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Hinchas uruguayos durante el partido Uruguay-Italia, en el estadio Arena das Dunas, en Natal, Brasil, el 24 de junio de 2014. Foto: Sandro Pereyra.

Historia de nuestros pelos

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Otro capítulo de ¡Canten, putos! Historia incompleta de las canciones de cancha, el libro que viene compilando el escritor Manuel Soriano, argentino radicado en Uruguay desde 2005. Aquí, investiga sobre cómo una canción del musical Hair pasó al Río de la Plata y se transformó, entre otras cosas, en “Soy celeste”.

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Galt MacDermot nació en Montreal, Canadá, en diciembre de 1928. De joven empezó a estudiar piano y viajó a Cape Town para especializarse en música africana. En 1964 se mudó a Nueva York para seguir más de cerca la escena del jazz. Tres años más tarde, recibió una propuesta a través de su agente. Dos jóvenes actores, Gerome Ragni y James Rado, habían escrito una obra de teatro y necesitaban a alguien que la musicalizara; se habían inspirado en los cambios que estaban sucediendo a su alrededor: pelo largo, sexo, drogas y rocanrol. “En las calles veíamos una forma nueva de teatro, con su propio escenario, lenguaje y vestuario”, dice Rado en una entrevista en la que tiene 77 años y parece una versión adolescente y skater de Guido Süller.

Pero MacDermot no sabía nada de eso. Vivía con su esposa e hijos en una zona suburbana, no consumía alcohol ni drogas, usaba camisa y corbata, y el pelo bien corto. “Ni siquiera había oído hablar de los hippies hasta ese momento”, admitió luego. Su música, sin embargo, era al mismo tiempo clásica, funk y psicodélica, y se acopló perfectamente a la letra y espíritu de la obra. Dice Rado: “En apenas unas semanas nos empezó a mandar las canciones y no podíamos creer lo que estábamos escuchando”. El musical Hair se estrenó en una pequeña sala en abril de 1968. Tuvo denuncias por blasfemia, apología de la droga, maltrato de los símbolos patrios y exhibición de desnudos frontales. Al poco tiempo se convirtió en un éxito a escala mundial. Algunas de sus canciones fueron grabadas por otros artistas, empezaron a sonar en las radios masivas y llegaron a los primeros puestos en los rankings. Nina Simone, por ejemplo, grabó una versión estremecedora de “Ain’t Got No, I Got Life” que se convirtió en un himno de la lucha por los derechos civiles.

El caso más notable de este fenómeno de ecos y repercusiones es sin dudas el de “Aquarius / Let the Sunshine In”. En 1969, el grupo The 5th Dimension grabó una versión que se mantuvo en el puesto número uno de Billboard durante seis semanas. Luego la cantaron decenas de artistas, se hicieron versiones instrumentales, house, electrónicas, de rock progresivo alemán; hubo versiones chinas, suecas, australianas; la cantó el público en Woodstock; fue parodiada por Los Simpson y Family Guy; aparece en Forrest Gump y en Sons of Anarchy, y en Virgen a los 40, cuando Steve Carrell por fin consigue ponerla y se larga a cantar de la emoción.

Leyendo esta lista (que en realidad es mucho más extensa) ya no resulta tan impresionante que la canción aparezca también en las canchas de fútbol de Argentina y Uruguay, y en cierta medida estoy boicoteando el golpe de efecto de esta crónica, pero nadie explica cómo se llegó de un lugar a otro, y este es el viaje que importa acá.

“Aquarius / Let the Sunshine In” es un medley, es decir, una serie de canciones, dos en este caso, mezcladas de modo armónico en una sola interpretación. La primera dice que se viene “la Era de Acuario”, que Júpiter y Marte van a estar alineados y entonces va a reinar la paz en el mundo. La segunda, que es la que se versiona en las canchas, repite “deja que entre el sol” y fue agregada a último momento para que la obra cerrara con un clima más optimista.

¿Cuál fue la primera hinchada en hacer el cántico? Es un caso tan genérico que es difícil saberlo, pero alguien fue el primero en hacer el clic. Alguien, imagino, estaba escuchando “Let the Sunshine In” y sobre esa letra empezó a cantar su propia canción de pertenencia: Soy de X / soy de X / soy de X / yo soy. Y ese alguien le dijo a su barra: “Escuchen lo que se me ocurrió”. ¿Cómo habrá sido esa primera instancia? ¿Recibió algún tipo de valoración? ¿Supieron de inmediato que iba a ser un hit? ¿Le preguntaron de dónde había sacado la melodía?

Me dicen que la primera puede haber sido la de San Lorenzo. Siempre tuvo fama de ser una hinchada creativa, y en este caso lo demuestran. Al previsible Soy de Boedo / yo soy, le agregaron una parte anterior. Con otra melodía, cuyo origen no reconozco, cantan: Somos los gauchos de Boedo / somos campeones / fumada está tu hinchada / y delira en el tablón / entonando esta canción. Y no es simplemente un cántico seguido de otro, hay un sentido armónico en la mezcla, el primero prepara y el segundo remata; es decir, es un medley. Muchas hinchadas cantan su versión de “Let the Sunshine In”, pero la de San Lorenzo además lo hace recuperando el formato de medley y el ánimo viajero de la primera parte.

Si bien este descubrimiento me parece interesante, no encuentro nada sobre el origen. Acabo de unirme a tres grupos de Facebook de hinchas de San Lorenzo y publiqué mi consulta siendo lo más sincero posible. Además, un amigo me pasó el mail del escritor cuervo Fabián Casas. Le mando la consulta y le digo que me gustaron mucho los poemas de El spleen de Boedo. Pero la dirección que me pasaron es un Hotmail, y no hay spleen que alcance para seguir usando Hotmail.

Argentina acaba de empatar con Paraguay por la Copa América y me llega un meme uruguayo. ¿Se imaginan qué equipazo si Argentina y Uruguay fueran un solo país?, pregunta y pone los 11 jugadores del seleccionado uruguayo. En el último Mundial ya me habían mandado uno parecido, pero en ese al menos estaba Messi en lugar de Lodeiro. ¿Serán los memes una prolongación digital de los cánticos de cancha?

Galt MacDermot y James Rado durante un encuentro del elenco y los creadores de Hair con los fans, en el Union Square Theatre, en Nueva York, Estados Unidos. Foto: Scott Gries, Getty Images, AFP.

Al igual que en Argentina, los cánticos de la selección uruguaya son bastante más inocentes que los de los clubes. Su entonación de cabecera es “Soy celeste”, con el ritmo de “Let the Sunshine In”. En Youtube se pueden encontrar varias muestras: la hinchada en la tribuna, en la calle y en los bares; los propios jugadores en la cancha y en el vestuario. También hay una mujer que se la enseña a su loro y le da granos de choclo como recompensa, y pienso que esto es algo que los autores de la canción original deberían saber.

Ragni murió en 1991 y Rado parece inaccesible. De todas formas, acá lo que importa es la música. Galt MacDermot murió en diciembre del año pasado, un día antes de cumplir 90 años, y un mes antes que mi propio padre. Leo un largo obituario de The New York Times. Tuvo cinco hijos (un músico/arquitecto, dos secretarias, una editora, una profesora de inglés), siete nietos y dos bisnietos. Quizá podría contarles a ellos. Estimados descendientes: seguramente sepan que Nina Simone y Diana Ross cantaron sus canciones, pero ¿sabían que un loro uruguayo canta a cambio de granos de choclo una canción que Galt compuso hace 50 años con la letra cambiada por “soy celeste” para alentar al seleccionado de fútbol de su país? En su página oficial encuentro un mail de contacto a nombre de Vince, el hijo músico/arquitecto. Le mando el video del loro y dos de las hinchadas.

En 1971, bajo el gobierno de facto de Alejandro Lanusse, se hizo una representación de Hair en Buenos Aires con Horacio Fontova, Mirta Busnelli, Valeria Lynch y Ruben Rada como parte del elenco. Hace poco los últimos tres hablaron con una periodista de La Nación porque la obra se volvió a estrenar. “Nos vestíamos en la vida como los hippies de la obra”, dice Rada. “Llevábamos unos tarjetones colgando que decían ‘Soy artista, trabajo en Hair’, para que la Policía no nos levantara en la calle, pero con cartel y todo igual nos llevaban, a muchos les cortaron el pelo. ¿Se acuerdan del policía de civil que estaba metido entre nosotros?”, dice Lynch.

¿No habrá sido durante una de esas funciones que alguien hizo el clic? Es improbable, pero quizá esa persona estaba en el teatro y, mientras todos cantaban desnudos por la paz mundial, él hizo el clic y empezó a entonar, dentro de su cabeza, el cántico de San Lorenzo o del equipo que fuera.

Rada dice que lo fueron a buscar a Uruguay porque necesitaban un negro. ¿Sabía que cuando cantaba “deja que entre el sol” estaba anticipando el cántico de cabecera de su selección? Por supuesto que no. ¿Habrá sido Rada el que, bajo el influjo de la obra, impuso el cántico en Uruguay? No creo. ¿Habrá pensado “Pará, esta la cantábamos en Hair” la primera vez que escuchó a un grupo de hinchas coreando “Soy celeste”? Eso supongo que sí.

Sábado a la noche, estoy sentado en un parque cerca de mi casa. Tengo cerveza, maníes, unas flores, y estoy escuchando un disco de MacDermot. Me gustan mucho más estas canciones instrumentales que las de Hair. Ayer vi la película que dirigió Miloš Forman en 1979 y fue como ver a una diva arruinada por los años y las cirugías y tratar de distinguir si realmente alguna vez fue hermosa. Pero admito que no me gustan los musicales. Me encanta cuando los actores cantan y bailan en las películas, pero no quiero que me miren, no interrumpan ese mundo que habíamos pactado. Una vez estaba viendo una película en el canal Space, ya iban como 20 minutos y de repente el protagonista mira el cielo y se larga a cantar; lo pude sentir en la boca del estómago un segundo antes de que sucediera, una especie de vacío, y me agarró desprevenido porque eso nunca antes me había pasado en Space. ¿Por qué cantan? Por alegría o tristeza, por el desborde de alguna de estas dos emociones. Eso es en los musicales, en la cancha también puede ser para alentar o para sentirse parte de algo o por unos granos de choclo.

Una de las canciones me suena conocida: “Coffee Cold”. Por lo que leo, se usó en Better Call Saul y en la publicidad de un auto con asientos de cuero. Tengo puestos unos auriculares de alta fidelidad que me regalaron. Pensé que era verso pero se puede sentir la diferencia; no sé si es por los auriculares, las flores o la música de Galt, pero el sonido me está llegando con una claridad conmovedora. Puedo sentir que Júpiter y Marte se están alineando, pienso, y me río de mi chiste. Hay una pareja en el banco de al lado. “¿Qué hacés acá solo?”, me dicen. “Ustedes tampoco son muchos más”, respondo. Todo esto lo pienso, no lo digo ni sucede. La pareja habla entre sí. Ella mueve las manos y lleva la historia.

En los 90, muchos hiphoperos empezaron a samplear canciones de MacDermot. Se convirtió en una especie de leyenda. King Galt, le decían. Encuentro un documental, Looking 4 Galt, en el que dos músicos jóvenes recorren Nueva York tratando de encontrarlo. Le quieren contar lo importante que fue para ellos. Pero nadie sabe dónde está, dicen que vive recluido. Al final lo encuentran en su casa en Staten Island. Me cagaron la idea, pienso, yo también estoy buscando a Galt. A sus hijos, al menos. Todavía no me respondieron por el asunto del loro. Tampoco tuve suerte con Casas ni con los grupos de San Lorenzo. Algunos “me gusta”, incluso un “me encanta”, pero ninguna respuesta.

En la canchita, dominicanos y venezolanos están jugando al básquet. Ayer fui a cortarme el pelo y el peluquero me dijo: “Se vino toda la negrada al barrio”. Tiene unos 60 años y atiende con la tele prendida; tenía puesto un programa sobre pescadores de atún. No le entendí la primera vez porque justo habían pescado un atún grande o raro, 800 dólares calculaban que valía. “Que se vino toda la negrada al barrio”, repitió. Me pareció una expresión poco común para un uruguayo. Después me dijo que había vivido mucho tiempo en Buenos Aires, vendía camperas de pluma en una galería del Once. Por si a alguno le importa, el corte que me hizo fue el del Puma Gigliotti, o al menos eso me dijeron más tarde. Ya casi no hay jugadores de fútbol de pelo largo. Ni el pelo largo de los 70, a lo Kempes o con el agregado del bigote a lo Leopoldo Jacinto Luque; ni el de los 80, corto adelante y largo atrás, lacio a lo Tigre Gareca o ensortijado a lo Pipo Gorosito; ni el pelo largo glam de los 90, el de Claudio Paul Caniggia, su precursor, o el de todos los que lo siguieron; ni siquiera quedan peludos pelados, como Zapata y el Polaco Bastía. En 1995, Daniel Passarella dijo que para jugar en la selección había que tener el pelo corto. Por las tijeras pasaron Batistuta, Sorín, Carranza y Coudet, entre otros. Redondo y Caniggia se negaron. Maradona dijo: “La historia del fútbol argentino se escribió con pelo largo”. ¿Quién fue el primer jugador argentino en dejárselo crecer? Una nota da a entender que fue el cordobés Sebastián Viberti; cuando jugaba en el Málaga, todos se dejaban el pelo largo y fumaban como él. Otros dicen que fue Rubén Ratón Ayala. No sé si fue el primero, pero es sin dudas el más impactante: la melena oscura y los bigotes, parece Frank Zappa o Bombita Rodríguez. Le mando una captura de pantalla a mi novia. ¿Lo habrán levantado alguna vez en la calle? ¿Habrá tenido que decirle “Soy futbolista, soy el Ratón Ayala” a algún milico desprevenido? Hoy ya no rige la ley passarelliana, pero casi todos los jugadores visitan al peluquero (o más bien al revés) cada tres o cuatro días por razones de mantenimiento, y yo pienso todo esto con el corte del Puma Gigliotti.

Uruguayos en el estadio Samara Arena, en Rusia, durante el partido entre la selección local y Uruguay, el 25 de junio de 2018. Foto: Sandro Pereyra.

“Te digo la verdad, estoy pidiendo para el vino”, me dice una mujer. Se pone de cuclillas frente a mí y espera en silencio mirándome a los ojos. Está tranquila, me da a entender que puede jugar a esto toda la noche. Después de unos 40 segundos le doy unas monedas. Repite la estrategia con otras personas en el parque, y todos le dan algo, no hay uno que aguante más de dos minutos. El disco de MacDermot terminó y ahora Spotify va poniendo canciones aleatorias entre las que aparecen las de Hair. Busco a los cinco integrantes del grupo The 5th Dimension. Son todos negros y tienen entre 75 y 80 años. Uno murió, dos están casados entre ellos, una fundó el grupo Florence LaRue and The 5th Dimension con cuatro compañeros más jóvenes. Se los puede contratar a través de la agencia MPI Talent; tocan en teatros, casinos y restaurantes. Miro una foto de Florence LaRue. Tiene un pelo lacio y negro que alguna vez debe haber sido de una mujer de India. ¿Seguirá cantando convencida de que se viene la Era de Acuario?

Se me ocurre el esqueleto de un cuento. Un hombre tuvo un buen día en el trabajo. No importa mucho su pelo, pero es probable que lo tenga corto. Vive en una especie de barrio privado. Anduvo en bicicleta con los hijos y tuvo una buena conversación con su mujer y sus vecinos. El hombre va al súper y antes de volver se detiene a fumar. Se queda mirando cosas en su celular. Le llegan ofertas de una mueblería y termina comprando un placar de roble sin querer. Trata de deshacer la operación, pero después le resta importancia. Entra a sus redes sociales y busca a personas a las que no ve hace mucho tiempo. Está oscureciendo y se da cuenta de que no quiere volver a su casa. Mete los pies en una fuente con luces, como la que hay acá en el parque pero mejor mantenida. Siente correr el agua fría entre los dedos. Peces gordos borrosos. Las luces de la fuente se encienden y el hombre piensa que podría cortar el cable negro con una piedra o con las uñas, el cable negro borroso.

Lo tendría que revisar mañana para ver si resiste. No debería perturbarte / el ruido que hace tu viejo con la boca / cuando come. Así empieza un poema de Fabián Casas. Tiene varios dedicados al padre. En otro hay un galgo que ladra toda la noche y taxistas que duermen con un pie afuera de sus coches. En esta foto Galt está peinado con gomina. El pelo de Caniggia se sostenía en el aire cuando corría. El de Carranza también, pero menos. De pendejo quería tener la melena dorada de Batistuta. Mi viejo guardaba un pote de Lord Cheseline en la mesada del baño. Nunca vi un azul igual.

Ya queda poca gente en el parque y necesito comer algo dulce. Tengo tres mails sin leer en la bandeja de entrada. El primero de ellos es de MaryAnne MacDermot. Antes abro los otros dos para estirar el momento. MaryAnne me dice que es la esposa de Vince y que administra la empresa familiar. Dice que Vince le reenvió mi mail porque él no podía escuchar la canción de su padre en el cántico, pero que ella sí la puede escuchar, y le parece maravilloso. Dice que Galt (lo llama “Dad”) definitivamente no estaba al tanto de los cánticos de fútbol, y que todo esto seguro le hubiera sacado una sonrisa. Me aconseja que le vuelva a escribir a Vince con todas las consultas que quiera, ya que nadie conocía más a Galt que su hijo. Para terminar, me da las gracias por haberles mandado los videos y me asegura que a sus propios hijos les van a encantar.

En realidad no es que el loro esté alentando a Uruguay, lo que hace es reproducir un sonido para conseguir sus granos de choclo. MaryAnne no decía nada sobre el loro en el mail de anoche, pero cuando menciona a sus hijos me los imagino en familia mirando al loro. Estoy buscando la grabación más nítida del cántico para que Vince consiga reconocer la canción de su padre. Me parece raro que no la pueda escuchar, más aun siendo músico. ¿Será una especie de negación? Hay una de los jugadores uruguayos en la que suena una trompeta de fondo. Le mando esa y un par más en las que se escucha clarito, y también le hago algunas preguntas del tipo “qué pensás que hubiera sentido tu padre”, que ahora me parecen bastante estúpidas.

En cuanto al origen de la adaptación, no pude lograr ningún avance. Los otros hinchas de San Lorenzo que contacté no me dieron ninguna pista. ¿Quién fue la persona que hizo el clic? Quizá Osvaldo Soriano, que era cuervo y no era mi padre, me hubiera podido ayudar. Encuentro un blog de Fabián Casas, pero por lo que leo no lo lleva él sino un admirador. En la pestaña de contacto dice que le pasea sus perros Yorkshire por Claypole y se ofrece a hacer de mensajero a quien lo desee. Decido no recurrir a sus servicios. Me parece que la mejor forma de llegar al que hizo el clic va a ser largar la crónica y esperar que alguien levante la mano. Yo soy esa persona que estabas buscando, o era mi viejo, o mi tía Esther, que andaba fuerte en la movida disco y después se hizo evangelista, o fue el gordo que fumaba y cortaba fiambre en el almacén del señor Scardanelli.

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