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Karina Antúnez y Ciro Invernizzi en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.

Foto: Ricardo Antúnez

El lado dulce de la forestación: científicos aportan conocimiento para auxiliar a los apicultores que llevan sus colmenas a predios forestales

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A nivel global los insectos polinizadores, animalitos que al alimentarse del polen de las plantas ayudan a su reproducción, no están pasando un buen momento. Las causas son múltiples e involucran a los agrotóxicos, la pérdida de hábitat y la propagación y acción de patógenos, entre otros factores. Dentro de los polinizadores se encuentran las abejas que producen miel. Como estos insectos están insertos en el sistema productivo de los humanos, Ciro Invernizzi, etólogo de la Facultad de Ciencias, los denomina “los polinizadores que tienen quién los defienda”. Sin embargo, su suerte no parece ser mejor que las de sus otros hermanos alados que saltan de flor en flor.

Según el trabajo “Pérdidas de colonias de abejas melíferas en Uruguay durante 2013-1024”, publicado en 2016 por Karina Antúnez, microbióloga del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, y otros autores, entre los que se encuentra también Invernizzi, los apicultores que participaron en la investigación reportaron una pérdida anual de sus colonias de 28,5%. Entre las causas mencionadas por los propios productores de estas pérdidas de colonias se citan como principales “la falla de las reinas, enfermedades y parásitos, y los pesticidas”. Bzzz bzzz. No se trata del zumbido de una abeja, sino del sonido de una alarma.

Tal vez porque las malas noticias viajan más rápido que las buenas, o quizá porque los seres humanos tendemos a manejarnos con preconceptos, cuando supe que habría una charla en el Congreso Uruguayo de Zoología acerca de la apicultura en forestaciones de eucaliptos, lo primero que pensé era que las forestales se sumaban a los ya de por sí importantes problemas que aquejan a los polinizadores. Pero, como la segunda parte del título de la charla lo evidenciaba, las cosas no eran como pensaba: “una oportunidad con muchos problemas a resolver”. Así que, cual abeja atraída hacia una flor abarrotada de polen, volé hacia el Clemente Estable, donde Karina Antúnez y Ciro Invernizzi harían lo imposible para ponerme al tanto sobre qué dice nuestra ciencia de la producción de miel en predios con forestación de eucaliptos.

Cambia el país, cambian las colmenas

La llegada de la forestación a Uruguay en la última década del siglo pasado significó un cambio importante del paisaje: de pronto cada vez más extensiones de tierra se destinaron a las plantaciones de eucaliptos. Luego, con los cambios productivos del sur del país, impulsados por el aumento del precio internacional de la soja y con paquetes tecnológicos basados en variables transgénicas asociadas a pesticidas que no las afectan, los apicultores y sus abejas volvieron a ver cómo cambiaba el paisaje del país y de qué forma este cambio implicaba menos floraciones de las que obtener polen para hacer miel.

“El asunto comenzó un poco antes. Desde 1988, cuando se aprobó la ley forestal, los apicultores comenzaron a aprovechar una especie, que es el Eucalyptus grandis, que se planta más que nada en Rivera, Durazno, Tacuarembó y Paysandú”, dice Invernizzi, quien afirma que “Rivera es la meca de los apicultores”. Los Eucalyptus grandis florecen desde fines de febrero a mayo y, como constituyen una excelente fuente de néctar para la producción de miel, los apicultores cambiaron sus tradiciones: por primera vez se dio el fenómeno de las colmenas trashumantes. “Los apicultores comenzaron a trasladar las colmenas porque, entre fines de febrero y mayo, pueden obtener, en 60 días, cosechas que pueden andar entre los 30 y los 50 kilos, con años excepcionales en los que han sacado hasta 60 kilos. Eso generó una fiebre entre los apicultores; antes la trashumancia de colmenas no era habitual”, dice Invernizzi y uno se imagina una caravana de personas llevando colmenas hasta las forestales de Rivera. Una vez más, la realidad supera a la imaginación: “Si en marzo vas a la ANCAP que queda en el kilómetro 454, en Rivera, no pasa media hora sin que veas a un apicultor. Es más, vas a ver reuniones de apicultores. Se mueven en el entorno de las 40.000 o 50.000 colmenas, tal vez este año menos, por el bajo precio de la miel”, dice.

Investigadores trabajando con colmenas en predio forestal de Rivera. Foto: Natalia Viera

Foto: Natalia Viera

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro ni todo lo que es miel es dulce. Invernizzi es elocuente: “Pronto se empezó a ver que en las forestaciones de eucaliptos se obtenían muy buenas cosechas pero se registraba una gran mortandad de abejas, sobre todo cuando no se retiraban las colmenas a tiempo una vez terminada la floración”. Karina Antúnez aclara: “La apicultura en forestaciones de eucaliptos fue una respuesta que encontraron los apicultores a los cambios productivos que estaban tomando forma en Uruguay. No es que el apicultor prefiera que sus colmenas estén en una forestación, ni que las condiciones ideales para una colmena sean las de estar en un predio forestal”. Fue entonces que ciencia y producción, dos viejos conocidos, cruzaron sus miradas: “Ahí comenzó una demanda de los productores, que al perder una parte importante de las colmenas veían que esta práctica tampoco era muy rentable”, admite Invernizzi.

Tan distintos y tan iguales

“Nosotros sabíamos que cuando las colmenas se llevan a las forestaciones con eucaliptos aparece una enfermedad llamada nosemosis, que en nuestro país es causada por el hongo microsporidio Nosema ceranae”, dice Invernizzi. La enfermedad causada por estos patógenos que se multiplican en las células epiteliales del intestino de las abejas produce desórdenes digestivos que repercuten en su fisiología, comportamiento y expectativa de vida, y es un problema en varias partes del mundo. Además, las colmenas llevadas a la forestación debían atravesar una dificultad extra: “Las colmenas allí se enfrentan a que están ante una única fuente de polen, una sola fuente de proteínas, lo que presenta muchas desventajas asociadas. Lo ideal sería que las colmenas estén cerca de un monte nativo, que tengan diversidad de polen” explica Antúnez.

Pero los investigadores, lejos de constatar fenómenos, buscan comprenderlos y, en este caso, generar conocimiento que ayude a los productores. Fue así que en 2003 Invernizzi hizo un trabajo en una forestación de Durazno –tras una visita de técnicos australianos que relacionaban la nosemosis con la nutrición de las abejas– con el que vio que las colonias que disponían de polen de diverso origen botánico tenían menos nosemosis. Con los resultados de ese trabajo comenzaron a hacerse diversas preguntas: “Años después empezamos a trabajar con Karina en el rol que tiene la nutrición en la nosemosis y en la producción, porque la nutrición tiene mucho que ver con la sanidad, la respuesta inmune y la microbiota. El período de floración del E. grandis es un escenario único en el que por casi 60 días las abejas disponen solamente de un polen, por lo que aprovechamos eso para hacer investigación” cuenta Invernizzi.

Así como el monocultivo de soja y su eliminación de pastizales, malezas y otras opciones de polen para la abejas, la forestación también es un monocultivo. Esto hace que las abejas que pecoran en las flores del Eucalyptus grandis tengan un único polen a su disposición. Y así como sabemos que por más rico que sea, no sería razonable alimentarse exclusivamente a base de milanesas, un único polen implica que las abejas tengan dificultad para sintetizar algunas proteínas. Es que por más que seamos muy distintos, por más que ellas sean insectos y nosotros mamíferos, en algo las abejas y nosotros nos parecemos: una dieta balanceada es mejor para nuestra salud, para nuestro sistema inmune y para la diversidad de la comunidad microbiana de nuestros intestinos. Esto fue corroborado con trabajo de laboratorio y también de campo.

“En el laboratorio, controlando la fuente de alimentación, dividimos en dos un grupo de abejas nacidas en una misma colmena”, relata Antúnez. “A uno le dimos polen monofloral de eucaliptos y al otro le dimos polen polifloral, una mezcla de polen recolectado de muchas fuentes”. Lo que observaron fue claro: “Vimos diferencias notorias, no en el tiempo de vida de las abejas, pero sí en que las abejas que recibían el polen de varias flores tenían un mejor desarrollo del sistema inmune, tenían mayor expresión de genes relacionados con la respuesta inmune”, recuerda Antúnez. Pero encontraron más cosas: “El polen polifloral favoreció también el desarrollo de microorganismos potencialmente benéficos, como los lactobacilos y bifidobacterias”, por lo que los investigadores concluyeron que “el consumo de polen polifloral permite un mejor desarrollo del sistema inmune y de la microbiota, lo que implica abejas mejor preparadas para enfrentar posibles patógenos”.

Investigadores trabajando con colmenas en predio forestal de Rivera. Foto: Natalia Viera

Foto: Natalia Viera

No conformes con sus resultados de laboratorio, fueron al campo. “Llevamos colmenas estandarizadas y las dividimos en dos grupos. A uno se lo dejó pecorar solamente en el eucalipto, mientras que al otro se le administró una torta de polen polifloral”. Nuevamente encontraron diferencias importantes: “Las colmenas que recibieron la suplementación nutricional se desarrollaron mejor, tuvieron mayor cantidad de abejas, mayor cantidad de crías, y menos desarrollo del patógeno Nosema ceranae. De esta manera pudimos comprobar a nivel de campo lo que ya habíamos visto a nivel de laboratorio”, comenta Antúnez.

Obviamente, para el productor recurrir a un suplemento de polen polifloral para sus abejas en la forestación significará un costo. Me confiesan entre risas que antes de mi llegada aprovecharon el encuentro –Invernizzi trabaja en la Facultad de Ciencias, Antúnez en el IIBCE– para avanzar en un proyecto en el que evaluarán si algunos sustitutos, como suplementos nutricionales de proteínas, funcionan de igual manera que el polen. “Para los productores hacer esa torta de polen multifloral no es algo práctico”, explica Invernizzi, que adelanta que van a evaluar la efectividad de suplementos que ya existen, de qué manera aplicarlos y qué rendimientos permiten. “En el mundo el tema nutrición empezó a discutirse hace muy poco tiempo. Antes no se hablaba del polen, porque polen había siempre, era algo que estaba”, dice Invernizzi, quien agrega: “Lo que pasa en Uruguay pasa en buena parte del mundo; las abejas disponen de muy poca oferta de polen, por lo que la dieta proteica pasó a ser atendida, con todos los efectos que tiene a varios niveles. Creemos estar aportando información relevante para una discusión que se da no solamente en nuestro país sino a nivel mundial”.

¿Qué piensan de eso los nuestros?

Otra investigación de las realizadas en el país respecto de la forestación y la apicultura se enfocó en qué tipo de abejas son más susceptibles a contraer la nosemosis cuando las colmenas son llevadas a predios forestales. “Las abejas melíferas no son nativas de Uruguay, originalmente vinieron de Europa”, explica Antúnez, quien prosigue: “Luego se introdujeron las abejas africanas, cuya historia es interesante. Un investigador brasileño trajo cuatro reinas a su país, se escaparon y se hibridizaron con las abejas europeas. Hoy las abejas africanizadas son uno de los ejemplos más notorios de invasión biológica. A través de estudios moleculares sabemos que en nuestro país cerca de 80% las colmenas están africanizadas”.

Al estudiar a las abejas italianas (Apis mellifera ligustica) y las africanizadas de nuestro país observaron diferencias: “Vimos que las africanizadas estaban menos afectadas por la nosemosis, al tiempo que tenían menor carga de un virus que está muy asociado a Nosema”, dice Invernizzi. Su investigación tiene un impacto importante en los productores: como explica Antúnez, “hay muchos productores que eligen seguir importando abejas europeas porque tienen ciertas características atractivas, como ser más mansas, de más fácil manejo, por lo que todos los años compran reinas europeas para mantener esas características”. Pero como sucede en muchas cosas, lo europeo no siempre es lo mejor: “Basados en nuestras investigaciones, nosotros les recomendamos que trabajen con las abejas locales, ya que son las que están más adaptadas al entorno y a los patógenos que están circulando”, dice Antúnez.

“Si vas a la forestación lo más adecuado sería, entonces, trabajar con el material local”, respalda Invernizzi, que además añade que no todas las abejas locales tienen el mismo porcentaje de africanización. “La abeja local no es una mala abeja”, sentencia, y Antúnez se suma: “Que no piensen que comprar lo de afuera es lo mejor; es bueno que tengan en cuenta que las abejas criollas están adaptadas a nuestro medioambiente. Obviamente, eso no quiere decir que no vayan a tener problemas, pero en la forestación el problema de las abejas italianas probablemente sea mucho mayor”. Invernizzi aclara que las abejas europeas tienen muchas virtudes, pero que lo que los investigadores pretenden es que los productores no traigan abejas de afuera que podrían venir con variantes de los patógenos conocidos o incluso con nuevos patógenos. “En ningún lugar del mundo está recomendado importar abejas”, añade.

Una vez más, nos parecemos

La forestación presenta otro problema adicional. Dada la gran floración de los Eucalyptus grandis entre fines de febrero y mayo, la cantidad de polen y néctar que acumulan las abejas en las colmenas es extremadamente grande. Y a diferencia del saber, el polen y el néctar sí ocupan lugar. “La reina, que está muy estimulada para producir crías porque hay néctar y polen, empieza a tener cada vez menos espacio. A este fenómeno los apicultores lo llaman ‘bloqueo de cría’ y hacen una especie de manejo tratando de desbloquearlas. Algunos tiraron la toalla y aseguran que no se desbloquean con nada”, explica Invernizzi. Los investigadores quieren saber ahora si este bloqueo podría tener que ver con la pérdida de colonias.

Investigadores trabajando con colmenas en predio forestal de Rivera. Foto: Natalia Viera

Foto: Natalia Viera

“Hicimos un trabajo específico en el que llevábamos colmenas al final el verano, estimamos el área de cría, y fuimos fotografiando panal a panal para ver cómo el néctar y el polen se iba acumulando en áreas donde tendría que haber crías”, cuenta Invernizzi, que adelanta que esas fotografías están por ser analizadas. “Queremos llevarlas a números, a un modelo, para ver cómo desciende el área de cría y cómo, de última, lo que está faltando es reposición de abejas”. Para Invernizzi, que es biólogo, el asunto es extremadamente interesante: “Es muy raro, es como que la colmena se hace el harakiri. Yo siempre les cuento a los productores lo que decía un investigador norteamericano, que las abejas no evolucionaron con grandes hectáreas de pradera o en las forestaciones de eucaliptos, donde pueden obtener tranquilamente unos 15 litros de néctar en un par de días. Son situaciones completamente atípicas para las abejas: no tienen capacidad de respuesta, acumulan todo eso, y terminan encerrando a las crías y dejando muy poco espacio a la reina”.

Si así fuera, las abejas están tan poco preparadas evolutivamente para tales atracones de néctar y polen como nosotros para la superabundancia de azúcares y sal. ¿Es el bloqueo de la cría a las abejas lo mismo que la obesidad y la hipertensión para nosotros, los humanos que evolucionamos con mecanismos para acopiar toda la sal, la grasa y el azúcar que encontramos a nuestro paso? “Quizá pueda verse así”, dice Invernizzi.

“Queremos estudiar qué incidencia tiene esto en la disminución de las poblaciones” agrega, y comienza a razonar en voz alta: “Asumamos que en las forestaciones con eucaliptos una abeja vive lo mismo que durante la primavera y el verano, cerca de 30 o 35 días. Si se empieza a morir y no tiene reposición, cuando nos llevamos esa colmena nos llevamos una cantidad de abejas viejas que luego no pasan el invierno. Esa es la hipótesis de trabajo, pero quiero analizar esas fotografías”, aclara.

“Hay que decir además que son otras abejas”, interviene Antúnez. “Las abejas de primavera están preparadas para tener todo ese ejercicio, pero en este caso se trata de abejas que se pusieron para pasar el invierno. Se está haciendo trabajar muchísimo a una abeja que está preparada para otra cosa, que si se hubiera quedado en el lugar de origen trabajaría poco, se quedaría más quieta, y viviría cinco meses en lugar de 30 y pocos días” aporta la microbióloga. Cuando se las lleva a la forestación, entonces, se obliga a una colmena que está pronta para pasar el invierno a prolongar el frenesí productivo de la primavera y el verano. Esta sobreexplotación de las obreras podría entonces estar incidiendo, también, en los problemas de mortandad reportado por los productores.

Abejas y forestación

Como dicen ambos investigadores, la forestación es una oportunidad para los productores de miel. “Sin entrar en detalles de lo que significa la forestación y toda la industria asociada, las forestaciones están allí y los apicultores están aprovechando la oportunidad para aumentar considerablemente su producción de miel”, cuenta Invernizzi, que acota que el fenómeno de gran producción se da sólo con la especie Eucalyptus grandis.

Investigadores trabajando con colmenas en predio forestal de Rivera. Foto: Natalia Viera

Foto: Natalia Viera

“Aún cuando ofrezca oportunidades a los productores, la forestación no es una solución para el problema de la pérdida de polinizadores”, agrega Antúnez. “Cuando hablamos de despoblación de colmenas no hablamos de un solo factor responsable, sino que hablamos de un síndrome, un problema en el que hay muchos factores que están actuando de forma sinérgica”. Al respecto, se explaya: “Está la contaminación con múltiples pesticidas, que se ha visto que incluso a dosis subletales causa efectos e intoxicaciones que no son visibles a los ojos del apicultor, porque son acumulativas y afectan al sistema inmune, a la capacidad de comunicarse, a la capacidad de regresar a su colmena. A eso se le suma el estrés nutricional, la poca disponibilidad de diversidad de polen accesible para su correcta nutrición, y la acción de diferentes patógenos”.

“Seguro que el cambio productivo, la extensión de los cultivos industriales de soja y sorgo están complicando mucho. También lo hace el uso de glifosato como herbicida que elimina malezas que eran buena fuente de néctar y polen”, dice Invernizzi, quien concluye: “La forestación es una oportunidad productiva para los apicultores, pero no está exenta de problemas”. Y para esos y los otros problemas, nada mejor que investigar. “Es importante destacar que en Uruguay tenemos la capacidad de trabajar en conjunto investigadores de distintas instituciones, lo que no es tan común en otras partes. Trabajamos científicos del IIBCE, la Facultad de Ciencias, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, la División Laboratorios Veterinarios del Ministerio de Agronomía, la Facultad de Veterinaria, la Facultad de Química y la Facultad de Agronomía”, dice Antúnez. “Hace diez años que estamos trabajando así, en patota, en un equipo donde la multidisciplinaridad está asegurada, lo que realmente mejora la calidad de la investigación. A nivel regional esto de explotar la forestación de Eucalyptus grandis se da en Argentina y en Brasil, pero creo que Uruguay es el país con mayor cantidad de investigación en el tema”, complementa Invernizzi. Bzzz bzzz. Esas sí son abejas zumbando de alegría, porque nuestra ciencia no las ha abandonado en su lucha contra la extinción.

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