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Van cayendo las caretas: los actos fallidos y la política

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Hace unos pocos días, el Presidente de la República, el Dr. Luis Lacalle Pou, se expresó ante los micrófonos de un grupo de periodistas de distintos medios sobre su tarea personal como primer mandatario e hizo referencia a lo que serían las vicisitudes de gobernar. Al respecto, dijo: “Hacer esta tarea con cariño, con dedicación, y pensar en los ciudadanos que son nuestros empleados”. Luego, puso fin a su declaración con un cierre de ojos, característico en sus modos gestuales.

El acto fallido, que rápidamente se hizo viral en las redes sociales y que generó múltiples críticas y burlas, nos hizo recordar otros célebres y geniales, ya que la clase política, debido a su constante exposición y oralidad pública, siempre se encuentra en riesgo de caer en las trampas del inconsciente.

Otros tres ejemplos para el recuerdo

El primer caso que vale la pena recordar es el del general retirado devenido senador, Guido Manini Ríos, quien expuso en el Parlamento su defensa ante las acusaciones que pesaban sobre él por no haber denunciado ante la Justicia Penal que el teniente coronel del Ejército uruguayo durante la dictadura, José “Nino” Gavazzo, había confesado ante un Tribunal Militar haber estado involucrado en la desaparición de Eduardo Gomensoro. Así, Manini Ríos expresó enérgicamente: “Ni siquiera el fiscal me acusa de ocultar, me acusa de demorar 310 días... yo ocul..., yo ocult..., yo demoré...”.

Por otro lado, el ex senador de la República Pedro Bordaberry, en una acalorada alocución en el Parlamento nacional, nos dejó una joya en la materia, que haría las delicias del propio Jacques Lacan teniendo en cuenta cómo se evidencian los juegos significantes y se agravan teniendo en cuenta su particular filiación: “Nunca he defendido una democracia (pone cara de error y corrige), nunca he defendido una dictadura. Siempre he condenado una democracia, (corrige), una, una dictadura”.

Por último, tenemos el ejemplo de la senadora Graciela Bianchi, quien al dar su punto de vista en un debate de la Cámara Alta, en forma vehemente afirmó: “Decir que para nosotros vale más la vida que la propiedad es una ofensa gravísima y no la voy a aceptar”.

La verdad está en los detalles

Estos pequeños traspiés verbales, denominados actos fallidos, fueron definidos y analizados hace más de cien años como hechos psíquicos complejos por Sigmund Freud. Así, los actos fallidos son una de las vías posibles de acceso a la verdad. Estos hechos son considerados como poco apreciados pero temidos e ingobernables. Es decir que, al ser considerados como ínfimos, se piensa que no merecen gran atención frente a lo que sería la intención consciente del decir, quedando relegados a pertenecer a la escoria del mundo de los fenómenos.

Sin embargo, estos actos expresan muy bien cierta tensión entre dos intenciones bien distintas y contrapuestas. Una de ellas debe entenderse ajustada al personaje que la enuncia: se trata del decir correcto. Por otro lado, tenemos otra intención que debe silenciarse, por conveniencia y necesidad, pero que expresa de una manera simple una verdad a través de un pequeño traspié que cambia el sentido de lo que la persona quiere decir. En ese sentido, podríamos decir que la segunda intención es casi que una traición al sentido que desea expresarse, pero que de manera insólita se cambia.

De esta manera, los actos fallidos evidencian un trasfondo oculto de un modo similar al chiste. Incluso en algunos casos es usado como un recurso útil por humoristas que buscan un efecto cómico. Así, la fuerza de la verdad logra encontrar un camino a pesar de la represión, aunque el hablante quiera en definitiva decir otra cosa. De alguna manera, aun cuando el declarante intente contener cierta información, lo cierto es que al final, ésta igualmente puede irrumpir en forma de acto fallido.

Entonces, el acto fallido revela al final que la realidad psíquica, aunque marginal, impone tarde o temprano la verdad. Estos actos no tienen consecuencias penales ni tampoco políticas; basta que el autor reconsidere lo dicho. A lo sumo son capaces de generar risa o sorpresa sin necesidad de interpretaciones, pero deja desnudo al hablante frente al problema de su verdad. Cualquier oyente medianamente espabilado es capaz de percibir que el error en lo dicho, a pesar de lo que diga el hablante, expresa algo de lo cierto.

Sin máscaras, el presidente deja en claro su concepción: los señores del agro son la clase que manda, los empleadores de todos en tanto ciudadanos.

Los actos fallidos nos pueden permitir comprender a los personajes políticos detrás de las máscaras que el ejercicio de la corrección política les impone. En sus discursos presentan una constante presión de luchar entre lo que debe decirse, entre lo correcto y lo incorrecto, lo que verdaderamente piensan y deben silenciar, entre un discurso público que debe ser ajustado y fiel a sus intereses y fines. Muchas veces, la verdad enunciada es tan contraria a los intereses del que la enuncia que se impone una total imposibilidad de reconocimiento y quizás solamente en una sesión de análisis podrá alcanzarse una asunción de tal magnitud. Si no, probablemente la negación se imponga.

Empleados y empleadores

En una nota de la sección de Rurales del diario El País del 25 de febrero de 2022, el Presidente de la República, mientras inauguraba la edición número 108 de la Expo rural de Durazno, ante el público de la Sociedad Rural, hablando sobre el gobierno y sus relaciones con el agro, afirmó que: “Más que socios, somos los empleados de ustedes”.

La frase tiene su correlato y es, de alguna manera, casi el reverso del acto fallido al que hicimos referencia y juntas expresan muy bien la concepción de las jerarquías, la organización de la sociedad y el poder que ciertos sectores tienen. Considerando al mismo tiempo ambas afirmaciones, podemos arribar a la conclusión de que al final, todos somos empleados del agro. En las palabras del presidente se deduce quiénes “deben” ser los agentes directrices del país. Sin máscaras, el presidente deja en claro su concepción: los señores del agro son la clase que manda, los empleadores de todos en tanto ciudadanos.

Claramente, la lógica de empleados y empleadores no parece ser la más ajustada para pensar a las sociedades y es tributaria de aplicar una lógica empresarial, ajustada a la cultura neoliberal para pensar al ser humano y el mundo. La estancia no es, como muchos creen, el ejemplo modélico de organización de la vida social, con sus relaciones y jerarquías. En una sociedad que se pretenda igualitaria y libre, estas categorías o van juntas o son imposibles.

Así, ambas frases del presidente se complementan muy bien en cierto pensamiento de derecha. Unos mandan y otros son mandados, mientras que en relación al campo, se alimenta un relato en el que la sociedad toda es parasitaria de lo que ellos producen. Esta segunda afirmación del presidente, muy a su pesar, seguramente sería del agrado de Karl Marx, quien definió al gobierno como “la junta que administra los negocios de la clase dominante”.

Sin embargo, a modo de cierre, cabe traer el abordaje de la murga Curtidores de Hongos, que en su espectáculo “Místico” dejan en claro la necesidad de estar alerta ante el doble juego de la sinceridad: “Sincerarse no es un juego / ir diciendo lo que pienso es mostrarse como soy / aunque a veces la verdad es dura de asimilar. / Fue sincero aquel ministro que festeja que de cada cuatro un trabajador su salario no perdió, / y con el resto qué pasó / Fue sincero el presidente cuando dijo que firmó un decreto para respaldar / a una empresa que aportó a su campaña electoral. / Es sincero el secretario cuando no puede evitar señalar y violentar / en una rueda de prensa a quien se anima a preguntar / El ejercicio de sincerarse se ha vuelto muy popular, / lo hacen los gobernantes y el vecino en el bar / van quedando pocas caretas y al final es para bien / lo bueno de ser sincero es que sirve / para saber quién es quién”.

Nicolás Mederos es escritor y profesor de Filosofía. Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.

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