Nadie puede poner en duda que Uruguay es una ruta consolidada por las que transitan grandes volúmenes de mercadería ilegal hacia los centros de consumo internacionales.
Es completamente prioritario encarar una reforma del sistema penitenciario. Este debe mejorar los mecanismos de control, pero también complementarse con una activa política de rehabilitación.
Es necesario también librar una batalla en el campo cultural, donde en la actualidad el narcodelito ofrece alternativas concretas a aquellos sectores sociales excluidos.
En Uruguay estamos transitando un camino que representa un caldo de cultivo perfecto para que los fenómenos que hoy suceden en Ecuador encuentren terreno fértil en nuestro país.
El circuito del narcotráfico es uno solo y de carácter global. Pero la persecución militarizada y la estrategia represiva se concentran en el ámbito en el que se genera la oferta de mercadería.
Ello no quiere decir que haya que renunciar a la represión de las bandas organizadas, pero centrar toda la estrategia solamente en esa dimensión es esencialmente no entender la naturaleza del fenómeno.
Es absolutamente ridículo y torpe quedar atrapado en el episodio y desconocer los inmensos problemas que de manera creciente se han instalado en Uruguay en materia de violencia y narcotráfico.
Sería un error no asumir que el fenómeno Milei fue el resultado de la bronca y esa bronca objetivamente existe. Y como bien se sabe, tiene razones objetivas para que exista.
El mundo ha transitado durante el siglo XX por enormes tragedias colectivas y ello obliga a levantar los sistemas de alerta ante el complejo panorama que la democracia republicana tiene por delante.
El problema del narcotráfico y el lavado de activos debe formar parte de la agenda política del nuevo gobierno. Pero hay una cosa que resulta clara: Uruguay no puede enfrentar solo un problema de esta magnitud.