Los resultados deportivos y las obras envejecen más rápido que la identidad y el orgullo de una nación.
Nos separan apenas cinco años del aniversario del campeonato mundial de fútbol de 1930. El 4 de octubre, la FIFA resolvió adjudicar la organización del campeonato mundial de fútbol 2030 a España, Portugal y Marruecos, y otorgar a nuestro país, Argentina y Paraguay la disputa de un partido conmemorativo.
De esta manera, se puso fin a un largo proceso de postulación que comenzó en octubre de 2005, fecha en la que Uruguay comunicó su aspiración de organizar el Mundial 2030 a las autoridades de la FIFA, invocando su liderazgo en la realización del primer campeonato mundial de fútbol FIFA, sus antecedentes victoriosos en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, y la obtención del título de campeón en aquella instancia.
Referencias deportivas
Desde un punto de vista deportivo, el triunfo de la selección celeste en 1930 es parte de un despliegue futbolístico deslumbrante e irrepetible que se extendió a lo largo de la primera mitad del siglo XX.
En ese lapso, Uruguay conquistó todos los torneos mundiales que disputó. Fue campeón invicto en los Juegos Olímpicos de Colombes 1924 y Ámsterdam 1928 y en los campeonatos mundiales de fútbol de Uruguay 1930 y Brasil 1950.
Perdió su primer partido mundialista en semifinales del Mundial 1954, en el alargue, después de haber empatado ante la selección de Hungría, revelación del torneo. Le llamaron “el partido del siglo” y lo presentaban como una final anticipada.
En ese entonces, el mejor fútbol del mundo se jugaba en el Río de la Plata y Uruguay era su máximo exponente.
Sentido de la postulación
Sin embargo, la iniciativa de postular a Uruguay como sede del campeonato mundial 2030 nunca fue, ni exclusiva ni principalmente, una propuesta concebida como una conmemoración deportiva, iniciativa legítima y ambiciosa, pero difícilmente factible.
La aspiración original fue la de aprovechar la celebración del centenario del primer campeonato mundial impulsado, organizado y conquistado por nuestro país, con el propósito de rescatar una etapa histórica, el “estado del alma” de una sociedad que confiaba en sus capacidades y en sus posibilidades, una época en la que la ciudadanía soñaba y se esforzaba por hacer posibles sus sueños.
No para intentar vanamente regresar a un tiempo y unas circunstancias sociales e históricas irrepetibles, sino para reconocer y emular un espíritu de época esperanzador, optimista, superador de diferencias contingentes, que pudiera inspirar y alumbrar en el presente, un proyecto de país unido en su diversidad, con metas comunes, con compromisos colectivos, con vocación y talante nacional.
El campeonato mundial de 1930 dejó un legado en obras (nada menos que el estadio Centenario, único monumento del fútbol mundial), un legado deportivo (el título de campeón y el honor de ser el primer país en obtenerlo), pero fundamentalmente aportó un legado indeleble al contribuir significativamente con la construcción de nuestra identidad, con el fortalecimiento del sentido de pertenencia y el orgullo nacional.
Los resultados deportivos y las obras envejecen más rápido que la identidad y el orgullo de una nación.
La identidad nacional es una construcción abierta y permanente. Se afirma en el pasado, se resignifica y recrea en activo con el paso del tiempo y se relegitima en la memoria ciudadana y la transferencia generacional.
A diferencia del carácter fundacional de la épica militar en otros países de la región, su incidencia relativa en nuestra identidad nacional no es tan relevante como la contribución significativa y determinante de la cultura y del fútbol.
La aspiración original fue la de aprovechar la celebración del centenario del primer campeonato mundial impulsado, organizado y conquistado por nuestro país, con el propósito de rescatar una etapa histórica.
Oportunidades y posibilidades
Estamos a tiempo de celebrar el centenario de aquel campeonato mundial de fútbol y de su contexto histórico, de prepararnos para que el partido otorgado no se constituya en una festividad aislada y se inscriba en un plan que considere oportunidades propicias de desarrollo urbano, social, económico y deportivo.
En sus contenidos deportivos, ese plan debería considerar los diferentes momentos constitutivos de la gesta futbolística, incluyendo la conmemoración de las campañas deportivas y los triunfos previos correspondientes a los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, así como la fecha y el lugar en que la FIFA tomó la decisión de otorgar la sede a nuestro país.
Con relación a las oportunidades asociadas a la realización de un partido conmemorativo y al acontecimiento en sí mismo, la propuesta debería considerar la elaboración de un nuevo plan director del parque Batlle, el impulso de una estrategia de diplomacia deportiva que visibilice y destaque al país en el ámbito internacional, la inclusión de contenidos pedagógicos relativos a estos acontecimientos históricos y deportivos en los planes y programas de estudio del sistema educativo, el involucramiento y la participación de la ciudadanía de todo el país en los festejos, entre otros componentes.
La celebración del centenario no puede someterse ni restringirse a la propuesta autorizada por la FIFA ni a un diseño concebido exclusivamente por parte de las autoridades de gobierno y del fútbol uruguayo. Su significación amerita un proyecto país, participativo, de compromiso y talante nacional.
Hace apenas unos días, Sebastián Chittadini cerraba un artículo en la diaria con la siguiente pregunta retórica: “¿Quién no sabe que los acontecimientos inolvidables y los mitos nos pertenecen y son siempre construcciones que se hacen en equipo?”.
La celebración de una epopeya deportiva incorporada definitivamente en la memoria popular y en nuestra identidad nacional no debería concebirse reservadamente desde el círculo estrecho de las autoridades del fútbol y, mucho menos aún, excluir a la ciudadanía de la posibilidad de opinar e incidir en un asunto de evidente interés general.
Recientemente, amparados en la Ley 18.381 (derecho de acceso a la información pública), elevamos algunas preguntas concretas, tanto al gobierno nacional pasado como a la intendencia.
En lo sustancial, las respuestas recibidas en ambos casos remiten a documentación consignada como confidencial. En consecuencia, desconocemos cuáles son los compromisos que se han asumido hasta el presente y hay interrogantes sobre temas elementales que aguardan respuestas claras, por ejemplo:
- ¿Cuál es el proyecto de obras para la reforma y modernización del estadio Centenario y su entorno? *¿Qué servicios, facilidades, requerimientos logísticos, aspectos impositivos y fiscales, o de infraestructura son exigidos por FIFA, fuera de lo estrictamente relacionado con la reforma del estadio Centenario?
- ¿Cuánto dinero se deberá invertir?
- ¿Cuál o cuáles serán las fuentes de financiación del proyecto?
- ¿Qué destino tendrá el estadio una vez concluidas las festividades?
- ¿Cuál será el modelo de gestión y cómo se asegurará su sostenibilidad?
- ¿Quién o quiénes están considerando estos asuntos?
Aún estamos a tiempo de encontrar las respuestas para estas interrogantes y de corregir el rumbo. El Estado ha sido un actor fundamental en el impulso y desarrollo del deporte en nuestro país y también debería serlo en estas circunstancias, definiendo el rumbo y orientando las acciones para que Uruguay todo pueda celebrar y celebrarse, con independencia de las resoluciones y condicionamientos de la FIFA.
Fernando Cáceres fue secretario nacional del Deporte.