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Henry Cohen. Foto: Federico Gutiérrez

Gastroenterólogo uruguayo recibe reconocimiento mundial por su trabajo

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Henry Cohen defiende la democratización del conocimiento y la universalización de la asistencia.

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El gastroenterólogo uruguayo Henry Cohen recibirá el 22 de setiembre el máximo galardón que otorga la Organización Mundial de Gastroenterología (WGO, por su sigla en inglés): el premio Masters of the WGO, para el que fue seleccionado entre 60.000 miembros de 110 países. Cohen cumple con los dos requisitos que tiene la organización para otorgar el premio: haber logrado distinciones en áreas de investigación académica, haber ejercido enseñanza, haber estado al servicio de esa asociación y de la comunidad en general, y haber tenido una dedicación excepcional a la misión de la WGO, organización que presidió y en la que ocupó otros cargos de responsabilidad entre 2001 y 2015.

Cohen estudió medicina en la Universidad de la República y se recibió de gastroenterólogo en 1984, –en ese proceso también estudió en Japón–. Es docente de la Facultad de Medicina desde hace 36 años y cree haber continuado el legado de sus profesores, de convertir el Servicio de Gastroenterología del Hospital de Clínicas en el mejor centro del país. Cohen habla con pasión sobre la disciplina y muestra la inquietud que lo ha acompañado y lo ha hecho impulsar proyectos como ECHO (Extension for Community Healthcare Outcomes), que mediante un convenio entre la Udelar y la Universidad de Nuevo México se propone apoyar a especialistas de salud de diferentes partes del país. También dirige su propia clínica privada y, por si fuera poco, desde 2018 es presidente de la Academia Nacional de Medicina.

El premio lo recibirá en el Congreso Mundial de Gastroenterología, que se celebrará en Estambul, la misma ciudad en la que asumió la presidencia de la WGO, en 2011, y en la que nació su abuela paterna.

¿Por qué eligió la gastroenterología? ¿Esperaba llegar hasta acá?

Nunca lo pensé. Mi familia no viene de universitarios, era la época en que había que hacer mucho esfuerzo para llegar a la universidad, algo que hicieron mis padres y los tres hermanos tuvimos la suerte de ser universitarios. No sabía ni lo que era ser docente de la Facultad de Medicina. Me parecía que quería ser médico. Quedó ratificada mi vocación cuando entré al hospital, que fue cuando realmente empezó a gustarme y comencé a tener mejores rendimientos, y cuando hice acá un curso que se llamaba “Semiología gastroenterológica”, me di cuenta de que esto era lo que a mí me gustaba. Era alumno del profesor Elbio Zeballos, año 70 y pico, 80.

A lo largo de estas tres décadas, ¿cómo se ha desarrollado la gastroenterología en el Hospital de Clínicas y en Uruguay?

Acá tuvimos profesores como Moises Wasserstein, Pedro Kaufmann y Elena Fosman. Zeballos y Fosman nos mostraron un panorama diferente, nos abrieron los ojos al mundo, nos estimularon a viajar al exterior, a copiar las cosas buenas de otros países y adaptarlas a Uruguay. Después de la muerte de Zeballos yo asumí la cátedra, hace 15 años. Seguí el camino que habíamos trazado con Zeballos, que era de tratar de mejorar la cátedra y volverlo el mejor centro de gastroenterología del país, cosa que –sin ninguna modestia lo digo– conseguimos hace muchos años, en base a la excelente ley que tiene Uruguay, que permite exonerar de impuestos a las empresas que donan a la Universidad de la República y a gente que creyó en nuestros proyectos, tanto de aquí como del exterior. Hemos podido incorporar equipos, arreglar la planta física, becar a gente al exterior, traer docentes del exterior en forma continua y darle un movimiento permanente a la cátedra. Primero sólo teníamos el posgrado de gastroenterología; ahora tenemos dos diplomaturas, es el único servicio universitario que da la diplomatura de endoscopía y también la de hepatología en todo el país. Absolutamente todos los gastroenterólogos se forman acá, y también todos los endoscopistas y los hepatólogos.

El servicio de Gastroenterología atiende a las personas con menores recursos. ¿Cómo está en comparación con el nivel privado?

Tenemos como concepto primordial ser inclusivos, democratizar y universalizar; por lo tanto, desde que asumí [la jefatura] en 2004 dejamos de tener exclusividades con empresas, y hoy tenemos aparatos de endoscopía de todas –antes teníamos de una sola–, lo que nos da una posibilidad mucho mejor de elegir; además, tenemos convenios, gracias al apoyo de las diferentes direcciones del hospital y de los diferentes decanos, lo que nos permite seguir teniendo planes para adelante. En equipamiento, hoy no hay ningún servicio, aunque busques el más sofisticado –por ejemplo en el Hospital Británico, el paradigma de lo privado–, no tiene en gastroenterología todos los equipos que tenemos acá, de endoscopía, de motilidad; no hay ningún centro de gastroenterología del país que pueda decir que tiene todos los equipos de gastroenterología para hacer todos los diagnósticos y tratamientos en el mismo lugar, y el personal médico es excelente, el de enfermería también. La cápsula endoscópica, una capsulita que se traga y estudia el intestino delgado –no hay otra manera de verlo– es un aparatito inventado por los israelíes hace unos cuantos años que ha sido una gran revolución en la gastroenterología: es como tener una endoscopía de los siete metros del intestino delgado, porque saca fotos, vos lo ves en la computadora como un video. Eso lo incorporamos hace años acá, hemos hecho cerca de 500 estudios en el hospital. Son estudios muy caros, cada uno vale 1.800 dólares, y nosotros hemos hecho la mitad públicos y la mitad privados, y, con ese sistema, conseguimos que los públicos no paguen: con lo que pagan los privados compramos una cápsula para reponer la que le hicimos y otra para hacerle al que venga del sistema público, que no puede pagar ese costo. Hemos conseguido un sistema perfecto que nos permite tener más experiencia que nadie en el diagnóstico de cápsula. Además, por nuestras relaciones internacionales, cuando hay casos muy difíciles mandamos el video a expertos en Estados Unidos o Europa, y al otro día tenemos la respuesta.

¿Cuáles son los grandes problemas que atiende la gastroenterología en Uruguay? ¿El cáncer de colon, por ejemplo?

El cáncer de colon es muy importante dentro de las patologías orgánicas prevenibles. Si nosotros aplicáramos las pautas que por suerte ahora están aplicando las autoridades de salud para prevenir el cáncer de colon, las cifras mejorarían mucho, considerando que Uruguay es un país con alta prevalencia de cáncer de colon, y creo que está mejorando y que va a seguir mejorando. Después está el tema de las enfermedades funcionales digestivas, que son todas aquellas que el paciente siente pero que no se ven en un estudio, y que no provocan un riesgo sobre la vida del paciente pero sí afectan la calidad de vida: dispepsia y colon irritable, por ejemplo. La dispepsia es un trastorno crónico de la digestión, es un paciente que se presenta con ardor, dolor en la boca del estómago, con alguna molestia en la parte superior del abdomen. El colon irritable es muy frecuente, más o menos 15% de la población occidental lo tiene: es dolor abdominal más trastornos evacuatorios, que pueden ser del lado de la constipación o de la diarrea, y a veces se acompaña de otros síntomas, como distensión abdominal o síntomas de otras esferas no digestivas.

Hay que prestarles atención a los pacientes con trastornos funcionales digestivos: hay que explicarles qué les ocurre y hay que poner a su disposición estudios que realmente puedan serles útiles y desmistificar el temor al cáncer o a algo serio, pero sin decirles “usted no tiene nada”, porque algo tienen. Muchas veces se trata de intolerancias, que abarcan lo que pueden comer, las circunstancias en las que pueden comer, el nivel de estrés. También pueden tener un trastorno en la sensibilidad del tubo digestivo que haga que lo sufran más que un estímulo normal. Todo eso hoy en día ha avanzado mucho; aparece un nuevo invitado en este panorama, que es el de la microbiota o el de la flora intestinal, como le llamábamos antes: tenemos trillones de bacterias en el intestino que hemos empezado a conocer cada vez más, interactúan mediante la formación de sustancias con el cerebro, es el famoso diálogo cerebro-intestinal: si eso anda bien, como cualquier diálogo entre dos personas todo marcha bien, pero cuando ese diálogo empieza a marchar mal por alguna circunstancia, se pueden producir enfermedades digestivas –como colon irritable– y también fuera de la esfera digestiva, como Alzheimer, depresión, obesidad.

¿Ese diálogo es algo más bien físico o es psicológico?

El diálogo es físico, orgánico; tiene que ver el sistema nervioso, el sistema endócrino –por la liberación de sustancias–, lo hormonal, todo eso tiene que ver en cómo se produce ese diálogo, y ahí las bacterias tienen mucho que ver, porque producen muchas sustancias que estimulan ese diálogo. Pero el diálogo es entre el cerebro y el intestino; hay una interacción entre el sistema nervioso central, a través del cerebro, y el sistema nervioso entérico, a través del intestino. Al intestino le decimos el segundo cerebro porque segrega más serotonina que el propio cerebro, entonces en ese diálogo interactúan también todos los factores emocionales, todo el estrés. ¿Por qué el estrés hace que algunas enfermedades se sientan más, que los pacientes tengan más síntomas? Porque la sensibilidad del tubo digestivo también tiene que ver, y cuando ese diálogo se altera se produce el empeoramiento de determinadas enfermedades.

Usted expandió en nuestro país las clínicas ECHO, que buscan democratizar el conocimiento de especialistas.

Exacto. En 1988, por invitación de amigos, yo empecé a trabajar en Sarandí del Yi [Durazno]. Una vez por mes iba a hacer ecografías y a ver pacientes gastroenterológicos. Ahí descubrimos que había mucho quiste hidiático y empezamos una campaña en Sarandí del Yi, La Paloma, Blanquillo, que terminó con apoyo de Cáritas Antoniana de Padua, de medio millón de dólares, que aplicamos allí para tratar de hacer una atención primaria centrada en la hidatidosis, con muy buenos resultados, y les enseñamos a médicos generales a hacer ecografías para detectar hidatidosis. Demostramos que se podía democratizar los conocimientos, muchísimos años antes de que se creara el proyecto ECHO.

El proyecto ECHO nació hace 15 años, buscando enfrentar un problema que tenía el doctor Sanjeev Arora, en Nuevo México: tenía una lista de espera enorme para atender a los pacientes con hepatitis C y creó este sistema, por el cual empezó a formar gente utilizando las herramientas de telemedicina –que en aquel momento eran mucho más difíciles que ahora, que con un simple celular te podés conectar– para resolver problemas concretos. En las clínicas ECHO, o teleclínicas, se junta el personal de salud que está en el interior y se plantean historias clínicas del paciente, sin la presencia de este, que autorizó previamente a que se discuta su caso; todos los que están en la clínica opinan, discuten y finalmente el grupo de coordinadores de referentes que están en Montevideo, en el Clínicas, en el Pereira y en el Maciel, hacen un resumen final. Se crea una comunidad de enseñanza-apendizaje muy interesante, un círculo virtuoso, porque uno les enseña a diez, diez les enseñan a 100, 100 les enseñan a 1.000, y hoy en día tenemos alrededor de 3.000 personas interesadas en temas de salud: médicos, personal de enfermería, psicólogos, etcétera, en los 19 departamentos del país. Tenemos 13 teleclínicas y estamos planificando qué otras clínicas vamos a precisar este año. En diciembre firmamos un convenio con el Banco Interamericano de Desarrollo, en decanato, para el respaldo del proyecto ECHO por tres años; es una gran herramienta para garantizar el acceso a la atención médica y para universalizar o desmonopolizar los conocimientos médicos. El convenio ECHO es entre la Udelar y la Universidad de Nuevo México. Nuestra apuesta es que a mediano plazo ECHO sea un programa del gobierno. Hoy está en 35 países y se usa para más de 100 patologías. Uruguay está muy involucrado, fue el primer país en Latinoamérica en empezar ECHO y es el único en Latinoamérica en ser un super hub, es decir, centro de referencia para la formación de recursos humanos en ECHO de otros países. Hemos formado gente de Brasil, Argentina, Ecuador, Venezuela y otros países.

Preside la Academia Nacional de Medicina desde hace un año y medio. ¿Hay una continuidad con lo que se venía haciendo?

Somos pocos los académicos: 35. En general, somos de diferentes especialidades. Ha habido una continuidad en la idea conductora en los últimos períodos, entre la presidencia de Guido Berro, de Enrique Pons, en el deseo de tener más contacto con la sociedad civil, con los colegas médicos y con los estudiantes de la Facultad de Medicina, de promover más la actividad científica, de estar más abiertos, de opinar en los temas de salud. El año pasado el presidente Tabaré Vázquez nos llamó para que creáramos un grupo de científicos por el uso excesivo de drogas, se creó un documento que quedó en manos del Poder Ejecutivo, y siempre estamos en diálogo con las autoridades del Ministerio de Salud Pública. Tuvimos una actividad sobre siniestralidad vial a fin del año pasado y una sobre vacunación de HPV. Tratamos de tener incidencia en los temas de salud que puedan ser importantes para el país.

El 31 de mayo el Hospital de Clínicas presentó la remodelación del Servicio de Endoscopía Digestiva.

Sí, se presentó la remodelación de la planta y equipos de desinfección de endoscopía que nos permitieron una reforma total, dar una modernización y pensar fundamentalmente en la seguridad del paciente. Todo lo que hemos hecho ahora es centrado en el paciente. Eso nos permite ser el mejor centro de acá, desde la universidad mostrar lo que es bueno y lo que es correcto, con un gran apoyo de la industria privada, que nos donó equipos, pero también un gran apoyo de las autoridades de la facultad y de la dirección del hospital, que asignó los fondos necesarios para la remodelación de la planta física. Del Clínicas siempre se habla de la parte mala, que existe y mucho, y hay que seguir trabajando fuertemente en ello, pero también hay que mostrar las partes buenas, que a veces ni nosotros mismos conocemos, y que la gente sepa que acá tiene donde ser atendida y donde prestar un servicio de salud.

¿Qué cree que es lo que más valoró la WGO al premiarlo?

Yo creo que se valoraron los años que dediqué a WGO y el espíritu que quise darle, de ser inclusivo. Cuando empecé, en 2002, no había ningún centro de entrenamiento; cuando me fui teníamos seis, en diferentes partes de América Latina, y abrimos uno en Sudán. Organizamos cursos de entrenamiento, cursos cortos en los cuales enseñamos cómo enseñar en lugares de lo más variados, en todos los continentes, tratando siempre de impulsar a los países menos desarrollados. De esa manera, intenté cumplir a nivel de la gastroenterología mundial, con el objetivo que, modestamente, teníamos aquí en Uruguay de universalizar o de dar mayores posibilidades a la gente que no las tenían, por las condiciones en las que vivían. Creo que es lo que se traduce en algunas líneas de la carta que recibí [de David Bjorkman, ex presidente de la WGO, en la que se le notificó el premio, el 24 de mayo]: el involucramiento con el mundo en desarrollo.

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