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Un aporte joven sobre el rol de la izquierda uruguaya

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Con cada cambio de gobierno, la política uruguaya se reconfigura dentro de un equilibrio que, aunque estable, no está exento de transformaciones. En un contexto regional en constante movimiento, donde los discursos y las estrategias mutan con rapidez, resulta necesario detenerse a observar hacia dónde se dirigen las fuerzas políticas y cómo se reacomodan frente a los nuevos desafíos. A unos días de la asunción de Yamandú Orsi, se comienza a marcar el inicio de un nuevo ciclo, uno que invita a preguntarnos cuál será el rol de la izquierda en los tiempos que vienen.

Mucho se ha hablado el pasado año acerca de la tibieza del sistema político uruguayo; tanto hacia la izquierda como hacia la derecha encontramos que el camino predilecto de los partidos políticos ha sido el de los espacios en común y consenso. Nos encontramos con fenómenos hijos de nuestra época, nuevos roles y figuras, formas de ser estereotipadas que han tomado nuestras pieles: “fachos progresistas” y “zurdos chetos” son las máscaras de moda para encarar lo que, a mi entender, es un giro al legado tradicional de los partidos.

Este fenómeno desde una de las polarizaciones es explicado por Martha Harnecker, periodista, psicóloga e intelectual marxista chilena, cuando plantea que los enfrentamientos actuales dentro de los sistemas políticos empujan a la izquierda a una encrucijada. Se ven obligados a elegir entre la dicotomía de “radicalizarse” o “enfatizar la consolidación”.

Por otro lado, una nueva latencia que fluctúa en contenido emerge desde la derecha, a veces contradiciéndose, con un fin claro: crear sentido común. Chocan dentro de la polarización ideas que se cimientan en las mismas bases, queriendo satisfacer las demandas de una sociedad latinoamericana que en algún momento comenzó a mostrar síntomas de descontento a raíz del fracaso de ciertas propuestas de izquierda.

Estas fuerzas fluctuantes de derecha oscilan entre unas que signan la lucha enfáticamente contra el marxismo cultural, sosteniendo la idea de batalla cultural, y otras que se vuelcan hacia un centro tibio, con una idea de la economía más bien capitalista, pero coqueteando con alguna que otra concepción progresista, sirviéndose la una de la otra para construirse a imagen y semejanza.

Observo en este tipo de casos un fenómeno fascinante. Los extremos ideológicos a menudo se tocan: una izquierda llevada al límite adopta actitudes de derecha, y una derecha radicalizada empieza a parecerse a la izquierda más acérrima.

Como ejemplo y sin intervenir demasiado en ellos, ya que no bastaría con esta columna, podemos hacernos las siguientes preguntas. ¿Desde qué lugar surgen las nuevas ideas disruptivas? ¿Qué bases ideológicas tienen los actores que buscan subvertir el orden de los sistemas? ¿Es la derecha actual la nueva fuerza antisistema? Menciono en este sentido algunas figuras mediáticas como Agustín Laje, actores políticos como Javier Milei –en el otro extremo de América, sus nuevos amigos Donald Trump y Elon Musk– o Gustavo Salle. Este último con un análisis de sus votantes en las pasadas elecciones que abarcan desde un frenteamplista descreído hasta un votante blanco inseguro.

Asistimos a una época en que recién se comienza a vislumbrar, para algunas personas, que la izquierda se está quedando anclada en el statu quo que logró generar para sí misma, mientras que la derecha en código de batalla cultural se está apropiando del discurso de cambio y libertad.

Ciertamente es una idea sumamente debatible, pero que existe y requiere que este fenómeno sea atendido a tiempo. La izquierda, acostumbrada a la monopolización de las luchas sociales y ciertos valores morales, no debería desestimar esta batalla, ya que de a poco se le están apropiando de sus cimientos. Sin embargo, parece no estar luchando con la misma intensidad, ya sea por desinterés o por subestimación.

La asunción de Yamandú Orsi abre una oportunidad única para demostrar que la izquierda aún puede ser el motor de transformación social sin caer en la obsolescencia ni ceder el discurso del cambio a la derecha.

Es alarmante para nosotros, los jóvenes de izquierda, que los dirigentes sean cuestionados por defender regímenes totalitarios. En palabras de Javier García, refiriéndose a dichos de Juan Castillo: “Habla de los desaparecidos en Uruguay, pero defiende al que desaparece personas en Venezuela. Critica el terrorismo de Estado en Uruguay, pero defiende el terrorismo de Estado de sus amigos”. Este es un debate del que los frenteamplistas no debemos escapar ni eludir. La izquierda que se “radicaliza” termina siendo más sectaria, intolerante y discriminatoria que los propios fascistas que otrora combatía.

Se percibe que el debate escapa cada vez más de los ejes estrictamente economicistas –a los que en el último siglo veníamos acostumbrados– y se centra más en la cultura, ya sea entendiéndola desde la batalla cultural, o retomando el concepto gramsciano de hegemonía cultural. Es por y mediante ella que se suscitan todas las formaciones de sentido, actualizándola como fin y como medio en sí mismo. Aquí es donde los movimientos sociales adquieren un rol superlativo, ya que deben hacer frente a un intento de revolución social programado por la derecha, en palabras de Laje: “Toda batalla supone esfuerzos racionales para vencer al enemigo, organización individual y colectiva, planificación, dirección, (...) hay que seguir técnicas, estrategias, asignar liderazgos, en el corto, mediano y largo plazo”. La desconcertante ironía de la derecha organizada, un denominado vulgarmente “facho” con tintes progresistas por su pensamiento de lazo cuasi comunitario para combatir a la izquierda con sus propias armas.

“Consolidadores” y “radicalizadores” habitan en distintos espacios del Frente Amplio, ya que, como su nombre lo indica, su carácter amplio logra que se aniden diferentes posturas. El modelo que más ha tenido resistencias dentro de la fuerza política ha sido el del grupo de los radicalizadores, ya que con la victoria del MPP encontramos un presidente más consolidador que radical, que se pronuncia en contra de las dictaduras latinoamericanas y no tiene miramientos al resaltar la importancia de mantener las puertas abiertas a las diferentes propuestas, sin importar de qué partido provengan.

La izquierda en general, pero también la uruguaya, se encuentra muy cerca de una encrucijada histórica: o se adapta a los desafíos del presente o corre el riesgo de quedar atrapada en los “grandes relatos” que ya no están disponibles. Bajo ningún término esto significa que el pasado no sea constituyente de nuestra historia o una parte importante para la construcción de ciudadanía, teniendo en cuenta la memoria y tortuosos caminos recorridos para asentar la democracia. Más bien busco resaltar que existen nuevas demandas que no pueden ser atendidas bajo la radicalización de conceptos obsoletos, que no tienen lugar en la actualidad.

En este contexto, la asunción de Yamandú Orsi abre una oportunidad única para demostrar que la izquierda aún puede ser el motor de transformación social sin caer en la obsolescencia ni ceder el discurso del cambio a la derecha. Su perfil de líder consolidador y abierto al diálogo sugiere que el Frente Amplio puede recuperar la iniciativa y evitar que el debate quede monopolizado por la batalla cultural que la derecha ha sabido capitalizar.

De su capacidad para interpretar las nuevas demandas sociales y redefinir su narrativa dependerá no sólo el futuro del progresismo uruguayo, sino también su rol en una Latinoamérica en constante transformación.

Malena Lizarazú tiene 19 años, es militante por los derechos humanos y estudiante de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.

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