliminar de la faz de la Tierra.

Gustavo Scaron fue presidente de la Comisión Especial de Defensa Nacional del Frente Amplio.

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