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Ivetesangalo.com. S/d de autor

Un mar de fiesta

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En 1987 los chicles de la marca brasileña Ploc eran tan populares como la serie de figuritas autoadhesivas —con dibujos de animales, autos, monstruos— que venían envueltas junto a la golosina. Sin dudas la serie de figuritas que logró el más alto grado de adicción entre los escolares que consumían esa goma de mascar fue Na terra dos gigantes, un catálogo de fenómenos terrícolas retratados en graciosas caricaturas que compartían la virtud de ser los más grandes, altos, mayores: la población de China, el Monte Everest, el Océano Pacífico, la jirafa, el Estadio de Maracaná.

Si 30 años más tarde y con buen tino los dueños de Ploc decidieran volver a poner en el mercado su producto junto con las figuritas de gigantes, deberían dedicar la más difícil de conseguir a Ivete Sangalo (1972), la cantante más popular de Brasil, con clubes de fans en todo el mundo, incluida nuestra norteña ciudad de Rivera.

El afán de conquista de esta bahiana no parece detenerse luego de un sinfín de hazañas con las que cualquier superestrella promedio daría por finalizada su carrera, hastiada del sinsentido de lo que entendemos por éxito en occidente. Una de seis hermanos que se peleaban por el equipo de audio en su casa, de padre promotor de espectáculos y amante de la música, y de madre con notable talento para el canto, en 2006 dominó con placer la multitud que llenó el Estadio de Maracaná vestida de cuero negro brillante. Dos años antes, el público de Rock in Rio se había rendido a sus encantos y en 2010 se consagró como artista de fama mundial en el Madison Square Garden de Nueva York.

Cantó desde muy pequeña acompañada de un cavaquiño, y rápidamente fue convocada para ser la figura de los tríos eléctricos de su natal Bahía. Su primer momento de notoriedad fue al frente de la institución musical Banda Eva, hasta que en 1999 inició su increíble carrera como solista.

Entre sus muchos títulos, el de Reina del Carnaval de Salvador de Bahía. Tal vez la más envidiable muestra de admiración sea la que le regaló la escola de samba Grande Rio, que para la edición 2017 del Carnaval se presentó en el concurso oficial con el samba/enredo “Hoje É Dia de Ivete!” dedicado a la cantante y su obra: “E lá vou eu, pé na estrada / E lá vou eu, meu amor / Olhos de fogo da serpente encantada / Iluminavam meu destino a Salvador”.

En la portada de su último disco en vivo, Acústico en Trancoso (2016), Ivete sale del mar vestida de blanco con una corona de buzios en su pelo castaño. Una contundente declaración de grandeza, como la diosa del mar y todos los orixás, consagrada por sus fieles en cada actuación de festejo en comunión. Es que Ivete tiene una relación de particular cercanía con sus fans, niños, adolescentes y adultos. Una madre algo sexy de ropas ajustadas pero no muy atrevidas que les sonríe y los abraza con su metro setenta y siete de altura, les habla y los nombra, los involucra y los demanda, los manda a portarse bien y los acaricia. Lo mismo sucede con los miembros de su big band, incluidos bailarines, maquilladoras, estilistas, iluminadores, que antes de cada show rezan junto a ella tal como lo hace Madonna y siguen sus estrictas indicaciones, al estilo de James Brown. Ese parece uno de los secretos de su fórmula.

“Nunca lloro de sufrimiento, el sufrimiento no combina conmigo. Yo no lloro desde pequeña”, contó en un especial para MTV Brasil. De adolescente recuerda una depresión bastante profunda de su madre y algunas noches le gusta incluir en su repertorio “Recuerdos de Ypacaraí”, de Demetrio Ortiz, una canción que aquella solía cantarle para irse dormir.

Ivete busca permanentemente un sonido propio y, sobre todo, seductor. Maria Bethânia y Gilberto Gil son dos de sus grandes influencias, artistas con quienes también grabó. A Stevie Wonder, un sueño de dueto que también ya cumplió, le roba todos los piques para hacer sonar su banda tan demoledora como la que tenía Stevie cuando grabó Songs in the Key of Life. A la combinación de afropop, axé y samba, ni bien Ivete tuvo el control de las perillas en los estudios de grabación, le sumó cuotas de funk con bajos muy dominantes y vientos jazzeros, para lograr acelerar el ritmo festivo y emocional de sus melodías. El superhit de 1992, “O canto da cidade”, de su colega Daniela Mercury, la iluminó: la canción y el video, la inusual y transgresora percusión, le permitió soltar las cadenas de sus tradiciones y construir su estilo de cerveza liviana pero embriagadora que quedó definido para siempre en su canción “Festa”.

La mayoría de los riverenses (quienes mejores pronuncian la v de Ivete) ya la vieron en 2012 cuando se presentó en el Estadio Paiva Olivera. Un grupo algo más selecto, de buen poder adquisitivo o buena capacidad de ahorro, se acercó al lujoso Hotel Conrad de Punta del Este en su segunda presentación uruguaya en 2014. La tercera será parte de su actual gira mundial, que la tuvo como estrella de la reciente edición de Rock in Rio, será el sábado 21 de octubre cuando se abran las puertas del Velódromo Municipal de Montevideo para recibirla a ella, sus multitudes y sus ofrendas: “A Grande Rio vem dar um banho de axé / Salve! Toda essa gente de fé / O tambor da invocada promete / Levanta a poeira, Ivete!”.

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