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Ana María Ferreira, Valeria Silva, Andrea Villarino y Mauricio Castellano. Foto: Federico Gutiérrez

Salven al esturión

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Mucho se habla de la importancia de invertir en investigación y desarrollo (I+D). Sin embargo, se habla más de lo que se hace. Por eso, una mezcla de entusiasmo y felicidad me invadió al enterarme de que un grupo de investigadores de la Universidad de la República estaba trabajando sobre problemas de una empresa que cría esturiones, que el contacto surgió por otra empresa de biotecnología, que las investigaciones involucran a cuatro facultades, que ya permitieron la publicación de un artículo científico en una revista internacional y, sobre todo, que están aportando datos útiles para resolver problemas productivos. ¡Y todo se dio por iniciativa de una empresa privada que buscó el conocimiento científico allí donde se genera! “Esta es una relación win-win, una en la que todos ganamos”, dice una de las entrevistadas y uno se alegra y desea que cunda el ejemplo.

Un equipo diverso

Sospecho que entendí algo mal. Tengo que encontrarme con cuatro científicos que trabajan estudiando esturiones y me citan en el Instituto de Higiene de la Facultad de Medicina, próximo al Estadio Centenario. Subo las escaleras pensando que efectivamente me equivoqué de lugar. Pero no, al llegar al Laboratorio de Inmunología, del otro lado de una gran mesada, me esperan Valeria Silva, Mauricio Castellano, Ana María Ferreira y Andrea Villarino. Se ve que la perplejidad se me reflejaba en el rostro, porque enseguida Ferreira dispara: “Resulta un poco cómico, estamos en un instituto de la Facultad de Medicina y la cátedra de Inmunología es compartida con la Facultad de Química y la Facultad de Ciencias”. Y agrega que justamente esa diversidad de gente y de formación es uno de los puntos fuertes del grupo.

Castellano es el benjamín. Es licenciado en bioquímica y está haciendo su posgrado en biotecnología en la Facultad de Ciencias con una beca. Silva es inmunóloga en la Facultad de Química y está realizando su posdoctorado en el grupo. Ferreira es docente e investigadora del Laboratorio de Inmunología de la Facultad de Ciencias, mientras que Villarino lo es en la sección de Bioquímica y Biología Molecular de la misma facultad. No veo esturiones por ningún lado, pero tan rápido como se esfuman mis esperanzas de probar caviar, tengo la sensación de que los peces rusos se encuentran en buenas manos: los cuatro hablan con pasión sincera sobre la investigación que llevan adelante.

¿Cómo es que cuatro científicos terminan estudiando la salud de unos peces exóticos? Andrea me confiesa que, de haber una culpable, sería la directora del programa de biotecnología de la Facultad de Ciencias. “En 2013 recibió a una empresa, Biotech, que es representante en Uruguay de la multinacional Alltech, y que vende inmunoestimuladores, componentes que ayudan a fortalecer las defensa de los animales, sobre todo ovinos y bovinos”. Sin embargo, hay unos culpables anteriores: “La empresa Esturiones de Río Negro tenía interés en utilizar esos productos, pero como nunca habían sido utilizados en peces, querían que fueran evaluados experimentalmente”.

Dado que la empresa Alltech tiene como filosofía realizar investigaciones involucrando a la academia, Biotech se puso en contacto con la Facultad de Ciencias para que evaluaran experimentalmente el efecto de sus inmunoestimuladores en los esturiones. Villarino rememora: “Entonces en Ciencias pensaron en nosotras. En Ana por la parte de inmunología y en mí porque tengo un perfil por el lado biotecnológico”. Ninguna de la dos había trabajado antes con peces, como deja claro Villarino al admitir que el único pez que conocían era el del plato. Les digo que encima sé de buena fuente que, aunque algo se ha avanzado en estimularlos económicamente, los científicos uruguayos aún no son de andar comiendo caviar.

Villarino confiesa que fue raro al principio. Tras varias reuniones con Biotech, obtuvieron el apoyo económico –filial brasileña mediante– para probar los productos en peces. Sin embargo, no sabían en la que se metían: “Al buscar bibliografía vimos que casi no había información sobre inmunidad en esturiones”. Lejos de darse por vencidas, cual mojarras entusiastas se zambulleron con más ganas, porque “era interesante también a nivel de investigación básica”. Ferreira entonces relata que luego de firmar el convenio entre Ciencias y Biotech, en 2013 empezaron a desarrollar las estrategias para probar los inmunoestimulantes en los peces de Esturiones del Río Negro.

Si algo interesante tiene la ciencia es que la búsqueda de una respuesta por lo general acarrea nuevas preguntas. Ferreira lo explica bien: “No sabíamos nada ni de esturiones ni de inmunología de peces, porque nuestra formación ha sido en inmunología de otros vertebrados, básicamente en ratones, y luego conocemos bien el sistema humano. Entonces aprender de inmunología de peces un desafío, porque para poder desarrollar herramientas que te permitan determinar cómo funciona hay que entender primero cómo es el sistema inmunológico del pez”. Para colmo, dice que sobre inmunología de esturiones no hay publicado prácticamente nada, por lo que tuvieron que desarrollar una línea de investigación nueva. Y cuando uno hace algo nuevo, los problemas también son nuevos: “Cuando trabajamos con ratones, existen miles de herramientas comerciales desarrolladas para utilizar distintas técnicas. Pero para los peces no teníamos nada, en realidad estamos construyendo”.

La tarea no es sencilla

Luego de desarrollar su estrategia de investigación, llegó la hora de las conclusiones. “Vimos que a baja temperatura, los inmunoestimulantes tuvieron cierto beneficio para la salud de los peces”, cuenta Silva. “Entonce pensamos que quizá si se administraran por más tiempo, y sobre todo durante el período de invierno, que es cuando los peces están mejor, quizá eso haga que lleguen al verano en mejores condiciones y puedan soportar el agua más cálida”. Porque el problema que habían visto en Esturiones del Río Negro era que en verano, con las temperaturas más altas, sus peces se enfermaban más. Y Ferreira cuenta: “La importancia del trabajo fue poder ver que, de toda la cantidad de factores, que el ambiente aporta a la deficiencia del sistema inmunológico de los esturiones en verano, la temperatura es un factor determinante. Y entonces, a pesar de que la respuesta que le dimos a Biotech no fue la mejor, en realidad sacamos una conclusión útil para la empresa que cría esturiones. Y de hecho hoy están trabajando en esta línea de apostar al control de la temperatura en ambientes cerrados y climatizados para poder proteger, por lo menos, a las hembras más valiosas, que son las que tienen mayor edad”.

Todos sus esfuerzos, además de evacuar dudas y darle información útil a Biotech y a Esturiones del Río Negro, culminó en un artículo publicado en una revista científica arbitrada en el que concluyen que las temperaturas elevadas del agua bajan las defensas de los esturiones, al tiempo que les produce un estrés crónico. Ambas cosas los hace más susceptibles a contraer infecciones e inflamaciones, y como en el verano las bacterias están más activas, y la eutrofización del río Negro es mayor, la mortandad aumenta. Villarino dice con cierto orgullo: “El paper ayuda a la toma de decisiones de las empresas, porque tenían la percepción de que había un problema con las temperaturas altas, pero no tenían ninguna prueba. Y nosotros les dimos una prueba científica de que la temperatura es un factor”.

Pero el trabajo del grupo continuó. Consiguieron un fondo nacional de pesca de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) de casi 2.000.000 de pesos con un proyecto para generar herramientas marcadoras de infección o inflamación propias para los esturiones. Ferreira dice que el punto “es tratar de trazar el sistema inmunológico en los peces vivos en la granja”. Y Villarino acota: “Nos gusta profundizar en la investigación básica sobre el tema, pero evidentemente lo que queremos es no perder de vista el interés de la empresa, que quiere algo que se puede aplicar en la granja”. Castellano cuenta: “De la misma forma que si a una persona le quieren hacer un examen para tal enfermedad ya se sabe que tal proteína en sangre es un marcador para esa enfermedad, lo primero que hay que hacer es identificar qué moléculas del esturión podrían ser indicadores de un proceso inflamatorio o de una infección. Después de que uno sabe cuál es ese componente, hay que desarrollar las herramientas para detectarlo”. Y en eso están. Pero Castellano sabe que la tarea no es sencilla: “Para que veas la complejidad, el asunto no es sólo que no hay reactivos para el esturión, sino que ni siquiera se conoce su genoma”. ¿Y por qué importa eso? “Porque una vez que vos tenés la secuencia, podés saber qué proteínas se generan”, cuenta Castellano, y explica que como la información disponible era poca, tuvieron que trabajar con transcriptomas de otras especies de esturiones y de tejidos que no eran los más relevantes para ellos. Aun así “en condiciones de laboratorio desafiamos a los esturiones con un patógeno que genera una respuesta inmune. Y entonces vimos cuáles de estos genes, que nosotros pensábamos que eran potenciales indicadores, aumentaban su expresión a nivel del ARN mensajero, lo que probablemente quiera decir que ese gen va a generar más proteína. A los genes que se expresaron más los seleccionamos como candidatos para producir esa proteína en grandes cantidades en el laboratorio”. La cosa sería así: Castellano y los suyos tomaron el gen que les interesaba y se lo introdujeron a una bacteria para que produzca una proteína que no es propia de ella, lo que se conoce como una proteína recombinante.

Un caso de éxito

Uno piensa que es sencillo y que en breve podrán venderles a los rusos un reactivo para detectar si sus esturiones están infectados. Pero cuando se lo digo, Castellano ríe y dice que eso sucederá “sólo si es a precio de caviar”. Lo cierto es que ya lograron identificar potenciales marcadores y expresar la proteína en las bacterias. “Ahora estamos en el proceso de generar los anticuerpos. El objetivo final es, en un futuro, tener un marcador que pueda medir de forma no invasiva y que sea potencialmente trasladable a la granja, de forma de que lo puedan implementar sin tener ningún equipo muy sofisticado”, dice. “Lo ideal sería terminar trasladando el know how para generar una especie de tira reactiva, como la de los tests de embarazo, pero de eso estamos bastante lejos”, confiesa.

Y con ese objetivo hay más por investigar. Silva cuenta que hace poco ganaron un fondo María Viñas de la ANII que les permitirá profundizar tanto al elegir mejor los genes que se expresan, como las proteínas que generarán los anticuerpos para los marcadores. “La idea es aprovechar otras técnicas, como la transcriptómica, que te permite ver cómo se expresa el ARN en un momento y en un órgano dados, y la proteómica, para ver mejor cuáles de las proteínas realmente están aumentadas en una condición de estimulación con patógeno o de aumento de temperatura o con ambas, que es lo que pasa habitualmente en la granja en verano”. Ferreira acota que para ello, la calidad de las muestras es fundamental, y que eso los llevó a trabajar con la gente de Veterinaria: “Estamos cultivando esturiones en el Instituto de Investigaciones Pesqueras. Hasta ahora todo el trabajo que hemos hecho de las inoculaciones de productos bacterianos se hizo en Baigorria, donde tienen un pequeño laboratorio, pero para poder desarrollar bien esta línea era necesario tener un pequeño laboratorio acá en Montevideo. Y en eso estamos, armando ese pequeño laboratorio en el instituto de la rambla, con la colaboración del veterinario Alejandro Perretta. Ya trajimos esturiones este mes y ya están en el instituto”. Silva agrega: “Eso nos permite ampliar el tipo de muestras con las que trabajamos. Porque el ARN es delicado, y cuanto más rápido lo puedas procesar y guardar, mejor”.

Lo que empezó con una empresa contactando a la Facultad de Ciencias terminó involucrando a cuatro facultades –Ciencias, Medicina, Química y Veterinaria– y a dos empresas privadas, Biotech y Esturiones de Río Negro. Para Ferreira todo esto “es como plantar una semillita sabiendo que va a pasar un tiempo para que veamos grandes frutos. Vamos teniendo resultados que si bien parecen pequeños, pueden tener utilidad para las empresas”. Villarino agrega: “No es fácil darle continuidad a una línea nueva de investigación. Tenés que tener más ayuda, porque perspectivas laborales para la gente que formamos tenemos pocas”. Castellano se suma: “Es triste ver que el país invierte en la formación de las personas, pero como no hay lugar, muchos se tienen que ir queriendo quedarse. Y es gente que uno forma con la capacidad de resolver nuestros problemas, esos que nadie te va a venir a resolver”. Ferreira remata: “Por eso tratamos de armar proyectos, de obtener recursos, para sostener a la gente que estamos formando”.

En momentos en los que tanto se habla de I+D, este es sin duda un caso de éxito que, además de estudiarse y de que sería fantástico que se replicara, es importante que pueda continuar. Eso siempre y cuando la instalación de una pastera aguas arriba haga necesario introducir valor agregado y aumentar la productividad de las pocas granjas que practican la acuicultura en Uruguay.

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