En el balotaje del domingo pasado, la ciudadanía expresó una clara preferencia por la fórmula que integraban Yamandú Orsi y Carolina Cosse, vencedora con casi 93.300 votos más que la formada por Álvaro Delgado y Valeria Ripoll.
El futuro gobierno nacional frenteamplista ocupará 17 de las 31 bancas en el Senado, que se completará con nueve legisladores del Partido Nacional (PN) y cinco del Partido Colorado (PC). En la Cámara de Representantes habrá 48 parlamentarios del Frente Amplio (FA), que para aprobar leyes deberá lograr el apoyo de dos de los 51 restantes, repartidos entre el PN con 29, el PC con 17, Cabildo Abierto e Identidad Soberana con dos cada uno y el Partido Independiente con uno. Esta configuración requerirá diálogos y acuerdos.
Desde que se conoció el resultado de la segunda vuelta, varios dirigentes del oficialismo saliente han expresado su voluntad de aportar gobernabilidad sin renunciar a sus opiniones políticas. Entre ellos estuvo Delgado, quien evocó a Wilson Ferreira Aldunate para asegurar que apoyará, aun en el desacuerdo, todo lo que sea necesario para que “el país avance”.
“Pueden contar con nosotros”, dijo, pero aún no está claro a quiénes abarca ese plural. Se han oído otras voces que ya priorizan las elecciones nacionales de 2029, afirman que la derrota de Delgado se debió a la “tibieza” y sostienen que es preciso librar una dura “batalla cultural” contra el FA. Tras esta consigna hay por lo menos tres posiciones distintas.
La primera de esas posiciones es la de quienes alegan que el desenlace de la batalla debe ser la aniquilación de fuerzas que buscan dominar el mundo sumiéndolo en la decadencia. Va de suyo que con un enemigo tan maligno como el que pintan no hay acuerdos posibles.
La segunda posición aboga por lo que se ha llamado tradicionalmente “lucha ideológica”. Sostiene que la gestión del gobierno saliente, la campaña de Delgado o ambas fueron “tibias” porque no defendieron con firmeza posiciones más liberales en lo económico y más conservadoras en lo social, contraponiéndolas a las del FA.
Es una opinión válida si se asumen sus límites. Desde 2020, lo que le impidió a la coalición de gobierno saliente adoptar políticas distintas no fue la oposición frenteamplista, sino sus discrepancias internas. No tiene sentido reclamarles a todos los integrantes de esa coalición que batallen con ferocidad por posiciones que no comparten. Además, cabe acotar que la gente no sólo vota en función de quién la convence, sino también por lo que ha pasado con su calidad de vida. Las posiciones ideológicas tienen consecuencias.
Por último, están quienes consideran que lo crucial no son los contenidos, sino las formas, y que la “batalla cultural” consiste en insultar y difamar cuanto sea posible. Nada bueno pueden aportar.
En Uruguay hace falta hoy, en vez de frialdad despiadada y acaloramiento fanático, más tibieza. De la que crece con la comprensión, la solidaridad, el respeto, los cuidados y la confianza en nuestra capacidad de ser mejores. De la que se siente, como cantó Alfredo Zitarrosa, “cuando empieza a amanecer”.