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Bye bye, Manini

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Los cronistas que debieron cubrir la noche negra de Manini en su búnker del hotel Dazzler, son concordantes en señalar el ambiente fúnebre que se respiraba. Acompañado de su núcleo más leal (menos su esposa, la senadora Irene Moreira, que se encontraba en el departamento de Artigas y que fue la gran ausente de esta escena final) frente a las cámaras admitió al fin lo que no había podido hacer las semanas previas a la elección, cuando todas las encuestadoras de opinión anunciaban su caída libre. Seguramente alguien que no ha ocultado su fuerte fe religiosa estaría esperando el milagro que finalmente no llegó.

Se plantó frente a las cámaras y asumió la totalidad de la responsabilidad de la derrota. Se adjudicó errores propios políticos y personales y el hecho de no haber podido resolver elementos de una interna complicada. Recordó a Napoleón y su afirmación de que “las victorias tienen mil padres pero las derrotas son huérfanas”.

Aunque la autocrítica no fue lo contundente que anunció, pues olvidó selectivamente los episodios más importantes que fueron horadando su imagen pública y al final le hicieron perder toda credibilidad, y provocar el total descalabro electoral.

La rebelión de la soldadesca

En su autocrítica -escasa, renga y marketinera- Manini omitió que en 2019 era un general saliente, con ascendencia en el universo militar también llamado “familia militar”. Esa base social fue representada con ademanes pero sin sustancia. Su “artiguismo” se fue deshilachando. Apenas instalado en el Parlamento su honor quedó a resguardo en algún casino de oficiales cuando sus socios de la coalición no le votaron el levantamiento de los fueros. Semanas antes había dicho que concurriría a la Justicia y que renunciaba a sus fueros. No lo hizo.1 Primer dato de que el “honor” era una cuestión elástica.

Casi inmediatamente, la soldadesca se enteró de que el general “artiguista” era un “okupa” en tierras de Colonización. Los aliados de la coalición lo volvieron a salvar. Los soldados -esos que viven en condiciones miserables a orillas de los cuarteles- vieron que el temita del “honor” volvía a escasear. En los meses siguientes, se mostró partidario de liberar a los militares condenados por delitos de lesa humanidad. Fracasó. Ya no eran los soldados rasos los que perdían la fe en el general; eran los viejos del Centro Militar los que dudaron de la eficacia política de Manini.

Ni hablar cuando se supo que un coronel que pensó que estaba en un cuartel, colocó decenas de adherentes en la plantilla de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), o cuando la esposa del general venido a menos pensó que podía regalar casas, como si fueran suyas, desde el Ministerio de Vivienda. Y, para poner la frutilla arriba del guiso cuartelero, se supo que el general “artiguista” tiene un patrimonio de cuatro millones de dólares y hasta un apartamento en Miami.

Entendemos que su desaparición de la vida política, o al menos su reducción a la casi nada misma, es una buena noticia para nuestra democracia.

Y la soldadesca, estupefacta, comenzó a ver que el general era una máscara del carnaval de Artigas y que debajo de ella, funcionaba un milico jorobado.

Al final, los soldados de patas en el piso se insubordinaron. Y en las orillas de los cuarteles Manini no sacó ni cerca los votos que había obtenido cuando encandiló con su retórica de orden y mano dura en 2019.

“Este es el fin, mi amigo”

Es el final. Y él lo sabe. La identificación con el emperador francés revelada en la cita podría tener claro múltiples lecturas por sus proyecciones a futuro. Nuestro general criollo parece estarse viendo en ese espejo de soledad y final.

Su cara, evidenciada en todos los canales de televisión en la reunión de los candidatos de la coalición gobernante el 28 de octubre, es una señal nítida del derrumbe. Se presentó de la peor manera en la que puede hacerlo un militar ante los otros, despojado de toda autoridad. Casi como la crónica policial tan recordada: “Se acostó bien, y se despertó muerto”.

Entendemos que su desaparición de la vida política, o al menos su reducción a la casi nada misma, es una buena noticia para nuestra democracia. Ni su discurso autoritario ni su programa conservador, expresado en esta campaña electoral junto a su candidata a vicepresidenta, una médica amable que le hacía de contrapeso, dirigido a las familias y a la sociedad toda, tuvieron el apoyo que pretendió repetir, porque como dice la canción, ya no era ayer, sino mañana.

Tal como lo advertimos en un artículo anterior, el general Manini se convirtió en una caricatura de sí mismo, de alguna manera confirmando la afirmación de Karl Marx: "La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa".

Linng Cardozo es periodista y escritor. Fabricio Vomero es licenciado en psicología, magíster y doctor en antropología.


  1. Al cierre mismo de esta columna, trascendió que al perder sus fueros por no renovar su cargo en el Senado de la República, es posible que Manini Ríos sea reclamado por la Justicia para que brinde explicaciones, si se reabre el caso por el que se solicitó el pedido de desafuero en 2020. Recordemos que había sido incriminado por “omitir”, por no informar a la Justicia y a sus superiores que Nino Gavazzo y Jorge Pajarito Silveira, ambos procesados por delitos de lesa humanidad, habían testificado ante tribunales de honor hechos relacionados con violaciones a los derechos humanos. 

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