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Partido entre Uruguay y Colombia, el 2 de setiembre, en el Geraldao Arena de Recife, Brasil. Foto: FIBA

Debut amargo como el café: Uruguay perdió sorpresivamente ante Colombia por 70-64 en el inicio de la Americup

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La celeste jugó un último cuarto para el olvido.

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Suele comentarse en la jerga que el debut es el partido más complejo; también dicen por ahí que después de una gran victoria llega una gran derrota. Frases hechas a las que intentamos afiliarnos sin poder creer cómo la celeste, que venía de vencer a Puerto Rico en las Eliminatorias del Mundial, sucumbió ante Colombia en un partido que dominó con cierta claridad durante 32 minutos.

Es la segunda vez en la historia que los cafeteros le ganan a Uruguay, y no lo hacían desde 1977. Vienen creciendo, pero llegaron a este torneo con bajas igual o más significativas que las uruguayas. El grupo de Uruguay en la Americup se juega en Recife (Brasil), y la selección volverá a jugar este sábado con Canadá (a las 17.40) y el lunes con Brasil (a las 20.10), cuando se cerrará el grupo.

El partido

Rubén Magnano volvió a su estilo de formación inicial más elegido en su etapa como entrenador de la selección. Martín Rojas fue desde el arranque como alero y respondió con trabajo destacado en ambos sectores, sobre todo atrás, donde ayudó a la captura de rebotes y, al ser un tres grande, participó en los cambios de hombre en las rotaciones defensivas. El de Biguá también puso un triple y llegó como tráiler para dañar con sus caídas en los ataques rápidos.

Uruguay sostuvo el primer cuarto con enormes porcentajes (5/6 en triples) que disimularon las pérdidas de los primeros minutos, y un inicio displicente de Parodi, de tarde flojísima. La celeste jugó desde los posteos del cumpleañero Esteban Batista, quien, cuando no pudo culminar cerca del aro, generó descargas para tiros a pie firme. El colectivo fue generoso efectuando pases extra para identificar al compañero mejor ubicado.

Los siete puntos de ventaja del primer período se mantuvieron en el segundo. Lo que bajó -era esperable- fueron los porcentajes. La lectura inteligente estuvo en el aumento de agresividad para atacar el aro, con Joaquín Rodríguez y Agustín Ubal siendo verticales para definir y encontrar red. Justamente, el gurí del Barcelona lideró la ofensiva encestando 9 unidades.

Las pocas veces que Uruguay pudo establecerse en defensa logró correr la cancha. Lamentablemente no pudo ser regular en ese aspecto; de haberlo logrado quizás la diferencia podría haber sido mayor. Los de Magnano debieron conformarse con el 40-33 a favor de cara al descanso largo, que tenía gusto a poco en un partido de peligrosa calma en el que ninguno había logrado apretar el acelerador a fondo.

El inicio del complemento fue un aviso de lo que llegó posteriormente. Colombia arrancó el tercer cuarto con parcial de 8-0 para pasar. Magnano solucionó momentáneamente juntando a Wachsmann y Batista en la pintura para mejorar la toma de rebotes en aro propio. Con eso y una nueva llamada a Agustín Ubal soluciones alcanzó para sacar la cabeza del agua. Un triple de Joaquín Osimani permitió la máxima de 9 a falta de 8,59 para la campana final.

Cuando el aroma a liquidado empezaba a aparecer, alguien apagó el fuego. O, mejor dicho, le pasó la olla con el guisito pronto al rival, a punto caramelo para mojar el pancito.

Uruguay recibió un lapidario parcial de 16-0, y estuvo 8,11 minutos sin anotar. Se derrumbó definitivamente el castillo de naipes. ¿Qué pasó? La celeste se quedó sin generación, defendieron mejor a Ubal y el entrenador optó por sentar a descansar al único exponente que mostró nivel para permanecer en la cancha. Las ofensivas se hicieron tediosas, anunciadas e inefectivas. Colombia creció en confianza, elevó porcentajes y siguió dominando el rebote ofensivo ante una integración alta pero lenta de Uruguay, que pese a los centímetros no logró emparejar ese rubro del juego.

En el epílogo, con el trámite en el sobre de café colombiano, la celeste revoleó el poncho y con la vuelta de Ubal y un par de defensas duras intentó una reacción que ni siquiera amagó con prosperar.

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