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La Greca Café. Foto: Sylvia Shenck

Yendo del yoga al brunch

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Hay un espectro de prácticas corporales que suelen estar alineadas con un estilo de alimentación. Si se hacen a conciencia, claro. Por eso algunos centros de yoga incorporan cantinas, mientras que otras cafeterías ensayan una oferta mixta de cursos y almuerzos. Es una tendencia mundial, con ejemplos desmesurados como la cadena de clubs de yoga Le Tigre, en París, o Gymage, un enorme complejo dedicado a las disciplinas físicas, en el centro de Madrid, que a escala mucho menor se viene repitiendo en Montevideo. Cuando se da este servicio, los jugos naturales y las ensaladas frescas no pueden faltar en un menú lleno de nutritivos cereales, panes integrales y vegetales de estación, pero que no está compuesto solamente de eso, ni mucho menos.

Cecilia Barrenechea lleva adelante su casero Café Latente en dos centros donde las asanas y la toma de contacto con uno mismo marcan la tónica. Sin embargo, le dio ciertos toques que distinguen a la propuesta de Panyaro de la que ofrece en Alma Libre, dos enclaves enfocados en el bienestar inaugurados en el último año. En el primero, que tiene vista a la rambla Wilson, además del yoga, hay clases que abarcan desde expresión corporal y artística hasta humor, juego o blogging, y promueven una “red de crianza” y un “círculo de bienestar”. Allí la carta admite proteína animal, los dulces son algo más libertinos y hasta venden gaseosas, pero ni hablar de fritos ni procesados.

En Alma Libre el énfasis es veggie y raw, es decir, netamente vegetal y, en muchos casos, vegano y crudo. Aparte del entrenamiento, los masajes tailandeses y la meditación, las clases de yoga vinyasa llevan nombres sugerentes: aurora, soltar, sintonía, gratitud. “La verdad es que el café funciona”, asegura Barrenechea, “porque muchas veces quienes practican yoga salen con esa mezcla de cansancio que no saben si es hambre, y necesitan algo que los levante, pero que esté bien”. El plan es que el menú varíe con las estaciones, sumando sopas y otros platos calientes, y, poco a poco, probar con actividades musicales (los after yoga) y brunch, ya avanzando hacia la noche o durante el fin de semana, de acuerdo con el espíritu de cada local.

Poner en diálogo las actividades físicas y “para la expansión de la conciencia” con la comida sana siempre estuvo en las bases del Club Natural y Popular, cuenta Sebastián Santiago, director de este espacio autogestionado que funciona con sus propias reglas en el corazón de Pocitos desde hace poco menos de dos años. Además, la casa sigue los principios de la permacultura, con huerta propia y la intención de “ir paulatinamente hacia la autosustentación”. Por supuesto que no es necesario hacerse socio para participar en la grilla de actividades corporales –para las que cuentan con una sala aparte–, como yoga (ashtanga, kundalini, vinyasa, acroyoga), tai chi, pilates, coro, y talleres de “movimientos sanadores” y “sexualidad auténtica”. Las meditaciones, en cambio, las manejan con aportes voluntarios. Pero los que se asocian tienen beneficios que se traducen en descuentos y en acceso a actividades exclusivas, generalmente vinculadas a lo gastronómico. Hablando de saciar el hambre correctamente, allí la cocina es claramente vegetariana y busca el balance. Igualmente, no privan a su público del café de especialidad ni de las cervezas artesanales. Quienes no son socios pero frecuentan el restaurante –que en noches debidamente señaladas deviene en club de jazz o en salón con micrófono abierto–, son cuidados con atenciones: por ejemplo, cada diez platos consumidos, uno es gratis.

Aunque tuvieron unos días de prueba en diciembre, la apertura oficial ocurrió en enero, cuenta con inconfundible acento venezolano Eduardo Villavicencio, uno de los tres socios de La Greca, en una cuadra de Palermo que desde entonces huele a café de especialidad. Villavicencio no quiere que la definición suene pretenciosa; prefiere que la gente pruebe la diferencia que hacen los granos de origen. De hecho, el nombre del lugar es el modo en que los venezolanos llaman a la máquina italiana conocida como Moka, que es además el logo del local. Instalada en una casona antigua, la cafetería no tardó en conquistar a los vecinos y fue justo de una habitué, que es instructora de yoga, la idea de organizar una actividad que uniera una clase con una comida posterior. Empezaron en marzo, un sábado de mañana, liberando de mesas y sillas uno de los salones para hacerles espacio a una decena de alumnos y sus mantas. Para el mediodía, en la habitación contigua, y después de las flexiones y los estiramientos, estaba listo el brunch de tres pasos (con opción vegetariana). Desde entonces, los fines de semana ofrecen esa fusión de desayuno y almuerzo que parece haber llegado para quedarse, y piensan en anunciar, por lo menos una vez al mes, las sesiones de yoga; en abril será el sábado 14 a las 10.00. Es que una cafetería tiene que tener más cosas que café, argumenta Villavicencio: “Creemos que dentro del concepto tienen que suceder actividades diversas”.

Café Latente Maggiolo 542 esquina Nardone (dentro del centro Alma Libre) y Luis Piera 1919 esquina Jackson (en Panyaro, recreo familiar).

Club Natural y Popular Bulevar España 2643 (frente al ombú).

La Greca café San Salvador 1471 esquina Andrés Martínez Trueba.

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