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Real de San Carlos en Colonia del Sacramento. (archivo, abril de 2020)

Foto: Daniel Rodríguez, adhocFOTOS

¿Dónde fueron las primeras corridas de toros en Colonia antes de que existiera la plaza del Real de San Carlos y quiénes se opusieron?

8 minutos de lectura
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En la década de 1880 en Colonia del Sacramento se realizaron corridas de toros, con una gran concurrencia de público, en el espacio que actualmente ocupa el edificio del palacio municipal.

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Antes de que se inaugurara la plaza de toros en el Real de San Carlos, en 1910, se hacían corridas en Colonia del Sacramento. A partir de la década de 1880 se llevaban a cabo esas prácticas, que convocaban bastante público, especialmente de Argentina, y tenían repercusión en la prensa.

Estos espectáculos taurinos ayudaron al desarrollo del turismo en la zona. Por eso, el magnate naviero Nicolás Mihanovich invirtió en su organización. Pese al enorme riesgo financiero que significó la construcción del complejo hotelero en el Real de San Carlos, los empresarios apostaron sobre seguro al construir una plaza de toros, pues ya sabían que el ambiente era fértil para estos espectáculos.

Una plaza de madera y una torera española

Las corridas de toros fueron una de las atracciones más concurridas durante el siglo XIX. Era un espectáculo que, como se ha sostenido, tenía cierta índole democrática, al mezclarse entre los espectadores miembros de la élite y de las clases populares. Este carácter masivo y popular de la fiesta taurina provocó que los empresarios hicieran las corridas en plazas incluso mal construidas, sabedores de que, pasara lo que pasara, contarían con un público fiel.

A propósito de esto, el periódico El Uruguayo en febrero de 1889, a la par que hace una crítica del arte taurino por su “barbarie”, deplora el estado edilicio de la plaza de toros coloniense: “Como queda dicho, además de ser un juego contra la moral y contra todo principio puro; ¿para que sirve en nuestra ciudad ese mamarracho que llaman Plaza de Toros?”

En Argentina las corridas de toros fueron perseguidas desde 1870 y, finalmente, prohibidas en 1891. A los aficionados porteños sólo les quedaba cruzar a la vecina orilla para disfrutar de estos espectáculos.

La plaza de toros antedicha se ubicaba, presumiblemente, en el sitio que hoy ocupa la intendencia municipal.

Avenida General Flores , Colonia año 1900. Foto: Biblioteca Nacional

Con anterioridad a esa fecha –1889– ya se registran corridas en la ciudad. En noviembre de 1885 había dado inicio la temporada taurina, que seguiría en los meses siguientes. En la ocasión se mostró la cuadrilla de Flores, siendo gratis la entrada. Para el verano del año siguiente, se pensaba lidiar toros españoles. La Junta Económico Administrativa en 1888 suspendió las corridas de toros por haber caducado el permiso concedido a Anastacio Mateo y, su vez, otorgó un permiso para una única corrida a Francisco Zurrón.

El Estado uruguayo, en setiembre de ese año, sancionó una ley que suprimía de forma definitiva las corridas de toros a partir del 31 de marzo de 1890. Esto se debió a la muerte de un espada ocurrida en la fecha, además de influir las críticas que se hacían a la tauromaquia en la “civilizada” Europa.

Pese a estas prohibiciones, tanto municipales como nacionales, las corridas en Colonia prosiguieron. En 1889 se llevaron a cabo varias y se trajo incluso a una torera española. Los turistas argentinos afrontaron diversas penurias para llegar a verlas. A comienzos de marzo sufrieron fuertes marejadas al salir del puerto de La Boca. Sobre esto, afirmó El Diario de Buenos Aires: “En estado tan lamentable se llegó a la Colonia donde, como se sabe, no existe un solo hotel donde pueda tomarse un poco de caldo bien hecho, pero todo se soportaba, mareo y hambre, en la esperanza de que la corrida compensaría en algo tanto martirio”.

En la corrida se iba a lidiar dos toros mestizos y dos criollos, interviniendo las cuadrillas de Andrés Sarria y Francisco Arteaga. Durante el espectáculo los toros hirieron y mataron a algunos caballos, episodios que el periódico El Uruguayo atribuye al “mal servicio de plaza”. Otra corrida realizada por la cuadrilla de Sarria, a la que asistió escaso público, contó con la presencia del presidente de la República, general Máximo Tajes.

En abril debutó la torera española Juanita Sánchez, apodada La Frascuelita. Durante su corta estadía en la ciudad, recibió numerosos obsequios. Un joven, incluso, le hizo un magnífico regalo, prometiéndole ella enviarle en retribución el cuerno del primer toro que matara.

En noviembre el empresario Mateo –otra vez habilitado por la Junta– partió para Buenos Aires a contratar los vapores donde iban a viajar las personas que asistirían a las corridas de toros en Colonia. Arregló la plaza, ya que estas serían las últimas fiestas taurinas debido a la ley prohibitiva. Los toros pertenecían a la ganadería de Sorondo, y en la cuadrilla contratada se encontraba como primer espada José Redondo de Cádiz, los picadores Paco Segui e Iglesias, y el banderillero Paco Astorga (a) Buen Mozo”. Esta plaza de toros también tuvo otros usos, celebrándose en ella una exposición ganadera.

Durante estos años no faltaron detractores de estos espectáculos. El Uruguayo, aunque reproducía crónicas de las corridas, se mostraba como duro censor de estos juegos. A la crítica ya reseñada se le agrega esta otra inserta en un artículo donde brega por la apertura de un hipódromo en Colonia, para así incentivar la cría de caballos finos en el departamento: “Además, los criadores de ganado vacuno y caballar deben purificar la raza, pero no para entregar ese noble producto de su trabajo al más salvaje y detestable espectáculo, como el de una corrida de toros”. Un hipódromo, para el redactor, era una alternativa mucho más respetable para los criadores de animales que el ruedo de los toros. También era un entretenimiento –como se señala– que podía resultar de mayor atractivo para los turistas.

Es interesante recordar que dentro de la nueva “sensibilidad civilizada” se emparejó a la pena de muerte con las corridas de toros. En marzo de 1872, desde El Siglo, José Pedro Ramírez condenaba el espectáculo de las ejecuciones públicas y las comparaba con “una alegre corrida de toros”. El nuevo sentir de los uruguayos, o al menos de sus élites ilustradas, ya no toleraba el maltrato y sacrificio de animales (y mucho menos de los seres humanos), al que consideraba una pervivencia “bárbara”.

Más adelante, se propondrían incluso otras opciones para contrarrestar el efecto de las corridas. Opciones que ponderaban asimismo la incidencia de los turistas en la sociedad local.

Otras quejas surgieron por problemas relativos a la higiene. En abril de 1889 los vecinos cercanos a la plaza, denunciaron que se abandonaba a los animales muertos en las corridas en las proximidades de sus domicilios, siendo posibles focos de infección.

En marzo de 1890 cesaron las corridas de toros en Colonia del Sacramento.

El empresario Gaspar Dotres: breve esplendor y declive

Pasadas casi dos décadas, las corridas vuelven a reactivarse. En noviembre de 1908, el Poder Ejecutivo, desechando una propuesta de Florismán Fernández, autorizó a Gaspar Dotres a realizar en Colonia unas Ferias de Sevilla, en las cuales se corrían los toros embolados y no se los mataba.

La plaza de toros se construiría “donde mismo estaba la otra de la que aún se conserva memoria, es decir, en el terreno baldío que da acceso á las calles General Flores y Rivadavia”, comentó el periódico El Departamento.

El trámite solicitando permiso para celebrar las Ferias de Sevilla y construir la plaza fue remitido a la Junta Económico Administrativa y rápidamente aprobado. Los materiales empleados en la plaza –según la solicitud de Dotres– “serán todos de madera escogida”. Constaría de “palcos, gradas de sol y sombra y delantera de barreras”, además de todas las comodidades: “corrales amplios, dos boleterías, escaleras independientes para los palcos, despacho de bebidas, etcétera”. Una vez terminada, la plaza tendría una capacidad de 2.000 asientos al tendido de sombra, 1.000 asientos al tendido de sol, y 120 localidades en los palcos.

Alrededor de diez operarios se encargaron de la obra. Para el 1º de enero de 1909 estaba prevista la primera corrida. Conocidos estos hechos, surgieron censores del espectáculo taurino, que intentaron evitar que el público concurriera. El empresario estadounidense Benjamín Manton, presidente de la Sociedad Protectora de Animales, planeaba convencer a los centros sociales para que organizaran bailes los mismos días de las corridas. Así, los turistas se dirigirían a los bailes y no al ruedo taurino. “Según las ideas del señor Manton, el fin de esas fiestas es distraer la atención de los porteños é impedirles que concurran á la plaza de toros”, comentaba El Departamento, y a su vez reflexionaba: “Pero dadas las aficiones taurófilas de nuestros vecinos, no habrá nada que les llame la atención sino los toros”.

Los toreros que se presentaron en las corridas de enero fueron Julio Martínez Templaíto y Víctor Bernabé Chato. En la primera corrida se vendieron 724 entradas, reportando la suma de 790,20 pesos. El 12%, en virtud del contrato, fue remitido a la Junta. Con posterioridad, Dotres se demoraría en los pagos del porcentaje, y la Junta lo amenazó con rescindirle el contrato.

A mediados de ese mes llegaron los nuevos espadas Juan Iglesias y Matías Lara. La expectativa iba en aumento, y el empresario naviero Mihanovich se mostró interesado en estimular el negocio.

El deseo de la casa Mihanovich era –en caso de recibir una contestación afirmativa– “de que los vapores que van á fletar mañana para esta, salieran de Buenos Aires en las primeras horas de la mañana para que los viajeros estuvieran en Colonia todo el día […]”. No obstante estos desvelos, a la octava corrida, a mediados de febrero, concurrió escaso público.

Mientras proseguían estos espectáculos taurinos con diversos altibajos, la prensa nacional y local informaba en marzo de la intención de Mihanovich de construir una plaza de toros en el Real de San Carlos, a la altura de las mejores del mundo. “‘La Democracia’ de Montevideo al hacerse eco de la compra efectuada por el gran naviero Nicolás Mihanovich, en el Real de San Carlos, dice que se construirá por nuestras cercanías innumerables chalets y una gran plaza de toros para la cual se gestionará del gobierno que permita las corridas tal cual como se realizan en diversos países como España, Méjico, Brasil, Perú, etc. etc. Si esas gestiones las corona el éxito, como es de desearlo, tendremos pues, dentro de poco, toros de punta en Colonia”.

Las corridas con “toros de punta” constituían, sin duda, una atracción mucho más llamativa y rentable que las “Ferias de Sevilla”. La experiencia de la plaza de toros de madera lo demostraba, y por eso Mihanovich –olfateando el negocio– realizaría gestiones en ese sentido.

A fines de marzo el intendente Felipe Suárez, dado que la empresa no había cumplido con todos los términos del contrato, decidió terminar con las corridas. Varios acreedores presentaron reclamos a esa empresa.

Los días de la plaza de toros estaban contados. Estos contratiempos, y el hecho de que el contrato caducaba a fines de marzo, marcaban su declive inevitable. No obstante, se logró hacer aún unas corridas más. Pero eso no era todo; ante el embargo judicial, se presentó el verdadero dueño de la plaza, Juan J Font, quien, al parecer, no tenía deudas con nadie.

Edificio de la Intendencia de Colonia. (archivo, enero de 2012)

Foto: Javier Calvelo

El 25 de abril se efectuó una corrida organizada por Víctor Bernabé Chato, a la cual asistió muy poco público. En mayo, el Chato, junto a Julio Martínez Templaíto, pensaban dar otra corrida. Tratando de contrarrestar la poca afluencia de público, se anunciaba la venida de 300 miembros del Club Taurino de Montevideo, además de muchos espectadores de Buenos Aires. Los toros a lidiarse serían de la estancia San Juan o españoles.

El 16 de mayo se realizó la última corrida. Las localidades vendidas reportaron 279,60 pesos, cifra muy inferior a la de la primera corrida (en la cual se llegó a 790,20 pesos). El negocio del ruedo taurino concluía dando mucho menores réditos de los esperados. Esto no fue óbice para que Mihanovich prosiguiera con su proyecto para construir una plaza de toros.

A principios de agosto Carlos Etchevarría, otro de los tantos propietarios de la plaza de Dotres, le vendió la estructura de madera a Juan M Caballero, representante de Mihanovich, por la suma de 900 pesos oro.

El Real de San Carlos, para ese entonces, ya había despertado el interés de la prensa local y nacional. El periódico La Colonia, el 19 del mismo mes, comentaba: “El Real de San Carlos ha dejado de ser la comarca sencilla del santo morocho, para convertirse en punto de negocios, y por más de un motivo, punto de grandes cosas por venir.” En la nota, aparte de resaltarse el despegue económico, se informaba que el cura local, presbítero Carlos Biancchetti, iba a publicar un libro de historia acerca del Real de San Carlos. Sin duda, nuevos vientos e intereses agitaban el ambiente.

Con el inicio del año 1910, comenzaría la era taurina de Mihanovich en el Real de San Carlos. Era que, pese al esplendor con que fue planeada, tan sólo se extendería por dos años.

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