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Andy Adler en Mamá era Punk (captura de pantalla).

Réquiem para Andy Adler

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“Él nos enseñó una manera de ser músico que este país no permitía y creo que no la permite hasta hoy. Me refiero a una banda que toca todos los fines de semana para pagar la olla, tocando en boliches, no en megafestivales. Es la escuela punk de subirse a una camioneta e irse ciudad por ciudad, tocando todas las noches”. Esa es una de las tantas enseñanzas que dejó el músico Andy Adler, según describe Gabriel Barbieri, en su momento bajista de Chicos Eléctricos.

Adler, que falleció hace una semana, había nacido en Estados Unidos y tuvo una influencia seminal en el rock posdictadura y el under de los 90 en Uruguay. Tocó la guitarra en la primerísima versión de Los Estómagos, también en La Tabaré y otros grupos, pero quizás fue con los Eléctricos, en el primer lustro de los 90, cuando llegó a su esplendor.

Alrededor del guitarrista parece haber una especie de mito, pero Barbieri afirma, contundente, que Adler no era un mito: “Cualquiera que quiera ser rockero en este país es un aspirante al lado de Andy Adler. Es un tipo que dejó una huella muy marcada sobre todo en la parte más underground de acá”.

Barbieri dice que como guitarrista Adler era “único e irrepetible”, porque conocía muchísimo de música anglosajona, no sólo de rock sino también de country, baladas y otros géneros. “Era muchísimo más que el Andy rockero que la gente conoció. Estuvo en la parte germinal de Chicos, marcó muchas pautas de por dónde iba a ir la banda, y se notó cuando se fue, porque también era un gran arreglista”, agrega.

Además, subraya que Adler vivió de primera mano el rock estadounidense de los 80 y 90, y que su influencia no sólo tuvo impacto en Uruguay. Como ejemplo recuerda que el músico aparece entre los agradecimientos del disco Acme (1998), de The Jon Spencer Blues Explosion. “Se nos fue un gran músico, que fue bastante dejado de lado en estas últimas épocas. Su situación de salud también lo hizo excluirse. Lo voy extrañar muchísimo”, finaliza Barbieri.

“Adiós, garra charrúa”

“¿Qué está pasando acá, por qué se quejan del país? ¿Por qué se va la gente? ¿Por qué se sigue yendo? ¿Alguien cree que es gracioso soñar en un lado y realizarse en otro? En definitiva, un país que echa a sus hijos es un país enfermo, así que Uruguay es una especie de escuela, pero uno, al diploma, lo recibe en el extranjero. Es una buena escuela de capacitación, pero no es un lugar para realizaciones. Yo soy músico, me gustaría hacer música acá, donde aprendí e hice mi primera música, pero no puedo pagar la cuenta del almacén con eso. No tengo forma, y si tengo suerte de repente no me llevan en cana por hacerlo, así que yo me abro, yo zafo. Adiós, garra charrúa”.

Este soliloquio, a cargo de Adler, en medio de una desolada tribuna del estadio Centenario, es quizás la parte más famosa del documental Mamá era punk (1988), uno de los pocos registros audiovisuales que muestran la realidad de la juventud del rock posdictadura –que además tiene la banda sonora compuesta por Adler–. Su director, Guillermo Casanova, recuerda al músico como un “aristócrata del rock”, porque cuando todo el mundo empezó a escuchar a bandas como The Sex Pistoles, The Clash o The Cure él ya estaba “mucho más allá”.

“Él nos dio a Tom Verlaine y Television, por ejemplo. En el grupo cercano de amigos era alguien muy fuerte. Y por culpa de él éramos muy críticos con los grupos de rock de acá, que estaban muy verdes comparado con lo que nosotros curtíamos. No era un virtuoso de la guitarra, sino un loco que hilaba fino, que cuando tocaba la viola era un disparate”, agrega. Además, señala que Adler tenía una personalidad “muy ácida”, y “tenías que estar seguro de vos mismo” para poder estar frente a él.

Casanova cuenta que Adler había dicho aquello de “adiós, garra charrúa” en una charla entre amigos. Le pareció que era buena idea que lo repitiera para su documental, y la mejor escenografía para eso era el coloso de cemento. “El loco dio todo el discurso y no podía pagar la cuenta del almacén. Nunca pudo pagar la cuenta del almacén. Eso es lo terrible de este país. Una cosa es que te pase a los 20 y otra a los 50 y pico”, dice.

Por último, Casanova reflexiona sobre “esta pandemia de mierda, que se está llevando a las personas más frágiles”: “No creo que sea coincidencia que se hayan ido Alberto Restuccia y Andy Adler. Ambos nunca tuvieron un seguro de vida, y eso marca un poco quiénes eran: tenían en común no pensar en el futuro”.

En la noche

“Si bien sabía que él no estaba bien, me dio una gran tristeza. El momento en que lo conocí y la última vez que lo había visto fueron las dos cosas que se me vinieron a la cabeza cuando me enteré. Andy era un tipo entrañable, muy culto, muy ácido, pero un gran tipo”, dice Gabriel Peluffo, cantante de Buitres y Los Estómagos. Adler entró a esta última banda cuando recién se formaba, en 1983 –ese año era rock pero no posdictadura–, porque el Gonchi, mánager del grupo –fallecido el año pasado–, los convenció de que tenían “una necesidad indiscutible” de incorporar a otro guitarrista.

“Tocó con nosotros en el festival de San José en el que ganamos el primer premio, en octubre de 1983; también en El Templo del Gato. Llegamos a grabar algún demo con él. Era un tipo más grande, que te daba consejos, te enseñaba. Nos hizo escuchar otra música, nos abrió la cabeza a cosas diferentes. Fue una experiencia de hermano mayor”, recuerda Peluffo.

El cantante cuenta que él y los demás integrantes de Los Estómagos escuchaban música variada pero más que nada del rock inglés, porque del palo estadounidense solo escuchaban punk, y Adler les mostró discos de after punk, dark y otros géneros que ellos no habían escuchado nunca, made in USA. Y no se trataba sólo de poner los discos –acota Peluffo–, sino que “te agarraba y te explicaba todo, te aleccionaba”.

Peluffo cuenta que Adler era un guitarrista “muy fino” y con un “sonido espectacular”, al punto de que fue raro escuchar a Los Estómagos, que tenían los pedales de distorsión caseros de Gustavo Parodi, junto con el sonido de guitarra de Adler, pero “hacían un contraste muy lindo”.

El guitarrista se fue del grupo en aquella primigenia etapa, según Peluffo, porque no era fácil estar en la banda: “Ensayábamos en Pando tres veces por semana, el 7A demoraba una hora y media desde 8 de Octubre hasta el lugar del ensayo. Era todo muy complicado; en ese momento Los Estómagos éramos algo extremadamente marginal. No se puede comparar 1983 y 1984 con lo que pasó en 1985. Había que declarar las letras en la comisaría y cambiarlas, y nos iban a ver dos gatos locos”.

Por último, Peluffo reflexiona acerca de por qué existe cierto mito en torno a la figura de Adler, pero no mito en el sentido de relato ficticio, sino en su acepción de algo “rodeado de extraordinaria admiración y estima”. El cantante dice que eso se generó por su personalidad, y agrega: “Fue una persona que influyó a toda una generación de gente, no solamente de músicos, sino de intelectuales, personas vinculadas a la poesía, a la escritura. Andy era un tipo extremadamente culto. Si vos te acercabas a él te podía tirar a matar con su palabra filosa, pero también te ibas a encontrar con algo que te iba a hacer crecer”.

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