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En tiempos libertarios, ¿el humanismo es una utopía posible?

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Javier Milei fue elegido presidente de los argentinos por una holgada mayoría. El candidato y su grupo nunca ocultaron su perfil ultraliberal en lo económico y de extrema derecha en lo político.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde fue a parar el voto peronista? Hasta en la Provincia de Buenos Aires, los números arrojaron un virtual empate entre los dos candidatos. Tal resultado en los hechos representa una victoria contundente de Javier Milei. En el resto del país, salvo en dos provincias, el voto al nuevo presidente electo se impuso de manera muy clara.

El gobierno saliente, con un discurso formalmente progresista, dejó absolutamente en evidencia que de palabras y de promesas no vive la gente. Al contrario. El lenguaje progresista acompañado de una política incapaz de mejorar la distribución del ingreso es una aberración. Con lenguaje progresista no basta para contrarrestar los resultados de una política económica y social que ha dejado como consecuencia un cuarenta por ciento de la población en situación de pobreza y cerca de un diez por ciento en situación de indigencia.

Amplios sectores de la clase media están aterrorizados por la creciente incapacidad para pagar sus cuentas más básicas y elementales, con ingresos que no alcanzan para llegar a fin de mes, con una ley de alquileres que ha destruido el mercado inmobiliario, con serios problemas para acceder en forma regular y adecuada a los servicios básicos.

Una gran mayoría de los dirigentes peronistas ha perdido relación con sus bases. Políticos enriquecidos, que sin camuflaje ni disimulo hacen ostentación de su riqueza, no pudiendo mostrar otra fuente de ingresos diferente a la que proviene del ejercicio de sus cargos en la función pública.

Es un trago demasiado amargo para que el pueblo lo soporte y para que vuelva a depositar su confianza en quienes lo han llevado al actual estado de cosas.

Y el movimiento sindical, que en el pasado fue el baluarte del peronismo y de la resistencia contra las proscripciones y los gobiernos militares, ha dejado de cumplir ese papel que le confería el carácter de columna vertebral para liderar las conquistas populares y ser vanguardia de los trabajadores. Ese movimiento está desde hace mucho tiempo en manos de dirigentes añosos, eternamente reelegidos, alejados de las desdichas de sus representados y bien dispuestos a negociar con el poder político ventajas corporativas.

¿Y qué pasa con los movimientos sociales? Aquellos movimientos que reflejaban la movilización popular y que crecieron y se multiplicaron como hongos a partir de la destrucción del empleo formal, que fueron firmes representantes del “que se vayan todos” de principios de este siglo XXI, después de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, ¿dónde están? Muchas de esas organizaciones son manejadas por punteros inescrupulosos y se han convertido en usinas de asignación de planes sociales y otras dádivas, que lejos de restaurar la dignidad del trabajo han promovido la sumisión de miles y miles de personas, hombres y mujeres, que forman parte de ese ejército de reserva conformado por los desheredados del modelo.

Al desastre socioeconómico se le suma la falta de proyectos que alienten opciones genuinamente solidarias y el individualismo campea en casi todos los ámbitos del espectro social.

Por los anticipos y anuncios que se efectuaron durante la campaña, más allá de su naturaleza contradictoria, es posible inferir que se avecinan tiempos difíciles.

Sería un gravísimo error dejar de lado la humildad y no reconocer el mandato inequívoco de las mayorías nacionales.

Estamos ante un cambio de ciclo y el modelo que impulsa este nuevo gobierno seguramente, con el devenir del tiempo, y tal vez no en un plazo muy lejano, generará malestar social.

Pero al vacío de la retórica del gobierno saliente, que se ahogó en sus promesas y fracasos, hay que sustituirlo por propuestas alternativas y concretas.

El triunfo de Milei se apoya en una prédica de dos años durante los cuales se hizo referencia a la doctrina económica vinculada a la escuela austríaca, invocando nombres que no le dicen nada a las grandes mayorías, tales como Ludwig Von Mises, Friedrich Hayek, hasta llegar a los exponentes más modernos, tales como Milton Friedman o Murray Rothbard. El mensaje despertó sentimientos, una gran expectativa por el cambio, mucho más que la cabal comprensión de los alcances del mensaje.

Existe la presunción de que este modelo no será capaz de sacar al país y a las grandes mayorías de los enormes problemas que atraviesa. ¿Ello supone que hay que basar un futuro alternativo en la resistencia como única opción? De ninguna manera, lo mejor es oponer al esquema triunfante un modelo viable y alternativo capaz de concitar las expectativas y el apoyo del pueblo argentino.

Lo mejor es oponer al esquema triunfante un modelo viable y alternativo capaz de concitar las expectativas y el apoyo del pueblo argentino.

Tomará su tiempo, pero vale la pena hacer la inversión.

Al individualismo a ultranza, al repudio a la justicia social, a la condena a la igualdad de oportunidades como principios rectores del modelo triunfante en las recientes elecciones, es necesario contrastarlo con una alternativa fundada en principios solidarios, que pongan al hombre en el centro del desarrollo.

Una economía humana, respetuosa del ambiente, fundada en principios éticos, que se desarrolle en el mundo de la producción, el comercio, los servicios y la banca, basada en principios éticos y no especulativos, que comprenda a todos los sectores del quehacer económico y social. Un modelo basado en principios de eficiencia social, respetuoso de la libre empresa, pero que al mismo tiempo promueva formas activas de cooperación.

Un proyecto que no se agote en el ámbito de lo económico productivo, comercial y financiero, sino que también comprenda el importantísimo papel que desempeña la cultura, sustituyendo la incomunicación, el aislacionismo y el individualismo por la verdadera promoción de valores participativos, de cooperación y de solidaridad.

No es esta la instancia para hacer mayores precisiones, sino que por el momento alcanza con dejar asentados estos enunciados. Y cabe preguntarse: ¿Lo anterior solamente son expresiones irrealizables y pertenecen al mundo de las utopías?

La respuesta es afirmativa. Hoy pertenecen al mundo de la utopía, como también perteneció a ese mundo el proyecto anarco libertario que acaba de imponerse en la República Argentina.

Porque para cambiar el modelo de desarrollo en un sentido que haga posible construir una sociedad más humana y solidaria, se necesita en el punto de partida apelar a la utopía.

Gabriel Vidart es sociólogo. Entre otros cargos a nivel nacional e internacional, fue director adjunto del Proyecto Combate a la Pobreza en América Latina y el Caribe del PNUD (1984-1986), fundador y secretario ejecutivo del Plan CAIF, Uruguay (1988-1990), y director ejecutivo del Centro Único Coordinador para la gestión de la red de clínicas y sanatorios de la provincia de Buenos Aires (2003-2012).

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