Falta de decisión política e inversiones, y tres años de la sequía más severa en casi medio siglo, llevaron a una crisis nunca vista en 156 años de agua potable en Montevideo. La salinidad en el agua es la más duradera de la historia y los niveles de cloruro y sodio cuando menos duplican el estándar de la Organización Mundial de la Salud.
El río Santa Lucía es un espejo del país y de cómo las prioridades de uso de suelo y gestión del agua son difusas. ¿Es para agua potable o es para la industria? La arteria mayor de Uruguay en este momento no puede bombear. Y lo poco que bombea es de la mala calidad.
Aunque abastece de agua potable a uno de cada seis uruguayos, no es su única prioridad. Plaguicidas, herbicidas, fertilizantes para la producción hortícola, frutícola, vitivinícola, desechos de la cría de aves, cerdos, lechería, ganadería intensiva y de un centenar de industrias instaladas en su zona de influencia conviven con la contaminación urbana. El 85 por ciento de la población en su cuenca es urbana y está ubicada sobre todo en Canelones.
La polución química y orgánica, superficial y subterránea, llega de los núcleos urbanos. También los líquidos residuales de efluentes doméstico-industriales. Filtraciones de pozos negros, malos manejos de las barométricas, inexistencia o malos sistemas de saneamiento, mala gestión de residuos sólidos, vertidos sin tratamientos, erosión de suelos y uso abusivo de agrotóxicos alteran el ciclo hidrológico y degradan el ecosistema de la cuenca desde hace décadas1.
La minería socava el diez por ciento de la cuenca retirando arena, basalto, caliza, dolomita y varios metales. Toda esta presión, sumada a casi 500 embalses y a que el río soporta el consumo excesivo del agua de los eucaliptus en sus nacientes –16 por ciento de la cuenca ha sido declarada tierra de prioridad forestal–2, en un contexto de gran falta de lluvias, han hecho que el caudal rompa récord a la baja. Durante la sequía de 2009, una de las más severas de los últimos tiempos, el embalse de Paso Severino, principal reserva del agua potable para 57 por ciento de la población del país, estaba a 31,5 metros, cinco metros más que a mediados de mayo.
La alteración de la calidad del Santa Lucía se observa en la suba de la temperatura, en su turbidez y en los nutrientes acumulados, mayormente río abajo y en los afluentes3. Padece de una eutrofización crónica (es decir, niveles de nitrógeno y fósforo muy por encima de los límites admitidos) que en algunos afluentes, como el Colorado, suele ser hipertrófica y supertrófica. El oxígeno disuelto es un indicador del estado de salud del río, y su parámetro en una serie de diez años que relevó la Intendencia de Montevideo ha dado mal en toda la cuenca montevideana4.
Santa Lucía de la metrópolis
El panorama es muy distinto al 13 diciembre de 1607, cuando Hernandarias, explorador de la Corona española, al fondear en la desembocadura del hoy Santa Lucía y explorar su interior se interesó por sus “numerosos arroyos y quebradas”, por la calidad de su madera y las “grandes cualidades” de su tierra para el ganado “gracias a la fertilidad de los campos”, según escribió. El paraje “tierra adentro, es grande y capaz de tener muchos pobladores”, vaticinó con clarividencia fundante5.
Más de 400 años después, la ciudad que imaginó el explorador funciona como una aspiradora de sus recursos sin compasión, sin dar nada bueno a cambio, sin reparar el despojo. La metrópolis y, de forma más reciente, el área metropolitana, abrevan del río cuya cuenca, además, alberga a 32 por ciento de la población rural del país.
No sólo la ciudadanía abusa de su riqueza, también el capital, el trabajo y el crecimiento urbano en suelo rural. La agricultura, la ganadería y las industrias encuentran en el Santa Lucía ventajas comparativas: agua, infraestructura y transporte. La cercanía con Montevideo reduce de manera notable los costos y amplía su margen de ganancia, casi siempre correlacionado con el deterioro físico, químico y de las condiciones generales de los suelos.
Obras Sanitarias del Estado (OSE) ha hecho inversiones extraordinarias para mejorar la calidad del agua herida. La planta de Aguas Corrientes está bastante al día con el estado del arte de potabilizar agua en tiempos de agua turbia. Pero ante la sequía prolongada, que al asumir el gobierno de Luis Lacalle Pou, el 1º de marzo de 2020, ya era una realidad, no se tomaron medidas para aumentar o gerenciar con diligencia las reservas.
Hace tiempo que el Santa Lucía anuncia sus pesares, pero ahora parece haber gritado basta. Hace 156 años que provee, pero las dos represas más voluminosas del país para agua potable languidecen en estado crítico, implorando lluvia al cielo. La de Paso Severino, con una capacidad de 67 millones de metros cúbicos, almacenaba 6,7 por ciento de su capacidad al 25 de mayo y la de Canelón Grande, con 20 millones, está vacía desde marzo.
La planta potabilizadora y el sistema de bombeo de Aguas Corrientes parecen, por primera vez, amenazados por falta del elemento potabilizable. En marzo, tras cinco meses de sequía y tres años con precipitaciones por debajo de la media, OSE tomó agua salada del río al sur de Aguas Corrientes porque las reservas dulces estaban comprometidas. Bombeó tanta agua salada para combinarla con el débil caudal dulce que la mezcla empezó a ser indisimulable para los sentidos y también para los análisis que arrojaron resultados por encima de los límites en una decena de puntos de la zona metropolitana y de balnearios, sobre todo en cloruros, sodio y sólidos totales disueltos. Esta información se conoció a finales de mayo por un escueto informe de la Unidad Reguladora de los Servicios de Energía y Agua (Ursea) en una treintena de puntos de los más de 500 que analiza de modo regular la Unidad de Análisis del Agua de la Facultad de Química de la Universidad de la República6. Pero la muestra no es representativa porque OSE en el área metropolitana tiene 350.000 conexiones.
Por otra parte, la planta de Aguas Corrientes no está diseñada para potabilizar agua salada. Sodio, cloruros y bromuros no son retenidos; por eso es probable que salgan trihalometanos en el agua de la canilla, contaminantes crónicos7. Aunque no se han dado alertas por la calidad microbiológica del agua que se distribuye a los hogares, tampoco se ha dado tranquilidad con la transparencia en las analíticas, que son secreto de Estado.
Siempre sin agua al cuello
La capital del país, Montevideo, casi nunca frenó su demanda del río. Tras epidemias varias y una sequía espeluznante en el verano de 1867, se resolvió traer agua potable del río que Hernandarias, dos siglos y medio antes, había imaginado para el proyecto imperial español. Ya en ese seco 1867 la cuenca baja del Santa Lucía servía de granero y era una de las áreas de agricultura de secano preferidas. Ahí comenzó la erosión que también aportó la ganadería.
Los pozos y las aguadas de Montevideo no daban abasto para sus 60.000 pobladores, literal y metafóricamente encolerizados y/o amarillos por la fiebre. En marzo de 1926 diversos medios de prensa advertían falta de agua en la capital8. Entonces Montevideo consumía 45.000 metros cúbicos diarios. Según explicaban los ingleses de la Montevideo Waterworks Company, los tubos de agua que habían heredado de la administración anterior eran demasiado angostos para satisfacer la demanda, no había agua para las 49.000 conexiones de la capital9. En la década de 1930 se registraron episodios de salinidad en las canillas porque el Río de la Plata subía, pero se hizo un dique de contención y la salinidad (que fue esporádica) se detuvo10.
En los años 1950 el Estado tomó posesión de Aguas Corrientes y se inauguró la represa de Canelón Grande en 1956 para dar más caudal a Montevideo, que tampoco fue suficiente. La última dictadura (1973-1985) planificó la represa de Paso Severino, el embalse más grande del país para agua potable. Desde su inauguración, las obras a gran escala para acopiar agua con destino a la población metropolitana se frenaron en la cuenca.
Sin embargo, la economía no paró de crecer. El producto interior bruto (PIB) se multiplicó por cinco en estos 40 años. En 1969 Montevideo consumía 236 millones de metros cúbicos diarios de agua, y luego de que Paso Severino empezara a funcionar en 1988 la demanda pasó a 400 millones hasta llegar a los 600 millones actuales. En los años 1960 los técnicos de OSE habían estimado este consumo para el año 200011. Ahora OSE prevé que para 2045 Montevideo y el área metropolitana consumirían 840.000 metros cúbicos cada jornada, informó el ministro de Ambiente, Robert Bouvier, en la interpelación parlamentaria del 17 de mayo.
Desde la década de 1990 el Santa Lucía abastece también a Ciudad de la Costa, en el área ribereña del Río de la Plata de Canelones, así como Pando y su área de influencia, después de que en el arroyo Pando dejó de ser fuente de agua potable debido a su degradación. También Sauce y otras localidades que antes se abastecían de pozos subterráneos.
La consolidación urbana en Ciudad de la Costa, su comercio, industria, transporte, logística y nuevos núcleos urbanos desde la ruta 8 al Río de la Plata, desde el parque Roosevelt a El Pinar, también fue acunada por el Santa Lucía. Por si fuera poco, el nuevo anillo perimetral traza nuevos desafíos para la cuenca.
Del estrés al hecho
El lockout del Santa Lucía es su forma de manifestar estrés. La presión parece demasiada para un solo río de 248 kilómetros. Así lo hacen saber los académicos que advierten de la forestación en las nacientes de Lavalleja y los impactos desmedidos del agronegocio. Además, los desechos urbanos y sobre todo los fertilizantes agropecuarios, sumados a la pérdida de bosques, pastizales y humedales nativos (al avanzar la frontera agrícola y urbana) jaquean al río por la erosión que producen12.
Las soluciones también se han planteado: zonas verdes para amortiguar el impacto de los rubros económicos, por ejemplo. Pero en predios rurales tan pequeños como los del Santa Lucía es muy difícil cumplirlos para los productores. Manejo responsable del suelo y embalses, control de agroquímicos, optimizar los desechos de la ganadería intensiva de corral, mejorar el tratamiento de las aguas residuales de los tambos, restaurar el monte nativo13, o quitar la prioridad forestal que le quita caudal al Santa Lucía, sobre todo en las nacientes, como lo ha sugerido la sociedad civil en la Comisión de la Cuenca del Santa Lucía. Es decir, optimizar el uso de recursos, dotar de estándares verdes a la producción.
Diagnósticos y soluciones se enfrentan con la decisión política aquejada de muchas prioridades y escasez de presupuesto, y con el dejar pasar y dejar correr de la acción política. Las mejoras al río, darle algún tipo de respiro a cambio del desastre, también enfrentan criterios económicos disfrazados de técnicos en los ámbitos de participación y decisión que suelen proclamar la inocuidad de los negocios sobre el río. Un lobby muy cercano a la esfera política que asegura no contaminar, ni robar agua, ni comprometer al ecosistema. Incluso el sector forestal hace unos años se saca lustre pregonando que secuestra carbono, el principal gas de efecto invernadero, aunque la evidencia diga que destruye los ecosistemas (lo que es decir el agua).14 En medio de protestas por el uso del agua de la pastera de celulosa UPM, en Uruguay y Finlandia (también), UPM ofreció una planta desalinizadora al gobierno.15 Y hasta publicó un suplemento dulcificando el fenomenal manejo que supuestamente hace del agua16.
El forestal es un lobby robusto, quizá el único que presenta informes técnicos no arbitrados que compiten con los arbitrados de modo muy efectivo en la decisión sobre uso del suelo, obra pública, inversión extranjera directa y, sobre todo, inversión local que se caracteriza, desde Hernandarias al agronegocio, por su baja innovación, una rentabilidad asociada a la precariedad laboral, la volatilidad de los precios internacionales y el extractivismo tan puro y duro como le permitan.
Las conversaciones realizadas para elaborar este artículo sugieren que conocimientos científicos también disputan el poder, muchas veces sin ponerse de acuerdo, a veces queriendo aplastar al otro, o por lo menos negándole la palabra, la oreja o el bolígrafo para firmar un acuerdo. Sin embargo, existe cierto nivel de diálogo interdisciplinario en materia de ambiente y en particular en el Santa Lucía. En la mayoría de las oficinas públicas de contralor, prospección, ejecución y delineamientos de políticas públicas, ese saber no necesariamente es tenido en cuenta por los gobernantes. A veces lo pueden usar, a veces no. Las pujas políticas se nutren construyendo perfiles políticos y no siempre se zanjan en debates técnicos. Por lo menos es lo que se trasluce de la batalla mediatizada por el perfil proselitista: el ambiente no parece tan importante como lo que diga el próximo candidato sobre algo.
Las responsabilidades son compartidas. Nadie tiene toda la culpa. Como sociedad tenemos algo de desprecio a los problemas del agua, también vanidad.
El gobierno no dudó en declarar la emergencia agropecuaria ante la primera señal de seca. Tuvo la buena iniciativa de convocar el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) ante la crisis del coronavirus en 2020, pero no ha tenido la misma visión ante la crisis del agua, de proyecciones no menos graves. El Sistema Nacional de Emergencias (Sinae) parece ausente ante la emergencia. No hubo plan de contingencia, simplemente esperar que llueva y repartir unos bidones de agua: “La solución final es que llueva” dijo el secretario de Presidencia de la República, Álvaro Delgado, al anunciar la compra de una planta piloto de la Universidad Tecnológica (UTEC) para desalinizar y habilitar otra de la empresa de energía UTE, además de una tercera que llegará desde Estados Unidos, plantas que no está claro cómo desalinizarán más de medio millón de litros cúbicos de agua potable por día.
En la opinión pública poco se escucha del cuidado del Santa Lucía: las soluciones aparecen divididas entre el proyecto Neptuno17 del oficialismo y una represa en Casupá que el anterior gobierno del Frente Amplio tenía en carpeta desde 2013 pero no llevó a la práctica18.
Coda
¿Qué pasará tras la esperada lluvia que no llega? Los técnicos en OSE recuerdan que cada vez que vuelve la lluvia todos los análisis, la discusión pública y el diálogo político se diluyen. Y también los proyectos a largo plazo que pueden abastecer un área metropolitana en continuo, cambiante e impredecible crecimiento.
El español Hernandarias vio en el caudaloso río un lugar apto para recostarle una ciudad y dejarle algunas vaquillonas, porque no hay ciudad sin capital ni carne. Ni capital intensivo sin explotación. Ojalá haya llegado el momento de proteger los recursos naturales con una planificación sana y realista, con prioridades y con un aparato productivo que no desaparecerá porque es fundante (y además, en un futuro próximo, el mercado externo le exigirá menos impacto ambiental). El Santa Lucía le permitió a Uruguay ser una capital del mundo que rebasó sus límites. Es hora de tratar al Santa Lucía como se merece y honrarlo no sólo cuando grita basta. La polémica Neptuno o Casupá lo excede. Por ahora todo indica que seguiremos consiguiendo agua salada del grifo hasta que llueva lo suficiente.
Guillermo Garat, periodista.
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Marcel Achkar, et al., Cuenca del Río Santa Lucía, Uruguay: aportes para la discusión ciudadana. Redes-Amigos de la Tierra, 2012. ↩
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Ibídem. ↩
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Evolución de la calidad en la cuenca del Santa Lucía: diez años de información, MVOTMA, 2015. ↩
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Programa de Monitoreo de Agua y Sedimentos de los Humedales del Río Santa Lucía. Informe anual 2020. Montevideo, 2020. ↩
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Luis E. Azarola Gil, Los orígenes de Montevideo: 1607-1749. Editorial La Facultad, Buenos Aires, 1933. ↩
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Resultados de los muestreos de calidad de agua distribuida en Montevideo y área metropolitana, Ursea, 2023. ↩
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“Existen ‘altas probabilidades’ de que el agua que suministra OSE a la zona metropolitana tenga ‘contaminantes de efecto crónico”, la diaria, 18-5-2023. ↩
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El Plata y El Bien Público, febrero de 1926. ↩
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Ibídem. ↩
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Danilo Ríos, Agua potable. Historia y sensibilidad. Tomo II. OSE, Montevideo, 2018. ↩
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Gobierno de la República Oriental del Uruguay, Cuenca del río Santa Lucía: desarrollo de los recursos hídricos. Memorándum ante la OEA, 1970. ↩
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Plan nacional de aguas, MVOTMA, 2018. ↩
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Plan de acción para la protección de la calidad ambiental de la cuenca del río Santa Lucía: medidas de segunda generación, MVOTMA, 2018. ↩
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Entre otros estudios sobre el impacto de la forestación en la degradación de los suelos en Uruguay ver: Alice Altesor, Bases ecológicas y tecnológicas para el manejo de pastizales, INIA/Hemisferio Sur, 2011; Alejandro Brazeiro et al., “Potenciales impactos del cambio de uso de suelo sobre la biodiversidad terrestre de Uruguay”, en Efecto de los cambios globales sobre la biodiversidad, Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo, 2008; Álvaro Soutullo et al., Especies prioritarias para la conservación en Uruguay. Vertebrados, moluscos continentales y plantas vasculares, SNAP, DINAMA, MVOTMA y DICYT, 2013; Silveira, L. et al., “Efecto de las plantaciones forestales sobre el recurso agua en el Uruguay”, Revista Agrociencia, Vol. X N° 2, 2006. ↩
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Telemundo, Canal 12, 26-5-2023. ↩
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“UPM Inaugura su segunda planta de celulosa en Uruguay y hace realidad la mayor inversión en la historia del país”, El País, Montevideo, 8-5-2023. ↩
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Sofía Kortysz, “Aguas de Neptuno”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, julio de 2022. ↩
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En 2013 OSE comenzó a estudiar la factibilidad de construir una represa para embalse de agua potable cercana a Chamizo, Florida. Los estudios arrojaron que podría embalsar 100 millones de metros cúbicos, casi el doble de Paso Severino, es decir, agua para 60 días para la zona metropolitana. El entonces presidente Tabaré Vázquez dijo que la obra podría costar 150 millones de dólares. Pero el actual gobierno de la coalición canceló los trámites de impacto ambiental ante el Ministerio de Ambiente. ↩