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Militares Ucranianos reciben la entrega de misiles Estadounidense anti ataque FGM-148 Javelins, ayer en el aeropuerto Boryspil, de Kiev. Foto: Sergei SUPINSKY / AFP

Cinco claves para entender el conflicto en Ucrania

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La escalada en Ucrania tiene una historia que ya lleva casi una década, y que se explica tanto por las particularidades del país, dividido entre un este rusófilo y un oeste pro-occidental, como por el juego de las grandes potencias.

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Leído por Mathías Buela.
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1. ¿Cuál es el origen del conflicto?

Ucrania lleva casi ocho años en guerra. En noviembre de 2013, el presidente Víktor Yanukovich decidió no firmar un acuerdo político-comercial con la Unión Europea y, de esta forma, privilegió las relaciones con Rusia. Un importante sector de la población interpretó esto como un giro contra los valores democráticos y liberales supuestamente encarnados en el occidente europeo. Hubo protestas, represión y un espiral de violencia que llevó a la muerte de al menos 100 manifestantes y a la formación de agrupaciones paramilitares para enfrentar a las fuerzas del Estado. El gobierno de Yanukovich cayó, pero no fue el fin de la disputa.

El presidente provenía de la región oriental del país, un área cultural y políticamente cercana a Rusia, en donde la mayor parte de la población habla ruso. Al otro lado del país, en el extremo occidental, se habla ucraniano: allí se asienta un importante sector nacionalista. Hacia abril de 2014, inmediatamente después de la anexión rusa de Crimea (territorio en disputa que hasta el momento formaba formalmente parte de Ucrania), en el este se levantaron en armas frente a lo que veían como un golpe de Estado y a la avanzada de grupos armados ultranacionalistas. La guerra comenzó con la toma de edificios públicos en la provincia (Óblast) de Donetsk y, al mes siguiente, tanto esta región como la de Lugansk, al norte, declararon su independencia.

Según el Estado ucraniano, Rusia apoya desde entonces a los grupos rebeldes con armamento, financiación y directivas militares. Moscú niega cualquier tipo de involucramiento y habla de una mera guerra civil entre ciudadanos ucranianos.

A partir de ese momento hubo un quiebre sumamente evidente de las relaciones entre Rusia y Ucrania. No una ruptura diplomática formal, pero sí el fin de una importante cercanía comercial, política y cultural. Tanto es así que no hay vuelos directos entre ambos países desde 2015. Ucrania se ha alejado de Moscú, intenta salir de su esfera de influencia y acercarse a la OTAN. Mientras tanto, la guerra del Donbass, la región oriental del país, continúa, aunque sin mayores avances y prácticamente estancada después de dos años, 2014 y 2015, de mucha intensidad.

2. ¿Qué pretende Rusia con esta avanzada?

Oficialmente, Moscú reclama garantías vinculantes de que la OTAN no incorporará ni a Ucrania ni a Georgia, y que retirará armamento de países de Europa oriental que ya son miembros, entre ellos Rumania y Bulgaria. La movilización de tropas podría interpretarse como una presión, una forma de obligar a Estados Unidos a discutir exactamente lo que pretende el Kremlin. Pero también es una muestra de fuerza y un llamado de atención, como una vía para demostrar que Rusia es un actor internacional fuerte, una potencia con intereses determinados, preocupada por su seguridad y su capacidad de influencia, especialmente en los territorios que solían formar parte de la Unión Soviética. El oriente europeo es, desde esta perspectiva, un tapón, un colchón de seguridad que separa al territorio ruso de la OTAN. Ahí radica la importancia geográfica de Ucrania, pero también de Bielorrusia, un aliado muy cercano a Moscú.

En principio, parece poco probable que Ucrania forme parte de la alianza militar occidental en el corto plazo: es uno de los países más pobres de Europa y depende de los aportes de diversos Estados occidentales en materia de seguridad y defensa. Como si fuera poco, es un territorio en guerra. Para el Estado ucraniano, Rusia es un enemigo, un país agresor que tomó la península de Crimea y que apoya a los separatistas. Si Ucrania fuera parte de la OTAN, los aliados estarían obligados a atacar a Rusia. Y nadie quiere una guerra abierta entre la principal alianza militar internacional y el gigante euroasiático, dueño del mayor arsenal nuclear del planeta. Por eso parece tan poco probable una acción deliberada rusa, es decir una incursión terrestre en territorio ucraniano. Es cierto que esto ya sucedió en 2014 con la anexión (o recuperación) de Crimea, pero el clima político es muy distinto en 2022. Ucrania ha superado la crisis política de ese momento, hoy cuenta con un presidente electo en comicios democráticos y una relación con occidente que prácticamente no existía hace ocho años.

Desde 2019, la Constitución ucraniana establece la obligación del Estado de acercarse al oeste e intentar incorporarse tanto a la OTAN como a la Unión Europea. Más allá de las disputas al interior del país, el camino de Ucrania parece marcado. Pero corresponde preguntarse si realmente puede seguirlo y si se lo permitirán. En su momento, la respuesta rusa a esta decisión de Ucrania fue otorgar ciudadanía a todos los habitantes del Donbass: más de 600 mil ya han obtenido un nuevo pasaporte ruso. Y esa es una importante cantidad de votantes.

3. ¿Qué pretende Estados Unidos?

Washington ha apoyado a Ucrania militar y financieramente desde el inicio de la guerra. Sólo entre 2014 y 2019 aportó 1500 millones de dólares a modo de “asistencia en seguridad”. Si Rusia apoya a la insurgencia del este del país, Estados Unidos respalda a un Estado ucraniano que se acerca cada vez más a occidente. Todo esto serviría para demostrar que cualquier ex república soviética puede dejar de lado a Moscú.

Hasta ahora, sin embargo, la reacción estadounidense a la reciente escalada ha sido ambigua. Más de una vez el gobierno de Joe Biden ha admitido que no ve posibilidades de guerra, pero al mismo tiempo evacúa a parte de su personal diplomático en Kiev e insiste en que tiene a su disposición a casi 10.000 hombres listos para ser desplegados. Oficialmente informa que los miembros de la OTAN están unidos y concuerdan en los pasos a seguir, pero países como Alemania se han negado a enviar armamento a Ucrania. Es una decisión lógica: si no hay guerra, el envío de armas sólo haría escalar la tensión y aumentaría los riesgos de un estallido, aún si fuera accidental.

La posibilidad de que Ucrania se sume definitivamente a la esfera occidental significaría ganar un mercado. Rusia solía ser su principal socio comercial hasta que el quiebre de 2014 obligó a Kiev a girar hacia la Unión Europea. Pero los intercambios aún no compensan la caída en el PBI que significó perder tanto a su vecino del este como el control sobre buena parte del oriente del país, la región más industrializada. En marzo de 2018 el entonces presidente Petro Poroshenko anunció que la ocupación de parte del Donbass significó la pérdida de 15% del PBI y del 25% de la industria nacional ucraniana. En ese sentido, Estados Unidos y la UE pueden aprovechar esta situación, sumar a un cliente y también a un proveedor de materias primas, particularmente trigo.

Al mismo tiempo, la OTAN ha realizado ejercicios militares próximos al territorio ruso. Por ejemplo, en noviembre pasado en el Mar Negro, cerca de Crimea y de la importante base naval rusa de Sebastopol. Vladimir Putin describió estas acciones como un “desafío”, de la misma forma que hoy Washington describe los “ejercicios” de Moscú. Y así como a Rusia le preocupa la posibilidad de que la OTAN instale bases militares en Ucrania, Washington teme que el Kremlin haga lo propio en Venezuela, Nicaragua o Cuba. Rusia mantiene un importante acercamiento con estos tres países desde 2008 y Venezuela es el principal comprador de armamento ruso en América Latina.

Por último, hay que considerar que Rusia es el principal proveedor de gas de la Unión Europea. Hasta ahora lo exporta mediante gasoductos que atraviesan territorio de Ucrania y Bielorrusia, por lo que debe abonar un impuesto a ambos países. Pero recientemente finalizó la construcción de un nuevo gasoducto, conocido como Nord Stream 2, que conecta Rusia con Alemania, gran consumidor de gas, a través del Mar Báltico, evitando a Ucrania y Bielorrusia, que pasarían a recibir menos fondos de Moscú. Estados Unidos intenta vender gas licuado a la Unión Europea por vía marítima y arrebatarle el negocio a Rusia. Por eso presiona a Alemania para que no certifique el nuevo gasoducto y no permita su puesta en funcionamiento. El argumento es que el Nord Stream 2 le permitiría a Rusia profundizar la dependencia energética de la UE y, por lo tanto, tendría una mayor capacidad de presión, disuasión e influencia. Claro que el gas estadounidense es más caro. Por eso resulta tan necesaria la presión diplomática y el forzar la imagen de Rusia como un Estado agresor.

4. ¿Qué papel juegan otros actores?

Francia y Alemania están en la misma sintonía. Tanto Emmanuel Macron como Olaf Scholz afirman que sus países apoyarán a Kiev pero que, de momento, no enviarán armas. Se limitan a esperar una resolución diplomática y toman distancia de la idea de un inminente estallido bélico. En España la disyuntiva ocupa buena parte del debate público y plantea un quiebre al interior de la coalición gobernante: el PSOE de Pedro Sánchez quiere enviar armamento, con apoyo del opositor Partido Popular, pero Unidas Podemos pretende seguir la línea de Berlín y París. El Reino Unido, en cambio, apoya la posición de Washington. Quizás con el objetivo de evitar un mayor aislamiento pos Brexit, Boris Johnson insiste en la alta probabilidad de una invasión rusa a Ucrania y en la necesaria militarización de la zona.

Mientras tanto, China parece ajena a toda la disputa. No tiene mayor relación con el conflicto y cualquier movimiento en falso podría implicar perder mercados en Europa occidental, en Rusia o en la misma Ucrania. Por ahora, espera.

5. ¿Qué puede pasar a partir de ahora?

Ni Moscú ni Washington quieren una guerra abierta en la que nadie ganaría. La resolución de la disputa debe ser necesariamente diplomática. Es posible que el secretario de Estado, Antony Blinken, pueda garantizar, de manera extraoficial, que Ucrania no se incorporará a la OTAN, que esa posibilidad simplemente no resulta tentadora porque implica más costos que beneficios, por más que en público mantenga el discurso oficial de que su país apoyará a Kiev en cualquier decisión que tomen los ucranianos.

Más probable aún es que occidente imponga nuevas sanciones a Rusia y algunos funcionarios del gobierno. Ya lo ha hecho desde el inicio de la guerra en 2014, lo que afectó seriamente la economía rusa. En estos días el rublo se ha devaluado, la bolsa de Moscú se desploma, la inflación aumenta y también crece el gasto militar, pero nada de eso ha logrado modificar el accionar de Moscú. Las nuevas sanciones sólo llevarían al Kremlin a redoblar la apuesta, aspirando a no perder influencia ni autoridad tanto a nivel internacional como regional. Pero también podrían empujar a Rusia aún más hacia el mercado chino, fortaleciendo la alianza política Beijing-Moscú. Y esa no parece una buena opción ni para Washington ni para la UE. De todas formas, Alemania ya ha solicitado a Estados Unidos que, de imponer sanciones, estas no apliquen al sector energético. Nadie quiere que Europa occidental se quede sin gas en pleno invierno.

Existe también la posibilidad de que, aun sin una guerra abierta entre la OTAN y Rusia, se exacerbe el conflicto estancado en Donbass, por ejemplo, con un nuevo envío de armamento a ambos lados de la línea de contacto. Se estimularía de esta forma un enfrentamiento indirecto entre las potencias, una guerra por delegación similar a los conflictos de la Guerra Fría. En cualquier caso, lo que suceda en estos días replanteará el tablero internacional y particularmente las relaciones entre Moscú y Washington, aunque también el vínculo de ambas potencias con Europa, tanto occidental como oriental.

Este artículo fue publicado originalmente en Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur.

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