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Sobre el centro político

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El centro no existe. Esta podría ser una de las conclusiones del resultado electoral reciente en muchos países en América Latina.

Una vez me contaron un chiste (muy malo) sobre la importancia relativa que podría tener el valor promedio en algunos casos donde predominan los valores extremos. Si vas a comer carne con un amigo vegetariano, y tú te comes un kilo de un buen asado, pero tu amigo nada de nada, entonces, el promedio nos diría que cada uno se comió medio kilo de carne.

En conclusión: a las estadísticas hay que saber usarlas. Y no abusar de ellas sin sentido. No siempre el promedio es estadísticamente significativo.

Con el “centro” ocurre algo parecido. En política, y en particular en el campo electoral, se abusa del concepto de “centro”, como si existiera por una cuestión aritmética. Justamente, como si se tratara de una ubicación ideológica promedio, que está a mitad de camino entre un extremo y el otro. Sin embargo, esto no es habitual en América Latina.

¿Por qué? En gran medida, por una triple razón.

En primer lugar, en lo económico, los países de la región tienen distribuciones de las condiciones de vida y del ingreso con un alto grado de polarización. Es decir, muchos con poco y pocos con mucho. Esto implica que la media está muy distante de la mediana, lo que pondría en jaque la hipótesis de la existencia de un votante típico, representativo de la sociedad.

Dicho de un modo más coloquial: no hay votante “centrado”, porque el “centro” es la consecuencia de una función estadística que no se corresponde con la realidad.

Se interpela a una sociedad que no existe. Se le habla a una clase media como mayoritaria cuando lo que hay es una mayoría que está empobrecida.

En segundo lugar, por lo que George Lakoff llama “la biconceptualidad”. Hay gente que piensa ideológicamente de una manera en un asunto y de otra ante otro bien distinto. Se puede ser progresista a favor de más y mejor Estado en materia de salud pública, pero conservador en términos de velar por la seguridad en las calles. Esto no implica de ningún modo que exista una “persona de centro”. Nada que ver. De lo que se trata es que una misma persona puede utilizar un sistema moral en un ámbito y otro sistema moral en otro.

El nuevo progresismo latinoamericano afronta el siguiente reto: no caer en la idea de un “centro” como espacio predominante.

Y, por tanto, hay que saber interpelar al sistema progresista de valores en vez de hablar con una “moderación” ilusoria.

En tercer lugar, que la ciudadanía esté alejada y disociada de los debates recurrentes por parte de cierta clase política no significa que sea de “centro”. Ni que esté despolitizada.

En cada asunto, cotidianamente, la gente se posiciona. Con claridad y vehemencia. ¿O alguien conoce cómo sería “ser de centro” en temas como el aborto, el abuso de las comisiones bancarias, la inseguridad ciudadana, los precios tan elevados de los alimentos, los bajos ingresos, la falta de salud o educación, el problema de los cortes de luz, la corrupción, etcétera?

El nuevo progresismo latinoamericano afronta el siguiente reto: no caer en la idea de un “centro” como espacio predominante. Porque, si se acepta –como lo defienden las “usinas fanáticas centristas”, como les llama Joseph Stiglitz–, cometeríamos un error epistemológico imperdonable: asumir que se gobierna en un país, pero que la gente vive en otro.

En este sentido, quien no se equivoca es el presidente Andrés Manuel López Obrador en México; logró un histórico de votación en 2018 sin acudir al centro y polarizando contra un modelo injusto y caduco. Y aún mantiene su alta imagen positiva sin necesidad de ello. En Bolivia, tanto con Evo como ahora con Luis Arce, lo mismo: el eterno intento de centro de Carlos Mesa siempre quedó lejos de la mayoría. En Perú las opciones de centro no pasaron a segunda vuelta. En Chile tampoco. En Ecuador, lo mismo. Y en Colombia, Gustavo Petro, sin buscar el centro, logró una votación récord para la izquierda con una clara propuesta.

Este fenómeno podría servir como advertencia para lo que pueda pasar en Brasil en las elecciones presidenciales de octubre, y también en Argentina, de cara al próximo año. Es decir, caer en la trampa de querer buscar un centro que no existe.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

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