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Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa, en el Congreso de Buenos Aires (archivo, diciembre de 2019).

Foto: Alejandro Pagni, AFP

Argentina | La parábola de Cristina: el bloqueo por izquierda termina con Massa como capitán del giro promercado

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Tras el fin de la temporada de “revoleo de ministros”, la vicepresidenta se reencuentra con el arte de lo posible.

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Leído por Andrés Alba.
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Cristina Fernández se dio a sí misma y al gobierno que diseñó un primer año de discreción. Le siguió un año y medio de oficialismo opositor hasta que, a comienzos de este mes, declaró el fin de la temporada de “revoleo de ministros”. Con la llegada de Sergio Massa en calidad de premier, Cristina abrió, cabe suponer, una tercera etapa.

Durante 2020, año de pandemia y renegociación de una deuda monumental, sus expresiones públicas fueron contadas, aunque dejaron dos huellas marcadas. El 26 de octubre, la vicepresidenta alertó que había funcionarios que no funcionaban, y el 18 de diciembre, ante la plana mayor del Frente de Todos reunida en el Estadio Único de La Plata, instó a los que tuvieran “miedo de ser ministros [a] que vayan a buscar otro laburo” y previó que la recuperación económica que se avecinaba tras la caída abismal por el coronavirus debía “alinear salarios y jubilaciones, precios y tarifas”, para que el crecimiento no se lo llevaran “cuatro vivos”.

Esa Cristina que sacudía a los suyos sintonizaba con aquella de la “jugada maestra” que le propuso la candidatura presidencial a Alberto Fernández para unificar al peronismo y vencer al macrismo. Al cabo del primer año del Frente de Todos en la Casa Rosada, la vicepresidenta ponía en palabras una percepción hasta entonces expandida en los despachos oficiales, pero transmitida en sordina: la mala praxis, la desidia y un internismo de vuelo corto atravesaban el gobierno del Frente de Todos. Una vez más, Cristina leía un escenario que otros no veían o verían tarde, capacidad que en momentos clave de la historia la puso un escalón por encima del resto de la dirigencia.

Temporada de caza

La carta que la vicepresidenta ocultó en sus pinceladas de 2020 fue que entre los funcionarios que no funcionaban estaban los propios y, se demostraría luego con creces, ella misma. ¿Alguien puede mencionar un área de gobierno en manos de La Cámpora o del cristinismo que se haya destacado sobre la mediocridad general desde diciembre de 2019? ¿Alguno de los reemplazos que empujó para desplazar a albertistas cambió el escenario? Claro que hay funcionarios honestos y probos en todas las fracciones del oficialismo, pero buena parte de los logros quedaron diluidos en un Ejecutivo que no funcionó, más allá de individuos, como sistema.

La franqueza de diciembre de 2020 dio lugar a la torpeza de enero de 2021. En un doble movimiento que resultó lacerante, primero Cristina bloqueó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que estaba próximo a ser alcanzado, por razones electorales que se demostraron vanas. La derrota se consumó y no pudo ser peor. Acto seguido, trabó el aumento de tarifas para que las clases media y alta pagaran (bastante menos de) lo que correspondía según sus ingresos, de manera de liberar recursos para sostener a los pobres. El dogma de Cristina tomó prestada la procrastinación de Alberto, se extendió el congelamiento de tarifas iniciado por Mauricio Macri en el invierno de 2019 y los subsidios se dispararon hasta 2,3% del producto interno bruto, en un país en el que Cambiemos había llevado la pobreza hasta 35% y la pandemia la extendió hasta 42%.

Se ha dicho a diestra y siniestra, con razón, que un acuerdo con el FMI en los mismos términos alcanzados en febrero de 2022, si hubiera sido negociado por, por ejemplo, Axel Kicillof, habría terminado con un festival multitudinario en Plaza de Mayo para celebrar que se le había torcido el brazo al opresor. El negociador fue otro y el acuerdo pasó a ser un simple “programa de ajuste” impuesto sin resistencia.

En las últimas semanas, Cristina y Alberto filtraron un relato inverosímil hasta el asombro para dos personas que frecuentan el primer piso de la Casa Rosada hace dos décadas y que llevan negociados dos defaults pergeñados por sus predecesores. La versión dice que Martín Guzmán los engañó durante dos años y no les dijo que estaba discutiendo una refinanciación con el FMI para extender plazos en lugar de una reestructuración con quita en el monto adeudado y un vencimiento a dos décadas.

Se ve que la vicepresidenta no sólo no leyó los diarios durante dos años ni los estatutos del FMI, sino que tampoco escuchó al ministro el 31 de agosto de 2020. Raro, porque estaba a dos metros. El gobierno presentaba en el Museo del Bicentenario la reestructuración de los bonos internacionales por 66.100 millones de dólares, con un ahorro en los pagos de 37.000 millones. En el estrado principal se alineaban Guzmán, Cristina (en su primera visita a la Casa Rosada ese año), Alberto, Sergio Massa y Santiago Cafiero; a izquierda y derecha, escuchaban los gobernadores, Horacio Rodríguez Larreta y Máximo Kirchner. A partir del minuto 18.30, se escucha con claridad que el entonces ministro de Economía anunció que encararía un acuerdo para, “básicamente, refinanciar esas deudas [con el FMI] y así poder tener más tiempo para ir recuperando la economía”. Habló de “refinanciación” y “tiempo”, no mencionó reestructuraciones, ni quitas, ni rebaja de intereses, ni plazos de dos décadas.

La escalada opoficialista se maceró durante todo 2021 y se desató tras la derrota en las elecciones de medio término. A partir de allí, Cristina y La Cámpora emprendieron un camino desquiciante que combinó a la perfección con la exasperante dilación de Alberto Fernández como forma de conducción. Su actuación como opositores de facto no impidió que continuaran en sus cargos al mando de las principales cajas presupuestarias. También presentaron proyectos para expandir el gasto hasta el infinito (entre “zonas frías” para dos tercios del país, ingresos universales y moratorias jubilatorias), desentendiéndose de la forma de financiarlos, y trabaron toda acción legislativa, salvo para tratar de crear una inédita Corte Suprema de 25 miembros repartidos entre provincias.

“No voy a revolear a ningún ministro, quédense tranquilos”, ironizó la vicepresidenta el 8 de julio durante la inauguración de un teatro en Calafate. Había transcurrido un año de acusaciones de entreguismo a su propio gobierno, fuera con el FMI o con Techint. A esa altura, ya habían caído Marcela Losardo, Matías Kulfas y Guzmán, y Santiago Cafiero había sido desplazado de la Jefatura de Gabinete, por citar sólo a los de mayor volumen entre los próximos a Alberto. Los propios, todos, seguían en sus puestos.

Las últimas noticias indican que Cristina volvió a ser la estratega que organiza apariciones pulidas en medio de largos silencios. Valorar ese giro hacia la líder que mide los tiempos y tiende puentes para superar límites que ella ve antes que ninguno obliga a fingir demencia para omitir el largo período que actuó de opositora de su propio Gobierno.

Ideas, ¿no personas?

Silvina Batakis, con credenciales peronistas más sólidas que las de Guzmán, transitó durante 25 días el credo exacto de su predecesor en cuanto al equilibrio fiscal y las metas comprometidas con el FMI. Le agregó el objetivo de operar bajo el modo “déficit cero” en lo que resta del año. Poco antes de su injusto despido, Batakis le planteó a Alberto Fernández que había que forjar un pacto político para renegociar las transferencias a las provincias, todas ellas superavitarias, frente a un Estado nacional compelido a cortar gastos tras haberles cedido recursos. Esa misma línea había comenzado a explorar Guzmán antes de su inaudito tuit de renuncia.

A Batakis, Cristina le regaló el silencio, pero dejó que sus exégetas transmitieran que autorizaba el curso emprendido. ¿Si la receta era la misma que la de Guzmán, su lima contra este no había sido cuestión de programas ni de ideas, sino un asunto personal?

Las definiciones de Massa para el último tercio del gobierno del Frente de Todos están por llegar. Los antecedentes del presidente de la Cámara de Diputados validan tanto hipótesis de intervencionismo controlado y pacto con sectores económicos como políticas de nítido corte market-friendly. Es cierto que los comercializadores de dólares blue, los fondos con los que Massa habla hace años y el hombre de Donald Trump en el Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver-Carone, parecen intuir lo segundo, tanto como que el proyecto presidencial de Massa implica contener los votos de Cristina, que las encuestas ubican en torno a 30% del electorado.

Todo puede pasar: o bien Massa pone orden, tiende un puente hasta el futuro promisorio que indican algunas variables de la economía y es electo presidente, o Cristina vuelve a cantar falta envido con 25 y gana, o la crisis se acelera y se pulverizan el Frente de Todos y el gobierno en los próximos meses.

Sin embargo, lo más probable parece ser que alguien de Juntos por el Cambio, con Macri en la lista de candidateables, gane las elecciones del año próximo. Esa instancia marcaría el rotundo fracaso de la alianza peronista, cuya promesa esencial, en una retórica que abusó de la significación histórica de las palabras, era sentar un “nunca más” a experimentos de falsa apertura destinados a beneficiar a poderes concentrados y el despliegue desinhibido de las “cloacas de la democracia”.

Si ese fracaso se da, la rúbrica de Cristina no será la única, pero estará presente.

Sebastián Lacunza, desde Buenos Aires. Nota publicada originalmente por eldiarioar.com.

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