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Un jaredí, envuelto en su manto o talit, lidera el rezo matinal en un balcón del barrio ultraortodoxo Mea Shearim. el gobierno prohibió los rezos en sinagogas, pero los jaredíes recibieron un permiso para organizarlos en los techos y balcones del barrio, manteniendo una distancia de dos metros entre sí. Según las leyes religiosas, se necesita un mínimo de diez hombres para llevar adelante esa ceremonia en una sinagoga, y por eso intentan mantener esa cantidad de participantes a la vista en los nuevos lugares de rezo.

Temerosos de Dios contra el coronavirus

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Cerca de 70% de las personas que han dado positivo al test de covid-19 en Israel son jaredíes. Sus estrictas normas religiosas, el hacinamiento en el que viven y su aislamiento no sólo los volvieron las víctimas principales del virus: también reforzaron los prejuicios que hay dentro de la sociedad israelí contra los grupos ultraortodoxos pobres.

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“Nazis, nazis, nazis”. Los gritos retumbaban en las callejuelas del barrio ultraortodoxo Mea Shearim, en Jerusalén, y las voces venían de los techos, donde jóvenes vigías avisaban a la comunidad que la Policía Antidisturbios había entrado al barrio. Apuré el paso para ver a qué parte de esa zona, que parece detenida en el tiempo, se dirigían los uniformados.

Jaredíes son detenidos por la Policía antidisturbios, en Mea Shearim, mientras rezan a tempranas horas de la mañana en una sinagoga, quebrantando la prohibición del Ministerio de Salud.

Los vi pasar por una de las callecitas laterales y la imagen que pronto me encontré fue surrealista: policías antidisturbios con sus caras cubiertas por barbijos rodeaban la entrada de una sinagoga, mientras otros oficiales llevaban a cabo detenciones dentro del edificio e interrumpían el rezo de temprano en la mañana. Por encima del sonido de una sirena se imponían los gritos de “nazis” que, ensordecedores, provenían de cada ventana, balcón y persona que rodeaban a los policías. Una mujer los enfrentaba mientras les espetaba: “Detienen a judíos por rezar: son peores que los nazis”.

Para entender este conflicto hay que adentrarse en el mundo de los jaredíes o “temerosos de Dios”, una comunidad de judíos ultraortodoxos que sigue a rajatabla los preceptos y las leyes de la religión. Son un grupo en general cerrado al mundo exterior y también dividido entre sí, y sus miembros han sido las víctimas principales de la pandemia de covid-19 en Israel.

El rabino Shmuel Pappenheim fue infectado de covid-19 y desde su confinamiento obligatorio nos habla por teléfono, porque todavía está convaleciente. “Estamos hablando de comunidades muy pobladas. Si en un edificio en Tel Aviv viven 30 personas, en Bnei Brak serán 250 personas, porque cada familia está compuesta en promedio por 11 personas”, explica. Bnei Brak es una ciudad situada en la periferia de Tel Aviv, y la mayoría de su población es jaredí.

Un cartel exhorta a mujeres y niñas a no usar allí vestimenta que no sea “modesta”, y pide no perturbar la santidad del barrio y el estilo de vida de la comunidad.

“Además hay un problema de vivienda. Las personas construyen alrededor del edificio, afuera del edificio; construyen y dividen los apartamentos porque no hay otro lugar para vivir y todos quieren estar cerca de los padres, de su comunidad, de su yeshivá o grupo jasídico. Viven en condiciones de hacinamiento. Esto significa que la mayor parte de la vida diaria no ocurre en el hogar”, agrega.

La comunidad jaredí, al igual que los árabes ciudadanos israelíes, son parte de los grupos más vulnerables económicamente de la sociedad israelí.

“Los hombres, durante buena parte del día, están en la sinagoga o en la yeshivá. La mayoría de los niños salen de casa a las 7.00 y regresan a las 21.00. El resultado es que si tienes diez hijos, es suficiente tener tres habitaciones. Por la noche las habitaciones se cubren con una capa de alfombras, donde se acuestan. Ahora, enciérrenlos en sus casas un día, dos, tres o una semana y todo explotará. No funciona. Esta es la realidad de la que estamos hablando”, dice el rabino.

En un esfuerzo por detener el contagio de covid-19, el gobierno israelí decretó el uso obligatorio de barbijos. la pandemia ha afectado fuertemente a la comunidad jaredí.

Pero además está el tema espiritual. “El hombre jaredí ha sido educado y ha desarrollado un pensamiento expresado en los salmos: ‘Una cosa que te pediré, mi Dios, es que me permitas permanecer toda mi vida en tu casa, estar cerca de ti y rezarte, mi Dios’. Eso significa la sinagoga, la yeshivá y el Talmud Torá”, dice Pappenheim en referencia a las instituciones de estudios religiosos del grupo.

“Un jaredí se despierta por la mañana y va a la sinagoga. Al mediodía y por la tarde tiene lecciones de Torá. Días festivos, clases, todo está relacionado con la educación religiosa. Es la sinagoga, es el mundo de la Torá. Ese es su lugar y es muy muy difícil desconectarlo de eso”, relata el rabino.

Pappenheim supo ocupar el cargo de “comandante” y vocero de la Edah Haredit, la organización que nuclea a las ramas antisionistas y más radicales de la sociedad ultraortodoxa. Estos grupos antisistema no reconocen al Estado de Israel y, por lo tanto, muchas veces chocan con sus representantes. Hoy, Pappenheim se ha convertido en un ortodoxo moderno, que se desempeña como rabino en Alemania y aboga por la inserción de la comunidad jaredí en el mercado laboral, así como también por su apertura a la sociedad israelí.

El gobierno israelí decretó un confinamiento que limita a 100 metros la salida de los hogares.

El rabino Yehuda Meshi-Zahav también fue vocero de la Edah Haredit, y, al igual que Pappenheim, se alejó de la organización. “Están los radicales en Bnei Brak y los Neturei Karta en Jerusalén. Son despreciables. La mayoría de la comunidad los rechaza. El gobierno tiene todo el apoyo para reprimirlos. Son una bomba de tiempo. Atacan a los policías y a los paramédicos que intentan asegurarse de que no se contagien entre sí. Pero esto es pikúaj néfesh”. La expresión que utiliza Meshi-Zahav se emplea en casos en que se puede romper las reglas religiosas judías en pos de salvar vidas.

Meshi-Zahav es una figura muy conocida en Israel. Es fundador y director de Zaka, una organización que tiene la difícil tarea de juntar los restos de los cuerpos de las víctimas de atentados y otras muertes violentas para darles un entierro digno, acorde con las leyes judías. Tras más de 20 años de estar al frente de la organización, Meshi-Zahav se ha convertido en un ferviente defensor del Estado israelí y sus instituciones.

“La Policía tiene que seguir a esos radicales sin piedad. Estos grupos no están respaldados por los rabinos ni por el ministro de Salud, [Yaakov] Litzman”, dice, en referencia a una autoridad que también es ultraortodoxa. “No están respaldados por nadie”, agrega.

“Hoy, la mayoría de los miembros de la comunidad jaredí cumple con las reglas. Esta semana un amigo mío de Mea Shearim falleció como consecuencia del coronavirus. Era un verdadero luchador. Creo que su muerte conmocionó a la comunidad en Mea Shearim”, dice.

Meshi-Zahav cree que la mayor parte de la comunidad jaredí entendió tarde la gravedad de la situación creada por la pandemia: “Un gran grupo de jaredíes y rabinos tomó mucho tiempo para internalizar la gravedad de la situación; verdadera e ingenuamente creían que sin la Torá no hay derecho a la existencia, para el pueblo judío y para el mundo, y realmente creen que estudiar la Torá es más importante que cualquier otra cosa”.

La intersección más importante del barrio ultraortodoxo Mea Shearim, conocida como Kikar Hashabat. en días normales, este cruce está repleto de gente a toda hora.

Además, el rabino cree que hubo un problema de comunicación. “El Ministerio de Salud no explicó adecuadamente la situación a la comunidad jaredí. No me refiero a 91% de la comunidad, que tiene sus propios medios, como estaciones de radio y periódicos, está informada y respeta las restricciones. Estoy hablando de la Edah Haredit. Ellos no tienen medios modernos de comunicación. Mi padres, que viven en Mea Shearim, no tienen televisión, radio ni teléfono inteligente, y el periódico ultraortodoxo no está permitido en su casa. Cuando [el primer ministro de Israel Benjamin] Netanyahu anunció las nuevas regulaciones y limitaciones de movimiento, no se enteraron hasta que los llamé a la mañana siguiente. No tienen teléfonos inteligentes, tienen teléfonos kosher. No pueden ver todos estos videos sobre lo que está sucediendo en las comunidades jaredíes de Estados Unidos, Francia e Israel. ¿Cómo es que nadie del Ministerio de Salud se reunió con la Edah Haredit?”.

Los teléfonos kosher son teléfonos modernos, pero tienen muchas aplicaciones y sitios restringidos. Suelen comprarse con un sello que garantiza que no proveen acceso a elementos problemáticos desde el punto de vista religioso. “Finalmente logramos desbloquear los teléfonos kosher para que la comunidad recibiera mensajes SMS, y así llegar a todos los rincones del vecindario”, relata Meshi-Zahav.

Debemos hacer una introspección, porque desafortunadamente 70% de los pacientes de covid-19 en Israel son jaredíes, y no sólo en las ciudades ultraortodoxas, sino en todos los lugares del Estado de Israel. Manejo los números y sé de qué estoy hablando”, afirmó el rabino Aryeh Deri, líder del partido ultraortodoxo sefardí Shas y ministro del Interior, en una entrevista con el portal Kikar HaShabbat, y agregó, en alusión al bajo número de muertes por covid-19 dentro de la comunidad: “Tenemos explicación para todo: que fueron las celebraciones de Purim, que hubo bodas, pero lo ocurrido aquí fue un verdadero milagro”.

Niños jaredíes.

El ministro Deri se refería a que la población jaredí, que representa solamente a 10% de la población israelí (estimada en unas nueve millones de personas), tuvo un altísimo porcentaje de infectados, lo que llevó al gobierno a sitiar Bnei Brak a comienzos de abril, cuando la ciudad era un hotspot de covid-19, así como los barrios ultrarreligiosos de Jerusalén, para evitar que la pandemia se expandiera. Durante el toque de queda, sólo se permitió entrar y salir de la ciudad y de los barrios ultraortodoxos “bajo circunstancias especiales y justificadas”. La Policía y el Ejército de Israel tomaron el control de la ciudad, limitando el movimiento y repartiendo alimentos a los residentes.

“Estamos completamente conmocionados; en un momento de la pandemia no nos permitían siquiera sacar nuestra nariz de la casa. Quienes lo hicieron fueron golpeados, hubo heridos, pero debido al sabbat no tenemos videos o fotos y fue como si no hubiera sucedido. Aquí tenemos a un hombre de 70 años que fue golpeado por la Policía; tiene una fractura en el cráneo y otra en la cadera, y dicen que está levemente herido. Ayer se sometió a dos cirugías, ¿entendés cómo fue la situación aquí?”, me preguntó el rabino Yulish Krois, un jaredí miembro de los Neturei Karta.

En español, neturei karta significa “guardianes de la ciudad”, porque la defienden de los sionistas. El grupo es parte de la Edah Haredit. Su oposición al Estado de Israel parte de las escrituras: consideran que sólo con la llegada del Mesías podrá formarse un Estado judío. Los miembros de la comunidad no aceptan ni reciben ayuda social del Estado.

El rabino Krois es conocido en el barrio Mea Shearim por ser uno de los organizadores de las manifestaciones que exigen que no se violen las leyes del sabbat, o sábado, en el barrio y las calles adyacentes.

El rabino Yulish Krois, junto con tres de sus 18 hijos, en su hogar, en Mea Shearim, en Jerusalén. Krois pertenece al grupo antisionista naturei Karta, que se opone a la existencia del estado israelí y a sus instituciones.

“Cerraron Bnei Brak porque encontraron a muchas personas enfermas, pero la gente podía caminar libremente dentro de la ciudad, las tiendas estaban abiertas y todo funcionaba normalmente. En Mea Shearim no teníamos personas enfermas y lo cerraron por completo. No sólo lo cerraron, sino que no te permiten salir de tu casa. Durante la semana detuvieron a los que iban a rezar. De acuerdo con la Halajá podés rezar en los balcones; si ves a tu amigo o a tu vecino podés unirte a él en las oraciones, pero no nos permitieron salir a rezar a los balcones. Un amigo mío recibió una abultada multa por salir a su balcón. La Policía endureció las reglas en Mea Shearim; trajeron un batallón de policías antidisturbios, 70 hombres, y no nos permitieron salir, ni siquiera al patio delantero. El gobierno decretó una restricción de 100 metros para las salidas, pero los policías antidisturbios no me dieron ni un metro”, acusó el rabino.

“El sitio a Bnei Brak es muy bueno, cuanto más estricto mejor. Así podemos poner fin a esta enfermedad. Si el gobierno hubiera tomado esta decisión antes, durante las celebraciones de Purim, el 9 de marzo, se podría haber evitado la gran cantidad de infecciones en Bnei Brak”, afirmó Shilo Garame, un jaredí de Bnei Brak infectado con covid-19 que contactó personalmente al ministro de Seguridad Interna y Asuntos Estratégicos, Gilad Erdan, después de que este declarara en los medios que los jaredíes no querían ser evacuados a pesar de estar contagiados. Garame le reprochó al ministro que a pesar de haber dado positivo a la enfermedad, hacía ya dos días que esperaba en su casa que lo evacuaran. Esa misma tarde fue llevado al hotel Corona.

“La vida en el hotel es buena. Nos organizamos y rezamos tres veces al día”, me decía Garame desde su teléfono. “Me encontré ayudando a otros, principalmente a personas mayores. Hay mucha burocracia con las mutualistas médicas y no saben cómo lidiar con eso, así que en mi tiempo libre comencé a hacer llamadas telefónicas para tratar de resolver sus necesidades. Es importante que las personas con la enfermedad se muden de sus casas. En el hotel nos dieron herramientas para medir el oxígeno en la sangre y la fiebre, y dos veces al día estamos en contacto con nuestra mutualista, que monitorea nuestra situación”.

Semanas después de la entrevista, Garame se volvió a comunicar conmigo para informarme que su padre, el rabino Ygal Garame, había muerto de covid-19 mientras él, sus ocho hermanos y su madre se encontraban en el hotel Corona. No pudieron despedirse de él.

El ministro de Salud Litzman es un dirigente político jaredí que dio positivo al test de coronavirus, por lo que el 2 de abril fue puesto en cuarentena, al igual que toda la cúpula que dirige la lucha contra la covid-19, que incluye al primer ministro Netanyahu y al jefe del Mosad, Yossi Cohen, quienes se habían reunido con el ministro. Los medios israelíes criticaron fuertemente a Litzman, tras publicarse que había asistido a un minyán (rezo colectivo en el que participan al menos diez hombres) en una sinagoga a pesar de las restricciones establecidas por el gobierno. “El ministro de Salud se equivocó mucho. Por ejemplo, se negó a firmar una medida de emergencia durante la crisis en Bnei Brak que permitía evacuar a ciudadanos contagiados de sus casas por el bien de la salud pública”, afirmó Nadav Eyal, encargado de las coberturas internacionales en Noticiero 13 y uno de los periodistas que han cubierto más de cerca la crisis de la covid-19 en Israel y en el mundo. Tras presiones políticas, Litzman anunció que dejaría el Ministerio de Salud.

Un jaredí espera su turno para hacerse un test de coronavirus en un contenedor diseñado para estas pruebas, que fue instalado en un estacionamiento del barrio por Magen David Adom (la versión israelí de la Cruz Roja) y el Ministerio de Salud.

“La verdad es que esperábamos que ocurriera una catástrofe en las ciudades y los barrios ultrarreligiosos, y eso no pasó gracias a las medidas tomadas. Si hay una segunda ola de contagios de covid-19 en Israel no creo que sea en la comunidad jaredí”, afirmó Eyal. “Es una comunidad de promedio de edad joven y, aunque tarde, la mayoría ha acatado las órdenes y entendió la situación”.

Las reacciones contra la comunidad jaredí no tardaron en llegar, y se convirtieron en un ataque generalizado contra el colectivo. En la ciudad limítrofe con Bnei Brak, Ramat Gan, el alcalde Carmel Shama-Hacohen ordenó a sus empleados construir un vallado para evitar que los residentes de la ciudad vecina entraran en su jurisdicción. El vallado fue retirado tras una orden del Ministerio del Interior, pero el daño ya estaba hecho.

“En tiempos de miedo y preocupación surgen este tipo de reacciones fuertes. En general existe un gran enojo con la comunidad jaredí por cuestiones como la exención del servicio militar obligatorio, el desempleo y los presupuestos especiales que nuestra comunidad recibe del Estado para llevar adelante nuestro estilo de vida, por lo que los laicos muchas veces sienten: ‘Somos tontos, les damos mucho dinero, permitimos que no vayan al Ejército, les posibilitamos que no trabajen, pero no sólo somos tontos, sino que ahora nos contagiarán’. Escuchar esto es indignante. No puedo entenderlo, están generalizando sin pensar”, afirma Betzalel Cohen, un rabino emprendedor social ex director de la yeshivá Jajamei Lev.

Un jaredí junto a su hijo, en la calle principal del barrio, vacía.

“Para resolver todas estas cosas necesitamos crear un diálogo entre seculares y jaredíes. La relación entre los jaredíes y el Estado es irrelevante ahora”, opina Meshi-Zahav, y remata: “Hay mucho antisemitismo en todo el mundo, ¿y ahora los seculares están haciendo esto? Hay cosas que dicen sobre el comportamiento de parte de la comunidad durante la pandemia que son correctas, pero ¿acusar a toda una comunidad? ¿Generalizar de esta forma? Hay sectores dentro de la sociedad israelí que están utilizando la situación para atacar a la comunidad jaredí”.

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