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Sobre la forma y el contenido de la campaña

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En un artículo publicado en la diaria en 2019, el historiador Carlos Demasi sostenía: “Aunque la fantasía iluminista supone que la campaña es el mecanismo de difusión de las propuestas programáticas, su vínculo con los electores es mucho más complejo: subraya presencias, moviliza emociones, interpela identidades, invoca tradiciones y echa mano de todo aquello que pueda atraer al potencial elector”. No hay novedad en decir que esta campaña electoral uruguaya viene siendo, por lejos, la más fría y floja de contenidos. Lo que sí comienza a notarse es un aumento de la frivolidad en contraste con campañas pasadas.

Y aunque podría decirse que la “bandera practicada” en la campaña de 2014 por el actual presidente de la República para exhibir su excelente estado físico (respecto de la edad avanzada de su entonces contrincante, Tabaré Vázquez) o el jingle “Votá a Maneco” de la campaña de hace cinco años ya venían anunciando un camino descendente de las formas en que se pretendía atraer a los y las votantes, lo cierto es que estamos posiblemente en presencia de una apelación a lo más fútil y banal para atraer electores desde la salida de la dictadura en 1984.

Veamos la diferencia principal en esta campaña: por primera vez estamos cabalmente ante una contraposición de “bloques” asumidos por quienes integran “la coalición republicana” o la oposición a esta. Y desde la previa a las internas era muy visible y evidente que los entonces precandidatos del bloque oficialista estaban recurriendo una y otra vez a la desacreditación de quienes pugnaban en el bloque opuesto, en lugar de hacer lo propio de una campaña de elección interna: conquistar votos dentro del propio partido al que cada precandidato pertenecía.

Con ese panorama se insistió en presionar a la actual candidata a la vicepresidencia por el Frente Amplio, Carolina Cosse, a que se pronunciara sobre el proyecto de reforma constitucional impulsado por el PIT-CNT y acompañado por los partidos Comunista y Socialista.

A esto se sumó una denuncia por violencia de género que involucraba al actual candidato a la presidencia por el mismo partido, Yamandú Orsi, lanzada en un día emblemático (8 de marzo, Día Internacional de la Mujer), que la propia denunciante terminó desmintiendo y que dejó un retrogusto amargo en la población, además de la pregunta: ¿hasta dónde es esperable que se llegue con tal de ganar una elección?

Lo cierto es que estamos posiblemente en presencia de una apelación a lo más fútil y banal para atraer electores desde la salida de la dictadura en 1984.

Las respuestas empezaron a llegar. Primero, con la designación de Valeria Ripoll como candidata a la vicepresidencia por parte del candidato del Partido Nacional, Álvaro Delgado. Esta nominación, según los propios nacionalistas, buscaba un golpe de efecto en la población y –aparentemente– lo consiguió. Quizás no en el sentido en que se buscaba, pero lo cierto es que casi ningún nacionalista fue indiferente al hecho político que significó el anuncio de Delgado en la misma noche de las internas.

De todos modos, este tipo de sorpresas en el tablero político estaba bastante dentro de lo esperable y hasta lógico en función de la diferencia porcentual que hubo entre los votantes de Delgado y Raffo en la interna nacionalista. Lo que realmente no se esperaba y empieza a llamar poderosamente la atención es la campaña que está haciendo el candidato a la presidencia por el Partido Colorado, Andrés Ojeda.

Ya viene desde las internas, cuando comenzó a anunciarse como una suerte de “heredero” del estilo de gobierno (y de estética) del actual presidente, teniendo en cuenta que ambos integran tiendas políticas históricamente enfrentadas, aunque con unos cuantos gobiernos de coalición encima. También con su viraje claramente hacia la derecha asociándose con el actual diputado Gustavo Zubía y con una “innovadora” forma de exhibir su programa de gobierno: un código QR que lleva a todas las entrevistas (el código QR fue desarrollado en 1994), cuando en Uruguay todavía gobernaba Jorge Batlle; aunque parezca algo “nuevo” no lo es tanto, y su apelación al “círculo rojo”, una forma de referirse al resto de los candidatos a la presidencia que remite a “la casta”, término con el que Javier Milei se refería despectivamente a sus adversarios en Argentina.

Su “hit” más reciente, un spot publicitario lanzado antes de los plazos legales establecidos, en el que da rienda suelta a todo su narcisismo apelando a lo más básico e irracional –el culto a la imagen y a datos sobre el candidato que poco y nada aportan a su plataforma de gobierno o a su posible desempeño como gobernante de un país–, parece ser lo más bizarro a lo que –hasta ahora– nos hemos enfrentado en una campaña.

Es muy evidente que, como expresaba Carlos Demasi en la diaria hace cinco años, el vínculo de la campaña con los electores “echa mano de todo aquello que pueda atraer al potencial elector”. Tristemente parecería que, en la actualidad –al menos para los asesores de campaña de Ojeda y para el propio candidato–, entre lo que puede atraer a los potenciales electores está el culto a la imagen per se. Algo que en la historia de la humanidad terminó con consecuencias trágicas.

Y lo peor de todo es que, conforme a la evolución de las encuestas, podría decirse que le está dando resultado.

Raúl Ávila es militante frenteamplista.

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