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Foto: Quique Kierszenbaum

Mi medio hijo el Lui

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Pertenezco a la diáspora del bolso, esa tribu desparramada por los rincones del planeta que guarda, además de un lazo sanguíneo y emocional con el paisito, una pasión por el querido club de sus amores, Nacional.

Nuestra tribu se caracteriza por un comportamiento, digamos, un tanto fanático, y es que, para seguir de verdad al bolso, hace falta madrugar o dormir poco, hace falta enchufarte a Pasión Tricolor, y casi, en la voz de Javier Moreira, recibir un infarto con cada jugada. En la tribu los goles se gritan en silencio, ya que hay familia y vecinos descansando. Hace falta, además, dedicarle un tiempo importante a estar informado, si no imposible saber quiénes son los jugadores.

Yo vivo en Jerusalén hace muchos años, mi esposa es israelí y nuestro hijo nació aquí. El trabajo para poder modificar el ADN de un niño que no crece en Uruguay y por tanto no puede contagiarse de ese fanatismo día a día con sus compañeros hinchas del equipo es difícil.

Con la ayuda del Maestro Tabárez, Forlán, Suárez, Cavani, el Loco que la picó y hasta Diego Lugano, que nos dejo de recuerdo su camiseta después del partido con Jordania, y todos los otros jugadores uruguayos que juegan en Europa, a los que podemos seguir cada fecha en las distintas ligas, creo que lo he logrado.

Nombro a estos jugadores y a el Maestro porque soy de los que cree que el futbol es una herramienta educativa tan poderosa con la cual podemos enseñar a los más jóvenes a mirar la vida de una forma diferente. Ahora, mientras escribo, por un instante me quedo con uno de los mensajes más importantes del Maestro que tal vez encierra en ella la revolución de la Selección uruguaya y del futbol uruguayo: “La recompensa es el camino” y quien mejor para demostrarlo que Luis Suárez.

Foto: Quique Kierszenbaum

A lo nuestro

Escribo estas líneas para agradecer al Lui. Un hombre épico, un tipo que no todo lo que ha hecho en su vida ha sido correcto, pero justamente, en esta carrera profesional Luis ha sabido una y otra vez redefinirse. Un tipo con una habilidad en el campo y con una pasión desenfrenada.

Luis Suárez es total, en sus errores y sus aciertos ha sido un tipo total. Ha tenido que pagar por ellos y volver a empezar. También ha exigido su cuerpo al límite de lo imposible y siempre está. Ha sido humillado por un club al que le dio tantos goles increíbles y se fue a otro al que le entregó La Liga, el campeonato español, y también se tuvo que ir. Pero Luis se volvió a reagendar…

Tras dos ‘despedidas’ poco felices, el Gordo, como lo llama su amigo Messi, decidió que después de la campaña increíble de la hinchada del bolso, pidiéndole que vuelva, lo que él necesitaba para preparase para Qatar 2022 era amor. Y aceptó, volvió a su casa.

Debo reconocerlo, yo soy fanático de Nacional, de la selección uruguaya, pero además soy hincha a muerte de Luis Suárez. Cuando lo veo jugar pienso en la síntesis del futbol uruguayo. El jugador de las dificultades, de la promesa que se choca con la dureza de la vida, el que sobrevive a esas dificultades, otra caída, otra levantada y logra salir.

Luis Suárez es un tipo que las peleó todas, no bajó nunca los brazos, con humildad, y hay que decirlo, dejando todo en la cancha. Sí, todo, desde la mano con Ghana hasta la técnica que desarrolló para utilizar su cuerpo como herramienta para buscar más oportunidades de gol. A veces parece que, si lo soplás, el corpulento Luis vuela como una pluma y cae como un tronco.

Al mundo no le gusta ese tipo de jugadores, les gustan los jugadores que se formaron en las academias, bien comidos desde chicos, con mucha técnica y sin grandes necesidades, sabiendo que si se hacen las cosas bien hay una carrera que los espera. Pero para tipos como Luis el futbol siempre fue un reto no solo para salir de la pobreza, mejorar su vida y la de su familia, un reto por llegar a la cima.

Nuestros caminos se cruzaron varias veces, y sin embargo nunca tuve la oportunidad de agradecerle o de intercambiar un saludo; ni en Jordania durante la cobertura de las eliminatorias para el Mundial en 2014, ni en una práctica del Barcelona a la que llevé a mi hijo. Para cambiar el ADN hay que intentarlo todo. Cuando mi hijo cumplió 13 años, un cumpleaños importante para los judíos, fuimos al verdadero templo a verlo junto a sus amigos Messi y Neymar, conseguí llevarlo además de a un partido también a una práctica y tampoco pudimos ni siquiera saludarlo.

Tuve también mala suerte cuando la selección jugo un amistoso con Argentina en Tel Aviv en 2019, y nuevamente no se dio la oportunidad. Un camino de desencuentros.

Pero la vida siempre da otra oportunidad. Tras el COVID 19 y sus limitaciones pude volver al paisito a despedir a mi vieja que se fue un tiempo antes, cerrando círculos. Y mientras estaba en Montevideo, comenzó el rumor de que el Lui volvía a Nacional. Esas cosas raras de la vida, la congoja de la despedida y la alegría de la llegada de Suárez a Nacional. Ya sé, no hay que comparar, pero cuando uno cruza océanos para despedirse de un ser querido, siempre es bueno recibir una alegría.

Y el Lui llegó, y ahí estaba yo, con mis cámaras que en general cubren conflictos en tierras lejanas, pronto para recibirlo, casi como se recibe a un familiar, ahí en el pasto del Gran Parque Central. Luis paseaba por el pasto del Parque junto a sus hijos frente a un público que se rendía ante su gesto, el de volver; el gesto de un crac que vuelve a casa, no para retirarse, sino para prepararse para el Mundial de Qatar.

Hablar de futbol, pasión y amor, es medio raro en un entorno como el del fútbol uruguayo. Sobre todo, de amor, que no va con el perfil de macho uruguayo. Pero a Luis lo han dejado salirse del libreto, el tipo llora cuando se emociona, mete a sus gurises a la cancha, e incluso cuando sube al campo de juego los primeros minutos los dedica a buscar a su familia en la tribuna ofreciéndoles una gran sonrisa al ubicarlos.

Mi hijo llegó a Montevideo y juntos disfrutamos de la vuelta del Lui, porque él sabe que para mí esta persona totalmente extraña es casi como un hijo, su medio hermano... Más de una vez los planes familiares o algunas coberturas periodísticas fueron planificadas de tal forma que pudiéramos sentarnos frente a la pantalla a verlo jugar. Además, con esto de las redes sociales, terminas pensando que conoces personalmente a la gente.

Disfrutamos de un Parque Central con entradas agotadas, delirando con los movimientos de Suarez, también llegaron los goles, los triunfos, un clásico con un ‘pepinazo’ de Luis y finalmente el Clausura y el Campeonato Uruguayo. Ya de nuevo en Israel, no me perdí un partido del bolso: 2:00, 3:00 de la madrugada, con transmisión en directo y redes sociales en la oscuridad de Jerusalén, pensaba en los botijas que tuvieron la suerte de compartir partidos y vestuario con uno de sus ídolos. Y también en los hinchas que coparon las canchas y hasta en los chiquilines hinchas de River que le pidieron una foto antes del partido.

El fenómeno Suárez en Nacional ha sido una verdadera fiesta, y llegó la hora del final. Hay que despedirse. ¡Quién nos quita lo bailado! El Lui con la de Nacional, en el Parque… un sueño hecho realidad.

A mi dame siempre al Lui que se abrazó con Walter Ferreira, el kinesiólogo del 2014, para festejar el gol contra Inglaterra. Dame al Lucho llorando tras conquistar La Liga con el Atlético de Madrid; dame el del gol de taco contra Mallorca o el del gol con el Liverpool casi desde la mitad de la cancha…. Y siempre, pero siempre dame al Suárez que intercambió camiseta con Walter Gargano, compañero de la selección durante tantos años. La vida los enfrentó en un clásico, pero esto es mucho más que tan solo futbol. Queda otro capítulo a esta historia épica, Qatar, y quien sabe, capaz que mi ‘medio hijo’ nos da otra alegría.

Foto: Quique Kierszenbaum

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