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Ilustración: Ramiro Alonso

Faltan agua y vigor político

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Uruguay atraviesa una crisis por escasez de agua, que se agrava y que no se debe solamente a la grave sequía. De esta última no son responsables, por supuesto, las actuales autoridades, pero sí de no haber adoptado antes medidas preventivas, pese a que abundaron, desde la comunidad científica, las voces de alerta y las propuestas fundadas de solución. También son responsables de insistir en que sólo necesitamos que llueva, sin generar conciencia sobre otras causas del problema.

En lo referido al futuro inmediato, es preciso señalar que la salinidad excesiva, peligrosa y desagradable del agua suministrada por OSE al área metropolitana no es lo peor que puede pasar, y que quizá lleguemos a extrañarla.

Si se publicaran diariamente indicadores de la reserva disponible de OSE y de la calidad del agua que suministra, en comunicados similares a los que se difundieron durante la emergencia sanitaria, el impacto no sería menos alarmante que los peores momentos de la pandemia.

Estamos en un período de cuenta regresiva para males mayores, como lo sería la insuficiencia del agua para el saneamiento, sin la posibilidad de medidas relevantes en ese corto plazo y con la esperanza depositada en precipitaciones que, según los especialistas, no llegarán pronto en cantidades significativas. Mientras tanto, los perjuicios son acumulativos y algunos de ellos tienden a crecer en forma exponencial.

Sin embargo, no hay campañas de bien público, ni conferencias de prensa o cadenas presidenciales, ni formación de un grupo asesor de alto nivel. El Poder Ejecutivo muestra una preocupante falta de reflejos, y ni siquiera ha optado por medidas de autoprotección política, como quemar fusibles en OSE, evitando que los cuestionamientos lleguen más arriba y ganando un “período de gracia” para nuevas autoridades.

Se aplica la táctica del avestruz y el oficialismo recurre sin mucho entusiasmo a rutinas improductivas. Se negó a que el Parlamento tratara en forma urgente propuestas para reducir daños; intenta repartir culpas entre los gobiernos frenteamplistas y causas naturales inevitables; e incluso decidió canalizar el subsidio a la compra de agua embotellada de una forma sumamente discutible, con transferencias de dinero a una población acuciada por muchas otras necesidades, y sin afectar las ganancias coyunturales extraordinarias de las empresas que venden ese producto.

Es difícil evaluar qué proporciones de estas actitudes se deben a incompetencia, al impacto acumulado de problemas políticos graves o a la creciente cercanía de las elecciones, que aumenta los temores al desprestigio y debilita la solidaridad entre partidos y sectores oficialistas. También es posible que incidan otros factores.

Quizá uno de ellos sea que esto no se arregla pidiéndole a la gente que se abstenga de regar las plantas. A mediano y largo plazo, es preciso evitar la relación depredadora en gran escala, por parte de actores económicos muy poderosos, con un recurso natural indispensable que abunda pero no es infinito, dos características que comparte con la paciencia popular.

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