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Ilustración: Ramiro Alonso

La militancia imprescindible

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En esta edición, Verónica Pérez, Rafael Piñeiro y Fernando Rosenblatt hablan de su libro Cómo sobrevive la militancia partidaria, del que presentaron la semana pasada una edición actualizada. La obra, premiada y elogiada a nivel internacional, estudia la participación militante en la organización de base del Frente Amplio (FA) y rema contra varias corrientes.

Desde hace décadas está instalada en vastos sectores de la sociedad una visión que menosprecia y denigra las formas de militancia política desarrolladas en el siglo XX y en particular los comités de base frenteamplistas, considerados la expresión más típica de un anacronismo contraproducente. Se los asocia con locales despoblados en los que se reúne gente añosa, con convicciones obsoletas, jerga incomprensible y rituales inútiles.

Esta visión no se sustenta sólo en la derecha. Parte de los dirigentes frenteamplistas se han resignado a una convivencia incómoda y desganada con “las bases”, y en el fondo comparten la convicción de que son un pesado lastre, no sólo para el FA sino también, por su influencia en él, para la vida política de todo el país.

Por el contrario, Pérez, Piñeiro y Rosenblatt reivindican el valor político de los comités de base, y no lo hacen por pura añoranza de su edad de oro, cuando eran una potente novedad en la teoría y la práctica de la izquierda mundial. Sostienen que los de ahora son indispensables para que el FA se mantenga y se proyecte como una organización fuerte y presente en el territorio, sin ser controlado por una élite como otros grandes partidos latinoamericanos de izquierda o progresistas.

También afirman que, aunque la influencia orgánica de los militantes de base a veces limita o bloquea la acumulación electoral, en el largo plazo garantiza la coherencia y la supervivencia del frenteamplismo.

Discutir estos puntos de vista y evaluar de qué modo se pueden aprovechar en la política de organización del FA es asunto de este, pero, sin inmiscuirse en el debate interno, cabe plantear algunas consideraciones generales.

Toda fuerza política que aspire a la relevancia debe establecer, entre otras cosas, procedimientos para regular las relaciones entre quienes la integran, financiarse, vincularse con la sociedad, construir propuestas y comunicarlas en forma eficaz. Las muchas formas en que se pueden buscar esos objetivos están atravesadas por una alternativa básica: abrirse a la participación o dejar las decisiones en manos de una minoría profesional.

Cuando predominan los liderazgos personales, el entorno de los jefes se convierte en una corte; el financiamiento, en negocios; el vínculo con la sociedad, en cabildeo y caudillismo; la elaboración programática, en tecnocracia; y la comunicación, en propaganda electoral permanente. Así, el partido no politiza ni organiza a la sociedad, sino que la desorganiza y despolitiza en un sentido profundo, porque sólo estimula en ella la disposición a votarlo.

Cómo se puede organizar mejor en estos tiempos la participación política es discutible. Su necesidad es innegociable.

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