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“Es algo loquísimo. Recién a finales del siglo XX se reconoce que el aprendizaje se inicia con el nacimiento, como si antes de los tres años no hubiera aprendizaje”, expresó Ana Malajovich, enérgica defensora de la educación durante la primera infancia. La académica argentina, experta en el trabajo docente con niños de hasta seis años, estuvo en Montevideo en el Seminario Internacional “Posibles itinerarios en educación inicial. Una mirada integradora”, organizado por el Proyecto de Apoyo a la Escuela Pública Uruguaya, que funciona en la órbita de la Administración Nacional de la Educación Pública y es financiado por el Banco Mundial. En su disertación, Malajovich se enfocó en presentar una “reconceptualización en relación con los problemas de la enseñanza y del aprendizaje”. En diálogo con la diaria habló también de los desafíos que enfrenta el nivel de educación inicial, de la formación docente y del rol de la familia en relación con los jardines de infantes.

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Titular de la cátedra de Didáctica del Nivel Inicial y directora de la Maestría de Educación Infantil de la Universidad de Buenos Aires, Malajovich también se ha desempeñado como asesora del gobierno porteño en varias ocasiones. Entiende que las autoridades deberían enfocarse en primera infancia sencillamente “porque es un derecho de los chicos”. “La serie de cálculos de retorno económico de lo que significa la educación en primera infancia están muy bien, pero la verdadera razón es que los chicos tienen derechos. Punto y basta”, afirmó.

–¿Dónde está la discusión actual sobre los problemas de la enseñanza en el nivel inicial?

–Una discusión que no se terminó de saldar tiene que ver con cuál es la selección de contenidos adecuados para el nivel inicial. Hay un acuerdo en cuanto a que son contenidos de la cultura, pero cuál es la selección, y en función de qué criterios, sigue siendo una discusión que se va saldando sistemáticamente y de manera histórica mediante las distintas propuestas curriculares que cada país, en función de su proyecto educativo, va planteando.

–¿Cuál debería ser la estrategia de políticas públicas en educación inicial?

–Trabajar la tensión entre lo cualitativo y lo cuantitativo que siempre se produce en cualquier nivel educativo. En un momento de crecimiento del nivel, muchas veces la mirada está puesta en la necesidad de que los niños se incorporen a la institución; eso muchas veces lo que hace es tensionar la calidad, es como que el sistema educativo no puede estar mirando todo al mismo tiempo. Hay otros momentos en los que se resuelve el tema de la incorporación de los chicos y entonces se empieza a mirar con más profundidad la calidad y a organizar las situaciones de enseñanza, para que efectivamente los niños aprendan cada vez más. Tener escuelas y que los chicos estén adentro es condición necesaria pero no suficiente; además de eso, tiene que haber enseñanza.

–¿Se ha llegado a la universalización del nivel inicial como para poder enfocarse en la calidad?

–De hecho, en Uruguay ya se está enfocando, con la construcción del marco general que se hizo para nivel inicial [Marco curricular para la atención y educación de niñas y niños uruguayos]. También se mejora la calidad con la idea de la formación docente específica de cuatro años, hay una preocupación del gobierno por el nivel inicial y por mejorar las condiciones de funcionamiento, aunque ya es un nivel reconocido.

–¿Qué aspectos se deben fortalecer en la educación inicial?

–Una cuestión importante tiene que ver con cómo se organiza el tiempo en la institución: cuánto tiempo hay para el juego, cuánto para el desarrollo de otro tipo de actividades, de qué manera estamos cumpliendo con un objetivo que es la formación integral del niño. Es necesario analizar cuáles son las oportunidades que tienen los chicos de concurrir a un museo o a un teatro, de poder bailar; pensar en la totalidad de la formación. Otro aspecto importante es fortalecer la formación básica de los docentes en la medida en que ellos se sientan fortalecidos, pueden transmitir de otra manera esto que forma parte de su propia identidad y subjetividad.

–¿Se debe apuntar a una formación de nivel terciario específica para la educación de la primera infancia?

–Sí, y en paralelo a eso, los sueldos para los maestros tienen que estar acordes con las exigencias de la formación. Ese es otro problema. No es que todo se resuelve con aumento de sueldo, pero sí es un punto importante.

–¿Debería diferenciarse la formación docente para las edades de hasta dos años y de tres a cinco?

–No. Pienso que la formación tiene que ser conjunta en todo lo que es primera infancia. Para la UNESCO [Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura] la primera infancia es hasta los ocho años, mientras que nosotros lo consideramos hasta los cinco. Pero la formación tiene que ser general, porque es un mismo nivel educativo que tiene particularidades, como las tiene la escuela primaria; no es lo mismo un niño de primero que uno de sexto; para nosotros es igual: no es lo mismo un bebé que un niño de cinco, pero hay un montón de cosas que se comparten.

–¿La idea es que haya una maestra que pueda trabajar desde el nacimiento hasta los cinco años?

–Sí, porque el sistema está pensado así, para todo el nivel. El maestro está formado para poder trabajar tanto con los bebés como con los niños de dos años y con los de cinco. Está formado de manera amplia, general y sólida.

–En Uruguay la escolarización es obligatoria a partir de los cuatro años. ¿Creés que la obligatoriedad debería empezar antes?

–Una cosa es la decisión de la familia y otra la obligatoriedad. Hay una obligación del Estado de que haya servicios cuando la familia decide incorporar a los chicos antes, ya sea porque ellos o la propia familia los necesitan. Hoy está comprobado en nuestras ciudades que los chicos se incorporan mucho antes a las instituciones, normalmente los propios padres te dicen que al año les están pidiendo para jugar con otros chicos; esa es una decisión que toma la familia en función de las características de los niños. Lo que sí es obligación del Estado es ofrecerle una institución educativa al servicio de la familia, lugares con personal y ambiente adecuado para que sus hijos se incorporen.

–Al asegurar la opción, ¿se corre el riesgo de ver a los jardines como guarderías?

–El problema, más que de las familias, es del propio sistema. Si se ve a la institución simplemente como un auxilio a la familia, efectivamente el jardín se convierte en una guardería; en cambio, si el sistema lo ve como el espacio educativo que necesita ese chico, la familia también lo va a hacer de ese modo, aunque haya decidido mandarlo porque efectivamente necesita salir a trabajar y no tiene otra opción que recurrir al jardín. Es la institución la que tiene que mostrarle a la familia que no es una guardería, que ahí suceden otras cosas y que esa es una institución que está al servicio de los niños, que tiene en cuenta las necesidades de las familias, pero está en función central de los niños como ciudadanos con derechos.

–¿Cómo ayuda a las familias esta mirada sobre la institución?

–Las ayuda a ocupar su lugar, porque también les da un espacio para discutir, conversar, compartir problemas, encontrar un espacio de contención para ellos, porque a veces la familia está muy sola en relación con los problemas de sus hijos y no es que la institución tiene que decirle lo que tiene que hacer, sino que tiene que abrir las puertas para escuchar, para poder armar espacios de diálogo y de intercambio entre las familias con los docentes, que también tienen sus propias familias y sus propios problemas.

–¿Cómo construye ese rol la institución?

–A partir del diálogo, no hay otra manera; en la medida en que la institución abre sus puertas, decide poder escuchar lo que son las expectativas de las familias. En la medida en que hay un canal de comunicación fluido, real, efectivo, ese diálogo permite fortalecer a la familia y la institución, porque ella se enriquece y está cuidada por las propias familias.

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