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La Casa del Árbol. Foto: Manuela Aldabe

Mandan los chicos

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La Casa del Árbol es un grupo de docentes, artistas y científicos que trabajan con la infancia, tratando de alejarse de la óptica adulta y centrándose en los intereses de los niños. La dinámica de trabajo se divide en diferentes talleres en los que la principal consigna es que los niños sean los que guíen la rutina. Todos los espacios están atravesados por el interés original de los fundadores, el registro audiovisual, que motivó la creación de un programa de televisión de seis capítulos que reúne las distintas participaciones a lo largo de los años en los talleres. Ese programa de televisión alternativo viajó a Alemania y fue seleccionado finalista en el concurso de la Fundación Prix Jeunesse, que tiene como objetivo promover la calidad en la televisión para niños y jóvenes en todo el mundo y este año tiene como eslogan “historias fuertes para niños fuertes”.

Las ideas, las actuaciones, la producción y grabación son obra de más de 20 niños que tienen entre tres y diez años y han pasado por La Casa del Árbol desde su creación, en 2014. La intervención de los docentes se ve en la edición: “Lo que hicimos fue unir todo lo que ellos habían producido en 15 minutos por capítulo para que tenga determinado ritmo y sentido”, comentó en diálogo con la diaria Álvaro Adib, fundador de La Casa del Árbol. En un mismo capítulo se pueden ver animaciones, recetas de cocina y un documental, mientras que en otros capítulos también quedan reflejados los talleres de robótica, plástica y teatro.

Para construir el programa final los docentes tuvieron que romper el molde de los formatos audiovisuales que conocían: “En la televisión piden determinados bloques, todo armado, pero nos dimos cuenta de que estaba bueno no tener formatos, respetar la cabeza de los gurises como cuando juegan”, detalló Adib. “Caóticos” fue la mejor palabra que encontraron los docentes para describir los capítulos que conforman el programa: “Lo único que les da un formato es la duración y que tienen un principio y cierre iguales; más allá de eso, no están vinculados”. A pesar de participar en la categoría de no ficción en el concurso alemán, no se animan a definirse: “Las cosas de La Casa del Árbol en general tienen lo espontáneo de ser armadas con niños, es algo muy delirante: quieren hacer algo y se va para ahí por más que no sea lo planificado por los adultos, que nos damos cuenta de que sólo podemos acompañar el delirio”, aclaró Mariana Castrillejo, una de las talleristas.

Las propuestas de trabajo en los talleres se construyen en base a los intereses de los niños. En el taller de cocina, por ejemplo: “A veces tenían ganas de cocinar y no le daban bola a la cámara, pero a veces tenían ganas de grabar y empezábamos a tomar en cuenta detalles como las luces, los trípodes, no pasar por delante de la cámara y no hablar en el fondo”, comentó Mariana Noguera, otra de las talleristas del colectivo. A pesar de que hay espacios de cine y audiovisual, no están enfocados en que los niños aprendan a hacer películas, sino que la idea es que las historias surjan de la imaginación y el interés de los más pequeños: “Se crea a partir de ese delirio infantil, de sus ganas de jugar. Lo que hacemos es habilitar elementos que, por lo general, no están pensados como recurso lúdico. Eso da pie a la creación, se generan lógicas de producción y de aprendizajes que son difíciles de explicar porque están basadas en la propia imaginación de los chiquilines”, agregó Adib.

Casero

La televisión para niños no es algo nuevo. Desde los formatos que permiten la participación por medio de juegos hasta aquellos en los que son el público de ciertos espectáculos, todos tienen algo en común: están centrados en el adulto, afirmaron los educadores de La Casa del Árbol. “Tratamos de que la mirada no esté en nosotros, y creo que eso funciona. Hacemos cosas que parten del juego y terminan en productos que pueden resultar delirantes para la visión adulta”, aseveró Adib.

Con la mira puesta en generar televisión para niños hecha por niños, se propusieron aliarse con alguna pantalla nacional, pero no tuvieron éxito aún. Según Castrillejo, esto puede deberse a que “son productos hechos por niños, entonces la estética y la terminación son infantiles, y hay una idea muy distinta de lo que los propios chicos están acostumbrados a consumir hoy. Ellos ven Pixar, con su color, animación y tiempos acelerados, mientras que nosotros trabajamos con diario y cartón, y al igual que los adultos, cuando nos presentan una estética diferente tendemos a rechazarla”. Para Noguera, hay productos hechos por niños que otros verían a pesar de no haber participado en su creación, y el desafío está en generar otro tipo de gustos, más allá de los productos estandarizados que consumen: “Intentamos mostrarles otros productos con diferentes estéticas y tiempos, y darles varias oportunidades”, puntualizó.

Adib cree que “es un desafío mover a la creación de los lugares y formatos conocidos. Hay una tensión entre habilitar la creación [de los niños] totalmente libre y a su vez asumir la responsabilidad docente de mostrarles cosas nuevas, porque nuestro rol no es darles una cámara para que hagan lo que quieran, sino ampliarles el universo con el que ya llegaron”. La búsqueda de ese equilibrio entre la vía libre y poder mostrar nuevos caminos es “constante y desafiante”, aseguró el fundador, y explicó que no tienen un solo camino para lograrlo, pero su estrategia es “armarnos de paciencia y conversar con ellos: exponer nuestras razones, escuchar las de ellos y tratar de que se resuelva a través de la palabra”.

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