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Dorado (Salminus brasiliensis) en Las Cañas, departamento de Río Negro. Foto de Eduardo Luis Beltrocco (iNaturalist)

Análisis de las poblaciones de peces migratorios de agua dulce reporta una disminución promedio a escala global de 76% entre 1970 y 2016

9 minutos de lectura
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El informe Índice del Planeta Vivo para los peces migratorios de agua dulce pinta un panorama complejo que da cuenta del impacto antropogénico en los ríos de todo el planeta.

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En la época en que vivimos, que en breve recibirá el nombre oficial de Antropoceno, los seres humanos estamos causando un impacto negativo en la biodiversidad. Para dimensionar ese impacto, distintos grupos de expertos realizan cada tanto evaluaciones y actualizaciones de lo que sabemos de esta extinción masiva de especies. En este contexto se lanzó este lunes el reporte técnico Índice del Planeta Vivo para los peces migratorios de agua dulce, realizado por la World Fish Migration Foundation y la Sociedad Zoológica de Londres (ZSL).

Los peces migratorios de agua dulce son aquellos que viven parcial o exclusivamente en sistemas de agua dulce, y en algún momento necesitan trasladarse para completar su ciclo de vida. Como dice el comunicado que da cuenta del trabajo, “los peces migratorios, como el salmón, la trucha y el bagre amazónico, son vitales para satisfacer las necesidades de seguridad alimentaria, así como para apoyar los medios de vida de millones de personas en el mundo”. Pero lejos de ver a los animales como recursos para los humanos, también señalan que estos peces “desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento de la salud de los ríos, lagos y humedales, al apoyar una compleja red alimentaria”. De esta manera, se comprende lo que también ya sabemos por el coronavirus: nuestra salud está estrechamente relacionada con la de los animales, las plantas y el medioambiente.

Esa salud está seriamente afectada: en el informe los autores señalan que “hay evidencia de que las especies de agua dulce están en mayor riesgo que sus contrapartes terrestres” y de que “casi una de cada tres especies de agua dulce está en peligro de extinción”. Para colmo, los peces migratorios parecen llevar la peor parte: “Están desproporcionadamente amenazados en comparación con otros grupos de peces”, reportan respecto de una evaluación realizada en 2016.

Una nueva evaluación

“Este informe presenta una actualización del análisis global de 2016 utilizando un conjunto de datos más reciente con una representación mejorada de especies monitoreadas en áreas generalmente clasificadas como tropicales”, dicen en el reporte. También relatan que utilizaron “el método del Índice del Planeta Vivo (LPI, por su sigla en inglés), una medida global de diversidad biológica que se está utilizando para seguir el progreso hacia las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica”.

Para explicar el índice los autores recurren a una disciplina que casi nadie comprende en el mundo: la economía. Entonces sostienen que “el LPI rastrea las tendencias en abundancia de una gran cantidad de poblaciones de especies de vertebrados de la misma manera que un índice del mercado de valores rastrea el valor de un conjunto de acciones o un índice de precios minoristas rastrea el costo de una canasta de bienes de consumo”. ¿Por qué habrán recurrido a la economía estos investigadores? ¿Será porque saben que las decisiones sobre el manejo de la biodiversidad en muchos países caen más cerca de los ministerios de Economía que de los de Ambiente? ¿O será para que se tomen en cuenta estos datos de pérdida de biodiversidad a la hora de determinar precios y costos de los emprendimientos?

En comparación con el reporte de 2016, en este se agregaron 757 poblaciones de peces y 85 especies que no se habían considerado, totalizando así 1.406 poblaciones de 247 especies de peces migratorios, recopilando datos publicados en revistas científicas, informes gubernamentales y contactos con especialistas de algunos países en el caso de datos no publicados. Esto llevó a que, por ejemplo, se incluyera 64% más especies de peces migratorios de América Latina y el Caribe, 79% más especies de África y 103% más especies de Asía y Oceanía.

Tras obtener datos más sustanciosos lo investigadores afirman que “usando información de abundancia de la base de datos de The Living Planet, encontramos descensos generalizados entre 1970 y 2016 en áreas tropicales y templadas y en todas las regiones, todas las categorías de migración y todas las poblaciones”.

Distintos tipos de peces migratorios

Los peces migratorios presentan distintos tipos de movimientos. De acuerdo a ello se catalogan de la siguiente manera, a la que agregamos algunos ejemplos locales (cuando los hay).

Diádromos: especies de peces que migran entre el agua salada y el agua dulce como parte de su ciclo de vida. Esta categoría incluye a la de los catádromos, los anádromos y los anfídromos.

Catádromos: especies de peces que migran río abajo hasta los mares para desovar. Ejemplo: la anguila europea (Anguilla anguilla).

Anádromos: especies de peces que migran río arriba desde los mares para desovar. Ejemplo: anchoíta (Lycengraulis grossidens) y mochuelo (Genidens barbu).

Anfídromos: especies que van del agua dulce al agua salada o al revés, pero no para criar. Ejemplo: algunas especies de gobios de Europa.

Potámodromos: especies de peces que migran dentro de cuencas de agua dulce para completar su ciclo de vida. Ejemplos: sábalo (Prochilodus lineatus), dorado (Salminus brasiliensis), surubí (Pseudoplatystoma corruscans), patí (Luciopimelodus pati) y boga (Megaleporinus obtusidens).

En picada

“A nivel mundial, las poblaciones monitoreadas de 247 especies de peces migratorios de agua dulce han disminuido en promedio 76% entre 1970 y 2016”, dice el informe, que además explica que ese declinio equivale a una disminución promedio de 3% anual. Parece imperceptible, pero si no creen que a la larga el daño puede ser grave, prueben a dejar la canilla goteando apenitas durante toda la noche un mes entero.

Sin embargo, no a todos los peces migratorios les va igual. “La mayoría de la especies están declinando (56%), mientras que 43%, en promedio, aumentaron sus poblaciones”, comunican, y agregan que “al examinar el cambio para cada especie en detalle, vemos que la mayoría de las tendencias de las especies están en los extremos, ya sea muy positivo o muy negativo”. También dicen que las especies que permanecieron estables, “es decir, aquellas que cambian en menos de 5% durante el período de monitoreo, son raras”.

Uno podría pensar que el hecho de que unas especies disminuyan y otras aumenten podría arrojar un empate, pero no es así. Por un lado, los investigadores ven que “no sólo hay más especies en declinio, sino que las especies en declinio muestran un cambio mayor que las especies en aumento”. Por otro, la desaparición de una especie no es suplantada por un aumento de la cantidad de individuos de las que se adaptan a los cambios introducidos por los seres humanos. De hecho, en eso consiste la pérdida de biodiversidad: la vida en el planeta se está haciendo menos variada, porque cada vez que desaparece una especie se lleva consigo una combinación única de información genética.

“Las disminuciones han sido más pronunciadas en Europa (-93%) y América Latina y el Caribe (-84%) y menores en América del Norte (-28%)”, agrega el informe, que sin embargo advierte que los datos de África, Asia, Oceanía y América del Sur fueron tan deficientes que aconsejan “no sacar conclusiones sobre el estado de los peces migratorios de agua dulce en estas áreas”. El informe emite una luz de alerta para Uruguay, y dado que no tenemos planes de manejo y conservación para los peces migratorios, es de esperar que la situación sea igual o peor que el promedio mundial reportado (aquí no corre la suerte de que, como con el coronavirus, los peces de Uruguay están vacunados con la BCG y por tanto escapan a las cifras mundiales).

De hecho, en el informe los autores advierten que en América del Sur, “para muchos peces neotropicales (no sólo especies migratorias), las políticas nacionales históricamente han fomentado prácticas insostenibles (por ejemplo, energía hidroeléctrica, minería, desviación de agua), y en las últimas décadas se ha observado un fuerte aumento de las actividades nocivas”.

Luego señalan que aunque América Latina “muestra uno de los mayores descensos promedio en este análisis, es probable que la situación sea mucho peor” debido a la “disponibilidad limitada de datos para la región”. A ese respecto informan que “la mayoría de los datos utilizados provienen de regiones estuarinas o ríos muy grandes (Amazonas, Paraná y Río de la Plata, por ejemplo), donde hay una red de monitoreo relativamente buena, basada en datos de captura de pesquerías de agua dulce”.

Y aquí hay otro dato interesante: a nivel mundial “los peces potamódromos han disminuido más que los peces que migran entre agua dulce y salada en promedio (-83% frente a -73%)”, señala el informe. También dice que ese hallazgo fue “inesperado, dado que en general esas especies emprenden migraciones más cortas”. Los peces potamódromos son aquellos que migran dentro de las cuencas de agua dulce, es decir, que no incluyen en sus ciclos de vida adentrarse en el mar de agua salada. Para estos peces es vital poder circular a lo largo de los ríos en ambas direcciones, y algunos necesitan la variación de caudales y las inundaciones para sobrevivir.

¿Hacia dónde apunta el índice?

A la hora de explicar qué causa la disminución de las poblaciones, el informe señala que “la degradación, alteración y pérdida del hábitat representó alrededor de la mitad de las amenazas a los peces migratorios, mientras que la sobreexplotación representó alrededor de un tercio”.

Sobre la degradación, alteración y pérdida de hábitat, además de la contaminación, señalan que “los humedales son hábitats esenciales para las especies de peces migratorios, pero, a nivel mundial, están desapareciendo tres veces más rápido que los bosques”. Por otro lado, sostienen que “las presas y otras barreras fluviales impiden que los peces lleguen a sus zonas de apareamiento o alimentación e interrumpen sus ciclos de vida”. Por ejemplo, el biólogo e investigador Marcelo Loureiro, en una nota sobre preces migratorios de 2018, nos decía que en el río Negro, aguas arriba de la represa de Palmar, muchas especies de peces migratorios, como el surubí y el sábalo, ya no se encuentran.

El informe también sostiene que “las poblaciones protegidas, reguladas y explotadas disminuyeron menos que las no gestionadas, y las acciones registradas con mayor frecuencia se relacionaron con las regulaciones pesqueras, incluidas las restricciones de pesca, las zonas de no captura, los cierres de pesquerías, las reducciones de captura incidental y la repoblación”. Por todo esto, sostienen que sus hallazgos “confirman que los peces migratorios de agua dulce pueden estar más amenazados a lo largo de su área de distribución que los previamente documentados”.

Los amenazados en Uruguay

Marcelo Loureiro, biólogo e investigador del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y curador de la Colección de Peces del Museo Nacional de Historia Natural, que no participó en la elaboración de este reporte, señala que en Uruguay faltan datos para hacer una evaluación precisa y seria. Así y todo, para no dejarme con las manos vacías o tal vez como guía para pensar el problema, sostiene que según su experiencia podría ser que “el sábalo, el dorado y la boga no estén tan mal”. Pero tal no sería la suerte del surubí (Pseudoplatystoma corruscans), el salmón criollo (Brycon orbignianus) y el mochuelo (Genidens barbu).

Liberen los ríos

En la publicación señalan que en los ríos que fluyen libremente “las funciones y servicios del ecosistema acuático natural no se ven afectados por los cambios en la conectividad y las corrientes, permitiendo de esa manera un intercambio sin obstrucciones de material, especies y energía dentro del sistema fluvial y los paisajes circundantes”. También afirman que “los ríos que fluyen libremente brindan una multitud de servicios que incluyen actividades culturales, recreativas, de biodiversidad, pesca y suministro de agua y materiales orgánicos a los hábitats aguas abajo, incluidas las llanuras de inundación y los deltas”.

En el trabajo se informa que apenas 37% de los ríos del mundo de más de 1.000 km siguen fluyendo libremente en toda su extensión y que sólo “23% fluye ininterrumpidamente hacia el océano”, indicando que “las presas y embalses, y su propagación hacia arriba y hacia abajo de la fragmentación y la regulación del flujo, son los principales contribuyentes a la pérdida de la conectividad de los ríos”. También explican que el número de presas “ha aumentado sustancialmente en las últimas seis décadas para muchos propósitos, como riego, almacenamiento de agua, energía hidroeléctrica, navegación y control de inundaciones”, contándose unas 57.985 grandes represas en todo el mundo “e innumerables presas pequeñas”.

Esta falta de conectividad pone en peligro a los peces migratorios. Pero, como vimos en la nota sobre la gigantesca floración de cianobacterias en las costas de Uruguay de 2019, las represas y los embalses también causan otros problemas.

Por todo esto crece a nivel mundial un movimiento para eliminar presas en desuso o extremadamente perjudiciales o para hacer un manejo más adecuado de ellas. Al respecto, dicen que “se han realizado esfuerzos para equilibrar la biodiversidad con los beneficios de las represas” y dan cuenta de un caso de Estados Unidos. “Después de la construcción de represas hidroeléctricas en el río Penobscot, las poblaciones de peces migratorios comenzaron a disminuir, algunas de ellas de manera alarmante”, sostienen. Grupos locales comenzaron a promover un proyecto de restauración del río Penobscot. “Al eliminar las dos presas más hacia el mar e incorporar pasajes de peces, seis especies de peces migratorios recuperaron el acceso a su rango histórico casi completo”, dicen, al tiempo que señalan que “se aumentó estratégicamente la generación de electricidad en algunas de las represas restantes para garantizar que la generación general no disminuyera”.

Así que, por un lado, señalan que ya que “se prevé que el impacto de las grandes represas aumentará en gran medida la fragmentación del hábitat en las cuencas de los ríos tropicales y subtropicales, será vital el manejo estratégico de los ríos a múltiples escalas y el establecimiento de prioridades de conservación para especies y cuencas en riesgo”.

Pero no todo está perdido. En Estados Unidos, sólo en 2019, “más de 900 millas de río se volvieron a conectar a través de proyectos de eliminación de presas, mejorando el hábitat y la biodiversidad en los ríos”, algo que, apuntan, “también está comenzando a suceder en Europa”. Y allí hay una luz de esperanza: “Varios estudios de caso han demostrado que las poblaciones de peces migratorios regresan rápidamente en respuesta a la eliminación de presas”, y cuentan que en el Penobscot los arenques pasaron de “unos pocos cientos a casi dos millones” luego de la remoción de presas. “La eliminación de presas tiene impactos ambientales positivos significativos, es rentable y apoya la creación de empleo”, dicen para convencer a los que sólo miran los números.

El informe concluye que “la evidencia es clara de que muchos peces migratorios de agua dulce están en peligro y existe una gran necesidad de identificar y adoptar soluciones antes de que sea demasiado tarde”.

Publicación: “The Living Planet Index (LPI) for migratory freshwater fish. Technical report”.
Año: julio de 2020.
Autores: Stefanie Deinet et al. para la World Fish Migration Foundation (Países Bajos).

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