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Ilustración: Ramiro Alonso

Fossati exorbitada

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Leído por Mathías Buela.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La fiscal Gabriela Fossati era poco conocida antes de que Alejandro Astesiano fuera detenido a fines de setiembre del año pasado, pero desde entonces no ha cesado de acumular motivos para que se hable de ella, aunque no necesariamente con respeto por el acierto de sus decisiones, la prudencia de sus expresiones públicas y su ecuanimidad ante los intereses partidarios.

En estos días, y en medio de las controversias por el acuerdo de Fossati con Astesiano para que este se declarara culpable de ciertos delitos y recibiera una condena reducida (evitando “cosificarlo” en un juicio oral y público), la fiscal tuvo dos nuevas iniciativas muy polémicas. Por un lado, la de indagar a Gustavo Leal por motivos que no ha explicado en forma comprensible. Por otro, la de presentar una denuncia por difamación contra el presidente del Frente Amplio (FA), Fernando Pereira, el director de Caras y Caretas, Alberto Grille, y otras tres personas de las que por ahora sólo se sabe que son, como muchísimas otras, usuarias de redes sociales.

La indagación sobre Leal, y más aún la denuncia a Pereira, ubican a Fossati en conflicto directo con el FA, y amplifican la percepción previa de que sus preferencias partidarias influyen demasiado en su actuación profesional. Esto es indeseable para alguien que trabaja en Fiscalía, donde más de una vez hay que afrontar casos con fuerte carga política, y el problema no es sólo de imagen.

Una cosa es que un político sea investigado por hechos con apariencia delictiva ocurridos durante su gestión en un organismo público, como le pasó a Germán Cardoso o a Raúl Sendic. Otra cosa es que una persona con altas responsabilidades políticas sea denunciada por difundir una mentira, como le sucedió a la senadora Graciela Bianchi.

Una tercera cosa, muy distinta de las dos anteriores, es que un político sea denunciado por expresar sus opiniones sobre acontecimientos de obvio interés público. Este es el caso de Pereira.

Es imposible comentar si tiene algún asidero la denuncia contra el presidente de la fuerza política más votada del país, porque no se ha hecho público con qué dichos alega Fossati que Pereira la difamó. Y como él no lo sabe, tampoco puede defenderse.

Algo parecido pero peor le pasa a Leal. Ya fue citado dos veces por Fossati, pero ella todavía no se ha dignado a comunicarle por qué en la primera ocasión, cuando compareció como testigo de no se sabía qué, le comunicó con rapidez que pasaba a ser indagado por no se sabía qué.

Ayer, en la segunda presentación de Leal ante la fiscal, esta le dijo que maneja la hipótesis de que haya incurrido en el delito de encubrimiento, pero no le explicó cuándo, de qué modo o a quién sospecha que podría haber encubierto, de modo que él tampoco ha podido empezar siquiera a preparar una defensa.

Todo esto contribuye a que bastante gente crea que ya está todo dicho sobre la asociación para delinquir por la que fue condenado Astesiano, y que ahora se dio vuelta el partido de contragolpe, con frenteamplistas en los juzgados. Pero esto no es un partido ni una cuestión partidaria, y sería bueno que Fossati diera muestras de entenderlo.

Hasta mañana.

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